miércoles, 16 de octubre de 2019

De Arthur a Joker & Nuestro lado oscuro del alma


Venimos de aquí: ¿Vivimos en el mundo de Joker?

Para aportar riqueza a este escrito, he añadido en letras azules algunas frases que dice el Joker en “La broma asesina” (The Killing Joke), la mejor novela gráfica que jamás se ha hecho sobre el personaje y de la cual, en su esencia, “bebe” mucho la película.

Una noche, volviendo del trabajo en el metro, unos jóvenes ejecutivos borrachos vestidos elegantemente y que se creen los amos del mundo en el clásico vagón solitario, comienzan a insinuarse a una joven, la cual los ignora, por lo que comienzan a faltarle el respeto y a lanzarle patatas fritas. Si entras en la situación, verás que es profundamente indignante. Sentimos rabia, impotencia y pensamos que “se merecen todo lo malo que les pase”. Arthur comienza a reírse –risa cuyo origen ya explicamos y refleja justo lo contrario a lo que siente-, ante lo cual dejan a la joven en paz y se centran en él para burlarse de su aspecto. Segundos después comienzan a darle una paliza. ¿Cómo reacciona? En un acto impulsivo y no premeditado, saca una pistola que le había regalado un compañero de trabajo y los asesina sin miramientos. A uno de ellos lo persigue fuera del vagón para acabar con él.
Viendo la escena del vagón te planteas cómo habríamos reaccionado nosotros. Algunos dirán que la suya es desproporcionada, pero la realidad es que nos muestra una gran verdad bíblica: todos tenemos un lado oscuro en nuestra alma –lo que Pablo llama “lo terrenal” (cf. Col. 3:5), y ante ciertos detonantes y estímulos externos puede salir a flote. ¿Casos conocidos? Muchos: Noé emborrachándose tras llevar incontables días en un Arca rodeado de un mar que parecía no tener fin; Abraham mintiendo por miedo sobre el parentesco con su esposa; David planeando un asesinato y un adulterio tras ver a Betsabé desnuda; Moisés golpeando una piedra por causa de su hastío hacia el pueblo judío; Los hijos del trueno pidiendo permiso a Jesús para mandar fuego del cielo al haber sido rechazados por los samaritanos; Pedro cortando la oreja de un soldado romano cuando fueron a detener a Jesús.
Como he dicho, son como botones que, si son pulsados, pueden sacar lo peor de nosotros. Y estoy seguro que en tu caso recuerdas situaciones personales donde esa negrura, esa maldad, latente día tras día, ha salido a relucir. Quizá no en actos delictivos, pero sí inmorales, antiéticos y contrarios a la voluntad de Dios. Solemos controlar el infierno que llevamos dentro y que a veces se pasea por nuestra mente, pero ahí está, impregnando nuestro ser. Tal y como dijo Sinclair Ferguson: “No somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores”. Como me decía un amigo tras salir del cine: “Todos llevamos un villano dentro”.
Teniendo presente los ejemplos citados, y siguiendo dicha línea de pensamiento, quiero hacer un matiz importante: el humanismo dice que el ser humano es “neutro” por naturaleza, ni bueno ni malo, como una hoja en blanco, y que será la educación y otros factores –como unos padres ejemplares, buenas amistades, la posesión de valores sanos y una buena pareja sentimental- lo que hará que esa persona sea buena o mala. Ese concepto choca frontalmente con la enseñanza bíblica: el hombre es malo por naturaleza: “Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). Solo Dios es bueno en su esencia más pura (cf. Mr. 10:18).
Es cierto que a mayores “detonantes” o a mayor cantidad de ellos, mayores son las probabilidades de que la balanza se incline hacia “lo malo”, pero la mejor educación del mundo, los padres más excelentes, los mejores amigos y la pareja más dulce no garantizan nada. Y es verdad que si Arthur se hubiera criado en otro tipo de ambiente, su bienestar emocional habría mejorado sobremanera. Pero nada, por sí solo, habría cambiado su naturaleza caída. Ni la suya ni la de nadie. Esto afecta por igual a inconversos, ateos, cristianos y a miembros de cualquier religión: aunque muchos de ellos han tenido una vida emocional sana –y sin ser “malos” al estilo del Joker (ni psicópatas, ni asesinos ni violadores)-, en muchas ocasiones no hacen el bien o directamente están fuera de la voluntad de Dios reflejada en Su Palabra por causa de la naturaleza caída innata.
Al final, y teniendo en cuenta estos claros principios, y aunque podamos estar condicionados en ciertos aspectos, es una decisión personal –la tuya y la mía- qué rumbo tomamos: el del bien o el del mal, el de Dios o el del diablo: “Yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal” (Dt. 30:15). Si no fuera así, seríamos meras marionetas movidas por el devenir de la vida y por terceras personas. Arthur eligió su propia voluntad, la muerte, el mal, la locura, el Joker. Es un ejemplo a tener en cuenta para no seguirlo.
Como apunté al principio, esta realidad y certeza, y que refleja el film usando a un personaje ficticio con todo lujo de detalles, nos hace sentir tremendamente incómodos mientras contemplamos el desarrollo de la trama. Cualquier cristiano que sea sincero y no vaya de santurrón, reconocerá la lucha que hay en sí mismo entre el espíritu y la carne, entre las emociones, las pasiones y los deseos enfrentados, lucha reflejada una y otra vez en toda la Biblia y en la historia de la humanidad, de principio a fin: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:22-23).

Joker es el resultado de...
Podemos empatizar con Arthur porque entendemos su dolor, sus circunstancias y las “minas” que le han explotado en pleno corazón a lo largo de su vida, pero su reacción ante las mismas cuando se convierte en el Joker ya son injustificables. Eso nos lleva a alejarnos de él desde ese instante y ahí dejamos de empatizar con su persona. Recordemos algo que repito con asiduidad: todo mal tiene una explicación pero nunca justificación. Por eso, en ningún caso, absolutamente en ninguno, podemos defender ni justificar las acciones malvadas.
Ante un dolor palpitante, ante heridas abiertas de par en par, podemos “comprender” ciertas actitudes. Podemos “comprender” a una persona cuyo corazón está en tinieblas porque desde pequeño solo ha conocido la violencia y el odio. Podemos “comprender” a un desfavorecido que vive amargado y siente desprecio por este mundo porque nadie le ha ayudado jamás. Podemos “comprender” que haya personas resentidas porque sus vidas han estado llenas de desgracias y de soledad. Podemos “comprender” a personas que han caído en la droga y en la prostitución porque sus circunstancias familiares o personales eran dramáticas y no supieron afrontarlas. Y para que nadie me malentienda: el término comprender lo he entrecomillado para hacer ver que ponerse en la piel de otro no implica aceptar lo que siente, su comportamiento y las decisiones que ha tomado bajo sus circunstancias negativas.
Hay infinidad de “detonadores” como la soledad, la exclusión social, la orfandad, los abusos físicos o psicológicos, el desamparo, un trabajo miserable o mal remunerado, unos padres nada amorosos, la ausencia total de amigos, el fracaso escolar, el bullying o la pobreza que nos pueden hacer implosionar y estallar a todos. Repito: a todos. En los casos más extremos, convertir a un “Arthur” en un “Joker”: “¡He confirmado que no existe diferencia entre todos los demás y yo! Basta con un mal día para que el hombre más cuerdo del mundo enloquezca. A esa distancia está el mundo de mí. A un mal día” (Joker)[1]. En nuestro caso, puede no ser un único mal día, sino la suma de muchos de ellos.
Arthur llega a la conclusión de que, como el mundo le hace sufrir y lo pisotea, sabiendo que no podría cambiarlo con sus chistes ni haciéndolo reír, lo mejor es tomar otro sendero: el de la violencia, el de la sangre, el de la venganza, el de eliminar al que le ha tratado mal, cayendo así en el mismo error que denunciaba: el de querer que sufran los que le hacen sufrir y que experimenten su mismo dolor. Eso es mezquino. Termina perdiéndose en el laberinto y en el caos que es su propia mente. Su cabeza ya ha cortocircuitado. Por eso mata a sangre fría a su madrastra, a su compañero de profesión que se burlaba de él y al presentador de televisión que lo usaba para lograr mayor audiencia.
Ahí es cuando Arthur se convierte en Joker, en un verdadero psicópata con una concepción completamente distorsionada del bien y del mal, llegando él mismo a la conclusión de que ese es su verdadero “yo”. La realidad es que el Joker:

- Es fruto de una naturaleza corrompida desde su propia concepción: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5).

- Es consecuencia de un dolor que le abrasa, le corroe y le quema las entrañas.

- Es un producto de la sociedad que le envuelve y que analizamos en el primer escrito.

- Es una creación surgida de la contemplación de un mundo moralmente aberrante que tiene en las más altas esferas a los ricos y poderosos mientras el resto son despreciados e infravalorados.

- Y, por último, de cómo ha afrontado y encajado de mal todos los golpes que le ha dado la vida, junto a sus malos recuerdos: “Haces lo que haría cualquier hombre cuerdo en tu horrible situación. [...] ¿Te acuerdas? ¡Oh, yo no haría eso! Recordar es peligroso. El pasado me parece un lugar tan repleto de ansiedad y preocupaciones... [...] La memoria es muy traicionera. Un instante hace que te pierdas en una feria de placeres, con los intensos aromas de tu niñez, los brillantes eones de la adolescencia, todos esos algodones de azúcar sentimentales... y al siguiente te conduce a otra parte, un lugar al que no quieres ir... un lugar oscuro y frío, lleno de las húmedas y ambiguas siluetas de todo aquello que creías olvidado. Los recuerdos pueden ser pequeñas bestias viles y repulsivas. [...] Pero... ¿podemos vivir sin ellos? Los recuerdos son los cimientos de la razón. ¡Si no somos capaces de afrontarlos, negamos la razón misma! Aunque, ¿por qué no hacerlo? Tampoco es que tengamos un contrato que nos vincule a la racionalidad. ¡No hay cláusulas de cordura! Así que, al sentirte como pasajero de un horrendo tren de pensamientos que se dirige a lugares insoportables del pasado, recuerda que siempre quedará la locura. La locura es una salida de emergencia... Puedes salir y cerrar la puerta a todas esas terribles cosas que han ocurrido. Puedes apartarlas de ti... para siempre. [...] Cuando el mundo está lleno de preocupación y cada titular grita desesperación. Cuando todo es hambre, guerra y violación, y la vida es mezquina... hay algo que hago y que le aconsejaré, algo que siempre me hace sonreír... me vuelvo loo-oo-coo como una bombilla cubierta de bichos, simplemente loo-oo-coo. A veces echo espuma por la boca y muerdo la alfombra... Señor, la vida puede ser maravillosa en una celda acolchada, eso ahuyentará la tristeza... ¡Puede cambiar su dolor por un cuarto sin ventanas y dos inyecciones diarias! Vuélvase loo-oo-coo, como una víctima de los ácidos o un lunáti-coo, o un telepredicador. Cuando la especie humana tenga un rostro ansioso, cuando la bomba penda sobre nuestras cabezas, cuando su hijo se vuelva azul, nada le preocupará, ¡puede sonreír y asentir sin más! Cuando esté loo-oo-coo, nada le importará un pimiento... ¡El hombre es tan pe-quee-eño, y el universo tan grande...! Si le duele el alma, que le diagnostiquen, y si la vida le trata mal... ¡No salde la deuda, pierda la cabeza! [...] Esa exagerada idea sobre la importancia de la humanidad. La consciencia social y el rancio optimismo. No es algo apto para aprensivos ¿verdad? Y lo más repulsivo de todo son sus inútiles y frágiles nociones del orden y la cordura. Si pones demasiado peso sobre ellas se rompen. ¿Cómo vive? Les oigo preguntar. ¿Cómo sobrevive un espécimen así en el cruel e irracional mundo de hoy? La triste respuesta es ´no muy bien`. ¡Enfrentándonos al hecho ineludible de que la existencia humana es una locura, algo aleatorio y sin sentido, una de cada ocho personas así termina por resquebrajarse y volverse loca! ¿Y quién puede culparlas? En un mundo tan psicótico como este ¡cualquier otra reacción sería una locura? [...] Pero lo que trato de decir es que me volví loco. ¡Cuando me di cuenta de que el mundo no era más que una horrible broma de mal gusto, me volví loco de remate! ¡Lo reconozco!” (Joker)[2].

Como bien dijo el filósofo griego Epicteto que “lo que importa no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas a lo que te sucede”. En el caso de Joker, llega a la conclusión de que la locura es la mejor salida, como un estilo de vida que le permite seguir adelante en este mundo “a pesar de todo”.

Un camino de muerte vs Un camino de vida
El camino que se traza de Arthur a su conversión en Joker es un camino de muerte. En el lado opuesto tenemos el camino de vida que presentó Jesús cuando inició su ministerio al levantarse en medio de la sinagoga para leer un pasaje del libro de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18-19). Ese día, a esa hora, tal y como dijo Cristo, en Él se cumplió esa profecía.
La vida puede golpear duro, muy duro. La vida puede ser injusta, muy injusta. La vida puede romper el corazón del hombre y la mujer más fuerte. Y para el que está “sin esperanza, sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12) puede llevarlo al límite. Pero es ahí donde aparece el que marca la diferencia. El que fortalece al caído, el que sana las heridas, el que llena de esperanza, y en el cual la existencia y la vida cobran sentido, tanto en su principio como en su final. Y Él no es una religión por mucho que siga sin entrarle esto en la cabeza a muchos. No es una serie de normas y buenos deseos. Es nuestro Creador, el que así mismo se considera “el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6), “el alfa y la omega, el principio y el fin” (Ap. 22:13), el que nos dió aliento de vida, el que pagó en una cruz por nuestra maldad, el que resucitó de entre los muertos y el que vendrá de nuevo. Su propia conclusión es abrumadora: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12). ¡¡¡Estas palabras, esta realidad, esta verdad, deberían hacer saltar a cualquiera!!!
Al igual que, a grandes rasgos y sobre todo a nivel moral, el mundo no va a mejorar hasta el momento de la Parusía, por muchas rebeliones, revueltas y estallidos sociales que se produzcan, tampoco podemos vencer por nosotros mismos “el Joker” que todos llevamos dentro y que nos impulsa a ir directamente contra los designios de Dios. Ni siquiera tras la conversión perdemos la naturaleza pecaminosa que traemos de serie ya que no alcanzaremos la santificación total hasta que no estemos en Su presencia (cf. 1 Jn. 3:2). La lucha, tal y como la describió Pablo, siempre estará ahí. Pero la única solución es la que es, que no es otra que creer en las Buenas Noticias: “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3-4). El precio que nosotros merecíamos por nuestros pecados, Él lo pagó por completo en la cruz, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P. 2:24).
Acabo ya con varias preguntas: ¿Has decidido ya vivir dentro de la voluntad de Dios o dentro de la tuya propia? ¿Qué camino decides seguir? ¿Crees el mensaje de salvación? ¿Has dado ya el paso? Si es así, a partir de ahora: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Ro. 6:11).



[1] La broma asesina. Universo DC de Alan Moore. Pág. 294. ECC.
[2] Ibid. Pág. 277, 280, 289, 295. ECC.

No hay comentarios:

Publicar un comentario