lunes, 30 de septiembre de 2019

2. ¿Qué tiene que decir el cristianismo sobre los deseos de la biotecnología de rediseñar al ser humano?



Cuando pongamos todos los interesantísimos datos que ofrecimos en el primer artículo –y que cualquier persona con un mínimo de interés por aprender debería conocer-, y situemos la realidad bajo la perspectiva correcta, experimentaremos un sentido de la maravilla extraordinario e indescriptible. Para esto, tenemos que hacernos una serie de preguntas.

¿Rediseñar el cuerpo humano?
Con todo lo reseñado hasta ahora y esa información sobre la mesa, quiero dejar muy claro que no estoy haciendo una apología sobre el rediseño humano (mejorar nuestras capacidades físicas e intelectuales, convirtiéndonos en una especie de super-hombre), cuya idea sí defienden algunos científicos evolucionistas que piensan que venimos del mono y, evidentemente, ateos que no creen que haya un “Diseñador” detrás, y que hacen este tipo de afirmaciones: “No tenemos que aceptar las limitaciones de nuestros cuerpos creados. Al entender el mecanismo molecular y biológico del cual están construidos nuestros cuerpos, podemos aprender cómo manipularlo y mejorarlo. El sueño antiguo de la tecnología de controlar y mejorar la naturaleza que tiene su origen en la Ilustración, se puede extender ahora al mismo diseño del cuerpo humano. Nuestros cuerpos se pueden estimar como materia prima, con el potencial para modificarse o mejorarse de acuerdo con nuestros deseos. Si el cuerpo humano se viera como el producto de fuerzas ciegas y al azar durante millones de años de evolución, entonces, ¿por qué vacilamos en el uso de nuestra inteligencia evolucionada para mejorar el diseño?[1].
Raymond Kurzweil –científico especializado en Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, aparte de asesor tecnológico del Gobierno de EEUU y director de ingeniería en Google- va en la misma línea: “Yo y muchos otros científicos creemos que en 20 años tendremos los medios para reprogramar nuestros cuerpos, frenar en principio el envejecimiento, y revertir el mismo después. Gracias a la nanotecnología podremos vivir para siempre. En última instancia, los nanobots sustituirán a las células de la sangre y harán su trabajo con una eficacia miles de veces mayor. Dentro de 25 años seremos capaces de hacer un sprint olímpico durante 15 minutos sin respirar, o bucear durante cuatro horas sin bombona de oxígeno. Los problemas cardíacos serán resueltos fácilmente, la biónica reconstruirá corazones sanos. La nanotecnología extenderá nuestras capacidades mentales a tal grado que seremos capaces de escribir libros en cuestión de minutos”[2].

¿Rehacer o corregir lo defectuoso?
Hacer esto significaría manipular el diseño original con el que Dios nos creó. Por eso tampoco estoy de acuerdo con la “fabricación” de bebés a gusto del consumidor (en este caso, los padres), donde se manipulen embriones para elegir el sexo, el color de ojos y de piel, la altura, etc.
Esta idea se desarrolla en la sensacional película Gattaca, la cual tuvo un grado de anticipación impresionante ya que se filmó en el año 1997.

En ella observamos un mundo dividido entre dos clases de personas:

- Los seres humanos nacidos mediante manipulación genética, y que son física y mentalmente perfectos.
- Los seres humanos nacidos por el método natural y fruto del amor, a los que se les llama “hijos de Dios”, pero que no son genéticamente perfectos. Por eso el largometraje comienza confrontando dos citas:

1) Una bíblica: “Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció?” (Ecl. 7:13).
2) Otra humanista, expresada por Willard Gaylin (Profesor Clínico de Psiquiatría en el Colegio de Médicos y Cirujanos de Columbia): “No solo creo que podamos alterar la madre naturaleza, creo que ella lo quiere así”.

Ante lo reseñado, y como cristianos, ¿qué deberíamos hacer y qué no? Que responda a esta pregunta nuevamente un verdadero experto –ya que yo no lo soy-, como es John Wyatt, presidente del grupo de Estudios Éticos de la Asociación Médica Cristiana del Reino Unido, profesor de pediatría neonatal y neonatólogo consultante en University College de Londres:

“Si tomamos en serio las doctrinas bíblicas de la Encarnación y Resurrección, necesitamos concluir que la estructura física de nuestro cuerpo humano no es algo de lo que estamos libres para cambiar sin antes pensarlo con cuidado. Sin embargo, necesitamos tomar en serio la realidad de la maldad en el mundo de Dios, los efectos amplios de la caída que distorsionan y lo dañan todo. La obra maestra original, creada con tanto amor y que demuestra la mano artística de Dios está dañada, desfigurada, contaminada, envejecida. El barniz está rallado y amarillento. [...] El reflejo del carácter de Dios está distorsionado y en parte oscurecido. Pero a través de la imperfección todavía vemos el esquema de la obra maestra. [...] Si vemos al ser humano como una obra maestra dañada, entonces nuestra responsabilidad es preservarla y restaurarla. Estamos llamados a proteger las obras maestras de más daño, y tratar de restaurarlas de acuerdo al plan original del artista. [...] Estamos llamados a usar la tecnología para preservar y proteger el diseño presente en la estructura del cuerpo humano. [...] No somos libres para mejorar el diseño fundamental de nuestra humanidad. Con la perspectiva de la medicina como una restauración de arte, ¿qué clase de biotecnología es apropiada para ´la obra maestra dañada`? Es mi punto de vista que el uso de tecnología, tal como la manipulación genética o la terapia de células madre, la cual tiene la intención de restaurar, recrear una cadena dañada de ADN o reemplazar un tejido dañado por uno normal, parece coherente con la práctica ética. El objetivo es preservar y restaurar el diseño artístico original. No me parece que haya una diferencia fundamental entre proveer una hormona artificial tiroidea para un paciente con hipotiroidismo congénito o reemplazar un segmento del ADN, para que el paciente pueda sintetizar su propia hormona tiroidea. Ambas acciones tienen como meta preservar el diseño original. De la misma forma, se puede considerar como restaurativo el uso de la fecundación in vitro para permitir que la pareja engendré un bebé que sea genéticamente de ellos. Sin embargo, me parece que la terapia que se intenta mejorar, con la meta de producir bebés que tengan extremidades más fuertes, mejor crecimiento y cerebro más hábil, está pasando los límites de la responsabilidad humana”[3].
Como dijo Aristóteles: “la virtud está en el término medio”. ¿Restaurar? Sí. ¿Llegar al extremo de rehacer? No.

Algunas líneas difusas
Aclarado este punto central, es necesario decir que, en ocasiones, la línea que separa el “rediseño” de la “corrección” no siempre es clara, y de ahí el debate ético entre científicos y médicos, incluyendo por supuesto a los cristianos.
El mismo aspecto del rejuvenecimiento celular es complejo: ¿es mejorar o restaurar un defecto? Nuevamente John Wyatt habla al respecto: “La diferencia entre terapia restaurativa y terapia fortalecedora no está siempre clara. ¿Qué acerca de la terapia del gene la cual intenta mejorar la resistencia a enfermedades contagiosas como el SIDA? ¿Qué acerca de la reparación del mecanismo celular en la cual se prolonga el nivel de vida de 120 años a 150 años? ¿Qué acerca de la medicina psico-activa que mejora la concentración, el nivel de vigilancia o la memoria por encima de los niveles normales? ¿Debemos considerar estas como terapias restaurativas del diseño original o terapias fortalecedoras que cambian fundamentalmente el orden creado? La nueva biotecnología nos está forzando a pensar mas profundamente en el orden natural de la creación. ¿Qué significa ser humano? ¿Cuáles son las limitaciones impuestas por la estructura física y el orden moral de la creación?”[4].

Este es un debate que irá en aumento conforme se vayan materializando algunas de estas opciones, pero, en líneas generales, la conclusión es bastante clara: “En la restauración ética del arte, la intención del artista original debe ser la norma”[5].

Continuará en ¿Logrará la biotecnología que seamos inmortales?



[1] Stott, John. Oportunidades y retos personales. Vida. Pág. 172-173.
[3] Stott, John. Oportunidades y retos personales. Vida. Pág. 187-189.
[4] Ibid. Pág. 190.
[5] Ibid.

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