“Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi
clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo”[1].
Estas fueron las palabras que Laura, de 14 años, le dijo a unas compañeras de
clase días antes de suicidarse, el 26 de enero de 2020. Lo llevó a cabo en su
propia habitación. Después de comer, la madre avisó a su esposo para que fuera
a la habitación de la hija y le preguntara qué película quería ver, que
mientras prepararía palomitas. Lo que se encontró fue el cuerpo de su hija sin
vida. No puedo ni imaginar cuán terrorífico debe ser ver algo así en persona.
Antonio y Yolanda, padres de Laura, la cual
cursaba 3º de ESO en el Colegio Sagrada Familia de Cornellà (Barcelona)
En primera instancia,
los investigadores policiales no encontraron nada extraño en el móvil ni en la
tablet que pudiera dar a entender por qué Laura hizo lo que hizo. Pero, pasados
los días, sus padres miraron en su agenda, y allí encontraron la explicación: “30 de septiembre. ´De vuelta al infierno`. ´Los niños
de mi clase son malvados, siempre inventando rumores de gente que no conocen.
Se creen que por insultarme o reírse de mí van a ser superiores`.
´Depressed (deprimida en inglés)´. ´El día más horrible del universo`. 13
de diciembre. ´Saldré en los sucesos, nunca en las revistas`. ´Cada día que
pasa me dan más ganas de morirme. ¿Es tan difícil que alguien me comprenda?`.
´Nadie cree mis palabras, lágrimas caen de mis ojos, lloro con furia, nadie se
da cuenta, nadie me mira, a nadie le importo` [...]. En clase también la
llaman ´cerda`. ´Asquerosa`. ´Apestosa`”. Aparte, la llamaban “la
champiñón” porque era bajita.
Y sus padres, ¿qué decían de ella?: “De niña era
tímida y observadora. Iba detrás de su hermano mayor y hacía todo lo que hacía
él. Estaba feliz” [...] “Siempre le decíamos que jamás se riese de nadie, que
para nosotros los maestros siempre tenían razón y que, si alguna vez la
castigaban, sería porque algo habría hecho”. De ojos grises, hablaba poco, era
reservada y buena estudiante. No le gustaban los petardos ni tenía muchas
amigas. No salía mucho y nunca la invitaban a los cumpleaños.
Aparte de que se duchaba mucho y durante mucho tiempo
(motivado por esos insultos que recibía, como dejó por escrito), sus padres
tampoco notaron nada extraño o preocupante, y achacaban esta forma de ser a la
propia pubertad, por lo que no
se les puede culpar. Doy por hecho que su carácter retraído hizo que se
encerrara en sí misma y que, a su vez, era la manera en que disimulaba ante sus
progenitores su estado de ánimo. Eso sí, me sorprende sobremanera que la
psicóloga del colegio le restara importancia a unos cortecitos que se había
infligido en brazos y piernas. Yolanda narra que la doctora les dijo que no se
preocuparan, que era una forma de llamar la atención. Laura no paraba de llorar
cuando Antonio habló con ella, pero no habló. El padre la abrazó muy fuerte y
le preguntó: “Hija,
¿nos prometes que no lo vas a hacer más?”, a lo cual ella respondió
prometiéndolo. El asunto
de los cortes fue apenas cinco meses antes del fatal desenlace. Lo que debería
haber sido una señal de alarma extrema, no lo fue para la psicóloga. Por eso me
resulta incomprensible su interpretación de los hechos.
Entre los demás,
nadie hizo nada por ella. Ningún padre los llamó tras la tragedia, ni quiso
saber nada de ellos. Ni siquiera la Policía Autonómica Catalana hizo bien su
trabajo: miraron lo justo en sus pertenencias, por lo que el juzgado se inhibió
y, finalmente, la Fiscalía de Menores, archivó el caso. Si no llega a ser por
los padres que miraron meticulosamente en la habitación, nada se habría
descubierto. Y lo que leyeron resultó estremecedor: “Mis amigas llorarán, pero
pronto se olvidarán de mí. Y las de mi clase se pondrán contentas porque ya no estará la apestosa”. Se descargó en el móvil una guía contra el
acoso escolar, pero no le funcionó. Unas desalmadas convirtieron su vida en el
infierno.
Tras conocer el caso
por las redes sociales, dos antiguas alumnas dieron el paso final y fueron a
hablar con los padres: “Nos contaron que mi hija siempre estaba sola en el
patio. Que le preguntó que por qué estaba sola y le explicó: ´Los de mi clase
no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer
trabajos conmigo` (palabras con las que inicié este escrito). Le dijo que le
lanzaban lejos el estuche, que le
tiraban escupitajos”.
Hasta que no acabe la
investigación –ahora sí se ha reabierto-, no sabremos si los profesores sabían
algo, qué tipo de calificación tenía la psicóloga del centro para ejercer y por
qué no se activó el protocolo contra el acoso escolar. Tampoco hubo ninguna
compañera que le echara una mano. Es más, por lo que narran sus padres, “algunas niñas se reían en el tanatorio y se hacían
selfis con el féretro al fondo”. Si llego a ver eso mismo en el funeral de una
hija propia, no sé cómo habría reaccionado, pero seguro que nada bien.
Rhiannon Lewis
La historia de Laura es dura, muy dura, y tristemente
no es la primera de este estilo que conocemos[2]. Supe de ellas pocos días después de terminar una
serie titulada “Sweetpea”. Está
protagonizada por la actriz Ella Purnell, que interpreta el papel de
Rhiannon Lewis. Y con estas palabras comienza la primera escena del primer capítulo:
“Personas a las que mataría. Los tíos que se espatarran. Donna, la del súper.
Norman, del trabajo. Por no saber apreciar mi potencial. Jeff, del trabajo. Por
tener cero percepción espacial. Es más, a todos los del trabajo. Gente que se
acuesta conmigo y luego te responde a los mensajes solo con emojis. Mi hermana,
Seren, por dejarme en ´visto` en el móvil y en mi vida en general. Nuestra
madre, por marcharse y olvidarse de decirnos dónde fue. Y en el primer puesto
de mi lista, Julia Blenkingsopp. Que me sometió a una implacable campaña de
abuso psicológico. Minando mi autoestima y mi contexto general en el mundo.
Julia Blenkingsopp, por hacer que me arrancara tanto pelo que tuve que llevar
peluca. Julia Blenkingsopp, por convertirme en un fantasma. Haciéndome
invisible para siempre, y miedosa. Y mataría a mi padre por morirse. Y
abandonarme para tener que ocuparme de todo sola”. Esta es su voz en off,
mientras en imágenes observamos diversas escenas de su vida, tanto pasada como
presente: ella sentada en el autobús con las piernas encogidas mientras dos
hombres las tienen bien estiradas; la cajera del supermercado habla por un
auricular mientras ella espera que le cobre la cesta de la compra; no le hace
ni caso y la atiende lentamente; su jefe la tira la gabardina encima de la
cabeza como si fuera un ropero; se le derrama en las manos parte del café
caliente porque un compañero de trabajo no mira por donde ella pasa; el resto
se marcha sin despedirse y la dejan la última con las luces apagadas; el chico
con el que estuvo ni le devuelve el saludo; su hermana no responde a sus wasap; su madre marchándose de casa
cuando ella una cría; los desprecios y las burlas a la que la sometían en el
instituto, donde se arrancaba a sí misma el pelo.
Hace bien su trabajo de recepcionista en un periódico,
pero no la valoran, y aunque se muestra amable y simpática con todo el mundo,
es como si fuera invisible. Tampoco tiene amigas. Su jefe la llama “sweetpea”,
que por lo que he podido averiguar, es cuando se le dice a una mujer de forma
peyorativa “tráeme esto o aquello, guapa”. Hierve en su interior, pero se resigna y sonríe
de cara a los demás, como si todo fuera bien.
La verdad es que esos primeros minutos son
impactantes. Empatizas con ella y sientes tristeza. Eso sí, todo da un vuelco
cuando una noche explota y comete un asesinato... y no será el último. No
describo más porque no es necesario para aquello de lo que estoy escribiendo y
para no estropear el resto de la trama al que quiera verla.
En común
& El deseo de todo ser humano
Dicho esto, hoy me quiero centrar en un aspecto en
concreto de cómo se sentía Laura y Rhiannon, y qué solución bíblica encontramos
para aquellos que experimentan esa clase de emoción tremebunda y negativa.
Es evidente que ambas difieren en que una acabó con su
vida y la otra se convirtió en una asesina en serie. Pero, como has podido
comprobar, el trasfondo de sus historias tiene mucho en común. Aparte de lo ya
señalado, ¿en qué coincidían plenamente Laura y Rhiannon, la primera una chica
real y la segunda ficticia? Que las dos sentían que eran invisibles, y eso las llevaba a creer que eran “un cero a la
izquierda”.
¿Qué anhela la inmensa mayoría de los seres humanos?
Que lo miren; así se sienten amados,
valorados, respetados y valiosos. Y por mirar no me refiero a “le vean
físicamente”, sino que “le vean como persona”: su ser interior, su alma, su esencia, sus dones y talentos. Es de
esa manera que...
- un bebé quiere que
sus padres le miren.
- unos padres quieren
que su bebé los mire.
- un niño y un
adolescente quiere que sus padres le miren.
- una
enamorada quiere que el chico que le gusta la
mire.
- un enamorado quiere
que la chica que le gusta la mire.
- un buen trabajador
quiere que su jefe le mire.
- un deportista
quiere que su entrenador le mire.
- un escritor quiere
que un editor le mire.
- un compositor
quiere que una discográfica le mire.
Y así con todas las
mezclas que nos podamos imaginar. Da igual que uno sea joven o adulto; todos
quieren que les miren. Lo trágico es
que no siempre sucede. En este mundo, nos encontramos casos como el de Laura.
Chicos, chicas, hombres y mujeres a los que se les ignora.
¿Quién te ve de
verdad? La historia de Zaqueo
Dice así la
narración: “Habiendo entrado
Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado
Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era
Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de
estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle;
porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando
hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es
necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le
recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado
a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al
Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha
venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de
Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se
había perdido” (Lc. 19:1-10).
Muchos menosprecian a
los demás por su apariencia física. Ya lo hemos visto en los casos mencionados.
Zaqueo posiblemente provocaba risotadas entre la muchedumbre por su baja
estatura. Puede que directamente, en la cara, o cuando lo veían pasar y se le
quedaban mirando o cuchicheando. Además, era el jefe de los cobradores de
impuestos, por lo que su mala fama estaba garantizada entre el pueblo llano,
siendo considerado un pecador y un traidor a su patria, al trabajar para los
romanos. Hasta él mismo reconoció que defraudaba a la gente. Sin embargo, su
curiosidad le llevó a querer saber quién era ese Jesús del que todo el mundo
hablaba. Subiéndose a un árbol, y entre toda la multitud, Jesús lo miró a los
ojos. Curiosamente, es el único caso registrado en los Evangelios en los que
Jesús se “autoinvitó”: era Él quien quería estar con Zaqueo. Esto le conmovió
de tal manera que decidió cambiar su vida por completo: arreglar lo malo que
había hecho en el pasado y comenzar a vivir en rectitud.
Zaqueo supo que era
amado. Zaqueo supo que era valorado. Zaqueo se sintió valioso. Zaqueo supo que
era respetado. Y todo eso no por uno cualquiera,
sino por el mismísimo Mesías, Dios encarnado. Y todo eso porque Jesús le miró: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y
a salvar lo que se había perdido” (vr. 10).
Tu historia
Para todos aquellos
que sienten que nadie los ve o que
son “un cero a la izquierda”: que tu concepto de ti mismo no dependa de las
personas, sino de Dios. Tu valor, tu
estima, el sentirte amado, no debes basarlo en los seres humanos, sean quienes
sean. Hacerlo puede llevar a la neurosis. Como se sabe bien, los síntomas de
esta inestabilidad emocional son la ansiedad y los temores sin razones
aparentes, la preocupación y la culpa en exceso, la propensión a las emociones
y reacciones negativas, ira e irritabilidad, baja autoestima y depresión. Nada
de esto significa ser un estoico impertérrito al que nunca le afecta nada, sino
no dejarse dominar por las creencias del prójimo.
Por eso es tan importante cambiar la perspectiva: lo
que opinan y sienten los demás sobre ti es fluctuante. Un día te pueden amar
con locura y poco después es posible que no quieran saber nada de ti. La vida,
los años y las circunstancias varían sin que tengamos control sobre los demás.
Sin embargo, lo que Dios ve en ti y cómo te valora es estable y seguro. Toda mi
estabilidad proviene de Él, y solo de Él. Escucha y asimila Sus pensamientos.
Eso te hará sobrevolar sobre lo que
otros piensen o sientan sobre tu persona, sea bueno o malo, tanto si son
compañeros de estudios, de trabajo, familiares, conocidos o desconocidos.
Nunca pierdas de vista que Dios te ama (cf. Jn. 3:16), que
hubo fiesta en el cielo por ti (cf. Lc. 15:20), que conoce cada lágrima y
vivencia por lo que has pasado (cf. Sal. 56:8), y que te ha preparado una casa
para la eternidad (cf. Jn. 14:2). Vive en paz con Él y en Él.
Los datos en el presente siguen en
aumento y afecta a la inmensa mayoría de los países del mundo, siendo México el
que encabeza la lista con más del 50% de afectados entre sus 40 millones de
alumnos. Es tan dramática la panorámica que, en dicho país, el 15% de los
suicidios están ligados al bullying, donde, según cifras del Instituto Nacional
de Estadística y Geografía (Inegi) se registran
52 suicidios infantiles cada mes; de 2008 a 2018 alrededor de 7 mil
menores de edad se han quitado la vida a causa del acoso.