lunes, 19 de mayo de 2025

Onward. El dolor de la muerte de tus padres & ¿Quedaron cuentas pendientes? (1ª parte)

 


Más de un lector habitual del blog habrá pensado, y con razón, que he hecho un maratón de películas de Pixar, dado que llevo unos meses escribiendo sobre distintas películas de dicha productora. La realidad es que tenía muchas de ellas acumuladas sin visualizar y, por fin, pude ponerme casi al día. Esto no significa que escriba de todas las que veo, sino de las que me parecen interesantes y con un buen mensaje que transmitir. Y ahí sí destacan estos largometrajes, que tratan asuntos que suelen ir dirigidos a un público adulto. Por eso gustan tanto, aparte de su soberbio acabado visual y unos diseños de personajes muy vistosos.
La última, hasta ahora, que me ha sorprendido e impactado, ha sido “Onward”. No esperaba gran cosa de ella. Es más, viendo el póster promocional y los primeros minutos de metraje, pensaba que sería bastante infantil. Craso error: su trasfondo me pareció, una vez más, cautivador y emotivo. Los propios títulos que le he dedicado a ambos escritos expresan por dónde voy a ir. 

De qué trata
Aunque está ambientada en un mundo extremadamente parecido al nuestro –colegios, música, restaurantes, amigos, trabajo, amas de casa, padres, etc-, tiene una particularidad: sus habitantes parecen sacados de un cuento, donde los protagonistas son elfos, mantícoras, cíclopes, hadas, dragones, unicornios, gnomos e incontables personajes de la mitología. Eso sí, sus vidas, sentimientos y actitudes son igual de humanas que las nuestras.
Durante eones, dicho lugar fue un paraíso, donde todo funcionaba con pura magia, en el sentido literal del término. Poco a poco, esta dejó de usarse y cayó en el olvido, considerándose un mito, para dar paso a la tecnología: luz eléctrica, coches, aviones, lavadoras, neveras y todo lo que bien conocemos. Es aquí donde nos encontramos a dos hermanos elfos adolescentes: Ian, el tímido por excelencia, y Barley, al que muchos consideran un fracaso, que es todo un friki de las tradiciones ancestrales de la magia, de los juegos de rol y de la música heavy, y que tiene una furgoneta que se cae a pedazos, pero a la que adora. Ambos viven con su madre y el novio de ella, un centauro policía –mitad humano, mitad caballo-, ya que el padre murió hace unos años de una enfermedad. Ian no pudo conocerlo y solo tiene de él una sudadera que usaba en la universidad y una cinta antigua en casete donde escucha una y otra vez a su padre hablar. Barley era tan pequeño que solo guarda tres recuerdos: que su barba era áspera, que tenía una risa tonta y que él solía tocar los tambores usando sus pies.
Al no ser simplemente niños, sino que están a medio camino de ser adultos, su historia personal tiene unos matices que la convierten en melancólica y con momentos agridulces, ya que sus emociones giran en torno a su difunto padre: ambos lo echan muchísimo de menos. El día del decimosexto cumpleaños de Ian, la madre le da a Ian un regalo envuelto, el cual su esposo le pidió que le diera llegado el momento. Al abrirlo, Ian se encuentra con un verdadero bastón mágico, junto a una pequeña carta. Allí descubre que hay una manera, usando dicho báculo, de traer de vuelta a su padre durante un día. En primera instancia, lo logra... a medias: solo aparece la mitad del cuerpo, de cintura para abajo, aunque siendo él de verdad. Para poder completar la otra mitad, necesita una piedra: la Gema del Fénix. Tienen que encontrarla antes de que se ponga el sol del día siguiente, por lo que Ian, Barley y las piernas de su padre –al que le ponen un muñeco en la zona de arriba-, parten a una aventura, llena de peligros, que les cambiará para siempre.
El deseo inquebrantable de ver una vez más a su padre será su máxima motivación, puesto que sienten que dejaron asuntos pendientes, los cuales mencionaremos como parte de las lecciones que podemos extraer de esta obra.
Su premisa básica –la ausencia de un padre- se basa en la historial original del director de la película, Dan Scanlon (para más detalles, ver https://www.fotogramas.es/noticias-cine/a31202209/onward-pelicula-pixar-historia-real/).

El dolor de la pérdida
La aflicción que se experimenta al ver fallecer a un padre o a una madre es inclasificable. Se han escrito millones de líneas sobre dicho sentimiento, y ninguna llega a expresar en toda su magnitud el desgarro que se produce en el alma de quien observa con sus ojos tal escena. La IMPOTENCIA, así, en mayúsculas, de no poder hacer absolutamente nada, ante el deterioro físico y/o cognitivo, y el contemplar cómo se acerca la muerte a pasos agigantados, es la peor emoción que, en mi opinión, existe.
Es una larga agonía, donde la propia mente trata, sin conseguirlo, de autoengañarse: “ya verás como va a estar mejor”, “quizá la nueva medicación le haga efecto”, “Dios lo sanará con Su poder y mis oraciones de fe”. Pero nada de eso ocurre. Aunque Él puso eternidad en nuestros corazones (cf. Ecl. 3:11), la inmortalidad en este mundo, tras la caída en Edén, se frustró, y no se puede revertir. 
El momento en sí de la muerte es intratable, irracional, salvaje, violento. ¿Cómo puede ser que la persona que estaba a mi lado, que durante decenas de años me cuidó desde que nací, que me alimentó y me proveyó de todo lo necesario, que me acurrucó en la cama, que me besó, que compartió mil momentos conmigo, con buenas y malas experiencias, con sonrisas y algún momento de enojo, ya no se mueve? ¿Por qué no respira? ¿Por qué no habla? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
En el caso de aquellos que lo han sufrido en sus carnes de manera repentina e inesperada (una enfermedad fulgurante o un accidente de cualquier tipo), supongo que, por lo inesperado, debe ser aún peor.
Cuando acontece, el vacío siguiente que provoca es antinatural. Estás tan habituado a su presencia, que hay algo en el interior que espera que, en cualquier momento, te lo des de bruces. Al entrar en el salón de tu casa. Al caminar por esas calles mil veces transitadas. Al cruzar la esquina. Al entrar en aquella cafetería donde ibas. Al hablar de alguna afición que teníais en común. Al hablar con amigos suyos que todavía viven. Al sentarte en su mismo sillón. Y así en todo momento, lugar y estación del año.
Dicen que no hay nada peor que perder a un hijo. Como no he sido padre, no puedo afirmarlo ni desmentirlo, pero lo creo. De igual manera digo que, salvo dicha circunstancia que desconozco, considero la muerte de un padre como la peor experiencia por la que puede pasar el ser humano. Excepto los que fallecen antes que ellos, todos pasamos por ahí y la padecemos.
Un alma que no se rompe por dicha pérdida y unos ojos que no derraman lágrimas, aunque sea en la soledad, es porque no estaba realmente unida a esa persona ni le concedía el valor que tenía. Aunque cada persona vive el duelo de manera diferente, me resulta incomprensible que alguien pueda permanecer impertérrito en su ser interior.
Ahora bien, si la gestión de dichos sentimientos se hace de manera saludable, el dolor va menguando con el paso del tiempo. Según cada cual, el proceso será más o menos largo.
Esa es una verdad, pero otra igual de clara es que la sensación de que “falta algo”, importantísimo en tu vida, nunca se va. Nunca. Jamás. En cualquier momento vienen recuerdos inesperados. En cualquier momento se presentan en tu mente palabras que escuchaste. En cualquier noche tienes sueños muy reales donde dicha figura interactúa contigo, mezclando fantasía y momentos reales del pasado. Y, al despertar, crees y sientes que has estado con él, por lo que te sientes frustrado, y hasta enojado, por haber despertado. ¡Eras tan feliz en ese sueño!
Por más que lo repita, siempre me quedaré corto: cada ser humano puede expresar su vivencia de millones de formas, que son únicas e intransferibles.
Viéndolo así, y en términos meramente humanos, puede llegar a ser comprensible querer volver a hablar con ellos, pero ya vimos que ni pueden volver ni nosotros debemos intentar contactar. Para una amplia explicación sobre lo que Dios enseña al respecto, leer: “Coco. No, los muertos no se pasean entre nosotros & El peligro de dichas creencias” (2ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/10/coco-no-los-muertos-no-se-pasean-entre.html.

Quedaron asuntos pendientes con tus padres?
Volvamos a Onward: los dos hermanos arrastran una carga en sus corazones, cada uno por razones diferentes. Ian siente la pena de no haber tenido un padre, con todo lo que eso significa, creyendo que esa es la fuente de sus inseguridades y de su carácter taciturno. Por eso, cuando vislumbra la oportunidad de estar con él, hace una lista de todo lo que le gustaría hacer: jugar a atrapar, dar un paseo, hablar de corazón a corazón, reír juntos, una lección de conducir y compartir su vida con él.
Por su parte, Barley termina confesando que tiene un cuarto recuerdo, no siendo precisamente su favorito: cuando el padre estaba enfermo, se suponía que iba a entrar a despedirse de él. Pero estaba conectado a muchos tubos y no se veía como él mismo. Se asustó y no entró. Eso le marcó, hasta el punto de que, como él mismo dice “fue entonces cuando decidí que nunca más iba a volver a tener miedo”. Aun así, se siente culpable por no haberse despedido. Esas últimas palabras y ese adiós quedaron pendientes. Y esa es su razón para querer verlo. A esto volveremos en el segundo artículo.
Lo que muestran es un suceso que es innegable en muchas personas, y que les duele cuando hacen introspección: sienten que hubo algo que quedó incompleto: momentos que no se vivieron o se dejaron de hacer por no concedérsele importancia, palabras de afecto que no se pronunciaron, disculpas que no se llegaron a dar por acciones hirientes, reproches guardados, etc. ¿Qué hacer ante algo así? Como las circunstancias pueden ser muy variadas, trataré de abarcar todas las posibles.

1) si tuviste una relación positiva
Puede que, por tú forma de ser, no le expresaras con palabras el profundo cariño que sentías hacia él. Si ese fuera la situación, ten presente que el amor no se expresa solo con el habla, sino también con acciones. Y ahí seguro que puedes hacer memoria y recapitular decenas y decenas de ellas:

- el día y el momento que compartiste un tiempo de juego.

- el día y el momento que compartiste un momento de risas.

- el día y el momento que hablaste con él de algún tema que le interesaba.

- el día y el momento que os alegrasteis juntos por algún tipo de éxito.

- el día y el momento que estuvisteis juntos en una piscina.

- el día y el momento que fuisteis a comer a un restaurante.

- el día y el momento que le hiciste un regalo o lo recibiste.

- el día y el momento de su cumpleaños o el tuyo.

- el día y el momento en que vuestras miradas fueron cómplices.

Hacer la lista, con sus respectivos detalles, es cosa tuya. Pero, por todo eso y más, tu padre/madre/los dos, sabía que lo amabas. Él sentía tu calor humano como tú el suyo, por lo que no debes llevar sobre ti una losa infundada.

2) si tuviste una relación difícil
Dejando a un lado casos extremos (padres profundamente malvados, asesinos, delincuentes, violentos, infieles, maltratadores, violadores, auténticos monstruos), puesto que eso daría para otro escrito específico, puede que tu relación no fuera fácil por cómo eran y se comportaban, con varios o muchos de estos rasgos:

- carácter agrio.
- falta de control emocional.
- reacciones exageradas a situaciones nimias.
- extremadamente perfeccionista.
- insatisfecho crónico, pesimista, controlador, malhumorado y que se dedicaba a despotricar.
- con dificultades para mostrar verdadera empatía.

No creo que para ningún hijo fuera sencillo tener una afinidad con un progenitor con las características señaladas. Por eso, aun con los fallos que pudiste cometer, intenta quedarte con la parte buena de tu actitud, donde trataste de hacerlo lo mejor posible:

a) las veces que pasaste por alto ciertas faltas.
b) cuando, aun teniendo la oportunidad, no sacaste a colación ni reprochaste cosas que acontecieron en el pasado.
c) cuando no te dejaste arrastrar ante sus emociones negativas o airadas.

Puesto que nos estamos refiriendo a familiares en primer grado que ya no están aquí, me vale con esta historia real: una vez, hace muchos años, conocí a un hermano en la fe, que me describió cómo había sido su padre: no fue un santo precisamente. Con todo, en su lecho de muerte, ese hijo tuvo la oportunidad de decirle que lo perdonaba y que, a pesar de todo, no guardaba nada contra él. Ningún hijo debería pasar por el trauma de tener un progenitor que deja bastante que desear, pero a veces sucede. De ahí el valor de dichas palabras: solo una persona que se deja guiar por Dios es capaz de pronunciarlas. En ese aspecto en concreto, es un ejemplo que, dado el caso, todos deberían seguir.
Dicho esto, si ya partieron de este mundo, por lo que algo así ya no se puede llevar a cabo, las pautas son semejantes: no guardar rencor ni amargura. No se puede vivir así, con esas emociones perniciosas hacia nadie, y menos hacia un difunto, fuera como fuera. Es algo que carcome el alma y te destruye por dentro. No cometas ese error. Por unas u otras razones, su naturaleza caída predominó en ellos y no supieron ser buenos padres. Pero ya está. Ahí debe quedar. Puesto que no eres responsable de sus acciones, nuevamente, esa carga no debes llevarla sobre tus espaldas.
Por último: si fuiste tú el causante de la mala relación, o tuviste al menos parte de la responsabilidad –algo que pocos son capaces de reconocer, al presentarse siempre como víctimas, a causa de sus propios sesgos-, acepta que ya no puedes hacer nada. Es normal que, si es así, sientas pesar, incluso remordimientos, pero no debes caer en la desesperación ni quedarte rumiando. Pídele perdón a Dios, que Él te restaure y sane tus heridas (cf. 1. Jn. 1:9; Lc. 4:18).

Continúa en Onward. ¿Siguen vivos tus padres y te llevas mal con ellos? & El aprendizaje que puede haber detrás (2ª parte) https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/05/onward-siguen-vivos-tus-padres-y-te.html

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