miércoles, 31 de mayo de 2017

¿Puede volver a Dios un “cristiano” que ha negado a Cristo con sus palabras o sus obras?


Tomando como punto de partida la película Silencio, vimos en la primera parte qué significa realmente apostatar y las maneras en que suele darse. También señalamos las diferencias entre el calvinismo y el arrianismo al respecto, donde llegamos a un punto intermedio. Y, finalmente, analizamos cómo la iglesia primitiva trató a los llamados “lapsi”, que eran creyentes que habían renegado de Cristo cuando comenzó la persecución del Imperio Romano contra ellos.
Lo que nos tenemos que preguntar a continuación son los peligros del endurecimiento del corazón, si se puede retornar al camino de Cristo el que lo ha negado con sus palabras o sus obras. Por último, veremos qué tiene que hacer el que quiere volver. Si es tu caso o conoces a alguien, te insto encarecidamente a que leas las siguientes líneas. Hay mucho en juego.

¿Sin retorno?
Hay un pasaje en la carta a los hebreos que parece dar a entender que aquella persona que nació de nuevo recibiendo el Espíritu Santo pero se apartó de Dios no puede arrepentirse: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada” (He. 6:4-8).
La visión de los arminianos sobre este pasaje la vemos reflejado en la novela clásica El peregrino, de Juan Bunyan. En ella, el autor describe a un personaje que había sido cristiano, al que se le considera un “renegado” y cuyo nombre es “Enjaulado”. Esta es la conversación que mantiene con el protagonista “Cristiano”:

-C: “¿Quién eres tú?”.
-E: “¡Ah! En otro tiempo hice profesión de cristiano, y prosperaba y florecía a mis propios ojos y a los ojos de los demás. Me creía destinado a la ciudad celestial, y esta idea me llenaba de grande regocijo. Pero ahora soy una criatura de desesperación; encerrado en esta jaula de hierro, no puedo salir, ¡ay de mí!, no puedo salir”.
-C: “Pero, ¿cómo has llegado a este estado tan miserable?”.
-E: “Dejé de velar y de ser sobrio, solté la rienda a mis pasiones, pequé contra lo que clara y expresamente manda la Palabra y bondad del Señor; entristecí al Espíritu Santo, y éste se me ha retirado; tenté al diablo, y vino a mí; provoqué la ira de Dios, y el Señor me ha abandonado; mi corazón se ha endurecido de tal manera, que ya no puedo arrepentirme”.
-C: “¿Pero no hay remedio ni esperanza para ti?, ¿habrás de estar encerrado siempre en esa férrea jaula de desesperación?”.
-E: “He perdido toda esperanza. He crucificado de nuevo en mi mismo al Hijo de Dios, he aborrecido su persona (Lc. 19:14), he despreciado su justicia, he profanado su sangre, he ultrajado al Espíritu de gracia (He. 10:28-29); he aquí porque me considero destituido de toda esperanza, y no me restan sino las amenazas terribles de un juicio cierto y seguro, y la perspectiva de un fuego abrasador, de cuyas llamas he de ser pasto. A este estado me han traído mis pasiones, los placeres e intereses mundanos, en cuyo goce me prometí en otro tiempo muchos deleites, pero que ahora me atormentan y me corroen como un gusano de fuego”.
-C: “Pero, ¿no puedes aún al presente volverte a Dios y arrepentirte?”.
-E: “Dios me ha negado el arrepentimiento; en su Palabra no encuentro ya estímulo para creer; es el mismo Dios el que me ha encerrado en esta jaula, y todos los hombres del mundo juntos no me podrán sacar de ella. ¡Oh, eternidad, eternidad! ¿Cómo podré yo luchar con la miseria que me espera en la eternidad?”.
- Intérprete (una persona que aconseja a “Cristiano”): “Cristiano, nunca eches en olvido la miseria de este hombre; sírvate siempre de escarmiento y de aviso”.
-C: “¡Terrible es esto! Concédame el Señor su auxilio para velar y ser sobrio, y pedirle que no permita el Señor que yo llegue algún día a ser presa de tamaña miseria”.

¿Es correcta la interpretación que hacen los arminianos del pasaje de Hebreos? ¿Eran verdaderos creyentes aquéllos que se apartaron? Ante ambas preguntas se puede defender tanto el como el no. ¿Tenían o no el Espíritu Santo aquellos que se apartaron? ¿Si el rey David le pidió al Señor que no apartara de él su Santo Espíritu fue porque era la norma ante el pecado o un caso excepcional del Antiguo Pacto, antes de Pentecostés? ¿Sigue sucediendo en la actualidad? ¿Entristecer una y otra vez el Espíritu Santo termina provocando Su retirada? Tanto los calvinistas como los arminianos honestos y sinceros reconocerán que los diversos textos que hay en la Biblia sobre estas cuestiones y el debate que suscitan todas ellas no podrán ser cerradas de manera completamente concluyentes en esta vida. Para seguir de manera respetuosa esta apasionante controversia, remito al excepcional libro La Seguridad de la Salvación: Cuatro puntos de vista, de J. Mathew Pinson, que aborda con un gran respecto posturas diferentes y contrapuestas (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/03/eres-un-cristiano-tolerante-o.html).

Límites y endurecimiento & Pedro y Faraón
Ahora bien, en mi opinión, naciera o no de nuevo en el pasado la persona que decía ser creyente, hay cierto límite, ÚNICAMENTE CONOCIDO POR DIOS, que, cuando es superado, hace imposible el arrepentimiento a causa del grado de la propia dureza del corazón. Tuviera un simple conocimiento intelectual de la verdad divina o la hubiera aceptado realmente en su vida, hay textos que hablan del lamentable estado en el que queda un individuo tras volver atrás: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 P. 2:20-22).
Esto se comprueba fácilmente: muchos (aunque no todos) que han sido o han dicho ser cristianos, cuando se apartan de Dios, suelen vivir libremente en el pecado: tienen relaciones sexuales con sus parejas sin estar casados, comienzan a usar el lenguaje de forma vulgar, se muestran desinhibidos con el sexo opuesto, viven el mundo de la noche con sus pubs y discotecas, se emborrachan cuando surge la ocasión, no tienen problemas en mentir para quedar bien ante los demás o para lograr sus propósitos, etc. Empiezan a jugar un juego del que cada vez les resultará más difícil abandonar, ya que la carne se habitúa y le termina por tomar el gusto. Ahí los límites comienzan a difuminarse y el punto de no retorno comienza peligrosamente a acercarse.
¿Por qué he señalado que el límite solo lo conoce Dios? ¿Acaso negar a Cristo y el pecado sin arrepentimiento no marcan esa frontera? Sí, claramente. Pero cuándo se traspasa ese límite sin retorno es un conocimiento que está fuera de nuestras capacidades y, a la vez, dentro de la Soberanía de Dios. El ejemplo claro lo encontramos en las mismas palabras que citamos en el caso de los lapsi: “El partido rigorista extremo perdió de vista que el mismo apóstol Pedro después de haber negado a su Señor tres veces, pudo ser restaurado por la gracia de Dios a un útil ministerio”. ¿Quién se atrevería a decir que Pedro no era un verdadero creyente? Sin embargo, ¡llegó a apostatar! Y no lo hizo en una ocasión, sino en tres. ¿Dios lo desechó? ¿Decretó el Altísimo un juicio contra él como hizo con el pagano Faraón, al que le ofreció múltiples oportunidades de arrepentirse? ¡No! ¡Varias semanas después, fue restaurado por la gracia de Dios!
Los calvinistas llaman deserción en lugar de apostasía a la acción de Pedro. Aunque es cierto que fue presionado y estaba asustado, este intercambio de términos es una manera de suavizar la realidad. Apostatar tiene por sinónimos “abjurar, renegar, repudiar, desertar, retractarse, renunciar, abandonar, negar, traicionar”[1]. Se le quiera llamar de una manera u otra, nada quita la verdad: Pedro negó/apostató. ¿Negó o no a Cristo? Sí. ¿Temporal o permanentemente? Temporalmente, pero lo negó. Lo demás es hacer un juego de palabras para negar lo evidente. Él sintió miedo a las consecuencias, mientras que otros son arrastrados por la marea del pecado, las amenazas de muerte, las malas amistades, las presiones de la sociedad, las propias decisiones erradas, etc.
Volviendo al caso de Faraón, tengamos en perspectiva que en primera instancia no fue Dios quién le endureció su corazón, sino que el soberano de Egipto lo hizo a sí mismo. El Creador, siendo sabio, justo y perfecto, le concedió seis oportunidades de arrepentirse. Llegado un límite, llevó a cabo el juicio y dictó sentencia; concretamente en la sexta plaga, la de las úlceras. A pesar de que el egipcio contempló directamente la mano del Todopoderoso, se encargó de demostrar su empecinamiento, rehusando doblar sus rodillas y su corazón ante Él, por lo que “Jehová endureció el corazón de Faraón (Ex. 9:12).

¡Hoy es el día de la esperanza!
Quizá no hayas negado a Cristo por persecución o tortura, pero puede que sí de las otras maneras que hemos citado. Por eso es a ti a quien quiero dirigirme, porque creo que hay esperanza. Si has llegado hasta aquí, si estás leyendo estos párrafos, significa que no has llegado al límite del no-retorno y existe el deseo en tu corazón de buscar/volver a encontrarte con Dios. Si ese es tu anhelo, lo primero que tendrás que hacer es determinar tu condición actual:

- Si no has nacido de nuevo, ahora tienes la oportunidad de hacerlo. Para más detalles sobre el tema: “No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
- Si naciste de nuevo pero te apartaste, es la hora para que vuelvas a casa como el hijo pródigo (cf. Lc. 15:11-32). Es el momento de poner en práctica las palabras de Proverbios: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Pr. 28:13). Dios desea abrazarte con Su gracia y misericordia. No esperes a tocar fondo porque cada día te será más difícil volver al camino recto.

Sea cual sea la situación en la que estés, ya sabes lo que tienes que hacer. ¡No lo demores! ¡No dejes que tu corazón se endurezca aún más! ¡Ya basta de decirte a ti mismo que no puedes o no quieres abandonar el pecado o tu actual forma de vivir! ¡Lo que está en juego es, ni más ni menos, dónde vas a pasar la ETERNIDAD! ¡Despierta de una vez! ¡Despierta! ¡No desprecies una salvación tan grande!

“HE AQUÍ AHORA EL TIEMPO ACEPTABLE;
HE AQUÍ AHORA EL DÍA DE LA SALVACIÓN”
(2 Cor. 6:2)

3 comentarios:

  1. Gracias a usted.
    Que el Señor le bendiga. Saludos

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  2. Oohh aleluya, que dulce es la palabra del Dios viviente.
    Un fuerte abrazo y muchas bendiciones a los colaboradores de la obra del Señor.
    Amén.

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  3. Le deseo también lo mejor en el Señor.

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