miércoles, 6 de septiembre de 2017

Una evidencia de los últimos tiempos: el carácter del ser humano




A muchos seres humanos les encantaría saber con todo lujo de detalles el futuro –de ahí el éxito del ocultismo-, por lo que prestan suma atención a todo el que describe detalles en particular. 
Los cristianos caen muchas veces en el mismo error, haciendo caso a pequeñeces y viéndolas como si fueran parte de las profecías bíblicas. Es aquí, en la búsqueda de señales concretas sobre el fin del mundo y la segunda venida de Cristo, donde se cae en la mayor parte de la especulaciones, las cuales terminan por provocar división y conflictos entre muchos cristianos.
Aunque las dos grandes interpretaciones escatológicas se basan en el preterismo –algo ya pasado- o en el futurismo -algo por venir-, creo que el equilibrio está en verlo como algo continuo a lo largo de la historia, que abarca el pasado y, sobre todo, el presente y el futuro, sin necesidad de hacer malabares o cálculos para establecer en cuántos años concretos es o será el cumplimiento de todas las profecías. Ahora bien, teniendo esto en mente, hay que dejar muy claro que, justo antes de la Parusía, todo los acontecimientos a nivel mundial se intensificarán, aún más de lo que ya vemos hoy en día. Por eso Jesús llamó a ese tiempo la “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mt. 24:21).

El respeto a las ideas ajenas & Lo importante es la esencia: Cristo viene
No entraré en debates sobre el pre y el postribulacionismo, puesto que ya se ha escrito suficiente sobre el tema y hay muy buenos libros al respecto. Por eso dejo para otros la cuestión sobre si la Iglesia pasará o no por la misma, o si el rapto será antes o al mismo tiempo que la Parusía.
Si los cristianos son sinceros, aceptarán que ninguno de ellos puede verificar al 100% que su punto de vista es el acertado en estas áreas tan concretas. Sin embargo, lo que me encuentro una y otra vez entre los creyentes es pura soberbia, afirmando que unos llevan la razón y el resto está equivocado. He llegado a leer afirmaciones como que los que no creen en el rapto pretribulacional no serán arrebatados, aunque sean verdaderos hijos de Dios. Por este tipo de temas, y otros muchos, se suele leer por Internet todo tipo de descalificaciones que se dedican unos “hermanos” a otros, incluso señalando de forma agresiva que los que no piensan como ellos en cada punto no son cristianos genuinos. Se consideran mejores, superiores y actúan de manera exclusivista, como si fueran los 7000 que no han doblado su rodilla ante Baal.
Que esto suceda es lamentable y tristísimo, y más si cabe por el mal ejemplo que dan a los que no son creyentes: Es importante recordar que Jesús dijo que seríamos conocidos por el amor a nuestros hermanos creyentes. La realidad es que si no demostramos relaciones amorosas dentro de la iglesia, no importa cuánto mostremos de Jesús a los de afuera. Muchos de los de afuera dijeron que los cristianos se comen a los suyos. Señalaron que nos ven criticándonos, levantando fondos para enviar las tropas contra otros creyentes, y actuando de maneras que no parecen cristianas. Nuestro testimonio se seguirá erosionando si no podemos abrazar a nuestros hermanos en Cristo”[1].
Deberíamos aprender a ser humildes, a no despreciar a nadie y a respetar al que no piense como nosotros en temas escatológicos secundarios que son dados a interpretación. Podemos tener nuestro punto de vista, defenderlo y argumentarlo con las Escrituras, pero nada más: “Hay casos en los que una postura tolerante y elástica puede ser la más recomendable. Esta postura casi se impone ante cuestiones susceptibles de más de una interpretación seria de la Escritura. Cristianos igualmente fieles y amantes de la Palabra de Dios sustentan opiniones muy diversas en torno a determinados puntos teológicos”[2].
Millard Erickson resalta estas ideas: “Tan importante como es tener convicciones sobre escatología, es tener en cuenta que su importancia varía. Es esencial el acuerdo en materias básicas como la segunda venida de Cristo o la vida después de la muerte. Por otra parte, mantener una posición específica en temas menos importantes o que se han explicado menos, como el del milenio o el de la tribulación, no debería considerarse como una prueba de ortodoxia o una condición para la comunión o la unidad cristiana. El énfasis debería ponerse en los puntos en los que se está de acuerdo, no en los que se está en desacuerdo”[3].
Nuevamente Erickson expresa lo principal: “Las enseñanzas sobre la segunda venida corporal son simplemente las hojas que recubren el auténtico mensaje, el grano de maíz. Lo que debemos hacer es pelar las hojas para extraer el grano. El verdadero mensaje de la segunda venida es la victoria de la justicia de Dios sobre el mal en el mundo. Esto es el grano; el segundo advenimiento es simplemente la hoja o el envoltorio. No es necesario que nos quedemos con el envoltorio. Nadie en su sano juicio se come las hojas con el grano”[4]. Eso es lo que me interesa. Si un acontecimiento ocurre cómo y cuándo yo creo no es trascendente. Lo sublime es que Cristo va a volver y lo que Él prometió se hará realidad.
Por la parte que nos toca, en lugar de discutir con otros hermanos, lo que debemos hacer es predicar el Evangelio a todo el que quiera oírlo, a la vez que velamos, porque no sabemos “cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana” (Mr. 13:35).
Y sin más preámbulos, siendo conscientes de que no es una lista exhaustiva de todas las señales –puesto que hay más que las que voy a reseñar-, analicemos algunas de ellas, junto a los síntomas claros que ya se observan.

El carácter del hombre y los tiempos peligrosos
Una de las señales indiscutibles que ya estamos contemplando en directo es la que hace referencia a cómo va a ser el carácter del ser humano en los últimos tiempos, que se describe en 2 Timoteo 3, y que ya es una realidad presente. En consecuencia, todo lo reseñado por el apóstol en ese capítulo se ha asentado de una manera frenética en estas dos últimas décadas. La generación presente, que está comprendida entre los 10 y los 50 años, acepta y considera perfectamente normal:

- El ateísmo y la burla a los cristianos: “blasfemos [...] impíos” (2 Ti. 3:2).
- El consumo masivo de alcohol entre los jóvenes o el “beber por beber”.
- Las relaciones sexuales entre adolescentes y/o antes del matrimonio.
- Las parejas de hecho.
- Las familias monoparentales.
- El acceso a la pornografía.
- Las escenas sexuales en la televisión y la hipersexualización de la sociedad.
- El aborto y la eutanasia.
- La homosexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
- El exhibicionismo y la llamada “cultura del destape” en lo que concierne a la forma de vestir, sea en la propia calle, en las redes sociales, en la webcam, en el cine, en la playa, en el gimnasio, en las discotecas, en las revistas, en la prensa, en las concursos de belleza o en los desfiles de modelos: “amadores de sí mismos [...] vanagloriosos” (2 Ti. 3:2).
- El uso de material sobre el ocultismo (Tarot, quiromancia, horóscopo, ouija, magia, etc.) que consideran juegos divertidos.

Todo esto y muchas cosas más, que hasta hace poco estaban mal vistas y eran practicadas en secreto, hoy en día están “institucionalizadas” desde los propios medios de comunicación que las fomentan, apoyados por líderes políticos y muchos gobiernos que están influenciados ideológicamente y respaldados económicamente por diversos lobbies, que promulgan leyes que afectan profundamente nuestra cultura y ética. Incluso los padres lo han terminado por aceptar como algo normal, o no les ha quedado más remedio que tolerarlo por el empuje de la sociedad que ha cambiado los valores.
De ahí que sean considerados como “tiempos peligrosos” para los que consideramos inaceptables tales perversidades (2 Ti. 3:1), ya que somos considerados anticuados o represivos, y tratados como tales. El cisma entre unos y otros es evidente en asuntos morales: “Tenga en mente que parte de la razón por la que los cristianos poseen una mala reputación es porque nuestras perspectivas de fe chocan contra la cultura relativista en el aspecto moral. Ellos encuentran que las perspectivas cristianas van en contra de su mentalidad de que cualquier cosa es aceptable”[5].
Por eso no se sienten cómodos con nosotros cuando les decimos que lo están haciendo mal, que necesitan arrepentirse puesto que de lo contrario perecerán, como bien dijo Jesús (cf. Lc. 13:3). Como este mensaje no les agrada y se defienden señalando que todo el mundo se comporta de la misma manera (tesis sustentada en “el principio del borreguismo), terminan arremetiendo contra nosotros señalando nuestros errores y usando el tan manido, cansino y ya aburrido ataque ad hominem, con las típicas frases como “¿y tú qué?”. En otras ocasiones preguntan retóricamente y con sarcasmo:¿Y si eres tú el que está equivocado?. Tiene gracia, porque esa misma pregunta no se la formulan a ellos mismos. Ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio (cf. Lc. 6:41-43), como Simón el fariseo, que veía con toda claridad los pecados de la mujer que había delante de Jesús, pero estaba cegado ante sus propias faltas (cf. Lc 7:36-50).
Según esta generación, todo esto es fruto de la liberación y del avance de la humanidad. No ven nada perverso ni negativo en sus prácticas. Se mueven por instintos, por lo que les hace sentir bien a sus sentidos. Ninguno de ellos busca a Dios y, si dicen hacerlo, lo hacen en la filosofía, en las religiones, en el esoterismo, en la propia razón o en la ciencia –y casi siempre por Internet o por lo que enseñan terceras personas-, hallando mentiras o una mera sombra de la verdad.
Tampoco creen que tengan que arrepentirse de nada. Resulta extremadamente llamativo que no tienen la más mínima conciencia de pecado ni consideran malo lo que otros hacen: “no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Ro. 1:32), por lo que tampoco se escandalizan de las actitudes ajenas. Les parece que su camino es derecho, “pero su fin es camino de muerte” (Pr. 16:25). Están entrando por la puerta ancha y caminando por la senda espaciosa que conduce a la perdición (cf. Mt. 7:13). 

La maldad va de mal en peor 
Muchos creen que alguien que hace el mal debe ser feo y tener cara de malvado o de villano cinematográfico. Otros piensan que por hacer cosas buenas, por llevar a cabo actos de bondad y por ser simpáticos, divertidos, cariñosos, agradables, inteligentes o, como ellos dicen, “buena gente”, ya no son malos. Nada más lejos de la realidad. Aunque a lo largo y ancho de mis años de vida he conocido a personas desbordantemente encantadoras, amables y amigables en grado sumo sin ser creyentes, la realidad es que la maldad va intrínseca a la naturaleza humana: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). Nadie que sea sincero, absolutamente nadie, puede negar tal conclusión.
Recordemos que esto nos incluye a los cristianos, y que nosotros no somos aquellos que están exentos de dicha maldad o que nunca erramos y pecamos[6], sino aquellos cuyos pecados ya han sido perdonados en la cruz: “El cristianismo es la única religión[7] en la que el individuo reconoce que su conocimiento de Dios no le hace superior a las demás personas [...] que no predica lo bueno que debamos ser para ganarnos el cielo ni lo mucho que debamos amar a Dios para evitar el infierno, pues no consiste en aquello que nosotros hagamos o hayamos hecho sino en lo que Él hizo por nosotros (Jn. 3:16; 1 Jn. 4:10)”[8]. 
Hacer el mal consiste, ni más ni menos, que ir en contra de la voluntad de Dios. Si Él dictamina que algo es malo, es que es malo dicho algo, por mucho que nosotros digamos que “sentimos” o “dejamos de sentir” que no lo es. Por eso los incrédulos que no aceptan dicho principio son “amadores de los deleites más que de Dios” (2 Ti. 2:4). Necesitan justificar de mil maneras distintas su forma de actuar con decenas de excusas que no se las creen ni ellos, aunque muchas veces se autoengañan y terminan creyéndose sus propias mentiras.
Si rechazan a Dios no es por un problema intelectual –como excusa falsa que señalan- sino por su propio corazón. Prefieren seguir viviendo bajo sus propias leyes, en lugar de bajo las de Dios; prefieren tener su propia moralidad, y no la que Dios señala como perfecta; prefieren seguir viviendo en pecado, cuando Dios les reclama santidad: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:19).
Si Pablo dijo que “irán de mal en peor” (2 Ti. 3:13), es porque la forma de pensar y vivir libertina en la que ya están instalados va a ser transmitida a sus hijos, que los imitarán, y así sucesivamente. Estos, a su vez, seguirán descendiendo en la escalera de la inmoralidad. Por eso dijo Jesús que se multiplicará la maldad antes del fin (cf. Mt. 24:12). Vuelvo a recalcar que dicha maldad es presente, y más que nos queda por ver. Se repite la misma situación que contempló Dios antes de lanzar el diluvio sobre la tierra: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. 
Todos los que les precedemos hemos sido testigos de este cambio de paradigma en pocos años: lo que creían y llevaban a cabo un reducto, ahora está extendido, y cada vez desde edades más tempranas. El conocido Juan Antonio Monroy relata su experiencia: “Yo comencé a predicar el Evangelio a tiempo completo hace muchos años. Los jóvenes predicadores de aquella generación y yo creíamos que íbamos a cambiar el mundo. Al menos el pequeño mundo que nosotros podíamos alcanzar. Pero hoy día el mundo es peor que cuando yo empecé a querer cambiarlo”[9].
Por todo lo dicho, estas palabras resultan atemporales: “!!Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20). ¡Ay, ay, ay! 

Volviéndolos a llamar 
Dice el refrán que “mientras hay vida, hay esperanza”; en este caso, todavía están a tiempo de volverse a Dios. El peligro de tal dicho es que, por un lado, nunca se sabe cuándo va a llegar la vida a su fin. Si pensarán realmente en esta realidad, no lo dejarían ni para dentro de un minuto. Y por otro, que a cada ocasión que Dios los llama al arrepentimiento y ellos dicen “no”, sus corazones se van insensibilizando y endureciendo: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Ro. 2:5).
Michael Licona, uno de los grandes historiadores cristianos de los últimos años y excepcional apologeta, cuenta que un amigo suyo “reconoció finalmente que Jesús resucitó de los muertos, sin embargo, aun así, no quiso hacerse cristiano porque dijo que quería ser ´el dueño de su vida`; lo dijo exactamente con estas palabras”[10]. Es lo mismo que vemos en la inmensa mayoría de las personas: no cambian ni quieren hacerlo por pura soberbia (aunque no la reconozcan), por no dar su brazo a torcer, por no admitir que están equivocados, porque quieren ser su propio “dios” y que nadie les diga qué está bien y qué está mal, por el miedo a la burla o al qué dirán sus amigos, familiares y conocidos, a que les digan que les han lavado el cerebro y eso les lleve a perder “prestigio” o buena fama, etc. Así que “rechazan” la fe de forma consciente, porque saben que si la aceptaran tendrían que cambiar aspectos concretos de sí mismos: forma de pensar, de sentir y de vivir. Están proclamando que “no van a creer, no porque no puedan, sino porque no quieren creer”. En su voluntad ya han dicho “no”.
Ante todo esto, solo pueden hacer una cosa, que es reconocer la verdad ante uno mismo como la que expone Francis S. Collins, el famoso científico y director del Proyecto Genoma Humano, y ateo convertido en cristiano: “Mi deseo de acercarme a Dios estaba bloqueado por mi orgullo y pecaminosidad, lo cual era, a su vez, una consecuencia inevitable de mi propio deseo egoísta de controlar las cosas. Ahora la crucifixión y la Resurrección surgían como convincente solución al vacío que se abría entre Dios y yo, un vacío cuya distancia podía ahora ser salvada por la persona de Jesucristo”[11]. 
Si eres uno de los que vive de espaldas a Dios, puedes seguir siendo uno más entre la masa y dejarte arrastrar por ella, como hasta ahora. O puedes cambiar. No te estoy haciendo un simple llamado a cambiar tu moralidad o determinadas actitudes; eso lo puede hacer cualquiera que se lo proponga seriamente. Te estoy llamando a volverte a Dios (aunque esto segundo lleve implícito lo primero): “He aquí el objeto y la eficacia del sacrificio de Cristo. El reconocimiento de que el Hijo de Dios murió por nosotros, produce un cambio absoluto de actitud y de sentimientos en nuestros corazones hacia Dios y hacia la misma vida humana”[12].
Por eso, te repito, una vez más, el mismo mensaje: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2).



[1] Kinnaman, David. Casi cristiano. Creación.
[2] Martínez, José M. Ministros de Jesucristo, vol. 2. Curso de formación teológica. Clie.
[3] Erickson, Millar. Teología Sistemática. Clie. Pág. 1167.
[4] Ibid. Pág. 1159.
[5] Kinnaman, David. Casi cristiano. Creación.
[6] Aspecto que dejamos bien claro en Cuando los cristianos ofrecemos un mal ejemplo y se nos acusa con razón de hipócritas (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/09/1-cuando-los-cristianos-ofrecemos-un.html).
[7] Como ya expliqué en No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html), y aunque entiendo lo que quiere decir el autor, el cristianismo no es una religión: “La religión es el esfuerzo del hombre por tratar de llegar a Dios por medio de sus buenas obras, y el cristianismo es el esfuerzo de Dios por tratar de llegar al hombre por medio de Jesucristo. Religión y cristianismo son completamente opuestos”.
[8] Puyol. Daniel. La fuga. Noufront.
[9] Monroy, Juan Antonio. ¿En qué creen los que no creen? Clie. Pág 101.
[10] Lee Strobell. El caso del Jesús verdadero. Clie. Pág. 134.
[11] Ibid. Pág. 154.
[12] Vila, Samuel. ¿Es razonable la fe cristiana? Clie. Pág. 39.

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