sábado, 10 de abril de 2021

9. ¿Es posible ser cristiano y estar a favor del aborto?

A lo largo de esta serie de artículos hemos visto, entre otras cuestiones, que:

1) Un feto es un ser humano desde el mismo momento de su concepción, como la ciencia demuestra de forma irrebatible.
2) El aborto voluntario no es un acto de libertad, sino un asesinato.
3) La mujer no es libre para decidir si aborta puesto que no decide sobre su cuerpo sino sobre el del otro.
4) El feto tiene derecho a vivir sin que nadie se lo pueda impedir.

Las evidencias que he mostrado se han basado en la biología, los datos médicos y registros oficiales, y no en creencias religiosas. Por eso es entendible que existan infinidad de “ateas provida”, como Lupe Batallán –a la que ya cité-, y, por el contrario, es irracional que haya “católicas proabortistas”.
Solo nos queda hacernos la última gran pregunta, la del encabezado: ¿es posible ser cristiano y estar a favor del aborto? Leyendo de nuevo los cuatro puntos citados, la respuesta es obvia: no.
Ahora bien, vamos a profundizar en dicha aseveración, empezando por citar las palabras de la feminista Mar Grandal (que no es la de la foto), presidenta de “Católicas por el Derecho a Decidir”: “Defendemos la libertad de conciencia, un argumento de la tradición católica que apunta que la conciencia es el reducto más interno, donde está Dios. Por tanto, si una mujer, teniendo en cuenta esa libertad de conciencia, decide abortar ¿quién es nadie para juzgarla? Católica o no, debe ser libre para decidir. Nadie puede violar esa conciencia. Yo no creo en un Dios juzgador, sino en un Dios misericordioso, amoroso, que comprende la situación de cada mujer. Ni siquiera Jesús culpabilizó ni juzgó a las mujeres”[1].
Habiendo sido esta señora estudiante de Teología, se ha formado un “dios” a su medida –que es lo que suelen hacer infinidad de personas-, pero no conoce al Dios que revela la Biblia. La señora Grandal, quizá –solo ella lo sabe-, estaba pensando en el pasaje de la mujer sorprendida en adulterio para señalar que ella no cree en un Dios que juzga y sí en uno misericordioso. Lo que ella omite –voluntariamente o por pura ignorancia- es que Dios es ambas cosas, como se muestra desde el libro de Génesis hasta el de Apocalipsis. En el caso de la mujer adúltera, Jesús mostró misericordia al perdonarla y no apedrearla, que es lo que mandaba la ley. ¿Pero qué más le dijo?: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn. 8:11). Si aquella mujer no hubiera pecado, Jesús no le habría dicho “no peques más”. ¡Claro que la estaba culpando!
Este caso particular puede aplicarse exactamente igual ante cuaquier pecado, sea el que sea. En el que nos atañe, abortar es matar, y matar va en contra de la ley de Dios. Que Dios no “juzgue” en el momento una mala acción no significa que no lo vaya a hacer cuando la persona esté en Su presencia. Por eso Jesús, antes de que fuera demasiado tarde, dijo tajantemente: “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:3). El mensaje de misericordia de Cristo para cualquier mujer que ya haya abortado no varía: “Arrepiéntete y no peques más”.
Si Mar Grandal no ha entendido la razón por la cual Jesús murió voluntariamente en la cruz, es que no sabe qué es el cristianismo.
Para refutar sus falacias, añado la explicación sencilla pero contundente que ofrece el médico cristiano Pedro Tarquis: “... les presento una palabra griega que es clave: bréfos. Pues bien, en el Evangelio de Lucas 1:41 y 44 expone que el ´bréfos` de Isabel (el embrión de Juan el Bautista) saltó de alegría en su vientre al oír el saludo de María (prima de Isabel) que la visitaba después de la anunciación. El primer ser humano que ´reconoció` al Mesías recién concebido fue un embrión. Lucas no era sólo médico, sino que usaba un lenguaje muy riguroso y exacto, enormemente preciso. Por eso es importante que también trata como ´bréfos` al niño recién nacido (Lc. 2:12,16). Y usa el mismo término para los niños que traían a Jesús (Lc. 18:15) para que les bendijera. No hay distinción en el uso del término griego del Evangelio de Lucas que diferencie al ser humano en el vientre de la madre del ya nacido. Así pues, Lucas aplica el mismo concepto, con continuidad, al ser que existe desde antes de nacer hasta la adolescencia, momento en que se consideraba que ya conocía las escrituras y por tanto termina su edad de inocencia”[2].
“Aborto” y “cristianismo” no pueden ir en la misma afirmación. “Cristianos” y “derecho a decidir”, tampoco. Las palabras de Mar son completamente incongruentes con las enseñanzas de Jesús, al que tanto cita. Defiende la libertad de conciencia como si ésta fuera la última palabra. Sin embargo, Dios mismo nos avisa del peligro de la conciencia y de lo poco fiable que resulta: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10). Lo que Grandal defiende sobre la libertad de conciencia es puro relativismo moral: “Si yo siento que no está mal, es que no está mal; si yo siento que está bien, es que está bien. Así lo siento de parte de Dios”. ¡Menudo error tremebundo!
Por otro lado, toma de Jesús lo que le conviene y se olvida de otras verdades. Él no estuvo en contra de “juzgar”, sino de hacerlo “según las apariencias” (Jn. 7:24). Por eso señaló que lo hiciéramos con justo juicio.  ¿Qué no cree en un Dios que juzga? ¿Entonces por qué Jesús habló “multitud de veces” sobre el juicio venidero? Sí, Dios es misericordioso, pero ¿qué Él no juzga? ¿No dice en Apocalipsis 20:12 que Dios juzgará a cada ser humano, hombre y mujer, sin distinción? Bien dijo Jesús que, antes del fin, “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mt. 24:12).
Como el padre del hijo pródigo, Dios espera que todo el mundo proceda al arrepentimiento –incluyendo a los proabortistas, a las que han abortado y a los médicos y enfermeros que han llevado a cabo tal procedimiento-, pero esto depende de las personas, de que digan: Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc. 15:17-18). Será entonces cuando el padre los reciba con los brazos abiertos: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (Lc. 15:20-24). ¡Esa es la misercordia de Dios, que sigue disponible para el que la desee!

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