Salvo alguna excepción, las críticas contra la segunda
parte de Joker han sido tan descarnadas y el fracaso en taquilla tan
descomunal, que mis expectativas ante ella no es que fueran bajas, sino que
estaban por debajo del nivel del mar. Con lo maravillosa que me pareció la
primera (que analizamos profundamente en “¿Vivimos en el mundo de Joker?”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/10/vivimos-en-el-mundo-de-joker.html y “De Arthur a Joker &
Nuestro lado oscuro del alma”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/10/de-arthur-joker-nuestro-lado-oscuro-del.html),
que ni tenía ganas de ver su continuación. Pero, como siempre digo en
absolutamente cualquier tema, para juzgar algo (sean personas, acciones,
circunstancias, películas, libros o lo que sea), tienes que hacerlo por ti
mismo, no basándote en lo que digan o dejen de decir los demás.
¿Qué me pareció? Si ya me conoces lo más mínimo, y si
te digo que desde su propia visualización estaba tomando apuntes, podrás
adivinar que me pareció toda una joya, atemporal, y la saboreé con regusto. Las
razones, que vamos a ver, son diversas. El mensaje que podemos extraer, les
llegará, tanto a inconversos como a cristianos, a poco que abran sus mentes y
corazones.
También digo que puedo entender perfectamente a
aquellos que no les gustó. Cada uno tiene sus propios argumentos. Los he leído
y los respeto, excepto a los haters
de Internet, que viven del odio a los que no tienen sus mismos puntos de vista.
Pero, en general, pienso igual en todos los asuntos: cuando disfruto de algo y
otros no, lo siento por ellos, no porque me sienta mejor o superior a sus
opiniones, sino porque me gustaría que hubieran disfrutado como yo.
En mi caso, lo que me interesaba saber era qué había
sido de ese Arthur al que ya conocimos, el verdadero yo que se ocultaba tras el
Joker. Y lo encontré. Es más, es él quien se muestra en ese final, donde ofrece
una vuelta de tuerca inesperada. Mejor no adelantemos acontecimientos y pasemos
a diseccionarla.
Lo que no es
Tal y como yo lo entiendo, esto no un musical como
había oído. Para mí, dicho género es canción tras canción, donde todo
transcurre en medio de bailes y apenas hay diálogos. Lo que aquí vemos solo son
momentos puntuales y no muy extensos. En ocasiones, se usan como forma de
expresar los sentimientos más profundos, que con simples palabras podrían caer
en la ñoñería. Y, en otras, como parte de ese mundo de fantasía que sucede
únicamente en la mente de Arthur y, a veces, también en la de Harley. Mi
rechazo hacia los musicales se evidencia en que no me suelen gustar nada en
absoluto. He visto varios hasta el final y luego me he arrepentido, preguntándome
el porqué he soportado algo que no iba conmigo. En otras muchas ocasiones los
he quitado al poco de comenzar. Las dos únicas que me apasionaron fueron
“Mouling Rouge” y, sobre todo, “El gran showman”, que sigue siendo mi artículo
favorito en todos estos años de blog (“Dios: el verdadero gran showman” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/10/dios-el-verdadero-gran-showman.html).
Por otro lado, y tras lo visto en la que la precede,
no esperaba encontrarme con el archienemigo de Batman ni a un personaje salido
de los cómics de DC. Es más, cualquiera que haya visto todas las películas del
“hombre murciélago” y leído sus tebeos, sabrá que existen mil versiones del
payaso, y que difieren en función del guionista de turno. No existe una especie
de “Joker” canónico; a unos les gusta más una adaptación y a otros, otra.
Tampoco suponía que terminaría como muchos deseaban: con alguien que se va
alzando más y más hasta convertirse en el agente del caos absoluto, el Joker,
en mayúsculas, el enemigo público de la ciudad de Gotham, que trae de cabeza
sin descanso a Bruce Wayne. Esto es otra cosa muy distinta, y cuya actuación de
Joaquin Phoenix me vuelve
a parecer portentosa. Hasta Lady Gaga creo que borda su interpretación.
De qué trata
La trama retoma la línea argumental del primer acto
que, para aquellos que no quieran releer los dos artículos citados en el primer
párrafo –aunque recomiendo hacerlo-, la recordaremos brevemente y así refrescaremos
la memoria. Nuestro protagonista es Arthur Fleck, un hombre ya adulto que fue abandonado por su padre y vive
con su madre anciana y enferma. Durante su niñez, y sin que ella hiciera nada
para remediarlo, fue salvajemente golpeado y violado por uno de los muchos
novios que ella tuvo. No solo eso, sino que los asuntos sociales no le creyeron
a sus siete años y le enviaron de vuelta a vivir de nuevo con su abusador a casa
de su madre.
Como nos cuenta, no
había sido feliz ni un solo día de su vida. Era alguien completamente destruido
por dentro que solo deseaba dejar de sufrir. Siendo un ser solitario, trabajaba
en la calle, vestido de payaso, con un simple cartel anunciando diversos productos.
Deseaba ser humorista para hacer reír a los demás, aunque él no lo hiciera
realmente. Esa risa tan estrafalaria
que poseía no era tal: por lo visto, era parte de un raro trastorno que le
llevaba a soltar carcajadas sin control en circunstancias sin gracia, o cuando
la situación le provocaba ira o tristeza.
Llegado el momento, con
todo lo que tenía acumulado en su interior, se le sumó un detonante que terminó
por hacerle explotar: unos ejecutivos jóvenes comenzaron a faltarle el respeto
a una mujer en el metro, y a él, tras comenzar a reírse, le dieron una paliza,
lo que le llevó a sacar un arma y asesinarlos. Más tarde, acabó también con la
vida de un presentador de televisión en directo. Tras estos acontecimientos, fue
detenido.
Dos puntos de vista sobre Arthur
Aquí ya empieza el segundo arco, el mostrado en Folie à Deux. Tras su detención por los
asesinatos cometidos, está recluido en el correccional de Arkham, donde
el maltrato y los abusos de poder por parte de los guardias están a la orden
del día. El físico de Arthur es una muestra de su condición: su delgadez es
extrema, tanto que sobrecoge. Allí espera la celebración del juicio, donde la
abogada quiere que lo internen en un hospital de verdad para ser tratado. Para
eso debe demostrar que todo lo
que le ocurrió en la infancia le provocó una disociación, una fragmentación
dentro de él para sobrellevar el dolor y refugiarse en la fantasía, creando
otra identidad y proteger a ese niño vulnerable y asustado de todos los traumas
y abusos sufridos. Así podría justificar que hay otra persona viviendo dentro suya, y que fue esa otra la que cometió los asesinatos.
Por su parte, el fiscal –Harvey Dent, guiño para los frikis-,
solicita la pena de muerte. Para ello, se basa en el análisis que hace un
doctor sobre Arthur, el cual saca sus conclusiones: “En mi opinión, no hay ninguna evidencia de
que Arthur Fleck padezca trastorno de personalidad múltiple, o de que actuara asumiendo
el papel del Joker, como personalidad disociada de la suya propia. [...] Ni es
psicótico ni incapaz de discernir la realidad. Creo que estaba en su sano
juicio cuando cometió esos crímenes. De hecho, creo que finge su enfermedad
mental. [...] Creo que padece cuatro desórdenes mentales bastante comunes y
relativamente leves: tristeza persistente, ego narcisista, ausencia de amigos e
indiferencia a los sentimientos de los demás. Es un individuo perturbado, pero
no podría defenderlo desde el punto de vista psiquiátrico”.
Más allá de lo que
crea cada uno como espectador, de una posible enfermedad mental o de la
ausencia de ella, su afección principal reside en el alma. Afecta a cada rincón
de su ser. Todo su lenguaje corporal, el estado demacrado de su cuerpo, las
facciones de su rostro, su risa extraña, el movimiento de sus manos, su
respiración, la manera en que camina, los ojos sin vida, los hombros encogidos,
sus labios, todo en él, delatan la presencia persistente de su padecimiento. Los
efectos de trastornos psicosomáticos no es algo que uno pueda ocultar. Si una
persona, con vivencias normales, ante una situación de estrés puede sufrir cefaleas,
contracturas musculares o problemas estomacales, ¡cuánto más alguien que ha
pasado por todo lo de Arthur, donde la ausencia de felicidad y de amor son las
notas más destacadas de su lánguida melodía!
Dos palabras mágicas: “enamorarse” y “amor”
Estando en prisión, lo llevan a una sala, donde otros internados,
con problemas mentales, cantan como forma de liberación y sanidad interna. Y es
allí donde la historia va un paso más lejos que la anterior, al conocer a una
chica llamada Harley: mientras que en la primera parte mantenía un noviazgo imaginario con su vecina –siendo la forma en que escapaba de su
terrible realidad-, en esta se produce un enamoramiento
real. No solo eso, sino que ella parece estar también completamente
prendado por su personalidad. Durante unas semanas, se siente amado, deseado, comprendido, escuchado y
aceptado. Nadie, hasta ahora, le había hecho sentir así. Hasta llega a
vislumbrar un futuro lleno de felicidad y formando una familia.
Todo ello es lo que
había deseado a lo largo de su paso por este orbe. No vino a este mundo
pensando en “seré un lunático con problemas sociales y de todo tipo, donde
despreciaré a la sociedad que me odia”. ¡Ningún niño querría eso para sí mismo!
Ese era Arthur: el niño con un corazón que jamás había experimentado ninguna clase
de amor, que buscó sin saber dónde ni cómo ser feliz, y al que le destrozaron
la vida casi desde su nacimiento. Lo que vino después, ese Joker que surgió del
abismo de su alma, fue fruto de un carácter que no supo o no pudo soportar los
eternos golpes que padeció, hasta que se rompió en mil pedazos. Como leí hace
poco en boca de un viejo moribundo: “El rencor es el lugar al que huyen
aquellos que se han enfrentado a la tristeza y no han logrado soportarla”.
Los que hemos estudiado las alteraciones neuronales y
físicas que se producen durante el estado del enamoramiento, podemos entender
la magnitud de cómo se siente Arthur. Su mundo se estremece por completo, y lo
comparte con Harley, que vive su misma realidad. Por eso el título de la
película, “Folie à deux”, que significa “locura de dos”. Aunque hace referencia a un
extraño síndrome psiquiátrico, en el que una paranoia o delirio es compartido
por dos personas, aquí podríamos aplicarlo más bien a esa “locura de amor” que
ambos comparten y se contagian. En el caso particular de ellos, son
como dos agujeros negros, atraídos sin remedio y devorándose.
Todo esto lo podemos ver cuando Arthur se expresa de
esta manera, en parte con meras palabras y en otra con una canción: “Ella está loca, pero tiene su aquel,
es amor. Soy como un bebé. El amor siempre es lo mismo. Llevo días sin dormir.
Este sucedáneo nimio me va a destruir. Vuelo otra vez. Ciego otra vez. Un
tontorrón y un llorón otra vez. Errar. Bajo su hechizo. Sin fin. Me entregué,
¿y qué más da? Fría es, es verdad. Soy feliz si se ríe, aunque sea de mí. Le
cantaré. La alegraré. Deseo aferrarme a ella otra vez. Errar. Bajo su hechizo.
Sin fin”.
Más adelante, y de
igual manera, Harley le canta a él: “¿Por qué veo pájaros volar cuando vas a llegar?
Es normal. Quieren estar junto a ti. ¿Por qué bajan las estrellas más cuando
vas a pasar? Es normal. Quieren estar junto a ti. El día que ibas a nacer los
ángeles se unieron para convertir un sueño en realidad. Y cubrieron de luna tu
pelo. Y de azul de estrellas tu mirar. De ahí que todas en la ciudad te sigan”.
Sin necesidad de repetir las implicaciones químicas
que conlleva el enamoramiento –puesto que ya lo he hecho en otras ocasiones-,
cualquier individuo que haya estado enamorado puede entender esas canciones:
emociones desbordadas; incapacidad para concentrarse en otra cosa que no sea el
otro; deseo de estar a todas horas juntos; suspiros compartidos; miradas que se
cruzan y que detienen el tiempo; idealización; magnificación de las virtudes y
minimización de los defectos; estremecimiento al sentir un leve roce de su mano
en la piel; ansias desesperadas por hacerlo feliz y complacerlo en todo. Incluso
la persona más madura se convierte, en un instante, como describe Arthur, en un
bebé y un tontorrón.
Desdicha y condena
En las postrimerías
del juicio, tras despedir a su abogada, hace una declaración reveladora: confiesa
que no existe el Joker. No existe una doble personalidad. No existe una
disociación en él. Solo existe Arthur. No hay un Doctor Jekyll y un Mr. Hyde. Aunque
Arthur miró a Harley bostezando mientras el médico que presentó el fiscal ofrecía
su disertación sobre su estado, la realidad es que lo caló en apenas ochenta y
nueve minutos de entrevista.
Todo lo malo que hizo
en la vida lo llevó a cabo él. No me esperaba, para nada, que lo reconociera. Hasta
confiesa que mató a su madre, asfixiándola con una almohada, hecho que nadie
conocía, salvo él. Estoy tan tristemente acostumbrado a que las personas no
sean capaces de reconocer sus malas acciones y, por lo tanto, a no arrepentirse
ni a pedir perdón, que ver el rostro de Arthur, en medio de una sala que le
juzgaba al milímetro y ante millones de espectadores por televisión, aceptando
la verdad de quién era realmente, abriéndose de par en par, me impactó.
Ese giro rompe abruptamente
con lo que vimos en el primer acto, pero no lo considero una estafa –como han
dicho algunos cinéfilos-, ni tampoco es una involución del personaje, sino todo
lo contrario: una evolución y un verdadero acto de madurez, donde acepta su
verdadero ser y las consecuencias de sus actos.
Por unos minutos,
pensé que se iba a redimir, no en el sentido de ser exculpado, sino en el de
ser una nueva persona, y que era eso lo que habría enojado a los que asistieron
al cine esperando ver a un Joker desatado, matando a diestro y siniestro. Pero
no, no fue así. Ni lo uno ni lo otro. Se quedó a las puertas de la salvación
personal. Como decía aquella triste canción del grupo Mecano: “amar es el
comienzo de la palabra amargura”. Y así lo fue para él. Si ya era un esqueleto
andante, tanto física como emocionalmente, el fin de la relación que mantenía
con Harley fue el último clavo en su ataúd.
Muerto en vida
Tras su confesión y
autoinculpación, sucede lo más aterrador ante mis ojos: Harley y el resto de
sus admiradores se marchan de la sala, asqueados y decepcionados. Su ídolo ha
caído. Más bien, se ha lanzado al vacío. Ahí descubrimos que ni ella ni ellos
amaban a Arthur, solo al Joker, a ese individuo estrafalario, antisocial,
incontrolable, violento y mordaz. ¡No tendría que sorprendernos, porque ni
siquiera la inmensa mayoría del público que ha visto el largometraje quiere
nada de Arthur, sino del Joker, incapaces de empatizar con la tragedia ajena y
desearle lo mejor a un alma aciaga! ¡Solo Joker, Joker y Joker! Se horrorizan
ante Arkham, pero, al ignorar semejante drama,
se convierten en parte del mismo sistema opresor, desconsiderado y
desinteresado.
A todas estas
personas, que les resulta absurdo y ridículo que Arthur se evada con números
musicales que transcurren en su mente, les diría que están olvidándose de algo
fundamental: millones de individuos en el mundo real –ellos incluidos- suelen escapar de la realidad para desconectar de todo y recargar las
baterías, aunque sea durante un breve lapso de tiempo. Y lo hacen de otras
maneras, algunas sanas y otras perniciosas, pero lo hacen igualmente: bebiendo,
drogándose, leyendo, jugando a videojuegos, practicando deportes, navegando por
Internet, escuchando música, durmiendo y paseando por el campo o la playa.
Volviendo a los
seguidores de Joker, en cuanto escucharon por su propia boca que tal personaje
era solo una caricatura, una máscara, lo abandonaron. Su corazón, que por
breves momentos saboreó un amor desconocido, fue destruido, y esta vez para
siempre. La última conversación entre él y Harley, donde muestra su
desesperación por volver a su lado, mientras ella lo desprecia, es descarnada y
dolorosísima. Así transcurre:
-
“Han volado por los aires los juzgados. Y soy libre. Podemos irnos” (A).
- “No
vamos a ir a ningún lado, Arthur. Todo lo que teníamos era la fantasía, y te
has rendido. No íbamos a ir a ningún lado” (H).
- “Soy
el mismo tio del que te enamoraste, el mismo que se cargó a Murray Franklin”
(A).
- “No
lo eres. No existe el Joker. Eso es lo que has dicho, ¿no?” (H).
- “No
puedo vivir sin ti. Por favor. Vamos a tener un hijo” (A).
- “El
show donde todo es un show. Te va a dar todo su resplandor, y dirás nada más
disfrutar, ´eso entretiene`. Y moverse al compás. O bailar, hasta enamorar. Y
pensar. Que soñar es lograr. Eso entretiene. Adiós, Arthur” (H, con una parte
cantada).
Mientras Harley
canta, Arthur le dice: “Deja de cantar. Háblame”. Sin embargo, ella siendo haciéndolo.
En ese musical que ambos crearon
mientras estuvieron juntos, la fantasía se hacía realidad. Ella encontraba al
Joker y él a una mujer que lo amaba. En cuanto Arthur reconoció la inexistencia
del Joker, todo se derrumbó para ella, que quería seguir viviendo en el show de
la fantasía, en el show del musical, donde la niebla de la realidad se disipaba
y daba paso a un mundo idílico sin dolor. Ella omitía voluntariamente una
irrefutable verdad: que la vida auténtica no es como quería, y las partituras
no siempre son hermosas ni se pasean por el aire que nos envuelve. Harley no
quiso aceptarlo, y huyó. Arthur sí, y se quedó. Ella siguió siendo una niña en
su propio cuento de hadas. Él se hizo un
hombre en un cuento de brujas.
Le mintió, se inventó
una historia sobre su pasado, su familia y la razón por la cual estaba
internada, solo porque quería caerle bien y conocerle para lograr ser la pareja
del Joker, no de Arthur, por el cual no sentía nada. Nuevamente abandonado.
Nuevamente en soledad. Nuevamente la ayuda desaparecía como el agua que se
escurre irremediablemente entre los dedos. Nuevamente embarrado hasta el cuello
de tristeza, miedo, ira y culpabilidad.
El miedo a ser
abandonado, siendo una incertidumbre que todo enamorado ha experimentado, ya estaba
impreso en su corazón. De ahí que, en uno de esos números musicales, veía cómo
Harley sacaba un revolver y le disparaba. Era la forma figurada en que su
terror se manifestaba.
Que le arrebataran lo
único que había tenido fue demasiado. Harley lo mató al dejarlo atrás.
Que otra persona, de
la cual estás prendado, te haga entender, con palabras o sin ellas, que no estás
a la altura, que no eres suficiente o que no eres la persona que creía que
eras, es un dolor desesperante y desgarrador. Para el que lo padece, puede alcanzar
niveles enfermizos y autodestructivos si no se saben gestionar. Y eso le
sucedió a él.
El final de Arthur,
muerto a manos de otro loco, solo vino a cerrar el círculo de una vida
desdichada, donde las tinieblas siempre habían reinado y la luz solo brilló
fugazmente.
¿Qué anhelamos todos, tanto tú como yo?
En el segundo escrito
que le dediqué a la primera película, ya vimos cómo todos nosotros tenemos un
lado oscuro y que, en ciertas condiciones, pueden eclosionar si no lo controlamos.
Le pasó a multitud de personajes bíblicos, y nos pasa a nosotros. Para no reincidir,
te remito al mismo. Ahora lo que toca es responder a la pregunta de este
encabezado, siendo la respuesta muy sencilla: lo mismo que Arthur, que no es,
ni más ni menos, que amor. Podemos perderlo absolutamente todo, pero no podemos
vivir sin amor. Y no me refiero exclusivamente al sentimental, sino al AMOR en
sí, en general.
Esto lo vemos en un
hecho muy reciente en el tiempo: en las terribles inundaciones en la comunidad
de Valencia (España), con más de doscientos muertos a día de hoy, con decenas
de desaparecidos, con cien mil coches destrozados y con incontables familias
que lo han perdido absolutamente todo, el pueblo se sintió completamente
abandonado por las autoridades, que reaccionaron tarde, mal y de forma
insuficiente. Cuando, pasados unos días, Felipe VI, el Rey de la nación, junto
a la reina, el Presidente del Gobierno y el Presidente valenciano, se acercaron
a los ciudadanos, estos los recibieron con ira: les lanzaron barro, les
dedicaron todo tipo de insultos, los llamaron asesinos y golpearon sus coches.
Mientras que Pedro Sánchez huía inmediatamente con sus escoltas –si se hubiera
quedado, su vida habría peligrado-, el Rey y su esposa aguantaron el chaparrón
y siguieron caminando. Allí estuvieron más de hora y media hablando con los
presentes. Llenos del lodo que les habían arrojado a la cara, les hablaron con
firmeza, les escucharon, les animaron, les dieron la mano, se abrazaron
conmovidos y se mostraron dolidos. La reina Leticia llegó a romper en lágrimas
en varias ocasiones.
Alguno dirá: “pues yo
soy republicano” o “a mí no me caen bien”. Pero aquí no estamos hablando de
política, de ideologías ni de simpatías o antipatías, sino de hechos concretos.
Y la realidad es que, unos y otros, en medio de la indignación, del sufrimiento
más descarnado y con los sentimientos a flor de piel, experimentaron amor y
consuelo mutuo.
¡No, no, no! ¡Puro
teatro!, seguirá diciendo más de uno. Vale, como enfrascarse por algo así es
una pérdida de tiempo, pondré otros casos: ¿Y los miles de voluntarios que han
ido a limpiar las casas y las calles? ¿Y los miles y miles de personas, a lo
largo y ancho de toda España, que han enviado alimentos, ropa y productos de
primera necesidad? ¡Hasta colchones y coches se han regalado! ¿Y qué de
aquellos que arriesgaron sus vidas para rescatar a los que estaban siendo
arrastrados por la corriente?
¿Se han visto
desalmados que han aprovechado la situación para saquear comercios, tiendas de
lujo y viviendas? Eso es indudable; siempre están al acecho como carroñas. Según fuentes policiales, el perfil que predomina
entre los ladrones que han aprovechado la catástrofe y el descontrol eran hombres,
de 25 a 45 años, de origen magrebí en su mayoría y con antecedentes
penales[1].
Y no es racismo, son meros datos.
Por otro lado, seguro
que algún influencer, con afán de
protagonismo, ha ido solo para hacerse la
foto y mostrar cuán falsamente
humilde es. Pero, siendo estos –tanto delincuentes como presuntuosos- un ínfimo
grupo, la inmensa mayoría lo ha hecho desinteresadamente. Por eso, ¡que a nadie
se le ocurra decir que nada de lo visto en esa marea humana, formada por
hombres y mujeres, no es amor!
Una vez más, se
demuestra que es el amor el que nos sostiene en esta sociedad, como una ancla
sujeta un barco contra viento y marea.
Este amor es para ti
En este mundo de
tragedias, de desgracias personales, de enfermedades, de muerte, de
incomprensión, de abandono, de desilusiones, de corazones rotos, de soledad, de
egoísmo e individualismo, puede que sientas “que nadie te ama”, “que nadie se
interesa por ti”, “que nadie cuenta contigo”, “que nadie quiere compartir su
tiempo a tu lado”, “que tu familia te infravalora” o que “estás rodeado por
personas muy poco afectuosas”. Por eso puede que las emociones de Arthur no te
sean desconocidas. Conozco hombres que viven en constante tristeza, evitando
todo contacto social, con la única compañía de sus animales de compañía. Y
echando un simple vistazo a las redes sociales, nos encontramos con incontables
mujeres en la misma situación.
También puede darse
el caso –eso espero- de que tu realidad no sea tan extrema. Puedes tener novia,
estar casado, hijos, padres y amigos y sí experimentas el amor, pero no
terminas de confiar en él por ciertas
traiciones u otras vicisitudes que has padecido. Entonces es cuando viene un
Rey, no Felipe VI, sino Uno, considerado “el rey de Reyes” (Ap. 19:16),
conocido como Jesús, que te muestra un AMOR que no tiene parangón.
- Dios mismo dice que
te ama: “Porque de
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Sobre dicho
texto gira como un remolino sin fin toda la Biblia.
- Dios mismo dice que hay
fiesta en el cielo por un pecador arrepentido y, como el hijo pródigo, cuando
es visto por el padre, es movido a misericordia, sale corriendo al encuentro,
se lanza sobre su cuello y te besa (cf. Lc. 15:20). Igual contigo.
- Dios dice que tiene
preparada una casa eterna para ti (Jn. 14:2).
- Dios dice que tiene
contada cada una de tus lágrimas y se interesa por cada lugar recóndito de tu
ser (cf. Sal. 56:8).
- Dios dice que vivirás
en un nuevo cielo y una nueva tierra, donde enjuagará esas lágrimas, “y ya no habrá muerte, ni habrá más
llanto, ni clamor, ni dolor” (Ap. 21:4).
Te sientas como te
sientas en este mundo caído e injusto, y sea como sea tu vida en el presente o llegue
a serlo en el futuro, ¡ese es el AMOR de Dios hacia ti! Aunque ya lo percibimos
en parte, y lo hacemos nuestro, alcanzará su plenitud cuando estemos con Él,
para siempre.
Por mucho que busques en
otros lugares, por mucho que puedas llegar a tener todo lo que deseas, tanto a
nivel humano, sentimental y material, solo Dios puede iluminar la oscuridad del
alma y darle sentido a esos vacíos que experimentamos, donde una parte de
nosotros es como la de Arthur Fleck.
Estés como estés, en cierta
llenura o en el vacío más absoluto, el amor de Dios por ti es inabarcable, inagotable, incalculable. Cuando creas que no es
posible, mira a esa cruz donde estuvo Jesús: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). No lo olvides.