lunes, 13 de noviembre de 2023

No, Barbie: no todos los hombres somos Ken (1ª parte)

 


* Tras ver la película “Barbie”, analizarla, escribir este artículo sobre ella y, a posteriori, ver vídeos de algunos youtubers comentándola, sigo sin saber si es una burla al feminismo actual, y esa visión sesgada y llena de clichés sobre los hombres, cuyo propósito es despertar a las mujeres que han caído en las garras de esa ideología, o si realmente apoya sus postulados. Es la única duda que me ha quedado. Por lo que he podido observar, hay división de opiniones sobre el propósito. En mi caso, el examen concienzudo que voy a hacer de la misma, se basa en que sí apoya la ideología feminista “radical”.

Cansado, mentalmente cansado. Así terminé al ver la película “Barbie”. ¿La razón? Desde el primer segundo, pasando por numerosas escenas, diálogos y soliloquios, tenía ganas de parar la película y contradecir buena parte de lo que se estaba mostrando. En más de una ocasión, me encontré diciendo “no me lo creo”, “¿en serio ha dicho lo que he escuchado?”, “¡pero qué barbaridad!”, “menuda manera de manipular” o “¿quién habrá escrito el guion?”, pasándome por la mente, de forma sarcástica, los nombres de Irene Montero y Pam.
Algunos dirán que solo es un producto, una campaña de marketing de la empresa Mattel para vender sus muñecas. Otros afirmarán que solo es una comedia, incluso una sátira, una exageración de la realidad para mostrar una enseñanza vital. Pero, como vamos a ver, por los mensajes que suelta a cada segundo y la repercusión que ha tenido, de broma, poca. Sea o no su propósito, es un trabajo más de ingeniería social, que trata de rehacer al hombre y a la mujer desde su misma esencia, al mismo tiempo que los separa aún más.A algún hombre, defensor del feminismo actual, le he escuchado decir que, ni la película ni el feminismo atacan al hombre, sino a un determinado tipo de masculinidad: la tóxica. Si eso fuera lo que se mostrara en el largometraje o lo que se suele escuchar entre, por ejemplo, las Ministras del Ministerio de Igualdad, lo aceptaría sin problemas. Pero cuando a TODOS los hombres se les representa igual, ahí ya hay una generalización inaceptable.
Imagina que se muestra en una película a ateos, cristianos, judíos, venezolanos, rusos y negros.  Y todos los que salen en la misma son malos, absolutamente todos. Si alguno dice: “Bueno, pero solo está señalando a los ateos, cristianos, judíos, rusos y negros que son malos”. Pues, hijo mío, ponme también ateos, cristianos, judíos, rusos y negros que sean buenos, porque de lo contrario estarás cayendo en la divulgación de un sesgo.
Entre las muchas opiniones que he leído, hay una que se repite continuamente: madres que, por la nostalgia, fueron en grupo con sus hijas y sobrinas pequeñas, esperando una comedia para toda la familia. ¿La realidad? Todas decían arrepentirse: a las madres no les gustó, las niñas no la entendieron, y ninguna de ellas se rieron.
De entre todas esas críticas, la que me hirió hasta la sensibilidad fue la que comentó una espectadora: ella observó a una niña, de cuatro o cinco añitos, en la fila de adelante, abrazada a su muñeca, con forma de bebé, mientras en la pantalla, en la primera escena de la película, se mostraba a niñas de dicha edad, destrozando con ira y contra el suelo esa misma muñeca, lanzándola al aire y propinándole patadas, todo ello ante la sonrisa de Barbie.
¿Qué tuvo qué sentir esa niñita viendo “eso”? Su pequeño corazón se quedaría impactado, sin entender el motivo de lo que contemplaba, y preguntándose la razón por la cual rompían algo que ella amaba y protegía. Nada me duele más que le provoquen dolor a un infante. Y unos guionistas de Hollywood, que se creían muy graciosos, lo hicieron. Deplorable y moralmente denunciable.

De qué trata
En la historia que nos cuenta, vemos que existen dos mundos: uno, el real, que todos conocemos, y otro conocido como Barbieland, que se muestra como ideal y perfecto... según la visión feminista. Aquí todas las mujeres se llaman Barbie, aunque se centra en una de ellas; en este caso, la “principal”, la conocida como “Barbie estereotipada”, interpretada por Margot Robbie. Por su parte, todos los hombres se llaman Ken –excepto uno, que no se comporta como el resto-, aunque también gira en torno al que representa el actor Ryan Gosling.
Allí, la vida está bien determinada: son las Barbie las que “manejan el cotarro”: la presidenta es una mujer, al igual que la abogada, la periodista, la cartera y absolutamente todo. Hasta la cuadrilla de albañiles está formada por ellas. No dejan de sonreír, viven felices en casas maravillosas, llenas de color –rosa, rosa y más rosa-, y cada noche organizan “noche de chicas”, por lo que apenas tienen tiempo que dedicarle a los hombres. Nadie está casado ni tiene hijos, puesto que la interacción entre hombres y mujeres se limita a mirarse unos a otros, a hablar de sandeces y a compartir algún que otro baile.
Mientras tanto, los hombres –que nadie, ni las mujeres, saben dónde viven-, no trabajan ni hacen nada de provecho. Son vagos per se. Se pasan el día haciendo el ridículo, exhibiendo su falta de cerebro y habilidades, mientras que entrenan con pesas y lucen palmito, para así tratar de llamar la atención de las mujeres y conquistarlas, algo que nunca logran. 
En definitiva: todas las mujeres son perfectas, extraordinarias, maravillosas, inteligentísimas, talentosas y trabajadoras, mientras que todos los hombres son vagos, torpes, tontos, inútiles y machirulos. Ninguno de entre ambos sexos, absolutamente ninguno, es lo contrario.
Y es así hasta que, un día, Barbie estereotipada, tiene pensamientos tristes y extraños. Tras consultar con la Barbie rara, descubre que, en el mundo real, hay alguien jugando con ella y le está inculcando ansiedad, depresión y pensamientos sobre la muerte. ¡Incluso ya no anda de puntillas, lo que hace que su cuerpo sea menos estilizado! ¡Y le sale celulitis! Para remediar todo esto, inicia un viaje al “mundo real”, y así encontrar a la niña que ha puesto esas ideas en ella, remediarlo y volver a su estado anterior de felicidad.

¿Mujeres de bandera y hombres patéticos?
Tras llegar a su destino –junto con Ken, que se había escondido de polizón en el coche de Barbie-, descubren que no es como imaginaban: los hombres son incluso peores que en Barbieland, dominando el mundo y, por ende, a las mujeres.
Nada más pasear por la playa en patines, y vestidos con colores extravagantes, los hombres se muestran como babosos ante ella, haciéndole todo tipo de comentarios groseros: desde un grupito de chicos, pasando por albañiles y dos agentes de Policía, terminando por un hombre que se acerca y le propina un cachete en el trasero. Por suerte, hay mujeres que no compran esta idea, como señalaba una crítica de cine: Lo siento, pero lo normal es que vayas por la calle y los hombres te respeten, y que algún tarado en la noche te meterá mano, o algún salido te soltará algún comentario desafortunado, es posible desgraciadamente, pero que te pase en cuanto pisas la calle cada día es ANORMAL”. Sin embargo, en la película lo muestran como lo habitual en el mundo, donde todos los hombres son agresivos, prepotentes y dedicaran su día a sexualizar a las mujeres.
Volvamos a la historia: los empresarios que manejan Mattel, la empresa dueña de las muñecas “Barbie” y los muñecos “Ken”, representan lo peor de lo peor: son unos machistas opresores, que se burlan de las mujeres, con un jefe que solo piensa en el rédito económico, tan patético que desea ser el que le dé al botón del ascensor –como si fuera un niño chico-, y tan inútil que no sabe usar una tarjeta para pasar un torno de control.
Todos los hombres que vemos, tanto en Barbieland como en el mundo real, son mostrados como patéticos y descerebrados, que toman decisiones impulsivas e ilógicas, como si tuvieran una única neurona, y que lo único que desean es perpetuar su dominio sobre las mujeres, usando lo que Barbie repite sin cesar: el patriarcado, algo que Ken trata de establecer en Barbieland, lavándole el cerebro a las mujeres para que se vuelvan sumisas. Mientras tanto, también en el mundo real, las mujeres son inteligentes, audaces, compasivas, tiernas, luchadoras, guerreras y valientes. Si te has fijado en lo que pone en el cartel, desde ahí ya empieza la diferenciación: “Ella es lo más. Él es simplemente Ken”. ¡Incluso Allan, el único que no se llama Ken, y que es un aliado de las Barbies, lo representan torpe, rarito y bufón!
Panda de hombres energúmenos y trogloditas, como todos los que se muestran

La directora de la película desea romper los estereotipos de las niñas que juegan con bebés de juguete, y para ello se burla de los niños que hacen lo propio con coches y caballos. ¡Claro que sí!
¿Le habría hecho gracia a las mujeres que se hubiera mostrado a todos los Ken como sabios, maduros, sensibles y emocionalmente profundos, mientras que a todas las Barbies hubieran sido representadas sin talento alguno, inútiles y tontitas, hasta el punto de lanzarse voluntariamente en la playa contra una ola de cartón duro, peleándose con otras mujeres, usando flechas de mentira, raquetas de tenis, pelotas de plástico, sitck de hockey y flotadores, mientras montan en caballos de juguete? ¡Seguro que no!

La realidad
El feminismo radical ve al hombre como el problema del mundo, el enemigo a someter y eliminar. Para ellas, los que no se postran a sus principios, son machistas, donde no existe el amigo sabio, el compañero atento, el novio cariñoso, el esposo responsable o el padre servicial.
Ni todas las mujeres son “lo más”, ni todos los hombres son “como Ken”. Ni todas las mujeres son delicadas, ni todos los hombres son unos babosos. Ni todas las mujeres son inteligentes y trabajadoras, ni todos los hombres son necios y vagos. Hay una mezcla de todo, tanto de lo bueno como de lo malo. Hay mujeres buenas y mujeres malas. Hay hombres buenos y hombres malos. Dejando a un lado la verdad bíblica que muestra que, en sí mismo, el único bueno es Dios (cf. Mr. 10:18), en términos meramente humanos, la verdad es que hay “personas” buenas y malas, independientemente de su sexo.
¿Un mundo gobernado solo por mujeres sería idílico y sin problemas? Que le digan a los argentinos el destrozo que hizo en su nación la presidenta Cristina Kirchner, a nivel de pobreza, desempleo e inflación. ¿Que no usan la violencia al grado de los hombres? Cierto, pero cuando dos mujeres discuten acoloradamente, se convierte en una batalla campal de desprecios mutuos y reproches, donde es mejor ni inmiscuirse. ¿Que la hermandad y camaradería entre mujeres sería perfecta? Las mismas feministas radicales insultan y expulsan de sus manifestaciones a otras mujeres porque no piensan igual en todo. ¿Que no hay mujeres que miran a los hombres solo por su belleza? Que recuerden el recibimiento que le hicieron en Madrid a Cam Yaman, el actor turco, donde parecía que las cientos de mujeres presentes, de todas las edades, “querían un hijo suyo”, ipso facto. Lo mismo que hacían cada vez que veían a David Beckham, y que daría para un documental.
Ese supuesto patriarcado que denuncian, ya no existe en la cultura occidental. Presentar a las mujeres como si vivieran en la distopía de El cuento de la criada, es ofensivo, no solo para los hombres, sino, sobre todo, para las mujeres. Podría entender la denuncia en la India, donde el sistema de castas sigue vigente, en lugares donde predomina la religión islámica, y en parte de la etnia gitana, pero no en Estados Unidos y en Europa.
A lo largo de la trama, observamos cómo Barbie conoce a la que, cree, es la chica que tenía pensamientos de tristeza sobre ella. Aunque después se descubre que no lo es, sino la madre, las palabras de una adolescente, de nombre Sasha, son demoledoras para Barbie: mientras la chica de rubio piensa que simboliza la perfección, Sasha le dice que la odia, puesto que representa a la rubia tonta, y añade: “Desde que te crearon has hecho que las mujeres se sientan mal. Representas todo lo malo de nuestra cultura. Capitalismo sexualizado, ideales físicos no realistas. Te cargaste la autoestima de las niñas y estás destrozando el planeta con tu glorificación del consumismo desenfrenado. ¡Fascista!”. Según Sasha, Barbie representa lo que el patriarcado quiere que represente.
De nuevo, nos enfrentamos a la realidad: el patriarcado, el sistema donde el hombre hace y deshace a su antojo, donde manda y gobierna en todas las esferas de la vida, donde la mujer no tiene voz, ni voto, ni estudia, ni puede trabajar sin el permiso del varón. ¿De verdad eso es real a día de hoy? En mi país, la mujer ya no es sirvienta de nadie, y posee las mismas libertades que cualquier hombre, incluso sus derechos ante la ley son superiores. Hay becas para estudiar que solo se les adjudican a ellas. Tienen multitud de subvenciones y ayudas que no se aplican a los hombres[1]. Hay distintas penas de cárcel para hombres y mujeres cuando el conflicto es entre ellos, aunque el delito sea el mismo. Hay mayor número de licenciadas en la Universidad que licenciados. Los requisitos para acceder a ciertos puestos de trabajo son menores, como en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o de bomberos. Pueden vestir como les venga en gana. Pueden llenarse el cuerpo de tatuajes y la cara de pírsines. Pueden pelarse y ponerse el pelo del color que quieran, por muy estrambótico que resulte. Pueden ir a donde les dé la gana. Pueden viajar solas a donde quieran. Pueden hacer el deporte que les plazca. Hasta el acto terrorífico de abortar pueden llevarlo a cabo, como si fuera un método anticonceptivo más, y apoyadas por buena parte de la sociedad.

Puestos de poder & Cuotas de género
Ken descubre asombrado que, el mundo real, está gobernado por hombres, bajo ese sistema impuesto de patriarcado. Cree que, por ello, por el hecho de ser hombre, puede ser médico, aunque no haya estudiado; que puede ser socorrista de playa, sin saber nadar; que puede tener un puesto bien remunerado y de prestigio, sin estar preparado para ello... hasta que descubre que no es así.
Es la misma cantinela que repiten los movimientos feministas: que las mujeres son ignoradas y los hombres logran sus trabajos por ser varones, donde tienen derechos que ellas no poseen; falacia que ya refutamos anteriormente.
En el presente, por ley, sucede todo lo contrario: se establecen cuotas de géneros, para que un porcentaje de mujeres ocupen determinados puestos de trabajo, independientemente de que haya hombres que las superen en calificaciones. La meritocracia, que es como se debería valorar el trabajo de alguien –independientemente de su sexo-, ha pasado a un segundo plano.
Si yo pregunto a un hombre machista sobre qué bombero quiere que le saque en volandas de un incendio, dirá que un hombre. Si le pregunto lo mismo a una mujer feminista sobre qué bombero quiere que la salve, dirá que una mujer. Ambos errados: el que te tiene que sacar es el que pueda hacerlo. ¿Para qué quiero a un hombre o una mujer, que no puede levantar mis casi ochenta kilos de peso, estando yo inconsciente, siendo, por lo tanto, mayor la dificultad? Lo que deseo es que me saque en volandas, sea quien sea. Y debería ser en cualquier puesto de trabajo, en base a los estudios, formación y talentos para desempeñarlo.
En consecuencia, lo que tendría que primar es la capacidad, no unas cuotas de género, o esa expresión contradictoria y sinsentido como es la “discriminación positiva”. No existe tal cosa: si discrimina positivamente a uno, discrimina negativamente a otro. Tratando de conseguir “igualdad”, el feminismo ha caído en la misma injusticia que tanto denuncia del hombre del pasado.
Resulta muy llamativo que pidan cuotas para ciertos puestos, pero no soliciten que se les guarde para trabajar recogiendo la basura subidas en la parte trasera de un camión, de albañiles, en una refinería en lo alto de una tubería, limpiando cristales en edificios de gran altura o en minas picando piedra. 
En España tenemos a mujeres desempeñando puestos de gran responsabilidad, como a Ana Botín (presidenta del Banco Santander), Margarita Robles (Ministra de Defensa), Nadia Calviño (Vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital), Pilar Llop (Ministra de Justicia), Fuencisla Clemares (directora de Google) y Marta Martínez (directora general de IBM Europa, Oriente Medio y África). ¿Que, por ahora, son pocas en cantidad respecto a los hombres? Por un lado, son los hombres los que suelen preferir los puestos de mayor responsabilidad. Y, por otro, volvemos a lo mismo: hay que ganárselo por méritos propios, no por ser de genes XX o XY. Conforme eso suceda, habrá más y más mujeres.

Premiando el género & Destacando a unos al precio de despreciar a otros
Me llamó mucho la atención que, entre los tres candidatos a mejor entrenador en fútbol femenino en 2023, el premio fue concedido a una mujer, la neerlandesa Sarina Wiegman, a pesar de que su selección, Inglaterra, perdió la final contra la selección española, entrenada por otro de los nominados: Jorge Vilda. El otro también era hombre: Jonatan Giráldez, que ganó con el Barcelona femenino, nada más y nada menos, que la Champios League, la Liga española y la Supercopa de España. ¿Por qué se le dio el premio a una mujer que no ganó absolutamente nada, y no se le dio a alguno de los hombres que lo ganaron absolutamente todo? ¿No se buscaba igualdad, y premiar los méritos? Mucha casualidad que fuera así, y justo después de lo acontecido con el caso Rubiales (“Hashtag: # Seacabó. ¿El machismo, el hembrismo, la desigualdad o qué exactamente?” https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/09/hastag-seacabo-el-machismo-el-hembrismo.html  y “¿El mal entiende de géneros? ¿Cuándo acabará la guerra entre el hombre y la mujer, y qué precio estamos pagando ambos mientras tanto?” https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/09/el-mal-entiende-de-generos-cuando.html).
Mientras que en algunas carreras universitarias suelen tener mayor participación las mujeres (Enseñanza infantil: 92%; Trabajo social y orientación: 83%; Enfermería: 82%), en otras son los hombres los que predominan (Informática: 86%; Deportes: 80%; Ingenierías: 74%)[2]. Para elegir dichas carreras, todos ofrecen el mismo argumento: les gusta más y se sienten inclinados hacia ese futuro. Pero, de un tiempo a esta parte, se han viralizado vídeos donde, mujeres de movimientos feministas, van a los institutos a dar charlas para convencer a las chicas para que estudien Ingenierías, y así “demostrarles a los hombres que ellas también pueden”. Vamos a ver: ¿pero quién es nadie para decirte lo que tienes que hacer o no? Ya es el colmo. ¡Que cada uno estudie lo que quiera! ¡Que cada uno practique lo que más disfrute y mejor sepa hacer!
Se está llegando a tal ridículo que hasta los iconos populares de ficción se están destrozando en el cine y la televisión. Se toma la serie de dibujos animados de He-Man y los Masters del Universo, y matamos al protagonista para cederle el papel principal a una mujer. Se toma al inteligentísimo científico Bruce Banner, alias Hulk, experto en biología, química, ingeniería, medicina, fisiología y física nuclear, para dejarlo en ridículo ante su prima She-Hulk. Se toma a varios de los personajes principales de Fundación, la gran saga literaria del escritor Isaac Asimov, y le cambiamos el sexo: de hombre a mujer, ¡incluso a los robots! ¿Qué será lo siguiente?
¿Es que no pueden crear buenos papeles para las mujeres, verdaderamente fuertes e interesantes, como ya han hecho con Millie Bobby Brown en Stranger Things, Natasha Lyonne en Poker Face, Jenna Ortega en Miércoles, Rosario Dawson en Ahsoka, Sigourney Weaver en Aliens, Amy Adams en Heridas abiertas, Charlize Theron en Mad Max: Fury Road, Cate Blanchett en Blue Jasmine, Daisy Ridley en Star Wars, Amy Dunne en Perdida, Gal Gadot en Wonder Woman, Jennifer Lawrence en Los juegos del hambre, Frances McDorman en Tres anuncios en las afueras, Linda Hamilton en Terminator o Nicole Kidman, Laura Dern, Reese Witherspoon, Shailene Woodley, Zoe Kravitz y Meryl Streep en Big Litlle Lies, entre muchísimas más, sin necesidad de pisotear a los hombres?

Continuará en Barbie y Gloria, dejad el discurso victimista & Escuchad también a los hombres & Mejor juntos que cada uno por su lado & Perdidos sin Dios (2ª parte)

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