Ideología de género & ¿Respeto?
Lo que sabían hace
miles de años los neandertales –qué era un hombre y qué una mujer-, en pleno
siglo XXI, no se sabe. Preguntas a estudiantes, universitarios y “adultos”, y
muchos no saben qué contestar. “Es una pregunta difícil”, “no sabría decirte
ahora mismo”, “uff, es un tema complejo”. La ciencia, la biología y la lógica
más elemental, han dado paso a la “autopercepción de género”: aunque
externamente alguien sea, a todas luces, un hombre, si dice sentirse mujer, es
que es mujer, y nadie puede llevarle la contraria. Y el que lo haga, se le
considera un reaccionario, lleno de prejuicios, aparte de fascista y de
ultraderecha.
Ya no existen dos
géneros, sino el “género binario”, “no binario”, “agénero”, “bigénero”,
“pangénero”, “género fluido”, “trigénero”, “cisgénero”, “intergénero”,
“poligénero”, “intersexual”, “transgénero”, “transexual”, etc.
Todo esto es lo que
se está enseñando a los niños en las escuelas, desde la más tierna infancia:
“tú puedes ser lo que quieras, según cómo te sientas”. Un caso se puede ver en el programa de educación Skolae, aprobado por el
Gobierno de Navarra (España), basado en el programa de la UNESCO, y del que
hablé en su momento, donde “los niños de 6 a 12 años serán invitados a
identificar las diferentes voces que
habitan dentro de mí, si soy chica, si soy chico, reconocer cómo suenan, qué me
dicen, en qué momentos aparecen y cómo me hacen sentir”[1]. Están volviendo tan
locos a los adolescentes que los casos tratados de disforia de género han
aumentado en España entre un 7000% y un 10.000%, dependiendo de la comunidad
autónoma. Por ejemplo, en Cataluña se pasó de 19 personas en 2012 a 1.454 en
2021. Y esto sucede a nivel mundial. En Reino Unido, el número de solicitudes de niñas y chicas
adolescentes que se habían dirigido a la Clínica Tavistock-Portman a solicitar
una “transición de sexo” se disparó un 4.400% en una década (de 2009-10 a
2019-20)[2]. No se permite a un menor de edad beber alcohol, conducir ni
votar; incluso para ir de excursión tienen que solicitar la autorización
escrita de los padres. Sin embargo, para hormonarse y mutilar sus cuerpos
–completamente sanos-, tienen libertad absoluta (sin el consentimiento paterno
y sin diagnóstico ni seguimiento psicológico), con todo lo que este paso
conlleva: pérdida de los órganos sexuales naturales, infertilidad, aumento en
la probabilidad de padecer distintos tipos de cánceres, incapacidad de amamantar,
etc.). Como señala Celso Arango, psiquiatra, catedrático, Director
del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental, y jefe del Servicio de Psiquiatría del
Niño y del Adolescente del Hospital Gregorio Marañón, “está habiendo un incremento
bestial de adolescentes que asumen ser trans sin serlo”, cuando, anteriormente,
eran “casos excepcionales. [...] Ahora lo que está de moda es que los jóvenes
que tienen algún tipo de trastorno mental como trastornos de la personalidad,
depresiones, autismo, asperger, etc., de repente, de la noche a la mañana,
dicen ‘ya sé lo que me pasa: soy trans y esa es la solución a mis problemas`
[...] ¿Y qué es lo que estamos viendo? Pues que, pasado un año, dos o tres, se
arrepienten y dicen ‘pues resulta que no era esto lo que me pasaba, debe ser
otra cosa, porque sigo igual o estoy peor, incluso’. El problema es que esto es
irreversible. `...] Por cada persona que le viene bien, a cien les viene mal”[3]. Viendo los funestos
resultados, países como Suecia, Finlandia o el propio Reino Unido, están dando
marcha atrás en las leyes de “autodeterminación de género” y ya no las financia
el Sistema Nacional de Salud. Otros muchos, que han implementado dichas leyes
hace poco tiempo, siguen adelante... hasta que se den de bruces con la realidad.
La tragedia vendrá cuando los que se arrepientan tomen conciencia de lo que han
hecho, y ya no habrá marcha atrás para todos aquellos que hayan
“transicionado”.
Además de todo esto,
a los que no apoyamos dicha ideología, nos dicen que, cuando nos presenten a
una persona, debemos preguntarle qué pronombre quieren que usemos para
hablarle. Sandeces como “elle
es mi mejor amigue”, “le estudiante suspendió la asignatura” o “le maestre de
primer curso”, ya están a la orden del día en varios lugares del globo
terráqueo. Hay un cómic muy famoso titulado “Monstress”. En el mismo, se usa
dicho lenguaje exclusivo. ¿Ejemplos? Ahí van unos cuantos: “les monstra”,
“une monstrum”, “les fantasmes”, “vuelvo a estar cansade”, “me siento tan
extrañe”.
Continuamente se
repite la idea de que debemos “respetar”. Pero ni ellos mismos saben qué dicen
cuando emplean dicho término. Al igual que infinidad de palabras tienen
distintos significados (p. ej: “un banco
de peces”, “un banco para sentarse” o
“un banco para guardar el dinero), la
palabra “respeto” también tiene diversas acepciones. Una de ellas es “miramiento, consideración”[4]. Sin duda alguna,
este respeto sí se le debe a cualquier persona, tenga la opinión que tenga,
aunque disienta completamente de la nuestra. Ahora bien, otra acepción del
mismo término es “manifestaciones de
acatamiento que se hacen por cortesía”. Ese respeto (acatar todo aquello en
lo que no estamos de acuerdo) no se le debe a nadie. ¿O es que acaso habría que
respetar al conductor que decide ir en dirección contraria? ¿Y al piloto de
avión que, por voluntad propia, prefiere aterrizar sin usar las ruedas? Sería
absurdo, ¿verdad? Lo triste es que haya
cristianos que, por querer quedar bien con todo el mundo, no se posicionan en
contra de nada, ni aunque vaya en contra de las enseñanzas bíblicas, e incluso
felicitan el pecado de otros, siendo esta otra manera de “acatar” y de
cobardía. No han aprendido nada de Pedro y los apóstoles, que prefirieron que
los azotaran (cf. Hch 5:40), antes que “aceptar voluntariamente una norma o autoridad”, que es
lo que significa acatar.
Si alguien quiere
hablar usando pronombres “novedosos”, ¡que lo haga! Tendré miramiento hacia él.
E igual con todo lo demás: el que quiera fundar una secta que adore a Drácula,
a Odín o a Zeus, ¡que lo haga! El que quiera llenar su casa de ajos y
crucifijos para “protegerse” de esos “draculianos”, ¡que lo haga! Pero, ¿por
qué tendría que “acatar” lo que enseñan los musulmanes, los Testigos de Jehová,
los mormones, los budistas, los ateos, los pro-abortistas, los grupos LGTBI,
los promotores de la ideología de género, de la endogamia o de cualquier otro
postulado? Que no esperen que los apoye. ¡Encima quieren obligarnos a hacerlo!
¿Estamos locos o qué? Si sería fascista que ellos tuvieran que acatar el
cristianismo, ¿por qué no lo es cuando son ellos los que tratan de imponernos
sus ideas, sean las que sean? ¿Es que nadie ha aprendido nada de las dictaduras
ni ha sacado lecciones de la novela 1984, de George Orwell?
Ir en contra de esta “ideología”, sin
base científica alguna, es considerada, por ley en diversos países, un delito
de odio. Ante esto, lo único que puedo decir son las palabras de Cicerón: “Cuanto más cerca está la caída de un imperio, más
locas son sus leyes”.
Como cristiano, también me apena en grado sumo
comprobar cómo parte de la que se hace llamar “iglesia cristiana”, ha caído en
muchas de estas maldades. Personas que se dicen “fieles creyentes”, callan para
no “ofender”. Otros, bajo el
paraguas del “amor”, lo apoyan, vendiéndolo como “deseado por Dios”, y
“bendecido” por Él. Se han olvidado de las palabras dichas por Dios: “conviértanse
ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jer. 15:19).
Como dijo Martin
Luther King: “Una nación se sentencia a sí misma cuando sus gobernantes
legalizan lo malo y prohíben lo bueno, y cuando su iglesia cobardemente se
vuelve cómplice con su silencio”.
Promiscuidad & destrucción de la familia & divorcios & abortos
“Vive
la vida y disfruta de tu juventud”. “Sé salvaje ahora; ya tendrás tiempo de ser
bueno cuando seas mayor”. “Emborráchate
todo lo que quieras”. “Acuéstate con todo el que te guste”. “No te cases ni te
comprometas; sé libre”. “Haz con tu cuerpo lo que te plazca”. “Lo que hagas en
el presente no tendrá repercusiones en el futuro”. “No pasa nada si eres infiel
a tu pareja”. “No hace falta que luches por tu relación; si te enamoras de
otro, ve con él”. “Lo importante es que te autorrealices, no la familia”.
“Hagas lo que hagas, nadie tiene que juzgar tu pasado”. Con otras palabras, estos
son los “eslóganes” que se promocionan en todos los ámbitos, desde la
revolución sexual del siglo pasado, llegando a una virulencia en este 2024
apabullante.
Todo
esto ha traído una sociedad formada por personas inmaduras, y, al mismo tiempo,
mental y moralmente enfermiza. Muchas mujeres no quieren tener hijos “porque
esos les estropearía el tipo”, “porque les robaría el tiempo libre” y “cumplir
sueños”. Así que se compran un perro o un gato, que dan menos problemas. ¿Y qué
hacen si se quedan embarazadas? Muchas, abortan. Se han creído su propia
mentira, y que otros les han vendido, de que un feto es una “cosa”, no un ser
vivo de la especie humana. Y si deciden seguir adelante con el embarazo, muchos
padres deciden no ejercer y se marchan bien lejos. Así tenemos los cuatro
efectos más evidentes:
1)
menos matrimonios. En España, según el propio INE (Instituto Nacional de
Estadística), en el año 2021
tuvieron lugar 148.588 bodas, mientras que en 2012 se habían producido 217.512,
por lo que las cifras han caído en picado, estando en la cola en cuanto a
nupcialidad de la Unión Europea[5]. Frank
Young, tras realizar una investigación en el Reino Unidos, abarcando los
últimos cincuenta años, es bien claro de lo que está sucediendo y acontecerá: “Nuestra investigación sugiere que en 2062 se casará
una pareja por cada 400 adultos en el Reino Unido. Hoy lo hace una de cada 100
adultos, lo que supone un descenso de más del 70% en dos generaciones.
Representa solo 67.000 parejas que se casarán en 2062, frente a las 213.000
parejas que se dieron el sí quiero en 2019”.
2)
más divorcios. En España, el 60% de los matrimonios acaban en divorcio (es
decir, 3 de cada 5)[6], variando la cifra anual
entre los ochenta mil y los cien mil. Algunos dirán que es lógico, teniendo en cuenta que el
divorcio era ilegal en muchos países –incluyendo el mío- hasta hace unas
décadas. Pero el trasfondo es otro: en el presente, pocos son los que se
esfuerzan por mantener fuerte su relación matrimonial. Muchos divorcios se ven venir desde el propio
noviazgo: personas infantiles, malas elecciones, falta de sabiduría, etc. Basta
con fijarse atentamente y es fácil dilucidar cuáles acabarán en ruptura. Otros
se separan porque buscan libertad –o, al menos, la llaman así-, buscan nuevas
emociones, nuevos amores, etc. De este tema ya hablamos ampliamente en “Historia
de un matrimonio: una plaga llamada “divorcio” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/02/historia-de-un-matrimonio-una-plaga.html).
3)
hijos sin uno de los padres. Los
divorcios implican, a su vez, que cientos de miles de hijos se críen sin la
presencia de uno de los progenitores. En 2022, de los padres divorciados con
hijos menores en España, la custodia compartida se otorgó en el 45,5% de los
divorcios, el 50,6% a las madres, un 3,5% a los padres y en un 0,4% a otras
instituciones o familiares[7].
Es decir, que más de la mitad de los hijos de padres divorciados, se están
criando sin uno de sus padres, mayormente sin la parte masculina. ¿Qué, de
entre estos hijos, los hay que crecen sanamente? Sí, pero la evidencia al
respecto muestra que, por norma general, acarrea en ellos una serie de consecuencias,
como tener baja autoestima, sentimientos de culpa, depresión, dificultades para
socializar, miedo al futuro, problemas de conducta (irritabilidad, dificultades
en el sueño, alteraciones en el régimen alimenticio y en general,
intranquilidad), y enfermedades psicosomáticas[8].
4)
destrucción de la familia tradicional. Hoy se le llama familia a todo lo que
podamos imaginar: dos mujeres, dos hombres, un hombre y un transexual, una
mujer y un transexual, un no-binario y un hombre, un género fluido y una mujer,
dos hombres y una mujer, dos mujeres y un hombre, etc. La lista es
interminable.
6)
descenso alarmante de la natalidad[9],
siendo España uno de los más envejecidos del mundo[10]. De los 11,4 millones
de parejas (matrimonios y parejas de hecho), más de 4,4 millones (39,3% del total) lo forman
parejas sin hijos[11].
7)
aumento demencial de las enfermedades de transmisión sexual[12]: “Pese a que se dan más en hombres (65%), llama la atención el
espectacular aumento de casos en mujeres, con un incremento superior al 1.000%,
según datos aportados por Bloom, un observatorio de salud femenina, relativos
al período 2012-2019”[13].
La sífilis y la gonorrea se han extendido como la pólvora.
La explicación a este desastre mundial
Es maravilloso el
mundo que nos está dejando la “extraordinaria” (y lo digo, obviamente, con
sarcasmo) revolución sexual del siglo pasado. Los
monstruos que salieron de la caja de pandora, campan a sus anchas.
¿Se ha llegado al
límite de la corrupción
moral? A menos que la Parusía se produzca en breve, sinceramente, creo que no.
La razón es sencilla de explicar: a menos que despierten y se den cuenta del
pozo sin fondo en el que están, y que el Señor toque, por Su gracia, sus
corazones, en el momento en que los actuales jóvenes crezcan con estas ideas
implementadas ya en su mente y se conviertan en los adultos dominantes de la
sociedad, sabremos qué nuevo nivel de inmoralidad sobrepasarán. Por eso, cuando
un amigo me dijo hace poco que estamos como en los tiempos de Sodoma y Gomorra,
le dije que no, que “estamos mucho peor”.
¿Cuál es la causa de todo este
desmadre? Pablo lo explicó magistralmente en la carta de los romanos. Podríamos
resumirlo todo a unas pocas palabras: “Y como ellos no aprobaron tener en
cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen” (Ro. 1:28). Mientras los
seres humanos sigan ignorando al que los creó, al que les dio la vida, al que
los formó, seguirán teniendo todo tipo de pensamientos perversos y contrarios
al orden que fueron establecidos por el Señor de todo y de todos.
El ser humano, sin
Dios, sigue perdido en el desierto. Se limita a sobredimensionar su propio ego
para sentirse “algo” importante, “algo” querido, “algo” valioso. Cuando se deja
a Dios a un lado, todo cae en saco roto. De ahí que traten de llenar ese vacío,
esa carencia de sentido y propósito, con aficiones, fiestas, sexo, amigos,
aduladores, alcohol, trabajo, dinero, coches, casas, ropa y viajes. Otros lo
hacen buscando reconocimiento y validación en las redes sociales. Al final,
como dijo el Predicador: “vanidad de
vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2).
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