lunes, 5 de abril de 2021

4. ¿La mujer embarazada debe tener pleno derecho a decidir si aborta? ¿Los antiabortistas somos antiderechos?

 

(Ilustración de Luis Quiles)

 

Una de las acusaciones más habituales que nos hacen a los antiabortistas es que vamos en contra de los derechos de las mujeres. Y esto no es verdad por la razón que aquí expongo de manera muy clara y sencilla.
Ellos hablan de los derechos de la gestante pero omiten los del gestado, de ese nuevo ser vivo. Desde el momento en que ese nuevo ser surge en el interior de una mujer, los derechos de ella para decidir si vive o muere desaparecen: está en su cuerpo pero no es su cuerpo. Por eso no existe esa premisa de la que parten de la “decisión personal”. Buscar la interrupción “forzosa” del embarazo es antinatural. Y digo “forzosa” y no “voluntaria” (como dicen ellos) porque para el ser gestante es completamente forzosa, anulando por completo su derecho a vivir.
Además, considerar “interrupción” al aborto es un eufemismo malicioso. Si yo estoy hablando contigo y me tengo que levantar porque me llaman por teléfono, nuestra conversación queda “interrumpida”, pero cuando termino de hablar por teléfono “reanudamos” nuestra conversación. Por el contrario, cuando “interrumpimos” el embarazo no lo “reanudamos” más adelante. Lo que de forma dantesca la sociedad se ha encargado de denominar “interrupción voluntaria del embarazo” es realmente “terminación violenta del gestado”.
Ya vimos en el anterior escrito, usando la biología más elemental, que, los que hoy en día son hombres y mujeres, lo son desde el mismo momento en que fueron concebidos. Para no repetirme sobre el tema, cito solo la idea expuesta por el médico interista Pedro Tarquis y que concuerda con todo lo que analizamos: la ciencia admite que el “DNI genético” de cada ser humano comienza en la concepción y ya es su identidad hasta la muerte. “Por ello es artificial querer poner un momento en que el embrión es ser humano, ya que hay una continuidad inalterable. En este sentido, el aborto provocado es siempre acabar con una vida humana”[1]. El aborto no es un asesinato porque lo diga una ética religiosa determinada, sino porque atenta contra el mismo orden natural de la vida.
Ante esta verdad científica irrefutable, la pregunta, que en un mundo normal no debería ni plantearse por lo absurda que resulta, es la siguiente: ¿Qué sería de aquellos –principalmente mujeres-, que gritan desaforadamente pidiendo acabar con el embarazo, si sus madres hubieran abortado? Tan sencillo que no estarían vivas en este preciso instante. Los Paco, Antonio, Laura, Irene y compañía que están a favor del aborto, ¿habrían votado a favor de que las abortaran? ¿La mayoría habría puesto en la papeleta un “sí”? ¡Ninguno de ellos estaría vivo! Por eso es tan chocante que las ideas abortistas provengan precisamente de estas personas. Y nada de esto tiene que ver con la famosa cantinela que proclaman donde le echan la culpa al heteropatriarcado, al cristianismo, a la iglesia tal o cual, o al machismo opresor enemigo de las mujeres.
Según la idea que tratan de vender, afirman que “cualquier mujer, tenga la edad que tenga –y esto incluye a las menores de edad- deben estar amparadas ante la ley y su derecho a decidir. Además, un error no tiene que destrozarles la vida”. Hablan de “libertad” de elegir, pero no le conceden dicha libertad al nuevo ser. Él no vota, no elige cuando su madre decide extraerlo de su interior ni se le permite decir que quiere desarrollarse para sentir los abrazos, los besos y los mimos de su madre.
Se ha retorcido tanto la realidad –hasta niveles execrables- que se presentó en las tertulias de televisión como víctima de las leyes a una menor embarazada de 16 años porque no la dejaron abortar, ya que la ley actual requiere el permiso de sus progenitores. ¿Cuál fue el resultado? Que el padre decidió tirar a su bebé a un río nada más nacer tras meterlo en una maleta, bajo el argumento de que “no lo querían; era no deseado”[2]. ¿Quién fue la víctima, los padres o la criatura asesinada? Sobra la respuesta.
El informe de “interrupciones voluntarias del embarazo” (IVE) del Ministerio de Sanidad de 2019[3], revela que 341 menores de 15 años abortaron y 10.038 con edades comprendidas entre los 15 y los 19 años. Más del 10% del total. Es atroz. Permitiéndoles abortar a estas edades, la sociedad les está enseñando que son suficientemente mayores y libres para tener relaciones sexuales –sean entre “habituales” o entre “esporádicos o desconocidos de una noche”- pero no para asumir las consecuencias de sus actos si estos acaban en un embarazo: “No te preocupes de lo que hagas, luego podrás eludir tu responsabilidad”. Dicho con sarcasmo, esta es la madurez y la libertad que se le está inculcando a los más jóvenes. El culpable se libra; el inocente paga. Derechos para todo, incluso para acabar con una vida que ya es presente, en lugar de pensar en cuidarla y protegerla con todas las fuerzas.

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