lunes, 26 de octubre de 2020

2. Jóvenes y adolescentes que viven con sus padres pero se sienten huérfanos

 


Venimos de aquí: Jóvenes y adolescentes perdidos que no se gustan a sí mismos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/1-jovenes-y-adolescentes-perdidos-que.html).

A raíz de la compleja situación que describimos en el primer capítulo usando como inicio la historia de “El recuerdo de Marnie”, es donde aparecen las Anna y Marnie de este mundo. Aunque sus padres viven y les proporcionan a nivel material todo lo que necesitan, muchos hijos se sienten huérfanos a causa de lo que Virgilio Zaballos llama “la figura del padre ausente”: “Y no solo porque esté fuera del domicilio familiar la mayor parte del tiempo por su trabajo, sino porque cuando está dentro elude su responsabilidad y la abandona en manos de su mujer. Muchos cumplen el rol de ´colegas` de sus hijos, de personaje amable y permisivo como signo de modernidad. La madre, por el contrario, asume el patrón de histérica, que grita todo el día, persigue a los chicos por cualquier cosa y no les deja tranquilos en ningún momento. Claro que también puede ser exactamente a la inversa. Este desorden lo ven los chicos, que pronto toman buena nota y saben que en la casa no hay autoridad paterna, sino un pusilánime que ha perdido el respeto de su mujer y sus hijos por abandonar su puesto de atalaya y guía. Es la figura del padre pasivo. Al otro lado, tenemos el extremo opuesto, el modelo de padre autoritario que manda y ordena, da voces, se enfada por casi todo y mantiene a toda la familia en un estado continuo de tensión cuando está presente, y que conserva el orden por el temor que emana de su presencia, pero no por ser un modelo de equilibrio y estabilidad para el hogar. Cuando el padre falla por ausencia, pasividad o autoritarismo, la casa sufrirá el desorden de su propia negligencia”[1].
En otros casos, es muy habitual que el padre le dedique mucho más tiempo a la televisión que a su propio hijo: “Muchas madres se quejan de que sus maridos cuando llegan a casa se quedan frente al televisor y no quieren escuchar nada, ni siquiera al hijo. [...]  Todo ello afecta gravemente a la familia: no se dialoga ni entre los esposos ni entre padres e hijos, porque es muy entretenido o interesante lo que se proyecta en la pantalla. En todos los hogares se ha entronizado el televisor y se le ha dado un lugar privilegiado en la casa, convirtiéndose en el oráculo al que el clan familiar escucha con reverencia y en torno al cual se reúne”[2]. Esto, en el presente, hay que extenderlo al móvil, a la tablet, al ordenador y la videoconsola. El padre, y muchas madres, dedican más tiempo a estos artilugios que a sus retoños, donde ni siquiera comparten o comentan los contenidos.

Huérfanos emocionales
Los padres se preocupan por la salud del adolescente, por su desarrollo intelectual, le hablan de la importancia de que adquieran conocimientos para alcanzar determinadas metas en la vida, etc. Ese interés es deseable y sano, pero dejan a un lado sus emociones y sentimientos más profundos, sus miedos y sus sueños. Olvidan que los adolescentes sienten pánico a sentirse como Anna: estúpida, fea, malhumorada, desagradable. Esto les lleva a odiarse a sí mismos, aunque ante sus padres nunca lo reconocerán. No confían en sus progenitores a nivel emocional puesto que solo están para sermonearles. Se sienten solos como Anna y Marnie, ya que  sus padres no están a su lado –aunque estén físicamente- y se sienten a años luz de ellos. Sí, están para prepararles la comida. Sí, están para comprarles ropa. Sí, están para llevarles en el coche al instituto. Sí, están para darles dinero. Sí, para decirles haz esto o aquello. No, para ayudarlos a resolver sus problemas. No, para que les apoyen como cuando eran pequeños. No, para que respondan a sus preguntas que no se atreven ni a formular por miedo a la incomprensión. No, para compartir verdadero tiempo de calidad con ellos. No, para divertirse juntos como en el pasado.
Esto no significa que no sepan que sus padres les quieren. En la inmensa mayoría de los casos sus padres les quieren y ellos lo saben, pero no de la manera en que los adolescentes necesitan. Son los primeros que sienten cuando sus padres no les proporcionan lo que realmente anhelan y necesitan: valoración, comprensión, amor, respeto y ser escuchados.
Evidentemente, aquí no estoy hablando de padres alcohólicos, drogadictos, física y/o verbalmente agresivos, maltratadores o adúlteros (que pueden verdaderamente traumatizar a cualquier hijo), sino a padres normales sin grandes faltas morales y de conducta.

Cuando no encuentran lo que anhelan
Aunque los tiempos han cambiado sustancialmente, en esencia los deseos nunca varían. Cuando esto no sucede, lo buscan de mil maneras diferentes.
Por falta de verdadero interés hacia sus emociones por parte de los padres, muchos caen en las trampas de:

- Las redes sociales.

- Los chats.

- Los ciber-amigos.

- Las amistades reales poco convenientes.

- Una pandilla conflictiva, la cual “ofrece a sus miembros ánimo, seguridad y el reconocimiento que quizá jamás recibieron de sus padres. [...] En general, sus miembros tienen en común que gozan de la misma incomprensión, rechazo o dificultades familiares, escolares o sociales. Todos comparten una gran insatisfacción por el mundo en el que viven y por el futuro que la sociedad pretende imponerles, razón que les lleva a preferir estar con el grupo de ´iguales` antes que en casa, y la banda se convierte en una especie de segunda familia, un lugar donde se les comprende y anima a vomitar sus frustraciones”[3].

- Las pequeñas actividades delictivas como señal de rebeldía: “La violencia incontrolada le da la oportunidad de dar salida a los miedos, los complejos y las insatisfacciones personales que invaden su vida”[4].

- Algún tipo de secta de corte religioso-espiritual.

- La adicción al móvil y a las nuevas tecnologías.

- El consumo de alcohol y, en el peor de los casos, de drogas estimulantes: “La vía de la huida de sí mismo, para librarse del pesado fardo de los problemas personales, para evadirse de lo que se teme, para no hacer frente a la realidad que se presenta como una carga onerosa. En todos estos casos, la droga sirve de válvula de escape. [...] en la mayoría de los casos, el consumo de droga va asociado a la fuga del hogar y del ambiente en que el muchacho se ha educado. Este siente una imperiosa necesidad de huir de sí mismo, de los valores que le han servido de guía, de la conciencia que se vuelve acusadora... prefiere no pensar, olvidarse, evadirse y sumergirse en el mundo artificial que la droga le ofrece. Alejarse del mundo real en que vivimos, con sus luchas y tensiones, se convierte en una aspiración para todos aquellos a quienes esa realidad resulta dolorosa”[5].

Con este panorama, basta que algún avispado les diga que son guapos o guapas y les presten atención para ser presas sentimentales, incluso de personas adultas con malas intenciones que buscan aprovecharse de la fragilidad ajena para satisfacer sus propios deseos sexuales.
Es el precio que muchos adolescentes están dispuestos a pagar para lograr lo que sus corazones desean fervientemente, incluso si para ello tienen que mostrarse desinhibidos o mostrar vídeos o fotos picantillas. Esto se puede eternizar en la vida adulta –y es una de las características de las personas infieles-, aunque les cueste identificar los motivos y las pautas. Por eso hay tantos tipos de adicciones dentro del mundo virtual (como vimos en Origen y desarrollo del deseo sexual & Lujuria y pornografía: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/08/origen-y-desarrollo-del-deseo-sexual.html), y que cada vez se da a edades más tempranas.
Luego están aquellos que no necesitan ese tipo de mundo alternativo y que logran sus deseos con actitudes impropias de esas edades (11 a 17 años, incluso menos), por ejemplo vistiendo de maneras provocativas e insinuantes. Basta con observar en la actualidad que muchas chicas desde muy jovencitas visten de maneras que solo el erotismo del siglo pasado se atrevía a representar en fotos e imágenes.
Y el tercer grupo, aquellos que no entran en este tipo de juegos –porque no les gusta, no les satisface y todavía no han perdido el pudor sano-, donde se crean su propia realidad alternativa para evadirse de la auténtica, normalmente encerrándose en aficiones solitarias como la lectura y los videojuegos online, o juntándose con pequeños grupos de personas con sus mismas carencias emocionales que les gusta los juegos de rol, los cómics, etc. De niños jugaban con cochecitos, muñecos, castillos y barcos para vivir aventuras imaginarias y disfrutar con ellas. En la adolescencia, aunque cambian sus prácticas de ocio, lo hacen para evadirse de la misma realidad que les atemoriza para no pensar en ella. Y eso ya no es sano.

Huérfanos de educación
Las parejas de novios se pasan horas hablando de su futuro juntos y de sus planes: la boda, el lugar del convite, el menú, dónde será el viaje de novios, qué casa comprarán y dónde vivirán, etc. Y cuando deciden tener niños tratan temas como la compra de la cuna, el gasto en pañales y ropa, a qué colegio los llevarán y mil asuntos más. Pero muy pocos se sientan a hablar sobre cómo se encargarán en educarlos. Y no me refiero al aprendizaje que les ofrecerán en la escuela sus maestros, sino la que le darán ellos mismos: una formación personal y sistemática sobre la fe cristiana y la forma de vivirla. A día de hoy, únicamente conozco personalmente a un padre que ejerce esta labor con sus hijos adolescentes, al dedicar dos días a la semana a dicha labor específica. La inmensa mayoría se lava la manos al respecto.
Los adolescentes captan rápidamente los deseos de los padres: que sean buenos estudiantes, que realicen alguna actividad extraescolar, que aprendan inglés, que no den problemas en casa, que no hagan ruido con la música ni hablen gritando, que no falten el respeto a sus progenitores, que cierren el butano tras ducharse, que pongan la ropa sucia en el cubo de la lavadora, que quiten y pongan la mesa antes y después de cada comida, que no cometan graves errores como quedarse/dejar embarazada, que no lleguen borrachos a casa, que “vayan a la iglesia” si son cristianos, etc. Mientras que cumplan estos requisitos, todo irá bien. Y todo lo citado es positivo y necesario. Pero sus padres se olvidan de lo más importante: la verdadera educación de los valores y principios éticos y morales. Dejan esta educación a cargo de sus padres adoptivos: pastores, los llamados líderes de jóvenes (sin  contrastar lo que están aprendiendo), profesores del Instituto, lo que se promulga de boca en boca en el patio del colegio, las conversaciones con los amigos, terminando por Internet y la televisión, donde los propios padres no se preocupan ni se molestan en comprobar lo que sus hijos ven, oyen y hacen. Es como dejar la educación a la ruleta rusa.
Por todo esto, en el sentido que hemos explicado –y aunque a los padres no les guste saberlo-, podemos afirmar que hay millones de adolescentes que se sienten como huérfanos.

Continuará en: Los jóvenes y los adolescentes piden que sus padres les valoren y les comprendan. https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/31-los-jovenes-y-los-adolescentes-piden.html


[1] Zaballos. Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 56.

[2] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 244.

[3] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy. Pág. 264, 267.

[4] Ibid. Pág. 266.

[5] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 232.


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