lunes, 11 de noviembre de 2024

Joker folie à deux & Arthur. Un hombre que, como tú, solo necesitaba amor

 


Salvo alguna excepción, las críticas contra la segunda parte de Joker han sido tan descarnadas y el fracaso en taquilla tan descomunal, que mis expectativas ante ella no es que fueran bajas, sino que estaban por debajo del nivel del mar. Con lo maravillosa que me pareció la primera (que analizamos profundamente en “¿Vivimos en el mundo de Joker?”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/10/vivimos-en-el-mundo-de-joker.html y “De Arthur a Joker & Nuestro lado oscuro del alma”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/10/de-arthur-joker-nuestro-lado-oscuro-del.html), que ni tenía ganas de ver su continuación. Pero, como siempre digo en absolutamente cualquier tema, para juzgar algo (sean personas, acciones, circunstancias, películas, libros o lo que sea), tienes que hacerlo por ti mismo, no basándote en lo que digan o dejen de decir los demás.
¿Qué me pareció? Si ya me conoces lo más mínimo, y si te digo que desde su propia visualización estaba tomando apuntes, podrás adivinar que me pareció toda una joya, atemporal, y la saboreé con regusto. Las razones, que vamos a ver, son diversas. El mensaje que podemos extraer, les llegará, tanto a inconversos como a cristianos, a poco que abran sus mentes y corazones.  
También digo que puedo entender perfectamente a aquellos que no les gustó. Cada uno tiene sus propios argumentos. Los he leído y los respeto, excepto a los haters de Internet, que viven del odio a los que no tienen sus mismos puntos de vista. Pero, en general, pienso igual en todos los asuntos: cuando disfruto de algo y otros no, lo siento por ellos, no porque me sienta mejor o superior a sus opiniones, sino porque me gustaría que hubieran disfrutado como yo.
En mi caso, lo que me interesaba saber era qué había sido de ese Arthur al que ya conocimos, el verdadero yo que se ocultaba tras el Joker. Y lo encontré. Es más, es él quien se muestra en ese final, donde ofrece una vuelta de tuerca inesperada. Mejor no adelantemos acontecimientos y pasemos a diseccionarla.

Lo que no es
Tal y como yo lo entiendo, esto no un musical como había oído. Para mí, dicho género es canción tras canción, donde todo transcurre en medio de bailes y apenas hay diálogos. Lo que aquí vemos solo son momentos puntuales y no muy extensos. En ocasiones, se usan como forma de expresar los sentimientos más profundos, que con simples palabras podrían caer en la ñoñería. Y, en otras, como parte de ese mundo de fantasía que sucede únicamente en la mente de Arthur y, a veces, también en la de Harley. Mi rechazo hacia los musicales se evidencia en que no me suelen gustar nada en absoluto. He visto varios hasta el final y luego me he arrepentido, preguntándome el porqué he soportado algo que no iba conmigo. En otras muchas ocasiones los he quitado al poco de comenzar. Las dos únicas que me apasionaron fueron “Mouling Rouge” y, sobre todo, “El gran showman”, que sigue siendo mi artículo favorito en todos estos años de blog (“Dios: el verdadero gran showman” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/10/dios-el-verdadero-gran-showman.html).
Por otro lado, y tras lo visto en la que la precede, no esperaba encontrarme con el archienemigo de Batman ni a un personaje salido de los cómics de DC. Es más, cualquiera que haya visto todas las películas del “hombre murciélago” y leído sus tebeos, sabrá que existen mil versiones del payaso, y que difieren en función del guionista de turno. No existe una especie de “Joker” canónico; a unos les gusta más una adaptación y a otros, otra. Tampoco suponía que terminaría como muchos deseaban: con alguien que se va alzando más y más hasta convertirse en el agente del caos absoluto, el Joker, en mayúsculas, el enemigo público de la ciudad de Gotham, que trae de cabeza sin descanso a Bruce Wayne. Esto es otra cosa muy distinta, y cuya actuación de Joaquin Phoenix me vuelve a parecer portentosa. Hasta Lady Gaga creo que borda su interpretación.

De qué trata
La trama retoma la línea argumental del primer acto que, para aquellos que no quieran releer los dos artículos citados en el primer párrafo –aunque recomiendo hacerlo-, la recordaremos brevemente y así refrescaremos la memoria. Nuestro protagonista es Arthur Fleck, un hombre ya adulto que fue abandonado por su padre y vive con su madre anciana y enferma. Durante su niñez, y sin que ella hiciera nada para remediarlo, fue salvajemente golpeado y violado por uno de los muchos novios que ella tuvo. No solo eso, sino que los asuntos sociales no le creyeron a sus siete años y le enviaron de vuelta a vivir de nuevo con su abusador a casa de su madre.
Como nos cuenta, no había sido feliz ni un solo día de su vida. Era alguien completamente destruido por dentro que solo deseaba dejar de sufrir. Siendo un ser solitario, trabajaba en la calle, vestido de payaso, con un simple cartel anunciando diversos productos. Deseaba ser humorista para hacer reír a los demás, aunque él no lo hiciera realmente. Esa risa tan estrafalaria que poseía no era tal: por lo visto, era parte de un raro trastorno que le llevaba a soltar carcajadas sin control en circunstancias sin gracia, o cuando la situación le provocaba ira o tristeza.
Llegado el momento, con todo lo que tenía acumulado en su interior, se le sumó un detonante que terminó por hacerle explotar: unos ejecutivos jóvenes comenzaron a faltarle el respeto a una mujer en el metro, y a él, tras comenzar a reírse, le dieron una paliza, lo que le llevó a sacar un arma y asesinarlos. Más tarde, acabó también con la vida de un presentador de televisión en directo. Tras estos acontecimientos, fue detenido.

Dos puntos de vista sobre Arthur
Aquí ya empieza el segundo arco, el mostrado en Folie à Deux. Tras su detención por los asesinatos cometidos, está recluido en el correccional de Arkham, donde el maltrato y los abusos de poder por parte de los guardias están a la orden del día. El físico de Arthur es una muestra de su condición: su delgadez es extrema, tanto que sobrecoge. Allí espera la celebración del juicio, donde la abogada quiere que lo internen en un hospital de verdad para ser tratado. Para eso debe demostrar que todo lo que le ocurrió en la infancia le provocó una disociación, una fragmentación dentro de él para sobrellevar el dolor y refugiarse en la fantasía, creando otra identidad y proteger a ese niño vulnerable y asustado de todos los traumas y abusos sufridos. Así podría justificar que hay otra persona viviendo dentro suya, y que fue esa otra la que cometió los asesinatos.
Por su parte, el fiscal –Harvey Dent, guiño para los frikis-, solicita la pena de muerte. Para ello, se basa en el análisis que hace un doctor sobre Arthur, el cual saca sus conclusiones: “En mi opinión, no hay ninguna evidencia de que Arthur Fleck padezca trastorno de personalidad múltiple, o de que actuara asumiendo el papel del Joker, como personalidad disociada de la suya propia. [...] Ni es psicótico ni incapaz de discernir la realidad. Creo que estaba en su sano juicio cuando cometió esos crímenes. De hecho, creo que finge su enfermedad mental. [...] Creo que padece cuatro desórdenes mentales bastante comunes y relativamente leves: tristeza persistente, ego narcisista, ausencia de amigos e indiferencia a los sentimientos de los demás. Es un individuo perturbado, pero no podría defenderlo desde el punto de vista psiquiátrico”.
Más allá de lo que crea cada uno como espectador, de una posible enfermedad mental o de la ausencia de ella, su afección principal reside en el alma. Afecta a cada rincón de su ser. Todo su lenguaje corporal, el estado demacrado de su cuerpo, las facciones de su rostro, su risa extraña, el movimiento de sus manos, su respiración, la manera en que camina, los ojos sin vida, los hombros encogidos, sus labios, todo en él, delatan la presencia persistente de su padecimiento. Los efectos de trastornos psicosomáticos no es algo que uno pueda ocultar. Si una persona, con vivencias normales, ante una situación de estrés puede sufrir cefaleas, contracturas musculares o problemas estomacales, ¡cuánto más alguien que ha pasado por todo lo de Arthur, donde la ausencia de felicidad y de amor son las notas más destacadas de su lánguida melodía!

Dos palabras mágicas: “enamorarse” y “amor”
Estando en prisión, lo llevan a una sala, donde otros internados, con problemas mentales, cantan como forma de liberación y sanidad interna. Y es allí donde la historia va un paso más lejos que la anterior, al conocer a una chica llamada Harley: mientras que en la primera parte mantenía un noviazgo imaginario con su vecina –siendo la forma en que escapaba de su terrible realidad-, en esta se produce un enamoramiento real. No solo eso, sino que ella parece estar también completamente prendado por su personalidad. Durante unas semanas, se siente amado, deseado, comprendido, escuchado y aceptado. Nadie, hasta ahora, le había hecho sentir así. Hasta llega a vislumbrar un futuro lleno de felicidad y formando una familia.
Todo ello es lo que había deseado a lo largo de su paso por este orbe. No vino a este mundo pensando en “seré un lunático con problemas sociales y de todo tipo, donde despreciaré a la sociedad que me odia”. ¡Ningún niño querría eso para sí mismo! Ese era Arthur: el niño con un corazón que jamás había experimentado ninguna clase de amor, que buscó sin saber dónde ni cómo ser feliz, y al que le destrozaron la vida casi desde su nacimiento. Lo que vino después, ese Joker que surgió del abismo de su alma, fue fruto de un carácter que no supo o no pudo soportar los eternos golpes que padeció, hasta que se rompió en mil pedazos. Como leí hace poco en boca de un viejo moribundo: “El rencor es el lugar al que huyen aquellos que se han enfrentado a la tristeza y no han logrado soportarla”.
Los que hemos estudiado las alteraciones neuronales y físicas que se producen durante el estado del enamoramiento, podemos entender la magnitud de cómo se siente Arthur. Su mundo se estremece por completo, y lo comparte con Harley, que vive su misma realidad. Por eso el título de la película, “Folie à deux”, que significa “locura de dos”. Aunque hace referencia a un extraño síndrome psiquiátrico, en el que una paranoia o delirio es compartido por dos personas, aquí podríamos aplicarlo más bien a esa “locura de amor” que ambos comparten y se contagian. En el caso particular de ellos, son como dos agujeros negros, atraídos sin remedio y devorándose.

Todo esto lo podemos ver cuando Arthur se expresa de esta manera, en parte con meras palabras y en otra con una canción: “Ella está loca, pero tiene su aquel, es amor. Soy como un bebé. El amor siempre es lo mismo. Llevo días sin dormir. Este sucedáneo nimio me va a destruir. Vuelo otra vez. Ciego otra vez. Un tontorrón y un llorón otra vez. Errar. Bajo su hechizo. Sin fin. Me entregué, ¿y qué más da? Fría es, es verdad. Soy feliz si se ríe, aunque sea de mí. Le cantaré. La alegraré. Deseo aferrarme a ella otra vez. Errar. Bajo su hechizo. Sin fin”.
Más adelante, y de igual manera, Harley le canta a él: “¿Por qué veo pájaros volar cuando vas a llegar? Es normal. Quieren estar junto a ti. ¿Por qué bajan las estrellas más cuando vas a pasar? Es normal. Quieren estar junto a ti. El día que ibas a nacer los ángeles se unieron para convertir un sueño en realidad. Y cubrieron de luna tu pelo. Y de azul de estrellas tu mirar. De ahí que todas en la ciudad te sigan”.
Sin necesidad de repetir las implicaciones químicas que conlleva el enamoramiento –puesto que ya lo he hecho en otras ocasiones-, cualquier individuo que haya estado enamorado puede entender esas canciones: emociones desbordadas; incapacidad para concentrarse en otra cosa que no sea el otro; deseo de estar a todas horas juntos; suspiros compartidos; miradas que se cruzan y que detienen el tiempo; idealización; magnificación de las virtudes y minimización de los defectos; estremecimiento al sentir un leve roce de su mano en la piel; ansias desesperadas por hacerlo feliz y complacerlo en todo. Incluso la persona más madura se convierte, en un instante, como describe Arthur, en un bebé y un tontorrón.

Desdicha y condena
En las postrimerías del juicio, tras despedir a su abogada, hace una declaración reveladora: confiesa que no existe el Joker. No existe una doble personalidad. No existe una disociación en él. Solo existe Arthur. No hay un Doctor Jekyll y un Mr. Hyde. Aunque Arthur miró a Harley bostezando mientras el médico que presentó el fiscal ofrecía su disertación sobre su estado, la realidad es que lo caló en apenas ochenta y nueve minutos de entrevista.
Todo lo malo que hizo en la vida lo llevó a cabo él. No me esperaba, para nada, que lo reconociera. Hasta confiesa que mató a su madre, asfixiándola con una almohada, hecho que nadie conocía, salvo él. Estoy tan tristemente acostumbrado a que las personas no sean capaces de reconocer sus malas acciones y, por lo tanto, a no arrepentirse ni a pedir perdón, que ver el rostro de Arthur, en medio de una sala que le juzgaba al milímetro y ante millones de espectadores por televisión, aceptando la verdad de quién era realmente, abriéndose de par en par, me impactó.
Ese giro rompe abruptamente con lo que vimos en el primer acto, pero no lo considero una estafa –como han dicho algunos cinéfilos-, ni tampoco es una involución del personaje, sino todo lo contrario: una evolución y un verdadero acto de madurez, donde acepta su verdadero ser y las consecuencias de sus actos.
Por unos minutos, pensé que se iba a redimir, no en el sentido de ser exculpado, sino en el de ser una nueva persona, y que era eso lo que habría enojado a los que asistieron al cine esperando ver a un Joker desatado, matando a diestro y siniestro. Pero no, no fue así. Ni lo uno ni lo otro. Se quedó a las puertas de la salvación personal. Como decía aquella triste canción del grupo Mecano: “amar es el comienzo de la palabra amargura”. Y así lo fue para él. Si ya era un esqueleto andante, tanto física como emocionalmente, el fin de la relación que mantenía con Harley fue el último clavo en su ataúd.

Muerto en vida
Tras su confesión y autoinculpación, sucede lo más aterrador ante mis ojos: Harley y el resto de sus admiradores se marchan de la sala, asqueados y decepcionados. Su ídolo ha caído. Más bien, se ha lanzado al vacío. Ahí descubrimos que ni ella ni ellos amaban a Arthur, solo al Joker, a ese individuo estrafalario, antisocial, incontrolable, violento y mordaz. ¡No tendría que sorprendernos, porque ni siquiera la inmensa mayoría del público que ha visto el largometraje quiere nada de Arthur, sino del Joker, incapaces de empatizar con la tragedia ajena y desearle lo mejor a un alma aciaga! ¡Solo Joker, Joker y Joker! Se horrorizan ante Arkham, pero, al ignorar semejante drama, se convierten en parte del mismo sistema opresor, desconsiderado y desinteresado.
A todas estas personas, que les resulta absurdo y ridículo que Arthur se evada con números musicales que transcurren en su mente, les diría que están olvidándose de algo fundamental: millones de individuos en el mundo real –ellos incluidos- suelen escapar de la realidad para desconectar de todo y recargar las baterías, aunque sea durante un breve lapso de tiempo. Y lo hacen de otras maneras, algunas sanas y otras perniciosas, pero lo hacen igualmente: bebiendo, drogándose, leyendo, jugando a videojuegos, practicando deportes, navegando por Internet, escuchando música, durmiendo y paseando por el campo o la playa.
Volviendo a los seguidores de Joker, en cuanto escucharon por su propia boca que tal personaje era solo una caricatura, una máscara, lo abandonaron. Su corazón, que por breves momentos saboreó un amor desconocido, fue destruido, y esta vez para siempre. La última conversación entre él y Harley, donde muestra su desesperación por volver a su lado, mientras ella lo desprecia, es descarnada y dolorosísima. Así transcurre:

- “Han volado por los aires los juzgados. Y soy libre. Podemos irnos” (A).
- “No vamos a ir a ningún lado, Arthur. Todo lo que teníamos era la fantasía, y te has rendido. No íbamos a ir a ningún lado” (H).
- “Soy el mismo tio del que te enamoraste, el mismo que se cargó a Murray Franklin” (A).
- “No lo eres. No existe el Joker. Eso es lo que has dicho, ¿no?” (H).
- “No puedo vivir sin ti. Por favor. Vamos a tener un hijo” (A).
- “El show donde todo es un show. Te va a dar todo su resplandor, y dirás nada más disfrutar, ´eso entretiene`. Y moverse al compás. O bailar, hasta enamorar. Y pensar. Que soñar es lograr. Eso entretiene. Adiós, Arthur” (H, con una parte cantada).

Mientras Harley canta, Arthur le dice: “Deja de cantar. Háblame”. Sin embargo, ella siendo haciéndolo. En ese musical que ambos crearon mientras estuvieron juntos, la fantasía se hacía realidad. Ella encontraba al Joker y él a una mujer que lo amaba. En cuanto Arthur reconoció la inexistencia del Joker, todo se derrumbó para ella, que quería seguir viviendo en el show de la fantasía, en el show del musical, donde la niebla de la realidad se disipaba y daba paso a un mundo idílico sin dolor. Ella omitía voluntariamente una irrefutable verdad: que la vida auténtica no es como quería, y las partituras no siempre son hermosas ni se pasean por el aire que nos envuelve. Harley no quiso aceptarlo, y huyó. Arthur sí, y se quedó. Ella siguió siendo una niña en su propio  cuento de hadas. Él se hizo un hombre en un cuento de brujas.
Le mintió, se inventó una historia sobre su pasado, su familia y la razón por la cual estaba internada, solo porque quería caerle bien y conocerle para lograr ser la pareja del Joker, no de Arthur, por el cual no sentía nada. Nuevamente abandonado. Nuevamente en soledad. Nuevamente la ayuda desaparecía como el agua que se escurre irremediablemente entre los dedos. Nuevamente embarrado hasta el cuello de tristeza, miedo, ira y culpabilidad.
El miedo a ser abandonado, siendo una incertidumbre que todo enamorado ha experimentado, ya estaba impreso en su corazón. De ahí que, en uno de esos números musicales, veía cómo Harley sacaba un revolver y le disparaba. Era la forma figurada en que su terror se manifestaba.
Que le arrebataran lo único que había tenido fue demasiado. Harley lo mató al dejarlo atrás.
Que otra persona, de la cual estás prendado, te haga entender, con palabras o sin ellas, que no estás a la altura, que no eres suficiente o que no eres la persona que creía que eras, es un dolor desesperante y desgarrador. Para el que lo padece, puede alcanzar niveles enfermizos y autodestructivos si no se saben gestionar. Y eso le sucedió a él.
El final de Arthur, muerto a manos de otro loco, solo vino a cerrar el círculo de una vida desdichada, donde las tinieblas siempre habían reinado y la luz solo brilló fugazmente.

¿Qué anhelamos todos, tanto tú como yo?
En el segundo escrito que le dediqué a la primera película, ya vimos cómo todos nosotros tenemos un lado oscuro y que, en ciertas condiciones, pueden eclosionar si no lo controlamos. Le pasó a multitud de personajes bíblicos, y nos pasa a nosotros. Para no reincidir, te remito al mismo. Ahora lo que toca es responder a la pregunta de este encabezado, siendo la respuesta muy sencilla: lo mismo que Arthur, que no es, ni más ni menos, que amor. Podemos perderlo absolutamente todo, pero no podemos vivir sin amor. Y no me refiero exclusivamente al sentimental, sino al AMOR en sí, en general.
Esto lo vemos en un hecho muy reciente en el tiempo: en las terribles inundaciones en la comunidad de Valencia (España), con más de doscientos muertos a día de hoy, con decenas de desaparecidos, con cien mil coches destrozados y con incontables familias que lo han perdido absolutamente todo, el pueblo se sintió completamente abandonado por las autoridades, que reaccionaron tarde, mal y de forma insuficiente. Cuando, pasados unos días, Felipe VI, el Rey de la nación, junto a la reina, el Presidente del Gobierno y el Presidente valenciano, se acercaron a los ciudadanos, estos los recibieron con ira: les lanzaron barro, les dedicaron todo tipo de insultos, los llamaron asesinos y golpearon sus coches. Mientras que Pedro Sánchez huía inmediatamente con sus escoltas –si se hubiera quedado, su vida habría peligrado-, el Rey y su esposa aguantaron el chaparrón y siguieron caminando. Allí estuvieron más de hora y media hablando con los presentes. Llenos del lodo que les habían arrojado a la cara, les hablaron con firmeza, les escucharon, les animaron, les dieron la mano, se abrazaron conmovidos y se mostraron dolidos. La reina Leticia llegó a romper en lágrimas en varias ocasiones.
Alguno dirá: “pues yo soy republicano” o “a mí no me caen bien”. Pero aquí no estamos hablando de política, de ideologías ni de simpatías o antipatías, sino de hechos concretos. Y la realidad es que, unos y otros, en medio de la indignación, del sufrimiento más descarnado y con los sentimientos a flor de piel, experimentaron amor y consuelo mutuo.
¡No, no, no! ¡Puro teatro!, seguirá diciendo más de uno. Vale, como enfrascarse por algo así es una pérdida de tiempo, pondré otros casos: ¿Y los miles de voluntarios que han ido a limpiar las casas y las calles? ¿Y los miles y miles de personas, a lo largo y ancho de toda España, que han enviado alimentos, ropa y productos de primera necesidad? ¡Hasta colchones y coches se han regalado! ¿Y qué de aquellos que arriesgaron sus vidas para rescatar a los que estaban siendo arrastrados por la corriente?
¿Se han visto desalmados que han aprovechado la situación para saquear comercios, tiendas de lujo y viviendas? Eso es indudable; siempre están al acecho como carroñas. Según fuentes policiales, el perfil que predomina entre los ladrones que han aprovechado la catástrofe y el descontrol eran hombres, de 25 a 45 años, de origen magrebí en su mayoría y con antecedentes penales[1]. Y no es racismo, son meros datos. 
Por otro lado, seguro que algún influencer, con afán de protagonismo, ha ido solo para hacerse la foto y mostrar cuán falsamente humilde es. Pero, siendo estos –tanto delincuentes como presuntuosos- un ínfimo grupo, la inmensa mayoría lo ha hecho desinteresadamente. Por eso, ¡que a nadie se le ocurra decir que nada de lo visto en esa marea humana, formada por hombres y mujeres, no es amor! 

Una vez más, se demuestra que es el amor el que nos sostiene en esta sociedad, como una ancla sujeta un barco contra viento y marea.

Este amor es para ti
En este mundo de tragedias, de desgracias personales, de enfermedades, de muerte, de incomprensión, de abandono, de desilusiones, de corazones rotos, de soledad, de egoísmo e individualismo, puede que sientas “que nadie te ama”, “que nadie se interesa por ti”, “que nadie cuenta contigo”, “que nadie quiere compartir su tiempo a tu lado”, “que tu familia te infravalora” o que “estás rodeado por personas muy poco afectuosas”. Por eso puede que las emociones de Arthur no te sean desconocidas. Conozco hombres que viven en constante tristeza, evitando todo contacto social, con la única compañía de sus animales de compañía. Y echando un simple vistazo a las redes sociales, nos encontramos con incontables mujeres en la misma situación.
También puede darse el caso –eso espero- de que tu realidad no sea tan extrema. Puedes tener novia, estar casado, hijos, padres y amigos y sí experimentas el amor, pero no terminas de confiar en él por ciertas traiciones u otras vicisitudes que has padecido. Entonces es cuando viene un Rey, no Felipe VI, sino Uno, considerado “el rey de Reyes” (Ap. 19:16), conocido como Jesús, que te muestra un AMOR que no tiene parangón.

- Dios mismo dice que te ama: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Sobre dicho texto gira como un remolino sin fin toda la Biblia.

- Dios mismo dice que hay fiesta en el cielo por un pecador arrepentido y, como el hijo pródigo, cuando es visto por el padre, es movido a misericordia, sale corriendo al encuentro, se lanza sobre su cuello y te besa (cf. Lc. 15:20). Igual contigo.

- Dios dice que tiene preparada una casa eterna para ti (Jn. 14:2).

- Dios dice que tiene contada cada una de tus lágrimas y se interesa por cada lugar recóndito de tu ser (cf. Sal. 56:8).

- Dios dice que vivirás en un nuevo cielo y una nueva tierra, donde enjuagará esas lágrimas, “y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Ap. 21:4).

Te sientas como te sientas en este mundo caído e injusto, y sea como sea tu vida en el presente o llegue a serlo en el futuro, ¡ese es el AMOR de Dios hacia ti! Aunque ya lo percibimos en parte, y lo hacemos nuestro, alcanzará su plenitud cuando estemos con Él, para siempre.
Por mucho que busques en otros lugares, por mucho que puedas llegar a tener todo lo que deseas, tanto a nivel humano, sentimental y material, solo Dios puede iluminar la oscuridad del alma y darle sentido a esos vacíos que experimentamos, donde una parte de nosotros es como la de Arthur Fleck.
Estés como estés, en cierta llenura o en el vacío más absoluto, el amor de Dios por ti es inabarcable, inagotable, incalculable. Cuando creas que no es posible, mira a esa cruz donde estuvo Jesús: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). No lo olvides.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Como la vida misma. ¿Puede surgir algo bueno del dolor y la tragedia?

 


Chico conoce chica y se enamoran... Espera, espera. Esa historia ya me la sé. Seguro que es lo que estás pensando... pero créeme, esta es diferente. Comencemos de nuevo.
Chico conoce chica y se enamoran. Chico y chica se casan y tienen una hija. Chico y chica mueren en un accidente de tráfico. La hija sobrevive. La hija se hace mayor. Esa chica conoce a chico. Chico y chica se enamoran. Chico y chica se casan. Ella queda embarazada. Ella es atropellada por un autobús. Él se suicida seis meses después por depresión. Su hija nonata sobrevive al atropello. Esta chica se llama Dylan. Se cría con su abuelo. Llena de heridas emocionales por el fallecimiento de sus padres, se vuelve una rebelde, airada contra el mundo, triste y cantante de un grupo de heavy metal. 
Este es el primer acto que se desarrolla en Nueva York.

Chico conoce chica y se enamoran. Chico y chica se casan y tienen un hijo, al que llaman Rodrigo. Años después, hacen un viaje a Nueva York. Yendo en un autobús, el conductor se despista y atropella a una mujer embarazada. Rodrigo lo contempla todo y desarrolla un trauma infantil. Padres se divorcian. Rodrigo sana tras ser ayudado por una psicóloga. Madre enferma de cáncer. Rodrigo se hace adulto y cuida de su madre. Rodrigo se va a Nueva York a estudiar una carrera universitaria. Madre fallece. Tras comunicárselo por teléfono, Rodrigo sale a la calle. Sentado en un banco, Rodrigo se encuentra a una chica llorando en el vigésimo primer aniversario de la muerte de su madre. Esta chica se llama Dylan.
Este es el segundo acto que se desarrolla en Sevilla.

Rodrigo y Dylan se enamoran y se casan. Ella queda embarazada y tienen a una hija, a la que llaman Elena Dempsey-González. Esta chica se hace adulta y escribe un libro. La historia de su familia. Ella es la narradora de toda esta historia, y acaba con estas palabras: “Lo único que sé es que, en cualquier momento, la vida me sorprenderá. Me pondrá de rodillas. Y cuando lo haga, tendré presente que también soy mi padre, y el padre de mi padre. Que soy mi madre y la madre de mi madre. Y aunque pueda ser fácil compadecerse por las tragedias que marcaron nuestras vidas, y aunque sea natural fijarse en los atroces momentos que nos pusieron de rodillas, debemos recordar que si nos levantamos, que si llevamos la historia un poco más allá, si vamos más allá, hay amor. Si vamos más allá, hay amor”.

Lo descrito es el argumento de la película Como la vida misma, protagonizada por Oscar Isaac, Olivia Wilde, Mandy Patinkon, Olivia Cooke, Laia Costa, Annette Bening y Antonio Banderas. Siendo un largometraje de lágrima fácil, la misma es una prueba más de que en muchas ocasiones me gustan películas que a la mayoría no. Esta en concreto recibió malas críticas por parte de los “especialistas” y, por el contrario, aceptables por parte del público. Estas contradicciones suelen ser muy habituales, por eso no me dejo guiar por nadie. El libro de los gustos está en blanco, dice el conocido refrán. En mi caso, aunque no la considero ninguna maravilla, me dejó un buen sabor de boca por la enseñanza que pude observar una vez pasada por el filtro bíblico, como hago siempre, y que ahora voy a exponer.

Contrastes brutales
Si has prestado un mínimo de atención –espero que te haya intrigado la sucesión de los hechos- habrás comprobado cómo dos historias totalmente independientes terminan confluyendo en una nueva línea. Vidas separadas que se entrelazan “por una mano invisible”.
¿Qué es lo que vemos en la suma de estos relatos? Unos contrastes brutales llenos de:

- Amor y tragedia.
- Tragedia y amor.
- Alegría y tristeza.
- Tristeza y alegría.
- Esperanza y desesperanza.
- Desesperanza y esperanza.
- Amor y desamor.
- Risas y lágrimas.
- Lágrimas y risas.

Quizá nunca te has parado a pensarlo, pero toma conciencia ahora de esto: para que tú existas, para que estés respirando, para que estés ahora mismo y en este preciso instante leyendo estas líneas en tu ordenador, en tu tablet o en tu móvil, ¿por cuántas circunstancias alegres y tristes pasaron todos sus antepasados –muy lejanos, lejanos, cercanos, muy cercanos, fallecidos, vivos, presentes y ya no presentes-, hasta que desembocaron en ti? ¡¡Millones!!
¿Te suena de algo todo lo descrito? Esta es la historia de la vida. Esta es la historia de la humanidad. Nada más terminar de ver la película, vino a mi mente la genealogía de Jesús: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías. Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. Asa engendró a Josafat, Josafat a Joram, y Joram a Uzías. Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías. Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor. Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce” (Mt 1:1-17).
En la vida de estas 46 personas –antepasados de Jesús- hubo mezcolanza de situaciones y una amalgama infinita de emociones y sentimientos encontrados en momentos concretos de sus vidas: dramas, amores, errores, pecados, bendiciones, llantos, felicidad, vida y muerte. Sus circunstancias fueron peculiares y atemporales, donde encontramos familias desestructuradas, hijos huérfanos y criados por otros familiares, adulterios, divorcios, padres emocionalmente ausentes, etc. Muchos de ellos fueron, en términos generales, hombres y mujeres íntegros y de honor, a pesar de sus fallos. Otros fueron directamente lo que solemos denominar “malas personas”. Un ejemplo en esa genealogía es el rey Roboam, hijo de Salomón. Cometió el mismo error de su padre, al casarse con mujeres paganas, dejando de lado la adoración a Dios, permitiendo que Israel se dividiera y se llenara de idolatría: “Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él” (2 Cr. 12:1).
Como dice la Biblia “Caribe”, en el conjunto de todos ellos “varían considerablemente en espiritualidad, personalidad y experiencia. Algunos fueron héroes de la fe, como Abraham, Isaac, Ruth y David. Otros tenían una reputación sombría, como es el caso de Rahab y Tamar. Muchos de ellos fueron personas comunes, como Esrom, Aram, Naasón y Aquim. Y otros fueron malvados, como es el caso de Manasés y Abdías”[1].
Podríamos pensar que fue “la casualidad” lo que unió sus vidas, cuando en realidad todas estaban entrelazadas, y cuyos actos tuvieron consecuencias que iban más allá de sus vidas. Lo que ninguno de ellos imaginaba es que Dios usó lo bueno y lo malo de ellos, sus aciertos y sus errores, para conducir la historia, y así, un día, llegar al momento de la ENCARNACIÓN de CRISTO. De entre muchas tragedias, sacó LO BUENO por excelencia: “La obra de Dios en la historia no está limitada por los pecados humanos, y Él obra por medio de gente común. Así como Dios usó toda clase de personas para traer a su Hijo al mundo, Él hace lo mismo hoy para cumplir con su voluntad”[2].

La historia de Cristo
¿Fue fácil su vida? Sabemos de sobra que ni mucho menos: siendo un bebé fue buscado para ser asesinado. Su familia lo tuvo que llevar a Egipto, un país que no era el suyo. No sabemos exactamente a qué edad, pero perdió a su “padre” humano: José. Sus propios hermanos no creían en Él, e incluso le hablaban con ironía. Fue rechazado por su pueblo, el mismo al que vino a salvar. Le insultaron de todas las maneras posibles. No tuvo ninguna clase de privilegios. No era adinerado ni tenía un casa que pagaba en cómodas cuotas. Entró en Jerusalén montado en un asno. Sudó sangre ante la angustia que experimentó su alma. Lo despojaron de sus ropas. Le escupieron. Le abofetearon. Recibió una paliza tremenda que le llevó a quedar desfigurado. Contempló desde la cruz a su madre llorando compungida. Teniendo poder para destruir toda la existencia humana y toda la creación con el simple deseo de Su voluntad, entregó voluntariamente su vida para pagar por nuestros pecados y sufrir la muerte que nosotros nos teníamos y nos tenemos ganada a pulso.
¿Mereció la pena tanto sufrimiento y tanto esfuerzo? Por supuesto que sí, de forma indubitable. Donde el mundo veía tragedia, desgracia y muerte, Jesús observó todo lo opuesto: la esperanza, el gozo, la paz, el perdón, la victoria y la eternidad. Miró más allá, POR AMOR, y eso le llevó a soportarlo todo, como dice el autor de hebreos: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:2).

Tu historia & ¿Cómo reaccionas ante el dolor y la tragedia?
El conjunto de tu vida hasta el día de hoy –y lo que te queda- seguro que está formada por todos los elementos que hemos citado. Desde dramas inenarrables hasta felicidad desbordante, pasando por todos los estados intermedios. Algunas personas pasan por algunos momentos mejores y otras por algunos peores. Todas esas circunstancias personales darían para escribir millones de libros con infinidad de detalles.
No digo que el dolor, sea del tipo que sea, tengamos que considerarlo como algo deseable o deseado al que recibamos con palmas de alegría, ni que existan “tragedias hermosas”. O que haya que mostrarse impasible y estoico ante el sufrimiento propio y ajeno, porque siempre es desagradable. Digo que Dios lo usa todo a su manera con un fin mayor del que podemos alcanzar a entender en el presente, porque en Él no existe el azar. Lo que todos tenemos que asimilar –Y ESTA ES LA CLAVE DE TODO- es la idea que aquí sintetiza de forma magistral Noa Alarcón: “El Señor es Señor de la línea temporal, también. Y eso me hace pensar en todas las veces que algo ha venido en nuestra contra para destruirnos y ha acabado siendo de bendición. [...] no hay ninguna cosa buena en el mal que nos acecha y busca nuestra ruina. Las desgracias, accidentes y complicaciones que nos ocurren no se pueden disimular poniéndoles una etiqueta sonriente e insistiendo en que son otra cosa. Su naturaleza es la que es. El grandísimo poder de Dios no consiste en convertir algo malo en algo aceptable, sino en dejar que, aun siendo malo, cumpla con un propósito divino alineado con el bien y la misericordia que Él promete que nos siguen todos los días a los que estamos en Cristo. Judas hizo mal traicionando a Jesús, y a través de eso Dios cumplió en la cruz un propósito de salvación eterno para la humanidad. Puede que desde nuestra perspectiva meramente humana sea todo paradójico e imposible, pero desde la perspectiva de Dios tiene sentido, y debe bastarnos. Debe servirnos para aprender a dejar de tener miedo y confiar en Dios”[3].
Por eso, ante esta visión global de nuestra existencia que abarca también el dolor y la tragedia, la pregunta sería: ¿eres consciente de que todo lo que te acontece son oportunidades que tienes para decidir qué camino tomar? Y no me refiero a circunstancias externas sobre las cuales no tienes control: una enfermedad, un accidente de tráfico causado por terceros, una muerte en la familia, una catástrofe natural, una guerra o la traición de un amigo. Me refiero a cómo reaccionas ante todo eso. Es muy fácil contemplar cómo afrontan dos personas una misma situación trágica, triste, desagradable o hiriente:

- Unos se alejan de Dios. Otros, por el contrario, se acercan más a Él.
- Unos se muestran desagradecidos ante Dios y siempre se están quejando por todo. Otros, por el contrario, agradecen profundamente el milagro de existir.
- Unos se llenan de amargura. Otros, por el contrario, pasan página y siguen adelante.
- Unos siguen cometiendo los mismos errores. Otros, por el contrario, aprenden de ellos y los corrigen.
- Unos se enfrascan en el pecado, acallando sus conciencias. Otros, por el contrario, cada día quieren ajustarse más y más a la voluntad de Dios.
- Unos, a pesar de que su fecha de nacimiento indica lo contrario, siguen siendo emocional y espiritualmente infantes. Otros, por el contrario, crecen interiormente a pesar de todo, incluso de lo que no entienden.
- Unos se hacen más y más amigos de aquellos que le incitan a vivir de forma contraria a los designios de Dios. Otros, por el contrario, se rodean de amigos que buscan “primeramente el reino de Dios y su justicia”.
- Unos copian lo malo que observan. Otros, por el contrario, hacen justo lo opuesto para no caer en vilezas.
- Unos responden con maldiciones a aquellos que les han maldecido. Otros, por el contrario, aprovechan la ocasión para bendecirlos.
- Unos no se sirven de los hechos negativos para aprender. Otros, por el contrario, maduran, incluso usando lo que les ha hecho daño.

Por eso, más temprano que tarde, se comprueba que unos crecen en el Señor y otros menguan; unos aprenden, crecen y se vuelven más sabios y otros se llenan de sabiduría mundana. Unos avanzan y otros retroceden. Unos caminan por el camino ancho que conduce a la perdición y otros por el estrecho que les lleva directo a la meta de nombre “vida eterna”.
Así seguirá siendo en lo que respecta a tu vida: deberás tomar continuas decisiones, tanto a pequeñísima escala como a escalas enormes. Y todo porque vendrá a ti tanto lo bueno como lo malo, a pesar de que haya grupos “megaespirituales” que proclaman con frases antibíblicas que ellos se librarán, como si no supieran que vivimos en un mundo caído y que es parte del precio a pagar. Y si no que se lo digan a los héroes de la fe, que “fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (He. 11:35-40).
Job, el cual pasó por circunstancias terribles, comprendió perfectamente la realidad del mundo, y por eso dijo: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job. 2:10).
Todo tiene un porqué. Todas las vidas de todos los seres humanos de todos los tiempos, de una manera u otra, están entrelazadas y forman parte de un puzzle de proporciones gigantescas que únicamente Dios contempla en su totalidad.
Hoy es un nuevo día para que uses todo lo que te rodea, incluso el dolor del pasado o del presente, como fuente de aprendizaje. ¿Qué harás al respecto? ¿Sobre dónde asentarás tu vida, tus creencias, tus emociones y tus pensamientos? ¿Sobre la arena o sobre la roca, que es Cristo mismo? ¿Te quedarás anclado en tu propia humanidad o te alzarás más allá, poniendo tu mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe? Por mi parte, lo tengo claro desde hace dos décadas. Por eso, “prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14).