martes, 13 de octubre de 2020

1. Jóvenes y adolescentes perdidos que no se gustan a sí mismos


  Venimos de aquí: Introducción a “Para padres, jóvenes y adolescentes” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/introduccion-para-padres-jovenes-y.html). 

Nunca tuve muchos amigos mientras crecía

Así que aprendí a estar bien conmigo

Solo yo, solo yo, solo yo

Y voy a estar bien en el exterior

Me gusta comer sola en la escuela de todos modos

Así que me voy a quedar aquí

Justo aquí, aquí, aquí

Y voy a estar bien en el exterior

Así que me siento en mi habitación

Después de pasar horas con la Luna

Y pienso en quién sabe mi nombre.

¿Llorarás si muero?

¿Recordarás mi cara?

Así que me fui de casa.

Dejé mi hogar, cogí mis cosas y me mudé muy lejos de mi pasado.

Y me reí, me reí, me reí, me reí.

Parecía estar bien en el exterior.

A veces me siento perdida,

A veces estoy confusa.

A veces siento que no estoy bien.

Y lloro, y lloro y lloro.

Con esta canción, titulada “When Marnie Was There” e interpretada por Priscilla Ahn (https://www.youtube.com/watch?v=N-vdmKr1Ja8), concluye la pelicula El recuerdo de Marnie del prestigioso “Studio Ghibli”, basada en la novela del mismo título de la escritora británica Joan G. Robinson. Dicho largometraje fue aclamado por crítica y público tras ganar el Festival Internacional de Cine para niños de Chicago y ser nominada al Oscar de 2016, que ganó mi querida Inside Out/Del revés (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/02/inside-out-cuales-son-las-emociones-que.html).
Si hubiera que definir El recuerdo de Marnie en pocas palabras, diría que, aparte de preciosista, es emotiva hasta decir basta. Personalmente me parece magistral como obra, junto a la maravillosa manera de transmitir tantísimos sentimientos y la cantidad de capas de lecturas que deja entrever para que el espectador las destape.
Usaré la descripción que hacen de sí mismas las dos protagonistas principales de esta entrañable historia para embarcarme en el profundo análisis de la adolescencia y su complejidad: adolescentes que se desprecian; adultos que sienten perdidos desde la pubertad; púberes cuyos padres viven pero se sienten lejos de ellos; padres que tienen jóvenes bajo sus techos pero que hace mucho tiempo dejaron de saber qué pasaba por sus cabezas. Vamos a ver las razones por la cual la adolescencia –cuando se forma parte de la personalidad- es la etapa más difícil de la vida, y sobre la responsabilidad de los padres respecto a ellos en multitud de facetas. Este escrito va dedicado para los adolescentes de 10 a 17 años, los jóvenes de 18 a 23, y para sus padres: los primeros para comprenderse y los segundos para comprenderlos.

La historia
Anna es una chica de 13 años bastante seria y tímida que rehúsa la compañía de sus compañeras de clase, por lo que no tiene amigas. Dedica su tiempo a dibujar, ya que tiene un verdadero don para ello. Vive con sus padres adoptivos, aunque suele decir que son sus tíos. Ante sus problemas de asma y, especialmente, por su carácter taciturno y solitario, la “madre” la envía a casa de unos familiares que viven en Hokkaido, un precioso pueblo costero rodeado de bosques y en plena naturaleza, donde los paisajes resultan deslumbrantes. Tras conocer a Arnie –que, por lo que parece, únicamente ella puede ver, y que no revelaré quién es realmente- se hacen muy buenas amigas. Allí vamos descubriendo el porqué ambas son como son, y las razones ocultas bajo esa tristeza y depresión, que principalmente Anna se esfuerza en camuflar, escondiéndolas bajo un tapiz de buena educación.
Ella misma habla sola en voz alta sobre lo que piensa de sí misma y cómo siente: “Yo soy tal como soy: estúpida, fea, malhumorada, desagradable. Por eso, me odio a mí misma. [...] Yo ya no tengo confianza en nada ni en nadie”. Más adelante, le cuenta a Marnie su vida: “Es que yo soy adoptada. Mis verdaderos padres murieron cuando yo era muy pequeña, y mi abuela también. Sé que no se murieron a propósito, pero a veces pienso que no les puedo perdonar por haberse ido y haberme dejado sola”. 
Por su parte, Marnie le narra a Anna su historia. Ella dice que su madre suele estar de viaje y que su padre por cuestiones de trabajo solo aparece dos veces al año. Por eso vive en la mansión sola con la criada y unas niñeras gemelas. Afirma que es maravilloso cuando vienen sus padres y organizan una fiesta. Cuando eso sucede, se pone el vestido nuevo que le han comprado y baila con todos. Es en esos momentos cuando se siente la chica más afortunada del mundo y es feliz. Pero la realidad no es exactamente como Marnie cuenta. Una vieja amiga suya cuenta la versión completa: a pesar de las magníficas fiestas, sus padres la tenían abandonada. Ella lloraba en la cama. Era una niña infeliz. Siempre le pedía a su madre llorando que no se fuera pero ésta no hacía caso, y, por si fuera poco, las criadas también la maltrataban. ¿Qué fue de la vida de Marnie? No lo revelaré para el que quiera disfrutar de un final inesperado y del misterio que se esconde detrás. Además, lo descrito es lo que quiero usar para tratar el tema que tengo en mente, sin añadir nada más.

Los sentimientos de los adolescentes
Los jóvenes no suelen gustarse así mismos –incluso llegan a odiarse-, se sienten perdidos, confundidos y sienten que no están bien, que algo falla en ellos, como si fueran defectuosos, y que a nadie le importaría si no existieran o murieran, como la pregunta de la canción: ¿Llorarás si muero? ¿Recordarás mi cara? Viven en constante pánico interno pensando que nunca estarán a la altura de lo que se espera de ellos.
Esto afecta a todas las áreas de su vida. Algunos lo disimulan o lo camuflan de distintas maneras: siendo siempre educados y simpáticos, eludiendo hablar de sus sentimientos usando el humor continuo, etc. Como apunta el ya difunto psicólogo y escritor Bernabé Tierno: “Se trata del conocido mecanismo de defensa de la compensación, por el cual el ser humano intenta destacar en algún aspecto de su personalidad para equilibrar la falta de logros en otras áreas. Así, el muchacho que va mal en los estudios se esfuerza por resaltar en los deportes, y el que por falta de habilidades psicomotrices se retrae de jugar en el patio del colegio con sus compañeros, procura destacar en los estudios convirtiéndose en el clásico empollón de la clase”[1].
Otros lo reflejan claramente en sus rostros: timidez excesiva, fobia social, dependencia absoluta, ojos que rehuyen la mirada de otras personas, poca participación en actividades de ocio, etc. La también psicóloga Alejandra Nágera afirma de esta clase de joven: “Se retrae, huye del contacto con los demás, se vuelve arisco, profundamente antipático o, por el contrario, modesto de forma exagerada. Intenta enmascarar su desprecio hacia sí mismo con aires de grandeza, mostrando superioridad, forzando una imagen de su persona inadecuada que a ojos de los demás resulta patética, por lo que se burlan de él o le critican con severidad, sumiendo al afectado en un círculo vicioso lleno de amargura. [Muchos de ellos se vuelven tímidos] La persona tímida tiene pavor a llamar la atención, a que se fijen en lo que hace o dice. Teme hacer el ridículo y cree que los demás le prestan atención porque inspira pena. El sufrimiento más acusado del tímido se produce cuando nota que los demás se han percatado de su vergüenza o apuro. El 82% de los jóvenes se autodefinen como tímidos. En realidad, se refieren a que sienten vergüenza cuando tienen que hablar en público, acercarse a alguien del sexo opuesto o dirigirse a un desconocido. La timidez enfermiza va mas allá: afecta la estabilidad emocional y la satisfacción personal; crea problemas sociales, impide que se pueda conocer a gente nueva, deja al afectado anclado en una actividad muy por debajo de sus capacidades, y para colmo, provoca juicios equivocados hacia su persona: le tratan de snob, antipático, tonto, etc. La reacción del tímido puede manifestarse de diversas maneras: el joven se abandona, se aísla y cae poco a poco en un estado de letargo social o de angustia que le impide relacionarse con los demás, o busca vías de escape que le ayuden a atreverse: drogas, alcohol o sectas peligrosas. [...] Cuando está con gente, se muestra bloqueado (suda, está ansioso, le duele el estómago) o exageradamente modesto, como si tuviera que pedir disculpas a los demás por su sola presencia. Se niega a ir a fiestas porque las odia, así como a realizar cualquier actividad que implique conocer a alguien nuevo. En el colegio teme profundamente que el profesor se dirija a él en publico, aunque sea para felicitarle”[2].
Tanto unos como otros lloran en la soledad y en la noche cuando nadie los oye. Pocos padres quieren pensar en la posibilidad de que sus hijos estén derramando lágrimas. Les da miedo y evitan planteárselo. Eso es un error. Puede ser porque ellos también las derramaron y nadie les ayudó, así que ahora no saben cómo afrontar la situación y tender la mano. La solución fácil es enviarlos a un psicólogo, en lugar de aprender ellos mismos qué hacer, que es lo que yo propongo.
Jesús, cuando habló de la ansiedad y de las preocupaciones, dijo: “Basta a cada día su propio mal” (Mt. 6:34). Con esta idea en mente, podemos entender también que cada etapa de la vida tiene sus propias dificultades. No son los mismos problemas los que se tienen en la juventud que en la mediana edad, y mucho menos en la vejez. Ahora bien, el individuo, por su propia experiencia y vicisitudes por las que pasa, ha ido adquiriendo una serie de conocimientos que le ayudarán a ir afrontando esos períodos tan novedosos. Pero esto no sucede en la adolescencia. No hay experiencia. No hay conocimiento. No están preparados. La personalidad aún no se ha formado. No ha habido tiempo. La corta edad lo impide. Por eso es la etapa más difícil de todas.
De la infancia y de no ser muy consciente de la realidad, se pasa en un flash a toparse de golpe y porrazo con que el mundo no es solo un lugar para jugar y divertirse con los juguetes y los amigos. Se encuentran con que sus padres esperan de ellos que sean sumamente responsables y que saquen buenas notas para labrarse un futuro: “No deben olvidar los profesores (en este caso, los padres) que las calificaciones son en definitiva juicios de valor que, aunque aludan únicamente al rendimiento académico, los alumnos asumen como referidos a la totalidad de su persona. De esta manera, las notas influyen decisivamente en el nivel de autoestima de los muchachos condicionando su madurez”[3].
El joven se da cuenta que el asunto ya empieza a tomar bastante seriedad. Aparte, la sociedad –a través de los medios de comunicación- les muestran de forma contundente que tendrán que ganar bastante dinero para comprarse un coche y una casa, y que los “valores” como la belleza son muy importantes. Si a esto le añadimos que los intereses comienzan a cambiar, que el físico se transforma brutalmente –y con ello el despertar de la sexualidad-, que surge el deseo de gustar a las personas del sexo opuesto (y el miedo a no hacerlo), que aparecen complejos que antes no existían, que los propios compañeros que les rodean pasan a hablar de chicos y chicas, a tener novias, a hablar de fiestas y discotecas, pues tenemos un cocktail explosivo que lleva a muchos adolescentes a sentirse completamente abrumados, perdidos y frustrados.
En términos absolutos, sienten que les han cambiado por completo el mundo donde vivían y que la inocencia se quedó atrás en un universo paralelo. Lidiar con todo esto resulta una tarea titánica que ahoga y corta la respiración. Se les presentan problemas que, al ser completamente novedosos, no saben afrontar, y mucho menos resolver. Pero tampoco quieren que les ayuden los padres porque no desean que se les siga tratando como a niños. Buscan independencia, encontrarse a sí mismos, descubrir quiénes son en realidad, y sin que nadie –ni sus padres- se lo digan, aunque los siguen necesitando; por eso físicamente no se alejan mucho de ellos. La cuerda que antes les sostenía, la van soltando poco a poco.

Crisis sin fin
Todas estas cuestiones son las causas de muchas crisis de ansiedad, de bruscos cambios en el humor, de las muestras de cinismo, de irritaciones por minucias, de estallidos de cólera inesperados, de depresiones, de angustias, de inseguridades, de miedo al fracaso escolar, de desmotivación y apatía ante la vida, de fantasías evasivas, de aislamiento social, de problemas de autoestima, de anorexia y bulimia, de deseos de no haber nacido, de dificultades para dar y sentir afecto (piensan que nadie les quiere), y, en casos extremos, de pensamientos suicidas y comportamientos violentos: “Es probable que cuantos así obran no destaquen ni por su dedicación a los estudios ni por sus habilidades deportivas, y como desean sobresalir en algo, recurren a su fuerza bruta para demostrar que valen algo, que son capaces de someter y atemorizar a todos, incluso a los profesores”[4].
Sea cual sea el caso, ni ellos mismos entienden qué les sucede, y mucho menos saben expresarlo correctamente con palabras. A los que son buenos en los estudios, en algún deporte o en el uso de un instrumento musical, se vuelcan en dichas prácticas como forma de esconder sus sentimientos. Puede ser como una tabla de salvación, pero no la solución.
A pesar de lo que puedan pensar los padres, lo apuntado es más habitual de lo que se pueden imaginar: adolescentes que experimentan un profundo vacío existencial, que no encuentran su lugar en el mundo, que piensan que no hay nada por lo que de verdad merezca la pena luchar y vivir, que se sienten fuera de lugar entre sus semejantes y que creen que nadie les ama realmente. Si estas cuestiones no son tratadas, se arrastrarán muchos problemas, en mayor o en menor medida, a la vida adulta. De ahí la labor fundamental de los padres, y eso es lo que vamos a ir viendo poco a poco en este libro.

Continuará en: Jóvenes y adolescentes que viven con sus padres pero se sienten huérfanos. https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/2-jovenes-y-adolescentes-que-viven-con.html


[1] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 33.

[2] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy. Pág. 186-187.

[3] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 161.

[4] Ibid. Pág. 153.

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