Realmente, es difícil hacer un guion que sea
interesante partiendo de la historia de un personaje, con apariencia humana,
pero que realmente es un alienígena, prácticamente invencible y que posee una
serie de poderes que lo lleva a estar muy por encima de nuestras capacidades.
¿Cómo hacerlo? Humanizándolo, convirtiéndolo en una persona con los mismos
problemas, miedos, angustias, sueños y esperanzas que cualquiera de nosotros.
Más allá de la acción, de las heroicidades y de todas las escenas épicas, eso
es lo que vemos en la nueva versión del director James Gunn sobre Superman,
estrenada hace escasos días y que ya pude disfrutar en persona. Sin compararla
con otras anteriores, sí puedo decir que es el Superman que más se parece al
visto en los cómics, y cuya esencia también pudimos ver cuando lo interpretó el
difunto Christopher Reeve (1952-2004). Ni siquiera el actor David Corenswet posee un físico imponente,
como si era el caso de Henry Cavill.
Sirviéndome de ella, y como ya he hecho en otras
ocasiones con otras películas y series, la usaré para hablar de un tema
recurrente en este blog: dirigirme a los padres, para que, una vez más y de
forma insistente, comprendan la importancia suprema de sus palabras, de sus
acciones y del tipo de educación que les imparten a sus hijos, y se pongan
manos a la obra. Hacerlo de una manera u otra, marcará la diferencia... como
veremos al ver el contraste entre Superman y un villano que, hasta casi el
final del largometraje, no se descubre quién es...
También, por supuesto, le hablaré a los hijos, sean
todavía adolescentes o ya adultos.
Claros y
oscuros
Hace tres siglos, los primeros seres con
superpoderes, conocidos como METAHUMANOS, aparecieron en la Tierra, marcando el
comienzo de una nueva era de DIOSES Y MONSTRUOS.
Hace tres décadas, un bebé
extraterrestre fue enviado en una nave espacial a la Tierra y adoptado por
granjeros de Kansas.
Hace tres años, el bebé, ya adulto, se
anunció como SUPERMAN, el metahumano más poderoso de todos.
Hace tres semanas, Superman impidió que
el país de BORAVIA invadiera JARHANPUR, lo que desató la controversia mundial.
Hace tres horas, un metahumano llamado
EL MARTILLO DE BORAVIA atacó a Superman en la ciudad de METRÓPOLIS.
Hace tres minutos, Superman perdió una
batalla por primera vez.
Con esas impactantes palabras, a forma
de introducción, comienza la película Superman, de 2025, donde no se detiene a
explicar el origen del mismo por enésima vez, puesto que todo lo sabemos ya, al
ser parte de la cultura popular.
Tras ellas, vemos a nuestro personaje
cayendo en picado del cielo y estrellándose violentamente contra la Antártida,
gravemente herido y sangrando. Alguien le ha derrotado. Sin poder moverse,
comienza a silbar para que Krypto, un perro que pertenece a su prima Kara, le
lleve “a casa”: la Fortaleza de la Soledad, una estructura gigantesca enterrada
bajo la nieve.
Una vez allí, unos cíborgs a su servicio
lo levantan en peso y lo tumban en una camilla, donde comprueban todos los
huesos rotos que tiene y las lesiones internas. Puesto que recibe su fuerza de
los rayos del sol, lo exponen al mismo. De una manera que nunca habíamos visto,
su cuerpo comienza a regenerarse en medio de crujidos y un gran sufrimiento. Y
aquí tenemos lo primero que nos llama la atención: durante el proceso, Kal-El
le pide a los autómatas que le reproduzcan un holograma del mensaje que Jor-El
y Lara, sus difuntos padres biológicos, le mandaron
junto a su nave, el cual dice así: “Te amamos más que al cielo, hijo nuestro. Te amamos más que a la tierra.
Nuestro amado hogar pronto desaparecerá para siempre, pero la esperanza llena
nuestros corazones, y esa esperanza eres tú, Kal-El”.
Conocía esas palabras de memoria y las repetía a la
vez que las escuchaba. Le animaban a seguir adelante y eran el combustible que
alimentaba su corazón.
El problema residía
en que la mitad del mensaje estaba dañado y no podía saber qué contenía...
hasta que Lex Luthor, el villano de turno, sirviéndose de uno de sus esbirros,
hackeó el sistema y su contenido salió a la luz. El mensaje, en su totalidad,
decía así, y era estremecedor:
- Jor-El: “La gente de allí es simple y profundamente
confundida; débiles de mente, espíritu y cuerpo. Señorea sobre el planeta como el Último Hijo de
Krypton”.
- Lara Lor-Van: “Deshazte de cualquiera que no pueda o no
quiera servirte, Kal-El. Toma tantas esposas como puedas para que tus genes y
el poder y legado de Krypton vivan en esta nueva frontera”.
- Jor-El: “Enorgullécenos, nuestro amado hijo.
Gobierna sin piedad”.
Este anuncio fue
retransmitido a nivel mundial en cuestión de segundos por Lex, con la intención
de desprestigiar a Superman. Cuando se supo, el héroe, que era admirado y
querido sin parangón, pasó a ser criticado al instante. Todo el mundo le
insultaba, le miraba con menosprecio, con odio y con miedo. ¡Incluso un señor
se atrevió a lanzarle una lata a la cabeza, y vivió para contarlo!
Esto lo cambiaba
todo: Kal-El (Superman) había creído toda su vida que sus padres lo enviaron a
la Tierra para hacer el bien, cuando en realidad tenían otro propósito para él:
querían que la sometiera, que procreara a mansalva y que, así, en cierta
manera, hiciera renacer “Krypton”. Tras intentar explicar que él no era un conquistador, se marchó
apesadumbrado y estupefacto. Todo lo bueno había hecho con anterioridad,
parecía haberse evaporado y olvidado.
¿A quién debía hacer
caso? ¿Qué palabras debía seguir? ¿Debía “obedecer” a sus padres biológicos
para no traicionarlos? ¿O, por el contrario, debía aferrarse a la educación que
recibió de sus padres adoptivos y seguir viviendo para salvar vidas? Esta
vuelta de tuerca en la historia es la parte más interesante de la película: el
dilema del héroe que se enfrenta a la disyuntiva moral de tener que elegir
entre dos caminos completamente opuestos. Y es aquí donde podemos empezar a ver
la importancia que tiene la crianza de un hijo, la actitud de los padres y los
valores que transmiten.
¿De qué
depende que el niño, cuando crezca, sea Superman o Ultraman?
Hace unos años leí a un pastor señalar que usar con un
hijo expresiones como “mi cielo”, “mi vida”, “mi amor” o “mi tesoro”, eran
prácticamente malcriarlo. Ni mucho menos estoy de acuerdo. Un hijo es un regalo
de Dios para cuidarlo, educarlo, valorarlo y ayudarle a madurar, y eso también
implica expresarle palabras de afecto y cariño. Malcriar es algo muy distinto:
es dejarlo a sus anchas en todo momento, no inculcarle valores, no corregirle
cuando se equivoca, no establecer normas y límites. Lo que se ha observado
entre las distintas generaciones de padres es una abismal diferencia:
1) en las más
antiguas, quizá había un exceso de distancia entre padre e hijo, como si la
autoridad del primero fuera lo más importancia, lo que conllevaba una severidad
que un pequeño no podía entender, ni para la cual estaba preparado. Incluso el
castigo físico era considerado como algo normal. Un cachete en el trasero, una torta
en la cara o un buen tirón de orejas eran parte de esas rutinas. Todavía hay
cristianos que se apoyan en Proverbios 23:13-14 para justificarse: “No rehúses corregir al muchacho; porque si
lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del
Seol”.
Y aquí saldrá alguno que dirá: “Mis padres me dieron
dos tortas bien dadas cuando tocaba,
y aquí estoy, hecho y derecho”. Pues me parece muy bien. Pero también digo que
un padre tiene mil herramientas para instruir y disciplinar a un hijo, sin
necesidad de golpearlo, incluso aunque sea con poca fuerza. ¿Qué implica más
esfuerzo que una bofetada y dos gritos? Pues sí. ¿Que hay adultos que
consideran que el castigo físico les ayudó? Lo puedo aceptar, pero no me vale:
nadie debería tener esa serie de recuerdos a lo largo de su vida, como tampoco
que le griten como si fuera un demonio, o recibir expresiones como “es que eres
tonto”, mientras le levantan del suelo tirándole de la oreja. Hablar al corazón
y a la mente es infinitamente superior que hablarle
al cuerpo con el uso de la violencia. ¿Qué se lo merece en ocasiones? Bueno, si
Dios “nos diera lo que nos merecemos”, dentro de cinco minutos no habría vivo
ni un solo ser humano sobre la faz de la tierra. ¿Que el niño hace tonterías?
¿Y nosotros, los adultos, es que no las cometemos de vez en cuando? ¿Te
gustaría que Dios te dijera “¡qué tonto eres!”? Sería bueno que los padres
recapacitaran sobre lo dicho e hicieran suyas estas palabras de Harry L.
Reeder: “Justicia es cuando Dios nos da lo que merecemos. Misericordia es
cuando no nos da lo que merecemos. Gracia es cuando nos da lo que no
merecemos”.
2) en las más
actuales, se ha pasado a una laxitud casi absoluta. O al niño se le trata
como a una “mascota” –se le da de comer, se le viste, se le lleva al colegio,
se le apunta a actividades extraescolares, se le dice cuándo acostarse y
levantarse, y poco más-, o se le permiten todos sus caprichos y “estilo de
vida”: se le compra casi todo lo que demanda y se le deja decenas de horas a la
semana delante de algún artilugio electrónico, sea una consola de videojuegos,
un ordenador, un móvil o una tableta, con tal de que no haga ruido y los padres
puedan estar tranquilos. Lo dicho, una mascota. ¿Hay tiempo para un ocio sano?
Sin duda, pero también debería haberlo para llevar a cabo lo dicho en
Deuteronomio 6:7: “Y estas palabras que
yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y
hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte,
y cuando te levantes”. Y esto no significa meramente ir detrás del
niño para que se aprenda de memoria los textos bíblicos, sino enseñarle en la
vida cotidiana cómo aplicarlas.
En ambos casos, las dos actitudes mencionadas
(“golpes” y “falta de educación”), ni fueron, ni son, las ideales, sino más
bien un fracaso de los progenitores. ¿Que luego los niños se convirtieron en
grandes adultos? Sucede en muchas ocasiones, pero fruto de su propia reeducación y transformación. Es cierto
que hay malos padres que sus hijos luego fueron excepcionales, y viceversa.
Pero es innegable que la buena o mala educación recibida aumentará las
probabilidades de que se haga
realidad el consabido refrán “de tal palo, tal astilla”.
Y no, no me olvidaba: Ultraman, al que he mencionado
en el encabezado, resultó ser la persona que se ocultaba tras la máscara y que
logró derrotar a Superman al comienzo de la película. Era, ni más ni menos, que
el clon de Superman, pero sin cerebro. En definitiva, una cáscara vacía,
alguien sin moralidad, al que Lex Luthor solo le había inculcado el odio y la
violencia. De ahí mi comparación entre uno y otro. Teniendo los dos el mismo
ADN, fue la educación que recibieron lo que marcó la diferencia. Lo mismo con
los hijos reales.
- Por eso unos acaban siendo “Superman”, con sanos
valores, con una ética cristiana, con empatía, íntegros, honestos, fieles a sus
cónyuges, que devuelven bien a pesar del mal, que no se dejan dominar por sus
impulsos y pasiones, con profundos intereses intelectuales y espirituales, enfocando
sus vidas a la práctica del bien y la bondad.
- Otros acaban convirtiéndose en “Ultraman”, con
mentes huecas, superficiales, dedicando todo su tiempo libre a aficiones que no
tienen repercusión eterna y a conversaciones banales, que se unen en matrimonio
con personas que no les convienen, que devuelven mal por mal, que pierden el
pudor, con lenguas llenas de palabras malsonantes o que las usan principalmente
para criticar a sus seres cercanos o conocidos, que consideran normal la
mentira, la promiscuidad y la infidelidad o cualquier tipo de relación sin
importar si son hombres o mujeres, entre todo tipo de lindezas.
El “todo” de
Superman: los recuerdos con sus
padres
Junto a algunos momentos espectaculares de esta nueva
versión, ver “volar” a este personaje en pantalla siempre me ha emocionado
desde crío, más que a un cerdo revolcarse en el barro. Pero, sin lugar a dudas,
el alma del personaje lo vemos justo en la escena final, y que es el culmen de
todo la historia: mientras está tumbado en la camilla, sonríe, con el alma
llena, visualizando en imágenes todas esas vivencias, todos esos momentos,
todos esos abrazos, todo ese amor, que compartió con sus padres adoptivos,
Martha y Jonathan Ken, durante la niñez y la adolescencia, desde la más simple
cotidianidad en la granja de Smallville, hasta el día en que descubrió sus
dones y el apoyo que recibió de ellos.
He aquí su rostro, mirando a cámara y rompiendo la
cuarta pared:
Un hijo, ya de adulto, debería poder mirar los momentos que vivió con sus
padres y sonreír emocionado, como hizo Kal-El, en un final de película muy
emotivo y lleno de significado
Todo padre debería aspirar a que sus hijos, cuando lo
recuerden, lo hagan con esa expresión de pura felicidad. Esos recuerdos, esa
educación que recibió, esos valores, y LA DECISIÓN PERSONAL de vivir según los
mismos, eran su aliento, su fortaleza, su consuelo, su impulso. Todo ello le
llevó a querer hacer el bien, a pesar de que, en muchos momentos, fuera
incomprendido y sus acciones malinterpretadas. Es lo mismo que le sucede a
muchos cristianos, cuyas vidas son severamente juzgadas por aquellos que no son
creyentes o por aquellos que una vez lo fueron y abandonaron el camino –el
único camino-, que incluso dudan de ellos o creen que tienen intenciones
torticeras.
Debes tener presente
que los recuerdos que tus hijos tengan
de ti, en función de cómo hayan
sido, serán su fortaleza o su debilidad.
Hay millones de cosas que un padre puede hacer con su hijo para llenar esa
mente de vivencias compartidas y que perdurarán para siempre: ir al campo,
hacer una acampada, compartir la lectura de un mismo libro y comentarlo entre
ambos para aprender y crecer, nadar, señalarle sus virtudes y aciertos en lugar
de centrarse tan habitualmente en sus fallos, reconocer sus dones y ayudarle a
que los desarrolle, ver una película con sanos valores y mostrárselos, ir por
lugares antiguos, etc. La lista es tan larga como la imaginación de cada uno.
Si no has
tenido unos padres así...
Puede que tus padres fueran más bien como los padres
biológicos de Clark: malos consejeros o poco ejemplarizantes. Otros, un tanto
despreocupados en la educación y poco esforzados en crear buenos recuerdos en
común. No es necesario que fuera algo extremo, pero sí que no tuvieran, o
tengan, a Jesús por Señor.
¿Cómo puedes enfrentar como persona una situación
semejante? Aquí están las dos claves para ti:
1)
Desobediencia a tus padres vs Obediencia a Dios: tu decisión te define
Cuando Kal-El supo del mensaje en su totalidad de sus
padres biológicos, tuvo que elegir entre seguirlo o rechazarlo. Y lo rechazó.
Es completamente cierto que se nos enseña a “obedecer a nuestros padres” (cf.
Ef. 6:1; Col. 3:20), pero eso no implica hacerlo si sus enseñanzas van en
contra de los mandamientos de Dios.
Si tus padres te enseñaron que están bien mentir,
debes rechazar dicha enseñanza. Si tus padres te enseñaron que están bien pagar
mal por mal, debes rechazar dicha enseñanza. Si tus padres te enseñaron que no
pasa nada por usar palabras groseras, debes rechazar tal idea. Si tus padres te
enseñaron que están bien creer en lo que te venga en gana, debes rechazar
semejante deseo. Si tus padres te enseñaron que no importa cómo vistas y que
muestres en público buena parte de tu desnudez, debes huir de plano de tal
consejo. Si tus padres te enseñaron que están bien las relaciones entre
personas del mismo sexo o las relaciones prematrimoniales, debes rechazar dicha
enseñanza. En ocasiones, estas falsas enseñanzas vendrán por activa, por
consejo directo, y en otras muchas por pasiva, por omisión, guardando silencio
dichos padres ante la maldad.
En definitiva, y aunque en términos generales sean
“buenas personas”, si ellos deciden vivir de espaldas a Dios, debes
DESOBEDECERLOS en esas áreas que contradigan lo establecido en la “buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta” (Ro. 12:2).
Y es aquí donde cobran plena vigencia las palabras –su
legado- que Jonathan le regaló a su “hijo”: “Tus decisiones, Clark. Tus acciones. Eso es lo que te define”.
Y eso es lo que convirtió a Clark en un verdadero héroe, renaciendo como un
verdadero Superman. Por eso esta historia es inspiradora para cualquiera de
nosotros.
Momento exacto en que Jonathan le dice esas
palabras a Clark
Este Superman no es
un semidiós o una especie de mesías –como nos lo presentaron en otras
versiones- sino alguien que, como nosotros, sufre, llora, sangra, tiene
momentos de vulnerabilidad, comete errores, tiene dudas y siente el rechazo de
los que le rodea. Pero, a pesar de todo esto, no se rinde, se vuelve a levantar
y decide a hacer el bien. Por eso le dice a Lex: “Soy de carne y hueso. Siento
el miedo. Siento el amor. También sufro. Y sí, me equivoco todo el tiempo. Pero
eso es ser humano. Y esa es mi mayor fortaleza. Y algún día espero, por el bien
del mundo, que entiendas que la tuya también”.
En nuestro caso, como
hijos, experimentamos circunstancias y emociones semejantes. Y, de igual manera
que Clark, tenemos la capacidad de seguir adelante y, como cristianos, elegir
el camino recto y seguir a Dios, pase lo que pase.
Que no lleves una capa roja (y ni se te ocurra llevar los
calzoncillos por fuera, por favor), no significa que no puedas ser un
superhéroe para Dios. Ya dijo el autor de hebreos que el mundo no era digno de
aquellos que murieron haciendo la voluntad divina (cf. Heb. 11:38). Esta no es
nuestra “casa” definitiva, puesto que aquí estamos de paso, a la espera de
nuestra morada eterna. Mientras tanto, aunque no vayamos a salvar a una niña
usando nuestro propio cuerpo, sabemos que Dios ha preparado obras de antemano para
que andemos en ellas (cf. Ef. 2:10), y eso es lo que debemos hacer. Alinea tus
dones con Su Obra y para Su gloria. Si los usas para tu propia voluntad y el
aplauso de los que te rodean, estarás desperdiciando tu vida por completo.
Jonathan termina su
alegato así: “Déjame decirte algo, hijo, no podría estar… más
orgulloso de ti”. Si vives en la
voluntad de Dios –aunque tus padres no lo hagan-, queriendo agradarle a Él,
cuando estés en Su presencia, podrá decirte lo mismo, seguido de esta otra
aseveración: “Bien, buen siervo y fiel;
sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt.
25:23).
2) Recuerdos del pasado/futuro
A menos que tus padres fueran unos monstruos –y deseo
que no fuera así-, seguro que tienes algún buen recuerdo con ellos, sean muchos
o pocos. Guarda esas perlas en tu
corazón y rememóralas con gozo.
Incluso en la mayor de la oscuridad, “recuerda” lo que
Dios hizo por ti: te creó de la nada, Sus ojos vieron tu embrión, se encarnó en
Hombre, se enfrentó al mal con valentía, derrotó a la tentación, encaró su
propia muerte por amor a ti y la derrotó resucitando al tercer día para
redimirte, adoptándote como hijo. Con esa lista habitando en tu corazón, nadie
podrá quitarte el gozo (cf. Jn. 16:22), y serás INDESTRUCTIBLE, puesto que no
dependerás de los demás, ni de lo que digan o piensen de ti.
Él es tu
fortaleza, tu guía, tu camino, tus huellas a seguir, por lo que puedes sonreír en lo que hizo y en lo que hará, porque lo ha prometido. Llena tu mente de todos
esos recuerdos del pasado y futuro.
Espero que meditar sobre estas líneas te ayude en gran
medida a tu crecimiento y madurez y que hayas disfrutado la lectura.
P.d: Para aquellos que quieran profundizar
en otros aspectos del personaje, aquí le dejo el enlace a dos artículos que le
dediqué hace unos años:
- Las abismales diferencias entre Jesús y Superman (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/04/las-abismales-diferencias-entre-jesus-y.html).
- Superman:
un falso Dios (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/04/superman-un-falso-dios.html).