Quienes me conocen, sea en persona o
de manera virtual a través de este blog, saben que el cine de terror que
incluye espíritus, demonios y posesiones no me gusta; ni de lejos me acerco,
puesto que me dejan mal cuerpo. Y para pasarlo mal, ya está la vida real. Pero
dentro de este tipo de películas o series, hay dos subgéneros que siempre me
han atraído y he disfrutado: el de zombies (por ejemplo: Estamos muertos: jóvenes que se sienten zombies a
causa del bullying: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/02/estamos-muertos-jovenes-que-se-sienten.html)
y el de vampiros.
Dentro de esta última categoría,
entraba la reciente “Sinners” (pecadores, en español). Le tenía muchas ganas
por lo que se mostraba en el tráiler: ambientación, época en la que transcurre,
grandes actores y la posibilidad de poder ver de nuevo a Michael B. Jordan, el
actor que hace de boxeador en la saga “Creed”, spin-off de la de “Rocky”.
Pensaba que, a mis ojos, se convertiría en un clásico instantáneo.
¿Mi conclusión? A pesar de las
excelentes críticas recibidas, tanto por la prensa especializada como por el
público, y reconociendo una gran caracterización de personajes, una magnífica
puesta en escena y algunas buenas actuaciones, no me ha gustado, por varias
razones:
- lenguaje soez, junto a escenas
explícitas y subidas de tono que me hicieron usar el mando a distancia en más
de una ocasión para omitirlas.
- largos números de baile y música
que me aburrían (el blues no es algo que me entusiasme).
- una mezcolanza de temas que, a mí
parecer, no combinan bien.
- lo ridículo que me ha resultado ver
a seres sobrenaturales bailando (¿en serio?)
- Y, por último, el tema “vampírico”,
al que apenas se le dedica un tercio del metraje, transcurriendo toda la acción
y tensión de forma acelerada.
Posiblemente, iba con otras
expectativas y en mi mente imaginé una historia diferente; de ahí mi
desilusión.
Ahora bien, una frase lapidaria de
uno de los protagonistas, en una escena insertada en medio de los créditos,
justo antes del final del largometraje, me ha motivado a escribir las siguientes
líneas y a ver qué enseña la Biblia respecto a esas palabras, puesto que son
las mismas que suelen señalar los inconversos y aquellos que viven en pecado.
De qué trata... con spoilers
Aunque en mis escritos dedicados a
“películas para reflexionar” no suelo destripar los finales, en esta ocasión es
necesario hacerlo, puesto que la base de este artículo se basa en él. Es un
aviso a navegantes que tengan intención de verla –aunque no la recomiendo- para
que dejen de leer aquí.
Transcurre el año 1932, y la historia
gira en torno a los gemelos Smoke y Stack (ambos, como es lógico, interpretados
por Michael B. Jordan), veteranos de la Primera Guerra Mundial. Tras haber
trabajado en Chicago, y robar grandes sumas de dinero a diversos gánsteres,
regresan a su ciudad de origen, Clarksdale, Misisipi, donde el racismo está a
la orden del día y los Ku Klux Klan campan a sus anchas. Una vez allí, compran
un viejo aserradero para reformarlo y montar un club de blues para las personas
negras del lugar, que suelen trabajar en las plantaciones de algodón.
Pero aquí me centraré en el joven
Sammie, primo de los gemelos. Su padre es pastor, y él confía en que su hijo
seguirá sus pasos. Nada más lejos de la realidad: teniendo un talento
portentoso para tocar la guitarra, es contratado, entre otros, para cantar en
dicho club.
En la noche de la inauguración, con
un lleno absoluto, con risas, música, bailes y alcohol, Sammie, tras dar todo
un espectáculo musical y convertirse en el alma de la fiesta, termina teniendo
relaciones sexuales con una mujer mayor que él y casada.
Sammie, el alma de la
parranda
Tras toda esta algarabía, aparecen
dos hombres y una mujer, blancos, “pidiendo permiso para entrar”. Para el que
no lo sepa, en la mitología vampírica, estos seres no pueden entrar en una casa
si no son invitados. Un tanto absurdo, pero así es. Al ser blancos, no se lo
permiten, ya que los gemelos piensan que sería problemático. Más allá de su
color de piel, no aparentan nada extraño. Incluso cantan música irlandesa, puesto
que, el líder, Remmick, es un vampiro inmigrante de dicho país.
El error viene cuando Mary, la
exnovia de Stack, sale a hablar con estos tres seres, sin sospechar qué son y
cuáles son sus verdaderas intenciones. Tras una breve conversación, la muerden
y la convierten en uno de ellos.
La ingenua Mary, hablando
con los vampiros cantarines sin saber lo que le espera
La nueva Mary, tras pedir permiso al
portero para entrar –que se lo permite de forma natural al ignorar la realidad-
muerde a su vez a Stack, el cual, tras morir a brazos de su hermano, renace
convertido. A partir de ahí, la fiesta se da por concluida y se le pide a todo
el mundo que se vaya a casa. Lo que no saben es que todos ellos serán el
banquete de los vampiros que los esperan fuera. Como consecuencia, el local,
con apenas un puñado de no-conversos, queda rodeado, provocando a los
supervivientes para que alguno de ellos conceda el permiso necesario para
entrar y acabar la faena. Para ello les hacen una oferta muy tentadora: si
aceptan, serán inmortales, libres y dejarán de ser perseguidos por el Ku Klux
Klan, ya que estos también serán transformados. A pesar de la suculenta
propuesta, se niegan.
Pero más tarde se desata todo: una
mujer china se llena de ira cuando le dicen que, si no le dejan pasar, atacarán
a su hija pequeña en su casa, por lo que termina cediendo a sus deseos, ante la
desesperación del resto del grupo, que se prepara para una batalla inminente.
Momento en que las puertas
se abren y la lucha contra el terror es inevitable
Tanto humanos como monstruos, mueren,
excepto Sammie, que, a punto de ser convertido por el líder, es salvado por
Smoke, al clavarle una estaca. El resto de vampiros sucumben quemados a la
salida del sol –el gran tópico manido-, y el propio Smoke a la mañana siguiente
al recibir un disparo del Ku Klux Klan, a los que aniquila antes de expirar.
Treinta años después, en 1992,
Sammie, ya anciano, tras haberse convertido en un guitarrista de éxito y tener
su propio club en Chicago, recibe una visita inesperada: las versiones
vampíricas de Mary y Stack, ambos con la misma edad de siempre. Descubrimos
que, en aquella noche trágica, la primera había huido, y el segundo fue
perdonado por su hermano Smoke, a cambio de que nunca le hiciera nada a Sammie.
Stack le ofrece pasarse a su bando, haciéndose así inmortal, algo que rechaza
de plano.
Tras tocar para ellos, la última
conversación transcurre así:
- “¿Sabéis qué? Una vez a la semana,
me despierto aterrorizado al revivir esa noche. Pero hasta que anocheció, fue
posiblemente el mejor día de mi vida. ¿El tuyo también?” (Sammie)
- “No te quepa duda. La última vez
que vi a mi hermano. La última vez que vi el sol. Y, solo por unas horas,
fuimos libres” (Smoke).
¿Los inconversos son libres o esclavos?
¿Qué hizo Sammie, antes de que todo
saltara por los aires, para afirmar que fue el mejor día de su vida?
1) Rechazar los consejos de su padre
respecto a Dios, para que buscara la salvación.
2) Beber alcohol en abundancia.
3) Tener relaciones sexuales sin
haber contraído matrimonio y, para más inri, cometer adulterio, al acostarse
con una mujer que era de otro hombre.
4) Usar su talento para alcanzar su
propia gloria.
Entiendo el mensaje de la película:
el dolor de un pueblo oprimido por una raza que los perseguía y cazaba como
animales, que los consideraba inferiores y subhumanos, que los empleaba como
mano de obra barata y los esclavizaba, acusándoles de todos los males de la
humanidad. Y creían que, haciendo todo lo reseñado en los cuatro puntos, se
liberaban, hermanándose como si fueran una única familia. ¿La verdad? Que no
era el caso; eran más esclavos si cabe, porque cometían otras iniquidades,
semejantes a la de los blancos[1]. Y la única hermandad que conseguían era la de unirse entre ellos al pecado. Lo mismo sucede entre millones de
individuos en el mundo actual. Queriendo ser libres, aprietan más las cadenas
que aprisionan sus almas, agarrados en el mismo vórtice que los va engullendo
poco a poco.
Con pequeñas variaciones, las cuatro
cuestiones citadas –y otras más-, son un calco de las prácticas habituales que
llevan a cabo las personas inconversas o que se apartaron del Señor, que
deciden hacer su propia voluntad, seguir su propio camino, dejando a Dios bien
lejos. Lo llaman “libertad”, cuando realmente es esclavitud. La realidad es que
dentro de la ley de Dios somos libres, y fuera de ella somos esclavos del
pecado.
Así viven, poseídos por sus deseos carnales, sometidos a su naturaleza caída y bajo el yugo de las falsas promesas del diablo. Se reproduce, a otra
escala, las palabras que el enemigo de nuestra alma susurró a Jesús: “Todo esto te
daré, si postrado me adorares” (Mt.
4:9). Cuando el ser humano no sigue a Dios, sigue al diablo. Cuando el ser
humano no hace la voluntad de Dios, hace la del padre de mentira. Cuando el ser
humano no adora a Dios, adora todo lo que venera la serpiente de Edén.
En el momento en que Sammie echaba su vista atrás, se
adoraba a sí mismo. Creía que su música era lo que le daba verdadera
transcendencia y le hacía inmortal ante sí mismo
y los demás. En su propia sabiduría, creía ser rico. Y así se sienten –o, al menos, así lo proclaman o tratan de
venderlo- muchos que no han nacido de nuevo:
- libres,
si rechazan o reniegan de Dios, viviendo según sus propios designios morales.
- extraordinarios,
si han sido agraciados con un determinado cuerpo o lo han logrado en un
quirófano y un gimnasio.
- valiosos,
si reciben el aplauso de las masas por sus dones.
- exitosos,
si el otro sexo los desea y logran variedad de presas.
- triunfadores,
si un buen trabajo, dinero, casas, coches, viajes y todo tipo de artilugios
tecnológicos forman parte de sus vidas.
- felices, si forman parte de la fiesta de esta
sociedad caída.
Algunos se dan cuenta de su vacío en
algún momento de sus trayectorias vitales, y se llenan de tristeza y
desesperación. Otros saben que algo no
marcha bien, pero siguen adelante, porque no quieren dar su brazo a torcer. El
orgullo les puede, ya que cambiar de opinión sería reconocer que se
equivocaron. Y un último grupo está medianamente satisfecho con su paso por
este mundo y ni se lo plantea.
La única solución, el único remedio
Sea como sea, a esta falsa riqueza externa e interna, encontramos
respuesta en las palabras de Jesús: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y
de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado,
miserable, pobre, ciego y desnudo”
(Ap. 3:17). Sin Dios, cualquier cosa que tengamos o logremos, es basura efímera
y perecedera: “Porque ¿qué aprovechará al
hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el
hombre por su alma?” (Mt. 16:26).
¿Qué hacer entonces? Abrir la puerta, que es Jesús
mismo: “Yo soy la puerta; el que por mí
entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn. 10:9).
Esos pastos –crecimiento, sabiduría
espiritual, fortaleza, confianza, descanso, propósito, ánimo, consuelo,
verdadera libertad, gozo, paz, promesas fehacientes, inmortalidad-, no vienen
como resultado de vivir en pecado y alejado de los designios de Dios, sino por
estar pegados a Él.
Llamando una vez más a la reflexión personal, termino,
cómo no, con Sus palabras: “He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente
conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”
(Ap. 3:20-22).
[1] Para los que sean nuevos por estos lares, y puedan creer que estoy en contra de los sanos placeres, les remito a lo que ya dije en estos dos escritos: 8.1. ¡Vive! Disfrutando sanamente: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html y 8.2. ¡Vive! La réplica a la sociedad: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/82-la-replica-la-sociedad.html
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