lunes, 24 de septiembre de 2018

¿No te sientes amado por tu madre y/o tu padre? Bienvenido a “Heridas abiertas”


La actriz Amy Adams interpreta a Camille Preaker, una periodista que regresa a Wind Gapm, su pequeño pueblo natal, para cubrir la noticia del asesinato de dos adolescentes, y donde todavía no se sabe quién cometió los crímenes. Por medio de puntuales flashback, vamos descubriendo el pasado de Camille: era una jovencita un tanto rebelde y muy inteligente que amaba con locura a su hermana pequeña Marian. Estaban muy unidas y tenían una relación preciosa, y así fue hasta el día en que ella falleció siendo apenas una adolescente. Nunca superó la muerte de la pequeña. Desde entonces, intentó en varias ocasiones suicidarse. Siempre que padecía una crisis nerviosa, se hería a sí misma físicamente, infligiéndose cortes profundos en distintas partes de su cuerpo, algo que sigue practicando en su edad adulta. Los cortes son palabras que expresan cómo se siente, qué piensa de sí misma o que tienen algún significado para ella (horno, mala, rasgar, adición, niña, virgen, enfermar, ira, enamorarse, etc.). Por eso no deja que nadie vea esas palabras ya que manifiestan lo más profundo de su ser interior, algo que no comparte con nadie.
En ocasiones sufre estallidos de ira que también oculta, y continuamente rememora en su mente el pasado y el dolor. El sufrimiento que acumula en sí es tan grande que usa la bebida para ahogar sus penas –algo que evidentemente no logra-, y para evadirse escucha música sin cesar, aparte de tener relaciones sexuales desprovistas de amor.
Ante todo esto, podemos entender que la serie la hayan titulado en España como “Heridas abiertas” (Sharps Objects en el original – “Objetos afilados”- basada a su vez en el libro Gone Girl de Gillian Flynn). Aunque son muy diferentes las circunstancias, parte del camino de autodestrucción de la protagonista me ha recordado mucho al que vimos en Alma salvaje: Cuando el dolor puede convertirnos en la mejor o en la peor versión de nosotros mismos (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/06/alma-salvaje-cuando-el-dolor-puede.html).
La trama gira en torno a la investigación de las dos niñas asesinadas y lo que se esconde detrás. No la voy a destripar por si alguien quiere verla, aunque aviso que, siendo una sensacional serie, resulta desoladora. Así que me voy a centrar en el trasfondo de la historia, que se encuentra en la truculenta y enfermiza relación que mantiene Camille con su madre, puesto que nos va a servir para tratar el tema que quiero exponer: puesto que hay muchos cristianos que tienen relaciones muy complicadas con algunos de sus familiares más directos y que les afecta sobremanera, me dirijo a ellos. El hecho de ser cristiano no convierte a nadie en una élite especial cuyos problemas “mundanos” no le tocan.

Describiendo a la madre, o a cualquier familiar
En la serie, el problema de Camille es con su madre, de nombre Adora. En otras familias –y eso solo lo sabes tú si te sientes identificado con ella en algún aspecto- puede ser con el padre, los hermanos, la esposa, el esposo, las tías o los tíos, con los primos, o con buena parte de ellos. Así que veamos cómo era Adora y el trato que le dispensaba a su hija:

- No la respeta ni la valora.
- No le agrada nada de lo que hace ni su personalidad.
- No siente un sano orgullo por el trabajo de su hija; al contrario, lo desprecia.
- Critica cada comportamiento.
- Siempre que puede la deja en ridículo o en evidencia ante los demás.
- Se avergüenza de ella.
- Emocionalmente es fría.
- Nunca la halaga ni le dice nada bueno.
- No se le puede llevar la contraria ya que tiene salida para todo.
- Siempre que puede le señala lo que hace mal, sea real o imaginario.
- Con sus palabras le da a entender que estaría mejor sin ella y sin que hubiera nacido.
- No le gusta nada de lo que hace.
- Nunca le dedica una sonrisa genuina de alegría.
- Se burla de su forma de vestir.
- No le gusta sus compañías.
- La considera de mala influencia para todo el mundo, especialmente para su difunta hermana y para su actual hermanastra, Amma.
- Casi todas las palabras que le dirige son de reproche.
- La culpa de su infelicidad y desgracias. Por ejemplo, se corta podando una rosa y le echa la culpa a su hija. 
- La culpa de sus propios errores.
- Magnifica sus errores y minimiza los propios.
- Le concede más importancia a las cosas (como una habitación de la casa con suelo de marfil) que a su propia hija.
- Se ofende por todo y es melodramática.
- Es controladora y manipuladora.
- Usa el chantaje como arma. Con sus propias palabras, viene a decir: “Haz lo que yo digo y quiero, y te amaré. No lo hagas, y no te amaré”.
- Quiere que Camille haga todo lo que ella dice (cómo vestir, hablar, comer, etc.).
- Nada de lo que diga su hija la hace cambiar de opinión sobre ningún tema.
- Cualquier minucia la convierte en un drama y un problema gigantesco.
- Nunca está contenta.
- Nunca ve sus propios errores, pero contempla de los Camille a cada segundo.
- Era muy cariñosa con su hija fallecida; todo lo contrario que con Camille, por mucho que ésta tratara de agradarla o llamar su atención. 
- Aunque observa meticulosamente cada falta de Camille, se autociega ante la doble moral de su hija Amma, la cual se mostraba buena, inocente y dulce delante de su madre –para dar la imagen de hija idílica- y por otro rebelde, deslenguada, malhablada, fumadora de marihuana, bebedora e inmoral cuando está a solas con sus amigas y chicos del pueblo.
Y el punto final que explica todo lo anterior, cuando Adora le dice a su hija:  “Nunca te he querido”.

Me evito explicar el porqué Adora es así ya que, aunque es interesantísimo, me saldría del tema principal, aparte de que sería muy extenso y no quiero spoilear más a los interesados (ese final...), ya que la explicación se muestra en los dos últimos capítulos.

Lo que provoca en la persona
Hay iglesias abusadoras y sectas que están llenas de “líderes” tiranos y déspotas que se creen los reyes del mambo. Y esto es así porque sus padres los han malcriado haciéndoles creer que son maravillosos e ilimitadamente buenos. Pero lo más usual es encontrarse todo lo contrario: personas desbaratadas emocionalmente porque han tenido o tienen padres del estilo de Adora. Y aquí no me refiero al niño o joven que dice no sentirse amado porque su madre o su padre no le concede sus caprichos materiales, sino a hechos tan serios como los descritos. Quizá no tan extremos (o quizá sí), pero semejantes: padres que todo  lo ven mal. Donde todo son críticas hacia sus retoños aunque éstos sean ya adultos. Que son quisquillosos hasta decir basta. Que solo ven lo negativo en el prójimo. Que afirman que nunca se equivocan, y si llegan a reconocer que lo hacen se autojustifican de mil maneras distintas. Que aprovechan la mínima oportunidad para lanzar pullas. Y así con mil “virtudes” más.
Por eso hay personas –sean cristianas o no- que, sin llegar al caso límite de Camille (intentos de suicidio, autolesiones, etc.) se sienten muy mal consigo mismas. Un familiar o familiares que tratan a alguien así, provoca:

- Baja autoestima.
- Depresión.
- Estrés.
- Falta de ilusión por vivir.
- Heridas emocionales
- Incapacidad para intimar y amar a otras personas.

Siendo este un tema tabú, muchos lo sufren en silencio. Conozco a creyentes que han pasado/están pasando por ese camino tortuoso, aunque por respeto a su privacidad no diré sus nombres. Esto los lleva a no sentirse amados, valorados ni respetados. Muchos de los ateos más famosos de la historia son conocidos por haber tenido padres nada amorosos. Y esto es algo que afecta por igual a cristianos que han padecido o padecen circunstancias semejantes. Entre otros casos a lo largo de la historia, es muy conocido el de Lutero, cuya relación con sus padre fue, como poco, tortuosa: “Por sus cartas sabemos que fue a menudo sometido a crueles castigos, como una vez que su padre le azotó tan violentamente que el joven huyó de casa y tardó mucho tiempo en perdonarle en su corazón, o en otra ocasión en que su madre le golpeó hasta hacerle sangrar por haberse comido sin permiso una nuez”[1].
Por eso es normal que tanto ateos como cristianos –y hablo de cristianos nacidos de nuevo- tengan dificultades para experimentar el amor de Dios y de sentir que Él se interesa por ellos. Lo pueden entender semanticamente, pero llegar a sentirlo realmente ya es otra cuestión muy diferente.

Si es tu caso, no eres el primero ni serás el último
Quizá pienses que la Biblia no trata de estos temas. Que se resume a hablar de la historia de Israel, de la obra de Dios en la humanidad, del sacrificio expiatorio de Jesús en la cruz y una enorme lista de normas morales. Si es así, estás muy equivocado. Para que seas consciente de que no eres el primero, veamos una pequeña lista de hijos e hijas que sufrieron en sus carnes a sus padres, a sus hermanos y otros familiares cercanos.

- Lot quiso entregar a sus hijas a una multitud para que hiciera con ellas lo que quisieran: He aquí ahora yo tengo dos hijas que no han conocido varón; os las sacaré fuera, y haced de ellas como bien os pareciere” (Gn. 19:8).
- Tras enfermar, perder sus posesiones materiales, sus riquezas y a sus hijos, la mujer de Job le dijo: Maldice a Dios, y muérete” (Job 2:9). ¡Menuda clase de amor y menudas palabras de ánimo! En definitiva, una esposa-Trol.
- Caín, en lugar de proteger a su hermano pequeño Abel, le dijo que fueran al campo de forma aparentemente inocente, y lo mató (cf. Gn. 4).
- Los hermanos de José, por pura envidia, lo vendieron a unos esclavistas, queriendo en primera instancia matarlo (cf. Gn. 37).
- David fue a llevarle comida a sus hermanos que estaban en la guerra. Eliab, su hermano mayor, en lugar de agradecérselo, le dijo miserablemente: ¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido” (1 S. 17:28).
- Jonatán y David eran amigos íntimos. Sin embargo, Saúl –el padre de Jonatán- quería matar a David. En una ocasión, el hijo defendió a su amigo ante su padre firmemente, e incluso trazó un plan para que huyera. ¿Cuál fue la reacción de su padre?: Entonces se encendió la ira de Saúl contra Jonatán, y le dijo: Hijo de la perversa y rebelde, ¿acaso no sé yo que tú has elegido al hijo de Isaí para confusión tuya, y para confusión de la vergüenza de tu padre? Porque todo el tiempo que el hijo de Isaí viviere sobre la tierra, ni tú estarás firme, ni tu reino. Envía pues, ahora, y tráemelo, porque ha de morir. Y Jonatán respondió a su padre Saúl y le dijo: ¿Por qué morirá? ¿Qué ha hecho? Entonces Saúl le arrojó una lanza para herirlo; de donde entendió Jonatán que su padre estaba resuelto a matar a David” (1 S. 20:30-32). Se airó hasta el extremo con su hijo, lo insultó gravemente y ¡le tiró una lanza!
- Los hermanos de Jesús se burlaban de la idea de que Él fuera el Mesías, y dijeron: “Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él” (Jn. 7:3-5).

Padres que descuidan a sus hijos. Hermanos que desprecian a sus otros hermanos. Esposos y esposas que demuestran una falta de amor flagrante. Historias como estas son muy habituales en la Biblia, y son solo un reflejo de la historia general de la humanidad hasta el día de hoy. E incluso sucede entre hermanos en la fe: traiciones, hipocresías, condenación, etc., se repiten asiduamente.
Con estos sencillos ejemplos podemos entender el porqué Pablo exhortó a los padres a no provocar a ira a sus hijos (cf. Ef. 6:4). Él sabía perfectamente cuánto mal pueden hacer unos padres si no se guían por la voluntad de Dios. Es lo que le pasó a Jonatán al ver la conducta necia de su padre; no soportaba ni un segundo más estar con él: “Y se levantó Jonatán de la mesa con exaltada ira, y no comió pan el segundo día de la nueva luna; porque tenía dolor a causa de David, porque su padre le había afrentado” (1 S. 20:34).
Jesús mismo dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt. 10:34-36). Son palabras duras e incómodas de leer, pero es lo que sucede cuando unos son cristianos que tienen por norma de fe y conducta la Palabra de Dios y los familiares no. Aunque en casos extremos la “espada” puede ser en sentido literal, casi siempre es figurada: un padre que menosprecia a su hijo, que no lo ama como debiera, que le hace el vacío, que lo ignora, que dice no tener tiempo para él, que no se preocupa por sus pensamientos y sentimientos, que apenas le habla o que no cuenta con él excepto cuando lo necesita para algo. Son los clásicos padres que no conocen a sus hijos. Sí, cubren sus necesidades alimentarias y de vestimenta, y saben qué aficiones tienen, pero no conocen la esencia ni se interesan verdaderamente por ellos.
Esto puede llegar a suceder entre padre/madre e hijos. En la serie vemos que Camille se internó voluntariamente en un centro psiquiátrico. Tras hacerse amigas, su joven compañera de habitación le preguntó: “¿Mejoran las cosas con la familia cuando te haces mayor”? A lo que Camille contestó que “no”. Alice, ante un panorama tan desolador, se suicidó esa misma noche.
La “espada” que hemos citado suele darse en un grado mucho más agudo entre padre/madre inconversos e hijo creyente, donde ni las mejores intenciones logran cambiar nada; solo el nuevo nacimiento lo lograría. Mientras tanto,  “el camino de los impíos es como la oscuridad; No saben en qué tropiezan” (Pr. 4:19).

¿Qué puedes hacer?
Es fácil airarse en situaciones concretas y no es difícil no desanimarse cuando has estado media vida –o toda tu vida- escuchando palabras de desaprobación de tus progenitores y/o familiares más cercanos. Así que puedes tomar varios caminos. Puede que haya más, pero son los que vienen a mi mente. Primero los voy a presentar, y luego diré cuál considero –en mi opinión- el más acertado. Luego te tocará a ti tomar tu propia decisión:

1. Encerrarte en ti mismo. ¿Qué hacen los habitantes de los países tropicales cuando se anuncia la llegada de una tormenta o de un huracán? Ponen tablones en las puertas y en las ventanas con clavos resistentes. Otros se esconden en refugios que han preparado de antemano. En términos emocionales puedes hacer lo mismo: “encerrarte” y convertirte en un “búnker”. Es lo que hacen muchos cristianos: si Camille escuchaba música para “irse mentalmente” y “no sentir”, ellos se involucran hasta la extenuación en el activismo religioso. Otras personas se evaden de sí mismas centrándose en el deporte, en la televisión o en diversas aficiones.
Hay padres que están tan ciegos que no son capaces de ver cuando tienen a un hijo EXTRAORDINARIO delante de sus ojos. Los mismos padres que partirán de este mundo algún día sin haber disfrutado de sus hijos puesto que éstos se alejaron emocionalmente de ellos para protegerse del continuo daño que les provocaban sus palabras y actitudes.
El problema que sucede en muchas ocasiones –cuando el hijo lleva este comportamiento de “encerrarse” con una excesiva rajatabla- es que termina convirtiéndose en pasivo-agresivo: actúa como si nada le importase pero en su interior es un volcán que a veces expulsa lava que quema a todo el que le salpica. En otras ocasiones se vuelve fría: como no recibe cariño, no entra nada de amor, pero tampoco sale nada hacia los demás, contaminando todas sus relaciones personales.

2. Poner pies en polvorosa. Los mismos ciudadanos, ante una situación tormentosa o huracanada como la descrita, deciden no arriesgarse ni jugarse la vida. Empaquetan todos los enseres que pueden y huyen a toda prisa. Consideran que es más importante su propia integridad que una propiedad privada. En tu caso, puedes hacer lo mismo: poner tierra de por medio en términos físicos.

3. Guerrear. Puedes tomar la lanza y ponerte a la altura del otro, atacando con tus  palabras como lo hacen contigo. La respuesta blanda no siempre quita la ira, pero “la palabra áspera hace subir el furor” (Pr. 15:1b). No tienes que pagar mal por mal a nadie (cf. Ro. 12:17). Sean cuales sean tus circunstancias, hayas vivido o estés viviendo con padres que no son “la alegría de la huerta”, el mandamiento bíblico sigue siendo el mismo y es inamovible: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ef. 6:2). Se comporten como se comporten contigo, debes tratarlos lo mejor que esté en tu mano.

4. Una mezcla de todo. En Proverbios nos encontramos un grandísimo consejo: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). Y esto lo podemos aplicar a todas las áreas de la vida, también a la relación con este tipo de padres.
Hay cristianos que creen que la exhortación que nos hizo Jesús a ser sencillos (cf. Mt. 10:16) es un llamado a ser “tontitos”. Jesús mostró también la otra cara de la moneda: “sed, pues, prudentes como serpientes” (vr. 16). Somos hermanos, pero no primos, como dice el refrán.
Las personas somos como las cebollas: tenemos varias capas. Y no tienes que mostrarlas todas a quién no se lo merece o no se lo ha ganado, se llame como se llame o sea quien sea. Por supuesto que tienes que ser asertivo cuando tengas que serlo. Por supuesto que tienes que hablar la verdad en amor cuando tengas que hacerlo. Pero también tienes que guardar tu corazón. Tienes que saber cuándo dar un paso al lado o cuando callar, y más si sabes que por muy sabia y razonada que sea tu actitud o respuesta, no va a entrar en la mente de un incrédulo si está dominada por el orgullo y la altivez.
Por todo esto, Dios te llama a cuidarte, a protegerte. Jesús mismo lo hacia cuando se alejaba de aquellos que tenían malas intenciones con Él. En tu caso, es algo que te toca hacerlo por ti mismo pidiendo fuerzas al Altísimo. Los detalles concretos, el cómo, tendrás que meditarlo puesto que son detalles tan personales que aquí solo puedo dar pautas generales como las reseñadas.

El ejemplo de Jesús; el ejemplo para nosotros
¿Se despreocupó Jesús de su madre? Nunca. Inclusó en su muerte, mostró su más firme interés en el bienestar de ella, al pedirle a Juan que la cuidara: “He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn. 19:27). Pero hay un detalle de Jesús muy interesante. Veámoslo con dos estampas de su vida:

- A los doce años aparentemente se perdió, pero la realidad es que “se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre” (Lc. 2:43). ¿Cuánto tiempo? ¡Tres días! Cuando le encontraron  en el templo, ¿qué contestó ante el reproche –lógico- de su madre?: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló” (vr. 49).
- Ya en su ministerio, se nos narra lo siguiente: “Entonces su madre y sus hermanos vinieron a él; pero no podían llegar hasta él por causa de la multitud. Y se le avisó, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte” (Lc. 8:19-20).

¿A dónde quiero llegar al mostrar esta imagen de Jesús y de otras muchas escenas de su vida? Que era muy independiente. No en el sentido de “ahí os quedáis y no me importa nada lo que os pase” o “hago lo que me da la gana”, sino en el “voy a hacer lo que esté en mi mano por vosotros, y siempre que me necesitéis sabéis dónde encontrarme, pero sé quién soy y tengo una obra que hacer”.
Es cierto que la madre de Jesús era maravillosa y aquí estamos hablando cuando alguno –o los dos- progenitores no lo son. Pero algo que es común para ambos casos y que debe aprender todo cristiano: no se puede vivir emocionalmente anclado, paralizado y derrotado por el mal que sus padres les puedan haber causado por falta de amor, o por un amor mal expresado:

- Jesús no basaba su identidad en lo que sus hermanos o los demás pensaban de Él, sino en lo que el Padre le repetía: “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17).
- Cuando necesitaba desahogo y fuerzas, ¿qué hacía?: “Se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lc 5:16).
- Santiago expuso los tres tipos de sabiduría que existen: terrenal, animal y diabólica (cf. Stg. 3:15). Hay padres inconversos cuyas palabras –queriendo o sin querer- son destructivas, propias del diablo. Nuevamente, es ahí donde debes escuchar a Dios: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is. 41:10).
Es hora de que deseches de tu mente y de tu corazón la mentira. Es hora de que te acerques al corazón de Dios para experimentar su amor en lugar de sentirte desgraciado por la falta de cariño de tus padres. Es hora que bases tu identidad en lo que Él dice de ti y no en lo que familiares inconversos puedan llegar a pensar.
¿Significa esto que no te dolerá “no ser amado” por ellos? ¿Significa que algunas dagas que te lancen ya no te harán nunca más daño? Claro que dolerá en ocasiones, ¡sigues siendo humano! La “lima” dolerá, pero todo servirá para pulir tu carácter, tu actitud ante la vida, tu salud mental, emocional y espiritual. Ahí tienes para mirar a tu Padre que está en los cielos, que te ama con locura, que te ha creado, que te ha salvado, que ya te aprobó por lo que hizo por ti en la cruz, que te ha prometido una casa en los cielos y pasar toda la eternidad junto a Él, entre otras muchas cosas más. ¡Hazle caso y Vive!

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