lunes, 7 de abril de 2025

El minuto heroico. Tras mi salida de una iglesia sectaria, estos son los errores que cometieron los pastores con los que me encontré

Las siguientes líneas están escritas sin un ápice de rencor o malos deseos. Esa es la verdad. Si alguien no quiere creerlo, es su problema, no el mío.
Tanto si eres pastor como si no, y te irritan mis palabras, y por ellas me condenas, entonces es que no eres capaz de empatizar o no has sufrido el abuso espiritual. Si es el caso, no entiendes lo que es que violen tu alma. Pero si eres capaz de ponerte en la piel del otro, las breves pinceladas que aquí mostraré te ayudarán en tu crecimiento y maduración como siervo. Está en ti rechazarlas o aceptarlas.

No sé cuántos de mis antiguos “amigos”, “hermanos” y “conocidos”, que estuvieron conmigo en la misma “iglesia” que derivó en secta, han visto el documental “El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei”. Aunque nosotros éramos de corte protestante, y dicho reportaje se centra en un movimiento dentro del catolicismo, les recomiendo su visionado. Siendo las diferencias conocidas por todo creyente –y a cada uno le corresponde juzgarlas-, la historia que nos cuentan las diversas mujeres que aparecen tienen nexos en común con las experiencias que muchos de aquellos evangélicos experimentamos, y habrá aspectos en los que se verán reflejados. De ahí mi sugerencia para que lo vean. 
Personalmente, los capítulos tercero y cuarto han sido con los que me he sentido plenamente identificado: el miedo a abandonar ese lugar, las veladas advertencias sobre qué me pasaría si lo hacía, las palabras de condena eterna que me lanzaron, el no saber qué hacer con mi vida sin depender del mundo “eclesial”, el terror a la soledad, el no tener amigos que no fueran de allí, el romper con todo y con todos. A lo largo de las décadas, tanto anteriores como a posteriori de mi marcha, ese mismo camino lo han transitado centenares de personas, y cada uno tiene su propia vivencia. En más de una ocasión, me han dicho de escribir un libro con sus testimonios. Y no puedo decir con seguridad que “de esta agua no beberé”. Incluso, viendo este programa televisivo, pensaba en una idea que alguna vez se me ha pasado por la mente: hacer uno semejante. Pero luego lo pienso y digo: “¿Ya para qué?”. Y se me pasan las ganas. Pero como he dicho, nunca se sabe.
Por mi parte, el paso lo di a comienzos del 2008, tras intentar cambiar la estructura a las bravas y no lograrlo, chocándome contra un muro de hormigón y salir escaldado, dejándome el alma hecha añicos. Muchos saben qué sucedió en aquellos meses, pero pocos conocen los detalles, y que no vienen ahora al caso, puesto que mi intención con estos párrafos van por otro lado. ¿Y a qué me refiero entonces? Al trato, bastante desacertado, que me ofrecieron ciertos “pastores” cuando salí de dicho lúgubre lugar. Me centraré en los hechos, no en los nombres –que no daré-, para que otros “pastores” observen los errores y no los cometan con aquellas personas que llegan a sus manos con el corazón roto en un millón de pedazos y más perdidos que “una máquina de afeitar en casa de Chewbacca”.

Dos pastores sermoneadores y juzgadores
A los pocos días de mi marcha, me llamaron de una librería cristiana, de la que era cliente habitual, para recoger un libro que tenía encargado. Allí me encontré con dos pastores de otras iglesias de la comarca. No tenía un trato íntimo con ellos, pero sí afable, puesto que nos conocíamos. Tras saludarnos, uno de ellos me dijo que había ido a mi congregación el domingo y no me había visto. Le contesté que ya no iba, que estaba buscando otra iglesia. No quise explicar nada, ni entrar en detalles. No habría tenido sentido alguno y hubiera estado fuera de lugar.
Ante esto, el otro pastor comenzó una especie de soliloquio. Expresó que los pastores estaban hartos de las abejas (sí, abejas, no ovejas ni cristianos) que van de flor en flor. Y agregó: “Lo único que queremos los pastores son personas que diezmen, asistan a los cultos y obedezcan sin rechistar”. El otro pastor añadió que volviera a dicha iglesia, que era maravillosa y tenía un grupo de jóvenes enorme. Me limité a escuchar y no dije absolutamente nada. Me despedí sin más. Sin embargo, al poco tiempo, me enteré de que, desde mi ex-iglesia, se estaba diciendo que “yo había empezado a criticar, que estos dos pastores me mandaron a callar, me exhortaron y me prohibieron ir a la librería hasta que no pidiera perdón a mis pastores”. ¿Quién mintió? ¿Alguno de ellos dos, o fueron los de mi antigua congregación? Que no quepa duda que algún día se sabrá, sea en esta vida o en la otra. 

¿Cuáles fueron los errores observables en la forma de actuar de estos dos pastores? Por un lado, considerar una iglesia como “maravillosa”, sin conocer toda la realidad. ¿Nunca se preguntó ese pastor por qué el goteo de bajas de personas importantes de dicho lugar? ¿No sabía que no paraban de marcharse todo tipo de individuos, desde pastores a diáconos, terminando por creyentes de buen nombre? Si no se sabe, y antes de hacer ciertas afirmaciones, lo mejor es callar. Y si le interesa realmente conocer toda la verdad, preguntar. No solo a los mandamases, sino a aquellos que se marcharon. Si no lo hacen, estarán juzgando según las apariencias, en lugar de hacerlo con juicio justo (cf. Jn. 7:24).
Por otro lado, que un pastor diga que lo único que quiere son personas que diezmen, asistan a los cultos y obedezcan sí o sí, es ofensivo y denigrante para todo cristiano. Es un concepto tristísimo de los hijos de Dios. Es no entender qué es el cristianismo en su esencia, sustituyéndolo por una serie de directrices religiosas que vuelven a caer en el legalismo. 

Un pastor que, por ahora, da permiso para ir a la iglesia
Tras mi salida, a mis ex-jefes –por denominarlos de alguna manera-, no les bastó con dejarme ir; quisieron controlar mi presente y mi futuro. ¿Cómo? Querían saber a qué iglesia iba a ir a continuación. Una de las mandamases me dejó bien claro que, si no le aportaba dicha información, “me quedaba fuera” (palabras textuales). ¿Por qué ese interés? ¿Era por un deseo genuino de que me fuera bien en mi nueva vida? Nada de eso. El propósito era muy claro: llamar telefónicamente a los pastores de otras iglesias para que “tuvieran cuidado conmigo”, “no creyeran mis palabras” o, incluso, que “no me recibieran”. Y así lo hicieron en varias ocasiones, como alguno de a los que llamaron me contaron a posteriori.
En medio de una incesante búsqueda para hallar otra congregación, visité una con otros amigos que también habían salido. Nos gustó la predicación y, tras el culto, nos presentaron al pastor. ¿Cómo fue el trato que nos dispensó? Frío, muy frío. Las pocas palabras que nos señaló me dejaron de piedra, puesto que jamás imaginé que iba a escuchar algo así: “Por ahora, podéis seguir viniendo”. Sobra decir que ninguno de nosotros se acercó más a dicho paraje.

¿Cuáles fueron los errores observables en la forma de actuar de este pastor? Son claros como el agua cristalina: no mostró ningún interés por nosotros; absolutamente ninguno. En los pocos segundos que compartió, parecía que le molestaba nuestra presencia, y el rictus de su cara, extremadamente serio, así lo revelaba. Pero, más allá de una actitud seca, lo más grave fueron sus palabras. ¿Cómo que, por ahora, podíamos ir “a la iglesia”? Si Cristo murió por todo el mundo, y dijo que “al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37), para que así fuéramos “apartados” para Él, ¿quién es ningún ser humano para decir que puede o no unirse a la comunión de los santos y escuchar la Palabra de Dios? ¿Acaso nos consideraba “pecadores irredentos”? ¿Acaso había salido una sola palabra de nuestra boca que diera eso a entender? Aquella escena fue, nuevamente, penosa y surrealista.

Revelando secretos
Cuando uno pasa por una situación de abuso espiritual, el dolor hay que expulsarlo de una manera u otra. En el libro que le estoy dedicando al tema y publicando en el blog, he descrito las diversas formas de llevarlo a cabo. Una de ellas es abriendo tu corazón de par en par a alguien en quien confías completamente. Ahí, sin cortapisas, puedes exponer tu rabia, tu sufrimiento y tus pensamientos más profundos.
En mi situación, todo eso lo hice, en primera instancia, con un pastor de renombre. ¿Qué hizo este pastor? Imprimió lo que yo había escrito y se lo presentó a otro pastor. Supongo que él lo consideró un acto necesario de obediencia y sumisión ante un pastor superior, aunque en realidad fue una acción bastante desgraciada. Cuando contemplé los folios recopilados, me sentí nuevamente violado en mi intimidad.
Algo así, para empezar, es ilegal y puede traer consecuencias. Tanto la correspondencia postal como por mensaje electrónico (e-mail) es privada. No es algo que se pueda compartir alegremente. Así lo especifica el bufete de abogados AndreyFerreiro: “Si el contenido de la conversación puede vulnerar el derecho al honor de una persona, seamos o no intervinientes en dicha conversación, podemos encontrarnos con una reclamación por vulneración de derechos fundamentales. En definitiva, no hablamos de delito a pesar de la ausencia de conocimiento y consentimiento del afectado, pero sí podemos enfrentarnos a una reclamación civil por vulneración del derecho a la intimidad, honor o propia imagen”[1]. Es algo que explica perfectamente un abogado en el documental “El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei”, puesto que esto va más allá de confesiones religiosas o creencias personales. ¿Podría haber llevado al juzgado a estos dos pastores? Sin duda alguna. Pero, dado mi estado anímico por aquella época, no quise entrar en más disputas.
¿A quién le gusta que revelen sus secretos? A nadie. Particularmente, cuando descubro que alguien –sea quien sea- le ha contado a un tercero algo que le conté en intimidad, no vuelvo a abrirme ante él de igual manera. Lo que para otros puede ser natural –descubrir confidencias-, a la inmensa mayoría nos suele provocar rechazo y desconfianza, así que me limito a seguir el consejo de Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida”.

¿Cuáles fueron los errores observables en la forma de actuar de estos dos pastores? Son evidentes: el primero, revelando secretos sin autorización. En el segundo –el oyente/lector-, en aceptar dicha violación de la privacidad. Ambos estaban tan cómodos, que me pareció que era una práctica habitual entre ellos.
Más allá de la ilegalidad de estos actos, los mismos faltaron a la ética bíblica más elemental: “El que anda en chismes descubre el secreto; Mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13). Puede que ellos no lo consideren un “chisme”, pero igualmente se revelaron secretos, de los cuales nadie les dio permiso.

Bienvenido... después de varios meses
Aunque con altibajos, conforme me iba sintiendo mejor, asistí a varios lugares para conocerlos, hasta que comencé a asistir de forma regular con varios amigos a una iglesia en la que decían sentirse bastante cómodos.
Las predicaciones del pastor eran bastante buenas, y estar entre conocidos me resultaba agradable. Hice amistad con otros cristianos, especialmente con aquellos con los que podía compartir largamente de la Biblia –incluyendo al pastor- y también de otros temas, como el Creacionismo, que siempre me ha resultado fascinante.
Por cuestiones de trabajo, durante los tres meses de verano no pude hacer acto de presencia. Aunque en ocasiones puntuales habíamos tenido conversaciones sobre mi experiencia pasada y el trato era muy cordial, me sorprendió que el pastor, en ese largo periodo de ausencia, no me llamara por teléfono –a pesar de que yo sí lo había hecho con él-, ni me enviara un simple email o dijera de quedar una tarde para tomar un refresco y charlar, aun viviendo a cinco minutos de mi casa. Nada de nada. Ni el más mínimo interés en saludarme o en preguntar cómo me encontraba.
Mi regreso fue en septiembre, en un día donde el viento soplaba con bastante fuerza. Lo que me sorprendió fue lo que dijo sobre mí desde el púlpito cuando me vio: “Por fin vienes. El viento de levante te ha traído por aquí”. Estas palabras no me provocaron ni media sonrisa.

¿Cuál fue el error observable en la forma de actuar de este pastor? Uno que he visto en otros muchos y que demasiados hermanos me han comentado, porque también lo han padecido: dar la impresión de que las personas en sí son secundarias y que lo más le importan a los pastores es que los cristianos “vayan a la iglesia”, a semejanza del pastor que vimos al comienzo, que decía que “lo único que queremos los pastores son personas que diezmen, asistan a los cultos y obedezcan sin rechistar”.
Tal y como yo lo veo, esto es consecuencia directa del legalismo, donde lo que importa es “estar” y “hacer”, en lugar de “ser”, perdiéndose en el camino el sentido de familiaridad entre todos los cristianos.

Estás casi pecando
A los meses de estar en la iglesia donde me estaba recuperando, una tarde, unos de los pastores (allí les llamaban “ancianos”), me citó en una cafetería. Apenas me conocía, pero sabía de mi pasado y de la labor eclesial que había hecho por entonces. Tras dar vueltas y vueltas a la conversación, me expresó el motivo de la reunión: la líder de jóvenes se iba a marchar en breve, porque se casaba y se trasladaba de ciudad, y quería que yo ocupara su lugar. Así, sin más. Me dijo que me lo pensara, y ahí quedó todo, en un ambiente agradable y tranquilo. Tras meditarlo durante unos días, decidí no aceptar: aparte de que todavía estaba en pleno proceso de reconstruir mi vida y mi propio ser, iba teniendo claro que quería servir a Dios de otras maneras diferentes a las que llevé a cabo tiempo atrás.
Cuando le di a conocer mi resolución, y que en ese momento me encontraba a punto de publicar mi primer libro (“Herejías por doquier”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html), me dijo, literalmente, que estaba “casi casi pecando”, repitiendo dos veces el “casi”, para enfatizar su idea. Me quedé estupefacto, pero, nuevamente, no quise responderle. Cuando me hizo la oferta ofreció sus mejores palabras y con un rostro lleno de sonrisas. Cuando le dije que no, su semblante fue todo lo contrario y me acusó de “casi pecar”. Y todo porque no había accedido a sus planes.
A partir de aquel día, su actitud hacia mí cambió radicalmente. Pasaba de largo cuando me acercaba, e incluso en una ocasión me dejó con la mano en el aire cuando fui a estrechársela a escasos centímetros, y siguió caminando como si no se hubiera dado cuenta. Toda la amabilidad del ayer, desapareció por arte de magia. Y hubo otras dos escenas delirantes que prefiero omitir porque estas líneas no buscan hacer cizaña, sino hacer reflexionar. 

¿Cuál fue el error observable en la forma de actuar de este pastor? “Te sonrío para persuadirte con buenas palabras; me muestro duro y te acuso si me dices que no”. Eso no se puede hacer. Eso es chantaje y manipulación emocional, y un nuevo ejemplo de abuso de autoridad. Los cristianos no somos esclavos de los pastores, cuyos deseos debamos atender, dejando nuestra conciencia ante Dios a un lado.
Además, muchos pastores caen en la equivocación de creer que la persona que ha salido de una secta o grupo manipulador se cura volviendo a ejercer ciertas rutinas eclesiales. “Venga, olvídate del pasado. Las heridas ya se curarán. Ponte a trabajar en la iglesia, participa de todos los cultos, reuniones y actividades, y verás qué bien te marcha todo”. No señores. Eso atosiga aún más al creyente y le deja sin aire.
Como bien señala Charles Swindoll: “De cuando en cuando entran inadvertidamente en nuestra iglesia personas necesitadas de sanidad interior. Se encuentran agotadas, ansiosas por hallar un lugar donde restablecerse, y anhelantes por contar con libertad para estar tranquilas y obtener una perspectiva renovada. A tales personas hay que respetarlas y darles la oportunidad de recuperarse. No necesitan que alguien los arrincone y las ponga a trabajar. En esos casos, la asimilación y la dedicación deben colocarse en compás de espera. Su mayor necesidad (como sucedió con Elías) es que se les conceda la libertad de relajarse. A su tiempo les volverán la energía y la perspectiva”[2].
Es Dios quien sana las heridas, y eso lleva Su tiempo, de manera única, según las circunstancias personales y de mil aspectos que solo conoce el afectado. Acelerar los pasos solo trae más carga. Y lo vuelvo a repetir: quien no entiende y no acepta esta realidad, es que no ha transitado por el camino del abuso. 

Un toque de atención, pero que marca un camino de esperanza
A pesar de todo lo descrito, que es solo una panorámica, muchos se sorprenden que haya cristianos que no quieren volver a congregarse tras salir de una secta o iglesia sectaria.
¿Lo reseñado sobre estos pastores indica que eran malas personas o malos en su trabajo? No van por ahí mis tiros. ¿Actuaron de dichas maneras por mala fe? No lo creo. ¿Tenían buenas intenciones todos ellos? Quiero creer que sí. ¿Lo hicieron de la forma correcta? No. En algunos casos, sus desaciertos estuvieron causados por algunas creencias doctrinales erradas o por deficientes praxis eclesiales. Y en otras por falta de preparación sobre cómo atender a un cristiano que viene con el alma desbaratada tras haber sufrido el abuso espiritual. A menos que hayan pasado por vivencias semejantes, no le es fácil empatizar e identificar qué necesita el creyente en esos casos.
Lo que he narrado son pequeñas historias personales, de entre las muchas que he oído y leído de incontables cristianos, que tienen los mismos denominadores en común que las mías. Ninguno de nosotros tiene el deseo de victimizarse. Hacerlo sería concederle la victoria a los verdugos, cuando ellos ya no tienen poder alguno sobre nuestras vidas. Así que el propósito de todo lo narrado es que los pastores puedan meditar, ver si están fallando en estas áreas y qué pueden hacer al respecto.

p.d. Alguno podrá pensar que todos los pastores con los que me encontré tras salir de aquel lúgubre lugar fallaron en su misión. Por suerte, no es el caso. En otros encontré consuelo, aliento, comprensión y fortaleza. Como esa es la otra cara de la moneda, qué deben hacer los pastores, cómo pueden ayudar a los heridos que vienen de una secta o iglesia malsana, dejaré ese lado para el último apéndice del libro “Sobrevivir al abuso espiritual”. Por ahora, aquí lo dejo.