lunes, 28 de marzo de 2022

El método Williams: ¿en qué consiste la misión de un padre cristiano con su hijo? Las tres áreas de desarrollo

 


Siempre que imagino a Will Smith en un papel protagonista, lo hago en el de héroe de acción o de cómico, especialmente en lo segundo. Es lo que tiene encasillar a un actor cuando se ha crecido viéndolo en la serie que le hizo saltar al estrellato: “El Príncipe de Bell-Air”. Pero el tiempo ha demostrado que es mucho más versátil, como pudimos comprobar en su aplaudida “En busca de la felicidad”, que gustó a casi todo el mundo, aunque personalmente reconozco que no me entusiasmó, algo que sí logró “Siete almas”, de la que algún día escribiré. Así que no sabía qué me encontraría en su más reciente largometraje, el biopic “King Richard”, titulada en España “El método Williams”, donde interpreta al padre de las dos famosas tenistas.
La realidad es que tiene muchos matices que nos pueden servir, una vez más, para analizar qué debe buscar un padre cristiano en la educación de un hijo y qué debe buscar una persona en su propia formación. Más allá del premio Oscar a mejor actor –que estaba cantado- y del “histórico” bofetón con el “selló” la cara del presentador de la gala por una broma de mal gusto hacia su esposa, veamos qué podemos aprender de esta película.

Richard Williams & Serena y Venus

(Arriba: los Williams en la vida real junto a Venus y Serena; abajo: Will Smith junto a Demi Singleton y Saniyya Sidney)

La historia en sí es simple, en el sentido de que sigue el clásico esquema de toda película biográfica: nos cuenta el tiempo y la formación que Richard Williams (1942), con todas sus luchas y sinsabores, dedicó a su familia, especialmente a sus hijas adolescentes, concretando en Serena (1981) y Venus (1980). Ambas, con un talento innato que fue pulido hasta el extremo y de formas poco ortodoxas por su progenitor –aunque la madre también tuvo un papel destacado y vital-, se convirtieron en dos de las más grandes tenistas de la historia. Aunque ese era el plan general, no quería que fueran meras deportistas: su formación como personas era también parte fundamental del proceso. Puesto que se criaron en Compton (California), considerada la ciudad más peligrosa de Estados Unidos –tanto que, en 2003, la hermana mayor, Yetunde Price, fue asesinada cuando paseaba-, lo fácil era acabar en pandillas delictivas y entre drogas. Richards y su mujer hicieron todo lo humanamente posible para que sus cinco hijas no fueran altivas y jamás perdieran la humildad, fueran buenas estudiantes, estuvieran alejadas de las malas amistades y de delincuentes, y se labraran un futuro como doctoras, abogadas y deportistas, cada una según su don. Ante una agente de asuntos sociales, reconoce que son estrictos con ellas, pero con el propósito reseñado. Cometió errores y tenía defectos que su propia esposa Oracene Price –a día de hoy, ex-, le tuvo que corregir, pero finalmente lograron que todas salieran adelante, según lo planeado: Serena, a pesar de las abundantes lesiones que sufrió, ganó innumerables títulos y está considerada por muchos como la mejor tenista de la historia. Por su parte, Venus fue la primera afroamericana en ser la número 1 del mundo. Además, por primera vez, dos hermanas ocuparon los dos primeros puestos del ranking mundial, siendo su historia un ejemplo de esfuerzo y constancia.

¿Desarrollo intelectual y de los dones? Sin duda, pero con un requisito
Antes de escribir las siguientes líneas, hago una aclaración para que nadie piense que estoy abogando por un humanismo puro y duro. El matiz está en las palabras de Pablo: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24). Teniendo en mente y en todo momento dicho principio paulino, ahora sí puedo decir que, el que es bueno tocando un instrumento musical, debe desarrollar esa capacidad; el que es bueno cantando, debe desarrollar esa capacidad; el que es bueno escribiendo, debe desarrollar esa capacidad; el que es bueno en su profesión, debe desarrollar esa capacidad. Así con todo, y siempre sin perder la humildad, buscando la gloria de Dios y no la propia, no olvidando nunca que toda obra humana debe tener la intención de dar a conocer el Reino de Dios. Si se hace meramente para la propia satisfacción y nada más, serán obras vacías que no tendrán recompensa en el más allá y serán quemadas en el fuego, como expuse en “Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el alcohol para alcanzar todo tu potencial y el éxito social? & ¿Usar el alcohol para “estar” bien? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html).
Es triste que haya personas, incluso cristianos, que esconden su talento por miedo, como vemos reflejado en la conocida parábola (cf. Mt. 25:14-30), o lo que es incluso peor: porque sienten que nadie los aplaude, siendo esto un claro reflejo de que lo que desean realmente es la vanagloria.
Lo mismo sucede con la educación intelectual, la cual es importantísima. El hambre por el saber cultiva al hombre desde su interior. Le aporta una riqueza que solo el que tiene esa voracidad sabe realmente lo transcendental que resulta. Como no me canso de citar la frase del cubano José Martí: “Quien está lleno por dentro, necesita muy poco de afuera”. Asimilar conocimientos históricos, literarios, sociológicos y psicológicos, ayudan sobremanera a cualquier persona a vivir sobre este mundo de la mejor manera posible y a afrontar las penurias cuando aparezcan, sean del tipo que sean. Pero, recordemos, que ese fue precisamente el error de los griegos, que únicamente buscaban la sabiduría humana, las que les envalentonaba y les hacía creerse mejores. Estaban tan llenos de sí mismos, de su propia sabiduría, que no había espacio alguno para que Cristo y el mensaje de la cruz tuviera sentido para ellos (cf. 1 Co. 22-24).
Y aquí quiero poner el ejemplo a Leonor, princesa de Asturias y primera en la línea de sucesión al trono de España. Cuando se supo la formación que estaba recibiendo, junto a sus gustos personales a los 14 años, muchos lo criticaron, diciendo que una niña debería dedicarse a “las cosas típicas de su edad”. ¿A qué dedica su tiempo? Le encanta el cine japonés –como el de Akira Kurosawa y de animación-, asistir a conciertos de violín, danza y musicales, practicar ballet, hípica y esquí, entre otros deportes, aparte que le gusta hacer recetas de repostería tras visualizarlos en uno de los pocos programas que contempla en la televisión: Masterchef. Estudia gallego, euskera, catalán, valenciano, inglés (bilingüe), árabe (nociones), chino (nociones) y francés. Como se nos cuenta desde Moncloa, “lejos de centrarse en la lectura de libros del colegio o infantiles, se han atrevido con autores de la talla de Tolkien, Dickens, Robert Louis Stevenson, Lewis Carroll o James M. Barrie, entre otros. Al tener prohibida la televisión entre semana por su madre y carecer de redes sociales, dos de los grandes pasatiempos de muchos jóvenes; Leonor y Sofía invierten gran parte de su tiempo libre leyendo”[1].

(Leonor junto a sus padres y su hermana, el día de su primer discurso público)

 Es evidente que los padres con hijos más comunes, que no tienen en el horizonte las grandes responsabilidades que ella va a tener que afrontar en el futuro, no necesitan que su pequeño o adolescente lleve a cabo todas estas prácticas en concreto. Pero no es en lo particular en lo que me quiero centrar, sino en la idea en sí, resumida en tres factores:

1) aprender de verdad.

2) profundizar en lo importante.

3) aprovechar bien el tiempo.

Sin embargo, ¿cuál es la alternativa que vemos entre infinidad de jóvenes? Miles de horas al año sentados delante de un videojuego, interesados solo en lo superficial y en las redes sociales, sin practicar ningún tipo de deporte más allá del tiempo de gimnasia que le obligan en el colegio. Todo ello para terminar con un vocabulario muy limitado que les lleva a tener serias dificultades para expresar ideas complejas, al no leer a los grandes pensadores de la historia de la humanidad. Ante esta realidad, el caso de Leonor debería ser en buena parte un modelo a seguir: sin la obligación de aprender tantos idiomas, sin las exigencias de su futuro cargo ni la necesidad de practicar actividades fuera de las posibilidades económicas de la familia, los padres deberían:

- cultivar la mente del hijo.
- instruirle sabiamente para que sepa rechazar la basura que la sociedad trata que acepte.
- conducirle a libros extraordinarios.
- encender el corazón para que desarrolle sus capacidades y pasiones sanas.
- enseñarle a cuidar su propio cuerpo.
- animarle a que, dentro de su tiempo de ocio, aunque sea distendido, tenga también cabida el que sea constructivo y emocionalmente saludable.

Pereza paternal & Hijos atrofiados

En los aspectos mencionados, Richard Williams, siendo pobre durante muchos años, y dentro de sus posibilidades, hizo lo mismo con sus hijas (cultivar, instruir, conducir, encender, enseñar, animar), por lo que la excusa de “no podemos” es solo pereza paternal, que se queda en el lamentable y simplón “no te metas en problemas y saca buenas notas para que te compremos tu nuevo capricho y puedas hacer lo que te venga en gana”. Y sucede lo habitual, como señala Luis Gutiérrez Rojas, médico y Doctor cum laude en Psiquiatría por la Universidad de Granada: “Muchos padres pretenden que sus hijos sean felices y para ello les colman de caprichos pero, cuando llegan a la adolescencia, se enfadan con ellos porque son unos caprichosos; les envuelven en confort y, posteriormente, les regañan por ser vagos o perezosos; les dan ocio tecnológico y audiovisual y, pasado el tiempo, les culpan de que no leen; les evitan el dolor, pero después les dicen que son unos quejicas”[2].
Me atrevería a decir que, por esa razón de pereza por parte de los progenitores, el 99% de los hombres y mujeres que han pisado este planeta no han desarrollado todo el potencial que Dios puso en ellos, quedando buena parte de su ser atrofiado. Padres que no ayudaron a sacar todo lo que había en sus hijos, e hijos que, cuando se convirtieron en padres, cometieron el mismo error. Un ciclo que se repite una y otra vez.

El desarrollo que transciende a todo lo anterior
Los padres deben crear un entorno sano para que sus hijos saquen a relucir todo lo que hay en sus retoños. Sin agobios, pero dirigiendo la educación, probando lo que vaya más acorde al carácter para potenciarlo y, como dije, siendo de ejemplos. Pero, si por algo me encandiló “El método Williams”, es porque el padre no se quedó únicamente en que Serena y Venus sacaran a relucir todo su talento deportivo y capacidad tenística que había en ellas: fue mucho más allá, ya que educó también el carácter moral de las jovencitas: quería que siempre fueran humildes ante los demás. En algunos momentos podemos pensar que es demasiado estricto, incluso estrafalario. Aunque lo fuera en aspectos muy concretos –algo que él mismo reconoce en su autobiografía-, no podemos desechar, ni mucho menos, todo lo bueno. Estamos demasiados malacostumbrados al hijo que se educa solo y donde sus padres apenas pintan nada y son muy laxos.
Esta educación moral –y, por ende, espiritual-, es la parte en que los padres cristianos tienen que hacer hincapié, y que, aunque debe ir unida a todo lo visto anteriormente, está por encima. Y esto consiste en enseñarles a:

- vivir según la voluntad de Dios.
- decir no al pecado y a la santidad.
- no temer que piensen mal de ellos por defender sus creencias.
- no ser hipócritas para quedar bien con los demás.
- no dejarse llevar por los valores de la sociedad que les rodea. 
- ser íntegros y sencillos.
- no mentir, y que las palabras sean sinceras y nunca lisonjeras. 
- no competir con el prójimo para demostrar que son mejores sino en luchar por ser la mejor versión de uno mismo.
- no compararse con nadie, y menos con la intención de sentirse superior, sino que se miren a sí mismos para potenciar sus virtudes, corregir sus defectos y mejorar sus carencias personales.
- depositar su valía propia en lo que el Señor piensa de ellos y no en lo que dice la cultura caída.
- respetarse a sí mismos y en pensar de ellos sin altivez ni soberbia.
- no pagar mal por mal.
- imitar lo bueno y no lo malo.
- buscar que sus amistades profundas sigan al mismo Jesús que les salvó.
- saber que la elegancia no tiene nada que ver con la exhibición de la propia desnudez.
- respetar a hombres y mujeres por igual.
- defender la vida humana desde el mismo momento de la concepción.
- aceptar con valentía que la sexualidad es exclusiva del matrimonio, y que éste es exclusivo entre un hombre y una mujer.
- saber descansar en Dios, suceda lo que suceda. 
- tener presente que no sirve de nada afanarse, que esta vida es pasajera y un camino que conduce a la eternidad.

Conclusión
Todo esto hay que hacerlo desde la más tierna infancia. Si Richards comenzó con sus hijas a los cuatro años, ¿por qué muchos padres cristianos lo dejan para cuando ya es demasiado tarde? Serena, con 14 años ya era profesional y mostraba una integridad y madurez admirable. Por el contrario, los jóvenes de hoy en día de dicha edad... no hace falta que describa la tónica general ya que es evidente. No digo que deban ser ya completamente maduros, pero tampoco estar en la inopia mental y moral en la que andan la inmensa mayoría. Entre un extremo y otro, hay un margen enorme de mejora y crecimiento.
Además, Richards y su esposa no valoraban a sus hijas únicamente por sus talentos, sino por su forma de ser. Sin embargo, lo que solemos ver es a padres que valoran a sus hijos por lo que hacen (sacar buenas o malas notas) pero no por lo que son, limitándose muchas veces a señalar solo lo malo de ellos.
Con todo lo que hemos visto, no es mi intención que los padres se sientan inferiores a los Williams. Basta con bucear mínimamente en la vida real de Richards para descubrir que, en muchos aspectos, dejaba bastante que desear. Tampoco su exesposa ni sus hijas eran –ni son- perfectas, ni mucho menos. Tampoco quiero hacerles creer que sus hijos deben ser campeones de Wimbledon, genios o alguien de renombre que alcanza el éxito ante la sociedad. Creer que sí, que todo el mundo puede lograrlo, sería lo que se conoce como “positivismo tóxico”, falacia instalada desde hace muchos años en infinidad de libros de autoayuda, incluso cristianos. Mi deseo, mi único deseo, es exhortarlos –en el buen sentido de la palabra-, a que ayuden a sus hijos, incluso en sus fracasos, a “ser la mejor versión de sí mismos” (usando por enésima vez esa expresión de la cual no me canso), especialmente en el ámbito moral, no dejando atrás la faceta intelectual y el desarrollo de los talentos.
Espero que estas sencillas líneas, la visualización de esta película –emotiva y, en muchas facetas, ejemplarizante si se hila bien y se mira más allá de las apariencias-, junto con el libro que publiqué “Para padres, jóvenes y adolescentes” (que empieza aquí: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/introduccion-para-padres-jovenes-y.html), conduzca a muchos padres a la reflexión de los padres y de aquellos que vayan a serlo en el futuro.

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