lunes, 19 de marzo de 2018

Busco la puerta que conduce a la realidad porque estamos en el delirio


A medida que pasan los años y asimilo más y más los pensamientos de Dios reflejados claramente en Su Palabra, la sensación de estar en una prisión o en un manicomio se acentúan de tal manera que el sentimiento puede resultar por momentos abrumador. Y el lugar en el que uno está encerrado es el planeta Tierra.
Esto no significa que no disfrute de mis aficiones y de las cosas buenas y sanas de la vida (¡Vive! Disfrutando sanamente: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html), sino que considero que ningún verdadero cristiano nacido de nuevo que haya interiorizado las enseñanzas bíblicas puede sentirse cómodo en esta sociedad. El que sí se sienta así, tenga la edad que tenga, debería reflexionar y hacer una comparativa entre los principios del reino de Dios y los de este mundo.  
Por la noche leo la Biblia y a la mañana la prensa nacional e internacional –y lo que veo alrededor mía-, y el contraste entre los mandamientos de Dios y lo que se contempla en los noticieros y en la vida diaria es tan brutal que parece de locos.
Todo esto me recuerda mucho a la película Matrix, que jugaba con el concepto filosófico de que el mundo que nos rodeaba era irreal aunque los humanos creyeran que era real. En el fondo, es tan parecido a lo que sucede realmente que las coincidencias impresionan, y la persona que no se da cuenta es que está completamente cegada o, sencillamente, prefiere seguir viviendo en esa realidad paralela. De ahí que, en mi deseo de escapar, las palabras del novelista Juan José Millas expresen mi sentir, dando pie al encabezado de este escrito: “Yo busco la puerta que conduce a la realidad porque en lo fantástico ya estamos, en lo fantástico malo, en el delirio malo. La función del escritor no es buscar la puerta al delirio sino la que conduce a la realidad porque no sabemos dónde estamos. Pero esto no puede ser la realidad”[1].

El comienzo de la esclavitud y la libertad
Dios creó este mundo como el lugar donde los seres humanos vivirían. Fue su regalo para nosotros, y así les dijo al hombre y a la mujer: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.  Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.  Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto” (Gn. 1:28-31).
Tras un indefinido periodo de tiempo, sabemos lo que pasó: el pecado maldijo la creación y, desde entonces, este lugar es donde acampa la maldad del ser humano, que ni siquiera con las leyes es capaz de ser controlada. Por eso Dios, consciente del problema, se encarnó en Cristo para:

- dar buenas nuevas a los pobres.
- sanar a los quebrantados de corazón.
- pregonar libertad a los cautivos.
- dar vista a los ciegos.
- poner en libertad a los oprimidos.
- predicar el año agradable del Señor (cf. Lc. 4:18-19).

Sí, los que hemos creído en Él y en su mensaje ya somos libres en términos espirituales: de la condenación (cf. Ro. 8:1), del poder del pecado (cf. Jn. 8:31-36) y de la temida segunda muerte (Ap. 20:6, 14; 21:8). Pero, en términos humanos, seguimos prisioneros en este mundo.

La locura de este mundo
Cuando observo la sociedad, mi alma siente una auténtica paradoja: al mismo tiempo experimento tristeza y nauseas. Por un lado, la tristeza es consecuencia de ver cómo las personas van derechas al infierno y no hacen nada para revertir la situación: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14).
Deberían estar extremadamente preocupados ante la posibilidad de pasar TODA la eternidad en un lugar de pura desdicha, pero están tan muertos espiritualmente que ni se dan cuenta de lo que se les viene encima. Prefieren pensar que Dios no existe y que la muerte es el fin, que si Él existe no condenará a nadie, que ellos no son tan malos, que se portan bien, que no le hacen daño a nadie, que son buenas personas, que se reencarnarán en otra vida, etc. O directamente no se paran a reflexionar en estos asuntos ni se molestan en estudiar profundamente la Biblia para comprobar su certeza. Y si lo hacen es con ojo inquisidor. No tienen tiempo, suelen decir. Llamativamente, sí lo tienen para todo lo demás. Prefieren no hacerlo por una razón muy sencilla:“Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:20).
Algunos dicen: “vive y deja vivir”, como una manera de señalarme que no me preocupe por el destino de los demás. Si yo hiciera eso, entonces dejaría de predicar el Evangelio, siendo una terrible señal de lo lejos que estaría del corazón de Dios y de su interés desmedido en salvar a la humanidad. Por medio de malas experiencias, he aprendido a no angustiarme y a no llevar cargas ajenas que no me corresponden, pero eso no significa ni mucho menos que me haya desatendido de las personas; de ahí que no deje de escribir.
Por el otro lado, las náuseas provienen de que me siento totalmente reflejado en las palabras que Dios le dedicó a la iglesia de Efeso: no puedes soportar a los malos” (Ap. 2:2). ¿Por qué? Porque este mundo es un manicomio en términos morales, y me hace sentir encerrado en este planeta en muchas ocasiones. Es como si los locos hubieran tomado el control y lo hayan moldeado a su imagen y semejanza. Para ellos, lo anormal es normal, lo malo es bueno y lo bueno es malo, y el que disiente es el retrógrado. Como dijo R. Youngblood: “Cuando la soberanía de Dios es negada y sus leyes son ignoradas, la anarquía reina y los hombres pecadores son los que dominan”.

Lo anormal considerado normal
¿Qué es lo malo –que lo es a los ojos de Dios y la razón de que el mundo sea un caos- que no soporto en mi interior y que me hace hervir la sangre?:

- Que se considere normal por parte de los padres que sus hijos –sean éstos estudiantes de instituto o universitarios- duerman con sus novias y tengan relaciones sexuales sin estar casados. Lo importante para ellos es que saquen buenas notas.
- Que se considere normal el asesinato de bebés cuando todavía están en el vientre de sus madres.
- Que se considere normal por parte de muchos hombres –casados, solteros, jóvenes y mayores- contratar servicios de prostitución.
- Que se considere normal el humor soez y el uso obsceno del lenguaje.
- Que se considere normal que la parrilla de televisión esté copada por programas dedicados a la vida de los famosos, sean deportistas, millonarios, cantantes o modelos.
- Que se considere normal que en series y películas haya escenas de sexo y desnudos integrales.
- Que se considere normal que a la unión entre dos personas del mismo sexo se le llame matrimonio.
- Que se considere normal que dos hombres o dos mujeres puedan adoptar niños, privándolos de un padre o una madre.
- Que se considere normal que los medios de comunicación apoyen dicha ética, considerando de homófobo al que no promulga con ellos (¿Cristianos homófobos o con derecho a disentir? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/11/cristianos-homofobos-o-con-derecho_28.html).
- Que se considere normal el divorcio.
- Que se considere normal la eutanasia.
- Que se considere normal que el tabaco sea legal, sabiendo los efectos perniciosos que produce tanto en el fumador activo como en el pasivo.
- Que se considere normal que haya páginas en la web que ofrezcan servicios para adulterar y llevar a cabo todo tipo de perversiones.
- Que se considere normal que los jóvenes beban alcohol, hagan botellona y se emborrachen.
- Que se considere normal las letras de canciones puramente vulgares, y que luego las personas las canten y bailen, siendo moldeados sus pensamientos a niveles animalescos y despertando sus pasiones mas bajas.
- Que se considere normal lucir gran parte del físico en las redes sociales. Como dice el sociólogo Kepa Paul, “basta con observar la cantidad de fotos en perfiles de redes sociales donde se presentan tanto adultos como adolescentes con imágenes sexualizadas. Todo enmarcado en una sociedad que continúa queriendo aparentar físicamente ser joven o incluso adolescente para ser más atractivo sexualmente”[2].
- Que se considere normal que, amparado en la llamada “libertad de expresión”, Internet esté inundada de pornografía y que sea consumida por millones de niños, adolescentes y adultos.
- Que se considere normal vestir ropas minimalistas (minishorts, minitop, minifaldas y minitodo). En dos generaciones hemos pasado de la represión a la desvergüenza, aunque se haya vendido como “liberación” y “progreso”.
- Que se considere normal la hipersexualización de los púberes, perdiendo así la infancia y la sana inocencia.
- Que se considere normal que la publicidad (perfumes, colonias, coches, etc.) use el cuerpo de la mujer y, en menor medida, el del hombre, como un reclamo, convirtiéndolo en un mero objeto.
- Que se considere normal dejar sin control alguno el uso del móvil y del ordenador a un preadolescente.
- Que se considere normal que una persona –joven o adulta- pase mucho más tiempo delante de una pantalla wasapeando, viendo vídeos de youtube y haciéndose selfies para Instagram que haciendo deporte, jugando con los amigos y leyendo buenos libros que le instruyan la mente y el espíritu. Es deprimente estar al lado de una persona –o ver a un grupo de ellas- que, en lugar de conversar, está con la cabeza agachada mirando la pantallita.
- Que se considere normal que los padres usen a sus pequeños para su propia gloria personal, publicando fotos en Internet de sus retoños para resaltar su belleza física, como si ésta fuera el valor más importante, sin hacer caso a consejos como los de la educadora Alba Castellví: “En primer lugar, cuando sus hijas son aún pequeñas, los padres deben ser agentes preventivos. Para ello, han de evitar proyectar la imagen de sus hijas. Usarlas en redes como Instagram para mostrar una imagen de éxito, de niña bonita, implica transmitir la idea que la apariencia es importante, y las chicas aprenderán pronto de sus madres a considerarlo de este modo”[3].  
- Que se considere normal que los dirigentes políticos gasten al año cifras astronómicas en armamento mientras faltan recursos económicos para ayudar a los más desfavorecidos.
- Que se considere normal que África siga siendo un continente subdesarrollado en todos los aspectos.
- Que se considere normal que los países ricos expolien a los pobres sus riquezas naturales y sus materias primas –como el Coltán, el oro y los diamantes, entre otros- a cambio de una miseria económica.
- Que se considere normal que en pleno siglo XXI aún haya dictadores gobernando países y otros que, sin llegar a serlo, sean perniciosos para su propio pueblo.
- Que se considere normal que un deportista gane millones y millones mientras médicos, maestros e infinidad de profesionales de otros sectores necesitan dos sueldos para sacar a una familia adelante.
- Que se considere normal que una mujer gane menos dinero que un hombre a pesar de desempeñar la misma tarea laboral.
- Que se considere normal que al año mueran asesinados cientos de miles de personas en países sudamericanos, asiáticos y árabes.
- Que se considere normal que existan nacionalismos excluyentes y supremacistas, al menos por parte de una minoría zombificada.
- Que se considere normal que se hagan homenajes a terroristas.
- Que se considere normal que haya cárceles con condiciones infrahumanas.
- Que se considere normal que Occidente haga negocios con países que tratan a la mujer como si fuera escoria.

Ante esta realidad descrita, siento vergüenza ajena y veo cuán bajo ha caído el ser humano.
Podríamos añadir una lista interminable de asuntos que no se consideran normales por las personas con un mínimo de cultura y sentido común, pero que forman parte de la sociedad: el bullying en los institutos, los abusos sexuales, el acoso a menores en las redes y los haters, los que insultan a los que no son del mismo equipo deportivo, los que pasan hambre para tener una figura ideal que suele consistir en marcar huesos y costillas, los que se inyectan sustancias químicas para lograr músculo, las mujeres que renuncian a la maternidad por miedo a perder la silueta, los hombres que también rechazan la paternidad por anteponer una profesión, etc. Si a eso le añadimos otro tipo  de cuestiones –a las que no me atrevo a llamar pecado, pero sí que podríamos llamar “sandeces humanas” por lo absurdas que son-, como pagar 1000 euros por un móvil o preocuparse y basar la autoestima en función del número de likes recibidos, pues ya tenemos el puzzle completo.

Un mundo enfermo
Hace unas semanas leí a una psicóloga decir que estábamos creando una sociedad enferma. Se equivocó de tiempo verbal: la sociedad ya está enferma, en el presente. Por eso el ser humano considera normal lo reseñado, e incluso bueno, y lo apoya bajo el lema: “El mundo ha cambiado”. Ante esto, el cristiano tiene una respuesta contundente: no es el que la sociedad haya cambiado; ha sido igual desde la Caída. Ya dijo Eugene O’Neil que “no hay futuro, ni presente, solo el pasado que se repite”. Lo único es que la maldad humana ha evolucionado y ha encontrado nuevas maneras de expresarse a través de los siglos.
¿Sigues pensando, como cristiano, que este mundo no es un verdadero manicomio? Si un alienígena pasara en su nave espacial por este planeta y nos observara, ni se le ocurriría aterrizar; conectaría la velocidad de la luz y desaparecería en el firmamento para no volver jamás. Por eso también me identifico con Lot, que se sentía abrumado y afligido viendo y oyendo los hechos inicuos de la sociedad perversa en la que vivía (cf. 2 P. 2:7-8).
Lo que he listado no es pura locura inmoral porque lo esté resaltando de mi propia cosecha, sino porque Dios lo señala como pecados flagrantes y que van en contra en su buena voluntad, agradable y perfecta (cf. Ro. 12:2). Sobre todo esto, cada uno de los seres humanos tendrán que rendir cuentas ante Él en su debido momento; unos cuando Él regrese: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mt. 16:27), y otros tras la muerte: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). Sea como sea, nadie escapará de Su juicio. Allí no habrá posibilidad de escaparse a un país sin tratado de extradición.

El día del cambio
Quien crea que el mundo y las personas que lo conforman van a cambiar por sí mismos y por su propia mano para mejor, carece de un mínimo de sabiduría y de perspectiva.
¿El mundo cambiará? Por supuesto que sí. ¿Cuándo? El día en que el Creador del cielo y de la tierra se manifieste de nuevo físicamente para establecer su reino sin fin, único y exclusivo para los verdaderos cristianos. Llegará el día en que toda la creación volverá a estar ordenada. Llegará el día en que la maldad desaparecerá del corazón humano. Llegará el día en que seremos completamente liberados de las cadenas de la muerte. Llegará el día en que todo lo visible será aniquilado para dar lugar a una nueva creación. Llegará el día en que los malvados serán desterrados para siempre: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap. 22:5). 
¡Todos los cristianos anhelamos ese día! ¿Eres tú ya uno de ellos? Eso significará que eres un hijo de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).


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