martes, 18 de febrero de 2020

Historia de un matrimonio: Una plaga llamada “divorcio”


Esta es la carta que escribe Charlie sobre lo que le gusta de su esposa Nicole: “Hace que te sientas cómodo hasta con cosas incómodas. Escucha de verdad cuando le hablan. A veces escucha demasiado durante demasiado tiempo. Es una buena ciudadana. Siempre sabe qué hay que hacer en rollos familiares. Yo tengo mis manías, y ella sabe cuándo insistir y cuándo dejarme en paz. Nos corta el pelo. Inexplicablemente, siempre tiene listo un té que no se bebe. Le cuesta guardar calcetines, cerrar armarios y fregar platos, pero lo intenta por mí. Nicole creció en Los Ángeles, entre actores, directores, películas y televisión. Está muy unida a su madre, Sandra, y a Cassie, su hermana. Nicole es genial haciendo regalos. Es una madre que juega con ganas. Nunca se cansa de jugar ni dice que es demasiado. Y seguro que a veces es demasiado. Es muy competitiva. Abre cualquier bote porque tiene mucha fuerza en los brazos, lo cual me parece muy sexi. Siempre tiene la nevera a rebosar. En casa nunca pasamos hambre. Sabe conducir con marchas. Después de la peli ´Todo sobre ella`, podría haber sido una estrella en Los Ángeles, pero se vino a Nueva York conmigo a hacer teatro. Es valiente. Baila de maravilla. Te arrastra. Ojalá yo supiera bailar. Si no sabe algo, lo dice. Si no ha leído un libro o visto una peli o una obra, yo me invento algo, como que fue hace mucho tiempo. Le encanta encontrar la forma de ejecutar mis ocurrencias. Es mi actriz favorita”.

Esta es la carta que escribe Nicole sobre lo que le gusta de su esposo Charlie: “Es imperturbable. Ninguna opinión ajena o contratiempo le impide hacer lo que quiere. Charlie come como si quisiera acabar ya y no hubiera comida suficiente para todos. Estrangula un sándwich mientras lo devora. Pero es muy meticuloso y confío en él para mantener el orden. Ahorra energía. No se mira mucho en el espejo. Llora fácilmente en el cine. Es autosuficiente. Sabe zurcir calcetines, hacerse la cena y planchar camisas. Rara vez se desmoraliza. No como yo. Charlie acepta mis neuras estoicamente. No deja que le afecten ni me hace sentir mal. Viste fenomenal. Nunca va hecho un cuadro, cosa rara en un hombre. Es muy competitivo. Adora ser padre. Le encanta todo lo que debería odiar, como los berrinches o que te despierten. Que le guste tanto resulta casi molesto, pero en general es muy bonito. Se pierde en su mundo. En eso Henry y él son iguales. Te dice que tienes comida en los dientes o en la cara sin hacerte sentir mal. Charlie se hizo a sí mismo. A sus padres solo los vi una vez. Dice que hubo mucho alcohol y algo de violencia en su infancia. Vino a Nueva York desde Indiana sin ninguna garantía. Y ahora es neoyorkino hasta decir basta. Forma una familia con todo el que tenga cerca. Hechizó a la compañía haciendo que todos se sintieran incluidos. Hasta los becarios eran importantes. Se sabía todas las bromas privadas. Es muy organizado y minucioso. Tiene clarísimo lo que quiere. No como yo, que a veces dudo”.

Segundos después de escuchar estas palabras, intercaladas con imágenes de la vida en común de ambos protagonistas que respaldan todo lo dicho, los contemplamos a los dos en la consulta de un psiquiatra que hace de mediador: se van a divorciar. No entendemos nada ya que tras conocer el contenido de dichas cartas llenas de halagos, resulta chocante y contradictorio. Así comienza la película “Historia de un matrimonio”, protagonizada por Scarlett Johansson (Nicole) y Adam Driver (Charlie), y en la cual Laura Dern ha ganado el Oscar a mejor actriz de reparto en su papel de abogada implacable. En ella se nos cuenta la vida de Nicole y Charlie, y sus respectivas vidas como actriz y director. A pesar de que se quieren separar amigablemente por diferencias aparentemente irreconciliables, todo se complica, sacando a relucir un choque de personalidades que remueve la vida de ambos y la de su hijo, Henry, al que sitúan en medio de la ecuación ya que luchan por su custodia.

El divorcio: una trágica puerta abierta de par en par en el matrimonio
Muchos lo dicen en voz alta. Otros lo comentan con sus parejas. Los más recatados guardan silencio pero lo piensan: hoy en día casi todo el mundo entra en el matrimonio sabiendo que la puerta de salida está abierta para cualquiera que desee cruzarla. Fácil y sencillo. No es necesario que los motivos sean dramáticos, que haya maltratos físicos y psicológicos, o que la causa sea por una infidelidad extendida en el tiempo y sin arrepentimiento. Basta con exponerle al cónyuge algunas de estas razones:

- “Ya no estoy enamorado de ti”.
- “La rutina diaria me aburre”.
- “No me siento viva a tu lado”.
- “Necesito liberarme y probar cosas nuevas”.
- “Busco algo que me sorprenda y dejarme llevar”.
- “He conocido a otra persona que me llena más”.
- “No eres como yo creías que eras”.
- “Mis intereses personales han cambiado y tú ya no entras dentro de ellos”.
- “Creíamos tener un proyecto en común y me he dado cuenta de que no es así”.
- “Quiero algo mejor para mí”.
- “Se acabó mi deseo por ti. Ahora lo siento por otro”.
- “Lo mejor para los dos es que tomemos caminos distintos para ser felices”.
- “Tengo sueños que cumplir y contigo a mi lado no podré llevarlos a cabo”.

Basta que uno de los dos quiera acabar con la relación para que así sea. Defienden que es “lo lógico”, “lo coherente”. En la película, es llamativo que Nicole se niegue en rotundo a leer la carta en voz alta para que Charlie pueda escucharla. Su decisión ya estaba tomada y nada le haría cambiar de opinión, ya que eso significaría volver a intentarlo y luchar por la relación. Esta pauta –la de decisiones inalterables- se repite en la vida real hasta la extenuación.
Otros tienen la desfachatez de decir que es Dios quién quiere que se divorcien y se casen con otras personas que “les han tocado el corazón”. Nada de asumir la dejadez propia en la convivencia de pareja y el no haber guardado los propios sentimientos ante terceras personas. Como señala trágicamente Gerardo de Ávila: “La idea de que el matrimonio requiere sacrificio, abnegación y hacer concesiones pertenece a la época de nuestros padres o abuelos, cuando el matrimonio era sagrado y el divorcio se consideraba una tragedia, un estigma en la familia”[1].
Los más atrevidos incluso no tienen problemas en retorcer las Escrituras para que terminen diciendo lo que ellos mismos opinan: “Si usted cree lo que le gusta en los evangelios, y rechaza lo que no le gusta, no es en el evangelio en lo que usted cree, sino en usted mismo” (Agustín de Hipona). Como decía hace unos días el pastor Ángel Bea: “Produce cierta desazón al ver cómo, a veces, desde el llamado pueblo de Dios se les concede más crédito a lo que dicen algunos eruditos (sin que esto signifique menospreciar la erudición), lo que dicen los incrédulos ingeniosos, o lo que dicen los que sufren, desde sus quejas, que a lo que Dios dice en su Palabra. Es como si ante el misterio de aquello que no entendemos o nos cuesta aceptar, optamos por opiniones muy de segunda mano, basadas más en el razonamiento humano que en la revelación divina. Cada cual es libre de optar por lo que crea conveniente, pero frente a las afirmaciones claras de la Palabra de Dios ninguna opinión, declaración o afirmación que la niegue o tuerza, tiene valor alguno”[2].
Las Escrituras no están para cambiarlas o adaptarlas a los nuevos tiempos postmodernistas, donde predomina el liberalismo y el humanismo, sino que están, en primer lugar, para ser creídas, y en segundo lugar, para ser obedecidas” (Leonard Ravenhill). Bien que dejó dicho Jesús: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46).

La raíz de incontables divorcios
El origen de infinidad de divorcios tiene su origen en el mismo noviazgo. Muchos se casaron:

- Siendo inmaduros.
- Sin entender en qué clase de nuevo estado entraban.
- Pensando que los fuegos artificiales del enamoramiento durarían para siempre.
- Obviando que ambos tenían propósitos, proyectos vitales, intereses y deseos  completamente diferentes y sin apenas puntos en común.
- Creyendo que lo que contaba eran “las mariposas en el estómago” producto de aspectos superficiales o secundarios, sin saber que a medio y largo plazo dichos factores perderían todo su efecto y no servirían para sostener una relación estable y de por vida. 
- Dejándose llevar meramente por la belleza externa (las Barbie y los Ken de turno) sin tener en cuenta que esos ojos deslumbrantes escondían una persona sin ninguna riqueza interior, vacía, apática, y sin más intereses que lucir palmito y chismorrear sobre los programa banales y de cotilleo de la televisión.
- Con unas expectativas desmesuradas que el cine de Hollywood les ha hecho creer.
- Por creer en el mito de la media naranja, el cual enseña erróneamente que las personas están incompletas sin otra a su lado, incapaz de distinguir entre los términos “completar” y “complementar”.
- Convencidos de que sus cónyuges tenían que hacerles felices en todos los ámbitos de la vida interna, sin darse cuenta que solo Dios puede llenar todos los recónditos del alma, y no un ser humano, por muy valioso que sea.
- Porque no definieron sus prioridades en cuanto al tipo de persona que deseaban a su lado y, en consecuencia, eligieron erradamente.
- Por la incapacidad de hacerse cargo de sí mismos y de la propia vida, convirtiéndose en individuos emocional y socialmente dependientes que requieren de alguien que cargue con ellos. La clásica persona que no sabe estar consigo mismo a solas sin mirar el wasap 700 veces por minuto y necesita estar colgado de otro.
- Por “urgencias” sexuales fruto de la impaciencia, de la falta de dominio propio y de no haber puesto límites claros durante el noviazgo.
- Por el miedo a quedarse “solos” si no aprovechaban la ocasión que se les presentó, como si la soltería tuviera efectos mortales. Hasta que llega el día en que se dan cuenta que “la soledad en pareja” es terrorífica y huyen de ella.
- Habiéndose hecho una imagen idílica del otro que no se correspondía con la realidad, imaginando que la persona que tenía en frente no era como realmente era sino como le hubiera gustado que fuera.
- Convencidos de que con amor y ya casados lograrían cambiar parte de la  esencia o los aspectos que no le gustaban del carácter del otro.
- Sin haber aprendido pautas para resolver conflictos, cómo comunicar emociones negativas, el trato con los familiares de la pareja, la manera de compaginar la relación con otras actividades personales y las amistades de cada uno. Parafraseando a Denis Sonet en su libro “Triunfar como pareja”, “como no se preparan para el matrimonio, se preparan para el divorcio”.
- Haciendo caso omiso a las señales de alarma que la propia conciencia les gritaba a los cuatro vientos. Visto desde afuera, hay matrimonios que desde el mismo día de la boda se sabe que, tarde o temprano, acabarán en divorcio.
- Ignorando –en el caso de parejas con diferencias de edad abismales- las dificultades que podían darse tarde o temprano.
- Cegados porque se enamoraron de un individuo que no les convenía, con alguna o varias de estas “virtudes”: histriónico, histérico, posesivo, manipulador, narcisista, egocéntrico, egoísta, soberbio, cínico, verbalmente agresivo, malhablado, perverso, violento, etc. En definitiva, alguien en cuyo carácter brillaba por su ausencia la salud emocional. Estas personas no cambian a mejor por el simple hecho de llevar un anillo en el dedo, como si éste fuera mágico.
- Sin arreglar previamente los problemas serios que ya existían durante el noviazgo y que arrastraron al matrimonio, haciéndose más evidentes a posteriori y multiplicándose.
- Sin escuchar las advertencias y los consejos de terceras personas.
- Creyendo que sí o sí los polos opuestos se atraen siempre, cuando ni mucho menos sucede de tal manera entre seres humanos.
- Sin conocer verdaderamente a la pareja y uniéndose en el altar a los pocos meses de conocerse. En algunos pocos casos la jugada sale bien. En la mayoría no. Y siempre es una temeridad, como jugar a la ruleta rusa.
- Uniéndose en yugo desigual, en el caso de que fueran cristianos, y cuando me refiero a cristianos lo hago exclusivamente a “nacidos de nuevo”. ¿Qué algunos, de entre los que no se han separado aún, afirman ser felices? ¿Y qué? Están claramente fuera de la voluntad de Dios, tras desobedecer voluntariamente su mandamiento (cf. 2 Co. 6:14).
- Sin estar mínimamente preparados. Es de una ingenuidad suprema esa afirmación que hacen muchos cristianos: “Si una relación viene de parte de Dios, todo será coser y cantar en el matrimonio”. Sería así si ambos fueran clones, perfectos y sin una naturaleza caída morando en su interior. Pero como no lo son...

Muchos olvidan que en el matrimonio solo se recogen los frutos que se han sembrado durante el noviazgo. Si había frutos podridos y se les ha permitido crecer, eso se cosechará inevitablemente. Y claro, al final pasa lo que pasa: “Toc toc”. “¿Quien es?”. “El divorcio”. Muchos se esfuerzan tanto en buscar una persona para contraer matrimonio, que terminan por no tener en cuenta ninguno de los aspectos citados, hasta que ya están casados y se dan cuenta del problema que ellos mismos se han buscado. De ahí el contraste de este proverbio chino: “El matrimonio es como una fortaleza sitiada; los que están fuera quieren entrar a toda costa, y a los que están adentro les encantaría muchísimo salir de ella”.

La terrible realidad
Ni las escuelas, ni los padres ni nadie suele ofrecer “materias” sobre estos puntos vitales que he reseñado y que evitaría caer en infinidad de errores. La educación y la información –más bien la mala educación y la desinformación- proviene de las películas, de las series, de las telenovelas, del porno, de las revistas liberales, de los videoclips, de los anuncios publicitarios, de las redes sociales y de la propia experiencia, no exenta de incontables “meteduras de pata”. Por eso tenemos ya instalada en nuestra sociedad la hipersexualización de las niñas con edades comprendidas entre los 11 y los 17 años, siendo todavía menores de edad. Es lo que han aprendido de los mayores y de la cultura que las envuelve. Se limitan a imitar los roles, los comportamientos y los valores de los “adultos”.
Una muestra muy reciente de la bajeza moral que anida alrededor es la constatación de que millones de españoles han estado pegados al televisor contemplando ese show televisivo llamado “La isla de las tentaciones”. Más de 3 millones de espectadores y el 26,9% de la cuota de pantalla, de los cuales un 38,7% son personas de 16 a 34 años[3]. Y lo que es peor: ¡lo han visto el 28,6% de los niños con edades comprendidas entre 4 y 12 años, acompañados incluso de sus familiares, sumando una media de 84.000 menores![4] Qué gran educación están recibiendo por parte de sus padres, ¿verdad? Nada de seguir el mandamiento bíblico: “Instruye al niño en su camino y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). A estos padres sí que habría que ponerles un pin parental.
Como señala el pedagogo y filósofo José Antonio Marina, es “un síntoma y una actitud que refleja hacia donde va la sociedad”[5]. Por eso no es de extrañar que estos mismos jóvenes comiencen a tener relaciones sexuales cuando apenas han despertado a la pubertad, que lleven a cabo prácticas peligrosas para la salud y que, voluntariamente, se exhiban en las redes sociales y en plena calle. Corrompidos desde la propia adolescencia. Muchos, en unos años, podrán por obra la infidelidad y el adulterio cuando se casen, si es que lo hacen. P.D James, autora de la célebre novela “Hijos de los hombres” dijo que “si desde la infancia tratamos a los niños como dioses, nos exponemos a que en la edad adulta se comporten como diablos”. El problema aquí es mayor: puesto que los estamos educando como “demonios”, habrá que inventar un nuevo término para describir cómo serán de adultos.
Esto es solo un ejemplo que refleja lo que anida en el corazón de muchos españoles. Los datos están ahí: “Los españoles son los europeos más tolerantes con las relaciones fuera de pareja, como asegura el Estudio Europeo de Valores 2019 de la Fundación BBVA. Una mayoría (55%) desaprueba la infidelidad, un 42% la ve ´aceptable`, el mayor porcentaje de los países europeos analizados en este estudio”[6].
En un mundo normal, tal degradación ni se contemplaría. La sola idea de llevar a cabo un show de este tipo provocaría arcadas en el alma. Y cada año que transcurre se desciende a niveles más bajos en términos morales y parece que no hay un fondo ante tanta negrura. Pensar, reflexionar, valorar, ser sabios y guardar el corazón como una joya, mejor no.
Luego lo vemos reflejado en forma de chicos y chicas, hombres y mujeres adultas, que:

- No saben tratar al sexo opuesto.
- No saben tener relaciones sanas basadas en el respeto y la confianza, sino en los celos patológicos y en un sentido de posesión absoluta de la pareja.
- Son completamente inmaduros para sacar adelante un proyecto de vida en común.
- Pasan por múltiples relaciones sentimentales, muchas de ellas tóxicas, enfermizas y de codependencia.

Esto conduce a infinidad de divorcios en todo el planeta, a incontables familias desestructuadas, a la promiscuidad, a corazones destrozados, a desilusiones, a desengaños, a tristezas y depresiones, a inestabilidad emocional y psicológica, a embarazos no deseados, y un sinfín de efectos más. El divorcio es solo una consecuencia más de todo lo que se promueve en este caldo de cultivo podrido. Otros muchos, por razones que aquí no toca analizar, no se divorcian, pero sus vidas matrimoniales son rutinarias, pobrísimas, tristes y con abundantes dosis de frialdad e indiferencia mutua.

Lo anormal se convierte en normal
Lo terrible de la película “Historia de un matrimonio” es que muestra el mundo tal y como es, presentando el divorcio –más allá de los problemas para alcanzar un acuerdo entre los abogados por la custodia del hijo y que solo buscaban cizaña para lograr sus propios fines usando sus respectivos discursos “feministas” y “machistas”- como algo perfectamente normal: se firma un papel y se acaba con todo. Un mero trámite cotidiano.
En el largometraje, ella argumenta que ha cambiado y tiene planes que no pueden esperar más, mientras él sigue absorto en su trabajo, al igual que lo estaba cuando ella decidió casarse con él, por lo que no entiende que ya no quiera estar a su lado.
Nicole razonaba diciendo que se había “perdido” en él y quería un rumbo diferente: “Al pensar en estar casada contigo, no me reconozco”. Por su parte, Charlie trataba de refutarla: “Ambos sabemos que tú elegiste esta vida. ¡La querías hasta que ya no!”, añadiendo que él siempre fue el mismo, siempre actuó igual con ella y no cambió su forma de ser, por lo que no le entraba en la cabeza que su esposa le echara esas cuestiones a la cara. A él le resulta incoherente y así se lo hace ver: “Eras feliz. Pero ahora has decidido que no lo eras. [...] Ahora vuelves atrás. A antes de conocerme”. Por eso en la mente de Charlie encaja como anillo al dedo la letra una de las estrofas de esa canción de Fito & Fitipaldis titulada “Catorce vida son dos gatos”: “¡Oh! Pobre corazón, que no sabe que decir si te vas por lo que soy o por lo que nunca fui. Por su parte, ella replica de nuevo, acusándolo de egoísta. Como previamente le había dicho a su abogada, Nicole quería ser la estrella de la función, no una más dentro de una película donde el importante fuera el director. Se sentía insignificante puesto que él no le pedía su opinión para nada, ni siquiera sobre qué casa comprar. Según ella, Charlie no se interesaba por sus deseos, solo en su propio trabajo, en su profesión, en su propia carrera y en la compañía de teatro, que era lo que le hacía feliz y le parecía genial. Como ella misma llega a afirmar: “(él) no me veía como algo separado de sí mismo”.

Nos decantemos por uno u otro –aunque pienso que siendo completamente objetivos no podemos alinearnos al 100%-, los dos tenían “razones humanas” para separarse y, a la vez, ninguna, ya que todo tenía arreglo.

¿Qué siente Dios ante el divorcio?
Hablando este pasado verano con multitud de compañeros de trabajo, descubrí que la inmensa mayoría eran divorciados, y si no lo eran ellos porque aún no se habían casado, lo eran sus padres. Tremebundo.
La realidad es que eso del pacto sagrado ante Dios –repito: PACTO SAGRADO ANTE DIOS-, y del matrimonio “para toda la vida” o “hasta que la muerte nos separe” ha quedado completamente en desuso en nuestra sociedad moderna, incluso entre un sector del cristianismo. La misma Scarlett Johansson se ha divorciado ya dos veces. El adulterio, la infidelidad, la traición, la falta de remordimientos por el mal causado, el egoísmo, el vicio, el “aquí te pillo, aquí te mato”, el sexo prematrimonial, el pasar de una pareja a otra cada poco tiempo o las llamadas “relaciones abiertas”, están a la orden del día. Y lo más grave: se vende como parte del “progresismo” y de la “liberación” de los conceptos judeo-cristianos sobre la ética y la moral.
Entre inconversos es algo lógico ya que su moral es líquida y no se mueve por principios eternos e inconmovibles, pero entre creyentes es atroz y extremadamente triste. Algunos cristianos hasta suben imágenes y vídeos de “memes” a las redes sociales cuando se divorcian, como si fuera algo sobre lo que bromear. Todos omiten voluntariamente las palabras de Jesús: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mr. 10:9) y ninguno de ellos quiere saber lo que Él siente al respecto, que aborrece el divorcio (cf. Mal. 2:16).
Al que no se le remueven las entrañas ante la ruptura de matrimonios ajenos, y llega hasta considerarlo “normal”, es porque no es ni mínimamente consciente de cuán sagrado es para Dios dicha institución, ni tiene una visión Teocéntrica de la misma. Sin ser Él, siento literalmente náuseas cuando me entero de una separación entre creyentes, así que a una escala ínfima comparada a la Suya, puedo entenderle. Me hiere la sensibilidad cuando algún hermano señala que no deberíamos escandalizarnos porque dos cristianos se divorcien, bajo el argumento de que quizá se casaron sin estar seguros de que eran “el uno para el otro” y que “Dios no quiere que vivan amargados”.
Si Dios abomina el divorcio, ¿cómo podemos no escandalizarnos cuando se produce, y más cuando no hay razones bíblicas para la ruptura? Como apunta John Stott: “Mientras más alto es nuestro concepto del propósito original de Dios para el matrimonio y la familia, más devastadora es la experiencia del divorcio. El rompimiento de un matrimonio siempre es una tragedia. Contradice la voluntad de Dios, frustra su propósito, produce en el esposo y en la esposa un dolor agudo de alienación, desilusión, recriminación y culpa”[7].

Continuará en El matrimonio no es igual a vivir con un compañero de piso.

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