lunes, 4 de septiembre de 2023

11.5. ¿Eres soltero porque, cuando tienes pareja, no sabes negociar con ella?

 



Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Qué se puede negociar y qué no, siendo lo mejor separar los caminos
Pongamos un ejemplo de cómo llegar a un acuerdo con un caso práctico. Supongamos que ambos tienen gustos culinarios sumamente diferentes. Lo que a uno le agrada, al otro le desagrada. No es cuestión de que sepan cocinar mejor o peor. Sencillamente, llevan toda la vida comiendo de una determinada manera y esos son los gustos que hay. ¿Qué harán? ¿Enfadarse continuamente? ¿Impondrán al otro sus comidas? ¿No comerán juntos? ¿Se irán a casa de sus padres por separado para almorzar? No. Ante una situación así, lo lógico sería que cada uno se preparara su propia comida. Esa sería una opción. ¿Otra? Que vieran qué comidas les gusta a ambos para comerlas el mismo día. A veces la preparará uno y en otras ocasiones el otro (a menos que uno de ellos sea un experto al que le encante cocinar y siempre quiera hacerlo) ¿Hacer dos comidas por separado? Es una posibilidad más. Es mejor eso que andar siempre con reproches y discutiendo.
En todos los demás asuntos deberán ser igual –o más- de habilidosos a la hora de enfrentar situaciones de las más variadas. Incluso he leído de matrimonios que llegaron a acuerdos donde cada uno lavaría su propia ropa interior y tendrían cuartos de baños distintos. En una relación caben todo tipo de pactos.
Aunque en un principio pueda ser cierto el dicho de que los polos opuestos se atraen (una persona muy activa se puede sentir atraída por una más tranquila), a la larga no es tan fácil. Y a la hora de establecer este tipo de cuestiones, es necesario ensamblarse correctamente y tomar líneas comunes de actuación. Por citar algunos casos más: si tu pareja no quiere tener hijos y tú deseas ser padre con todo tu corazón, la relación no tendrá base alguna. O si a él le encanta ir a bailar a un pub y tiene pensamiento de seguir haciéndolo –cuando ella considera que un cristiano no debería asistir a tales lugares-, los problemas se manifestarán inmediatamente. O si tú quieres establecerte en una ciudad y comprar una casa para toda la vida, pero a él le va la aventura y quiere vivir en un país diferente cada cinco años, pues también serán claras las divergencias y la incompatibilidad. Y, por último, si ella asiste a todas las actividades que se organizan en la congregación y quiere que asistas a ellas cuando tú prefieres apuntarte a unas y descartar otras abarcando menos. Todas estas son cuestiones que hay que plantearse con claridad. De lo contrario, la relación nacerá muerta y con fecha de caducidad, y lo mejor será no seguir adelante, antes que la realidad os golpee a los dos.
Lo que tampoco podéis hacer es no negociar alguno de estos puntos y luego echarlos en cara cuando se produzcan de manera opuesta a como vosotros pensabais que deberían ser. Si uno de los dos –o los dos- actúa de esta manera, continuamente estará poniendo cruces sobre la persona y tachándola de inapropiada. Si no se comporta ante los demás como tú lo haces, descartado. Si no expresa sus emociones ante los demás como tú lo haces, descartado. Si no siente el mismo amor por los demás como tú lo haces, descartado. Si escribe un artículo para un periódico sobre un tema donde no coincide su opinión contigo, descartado. En definitiva, personas quisquillosas en todos los aspectos.
Hay muchos que son intransigentes hasta límites enfermizos y que rechazan a otros por auténticas sandeces, sin intentar hablar y negociar: no le termina de gustar la forma de vestir del otro, ya que le parece poco elegante; considera que su forma de vocalizar no es perfecta; se molesta porque no se hacen las cosas exactamente igual que en casa de sus padres; preferiría que se dejara el pelo largo en lugar de corto y que se afeitara todos los días, etc. En una ocasión leí de un hombre que descartó a la chica en la cual estaba interesada porque ella se durmió en una clase del seminario, lo cual consideró como impropio de una hija de Dios, señalando que alguien así no tenía el mismo interés que él en estudiar la Palabra. Ni siquiera se molestó en preguntarle si había tenido una mala noche o si se encontraba bien. No quiso saber nada más de ella. Lamentable. O la mujer que también se alejó de un hombre porque ella oraba y tenía su tiempo devocional por la tarde y él, sin embargo, por la mañana. Y el caso de aquella chica vegetariana que miró con mala cara a un hombre encantador, pero que comía carne.
Habrá ocasiones donde os defraudaréis el uno al otro por alguna actitud, o porque ante determinada circunstancia no actuaréis de la manera esperada. Es humano. Sin embargo, el intransigente no lo ve así y usa todos estos argumentos para romper sus relaciones.

¿Discutir, debatir o cambiar?
La comunicación y la negociación debe basarse en la empatía, el cariño, el respeto y la flexibilidad. Todo esto, y como todo el proceso de construcción de una pareja, lleva tiempo y una predisposición positiva. Discutir se basa en tratar de imponer tu punto de vista a cualquier precio. Debatir es exponer tus argumentos, aunque difieran de los de tu pareja, respetando la mutua libertad de pensamiento. Una cosa es decir: “Me gustaría tener cuatro hijos” y, a partir de ahí, negociar. Y, otra muy diferente, apuntalar, sí o sí: “Quiero tener cuatro hijos”. El término medio podría quedarse en dos. Si la respuesta fuera “no, ninguno”, entonces está muy claro qué hacer con ese noviazgo: concluirlo inmediatamente, llevéis juntos un día o cinco años.
Si ambos pensarais exactamente igual, sintierais exactamente igual y tuvierais exactamente las mismas opiniones en todos los temas, no sería una relación enriquecedora. Como dijo Ruth Graham, esposa de Billy Graham: “Si estuviéramos de acuerdo en todo, uno de los dos sobraría”. Podéis ser personas distintas y, a la vez, que se complementen, pero no iguales en cada detalle.
Basta que uno de los dos no tengáis esta idea clara para que todo se eche a perder, aunque es evidente que se puede corregir si se da cuenta del error y está dispuesto al cambio. Pero si son los dos los que os encerráis en sí mismos, no hay nada que hacer.
Aquí no me refiero a que tratéis de cambiar la esencia de una persona (que, como ya vimos, es antinatural y ahí solo queda la aceptación o lo renuncia), sino de modificar aquellos detalles personales que podáis para adaptaros mutuamente. Los dos debéis entender que, aunque haya partes de la personalidad del otro y formas de actuar que no os agraden del todo, no tiene que significar que vuestro compañero lo esté haciendo mal ni pecando, sino que veis distintos aspectos de la vida de manera diferente.
Jamás estaréis de acuerdo en todo. Una vez leí esta frase: “Estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo”. En lugar de sentirte mal cuando no piensen igual que tú, sería conveniente que aplicaras esta frase a tu vida. Así podrás aceptar vuestras diferencias. Si todo se reduce a la intransigencia y a no saber negociar, tendrás un grave problema de egocentrismo. En lugar del servicio mutuo, estarás buscando un sirviente al que manipular y que esté a tu lado para complacerte en todo momento, cuando una relación no consiste en eso, sino en el amor agape, que ya analizamos en “¿Cómo repercute el paso del tiempo en una relación?: ´Este` es el amor verdadero y maduro” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/02/1092-como-repercute-el-paso-del-tiempo.html).
La vida está llena de cambios continuos y diarios. El amor evoluciona. Es muy cómodo, egoísta y perezoso decir: “Que cambien los demás, yo estoy bien así”. Si este es tu caso, debes aprender a ser flexible, negociar y modificar lo que sea necesario. De lo contrario, la capacidad de amar, la vida en pareja y el matrimonio nunca encajarán en con tu forma de ser.

¿La mujer esclava del hombre?
¿La imagen es ofensiva? Sí, y mucho. ¿Y la pregunta del subtítulo? También. La idea de añadirla me vino tras leer el contenido del libro “¿Yo? ¿Obedecer a mi marido?”, de Elizabeth Rice Handford, y que ya cite en otro capítulo. No juzgo a las personas, pero sí sus palabras y sus enseñanzas. Es lo que nos indica la Biblia que hagamos. Y cuando lo hice con ese manuscrito, no pude evitar que algunas de sus ideas me hirieran la sensibilidad, porque son deleznables. Por ejemplo, cita un caso donde el marido dejaba continuamente por el suelo los calcetines, las camisas sucias y los pantalones, lo cual le llevaba a la esposa recogerlos por espacio de veinte minutos diarios. En lugar de recomendar a la mujer que mantuviera una seria conversación con su marido para que asumiera sus responsabilidades, le aconsejó que ella recogiera la ropa del suelo para así mantener su matrimonio feliz. En otro ejemplo, citaba las demandas de un hombre a su mujer para que le preparara el desayuno, a lo que ella tenía que acceder. ¡Y el libro está escrito por una mujer!
Me resulta sorprendente que esta publicación haya pasado la crítica de una editorial cristiana y aprobado para su publicación. Una charla me gustaría a mí tener con el editor... También es tremebundo que, esposo, pastor para más inri, apruebe su contenido, aunque esto me sorprende menos.
¿Si yo fuera la mujer que cita la autora? ¡La ropa se quedaría en el suelo hasta que él la recogiera! Y puede que mañana acabe en el contenedor de la basura (la ropa, no él, aunque no sería por falta de ganas). ¿Qué quiere el desayuno cuando la esposa tiene que llevar a los niños al colegio? ¡Que se lo prepare el hombretón, que su mamá seguro que le enseñó! ¡Y si no, que aprenda, que ya es un adulto y no es manco!
¿Qué ejemplo le está dando a los chicos que el día de mañana se convertirán en esposos?: “No te preocupes si dejas la ropa tirada, tu sirvienta lo hará por ti porque te ama. ¿Quieres un café aunque tengo que hacer mil cosas y tú no estás haciendo nada? No te preocupes, yo lo haré por ti puesto que para eso nací”. ¡Qué uso machista y degradante hacen algunos del término sumisión! Pablo fue contundente: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28). Que la mujer sea la ayuda idónea del hombre no significa ni mucho menos que sea su esclava: “Cuando dice en Efesios 5:24 ´como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos`, el significado fundamental de sujeción sería: reconocer y honrar la gran responsabilidad del esposo de proporcionarle protección y sostenimiento; estar dispuesta a ceder ante la autoridad de él en Cristo y estar deseosa de seguir su liderazgo. La razón por la cual digo en sujeción significa una ´disposición` a ceder y un ´deseo` de seguir es que la pequeña frase ´como al Señor`en el versículo 22 limita el alcance de la sujeción”[1].
Como dice Virgilio Zaballos en su libro “Esperanza para la familia”: “Cuando hablamos de orden en el ámbito familiar, no estamos pensando en el dominio de unos sobre otros, sino de un orden creacional para que haya armonía como en una orquesta musical. Según 1 de Corintios 11:3, el orden es el siguiente: ´Dios es la cabeza de Cristo; Cristo es la cabeza del varón; y el varón es cabeza de la mujer`. ¿Qué significa ser cabeza? El Padre no ejerció la tiranía sobre el hijo; ni Jesús la ejerce sobre el varón. De la misma manera, al hombre no le ha sido dado el derecho de ejercer despotismo sobre la mujer y enseñorearse de ella. [...] Generalmente se ha interpretado que ser cabeza es imponerse, mandar, dominar. Sin embargo, ser cabeza es tomar la iniciativa para actuar y ser el primero en proveer, no en recibir. El Padre tomó la iniciativa de enviar al Hijo, Jesús se sometió a su voluntad libremente y de común acuerdo. Jesús es cabeza de la Iglesia y se dio a sí mismo, tomó la iniciativa para entregarse. [...]  El marido ama a su esposa y da su vida por ella, para santificarla [...] por la palabra [...] para que no tenga mancha, ni arruga, que sea santa e inmaculada (cf. Efesios 5:26,27). Eso significa ser cabeza. [...] Debe ser el guia espiritual de su casa, el ejemplo para su mujer y sus hijos de cómo debe seguirse al Señor. Amar a la mujer es amarse a sí mismo (cf. Efesios 5:28,29). La mujer es gloria del hombre. La esposa es gloria del marido (1 Co. 11:7). [...] La mujer temerosa de Dios (virtuosa), renovada por la Palabra, entiende bien su lugar en la familia. No se trata de aceptar la tiranía machista, ni de ser esclava del marido; se trata de responder a la doctrina del evangelio, la doctrina de la piedad”[2].
Que ningún hombre que se dice cristiano olvide jamás que tiene que amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia (cf. Ef. 5:25): “Si el esposo es cabeza de su mujer, como dice en el versículo 23, que quede claro a todos los esposos que esto significa ante todo ser el guía del tipo de amor en el que se está dispuesto a morir por darle vida a ella. Como dice Jesús en Lucas 22:26: ´El que dirige (sea) como el que sirve`. El esposo que se deja caer en el sillón frente al televisor mientras le da órdenes a su esposa como si fuera una esclava ha abandonado el ejemplo de Cristo como guía”[3].

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: ¿Eres soltero porque sigues prisionero de un pasado hiperactivo?


[1] Piper, John. Hermanos, no somos profesionales. Clie. Pág. 270.

[2] Zaballos, Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 20-21.

[3] Ibid.

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