lunes, 26 de septiembre de 2022

Cangrejo negro: ¿desobedecer a vuestros pastores? A veces, es bíblico y necesario

 


Nos encontramos en un futuro muy cercano, donde en un país, del que nunca sabemos su nombre, se libra una terrible guerra civil. Las ciudades están destruídas y las muertes se cuentan por millones. Los supervivientes hacen lo que pueden por escapar. Sin embargo, mientras trata de huir en su vehículo junto a su hija, los disparos comienzan a resonar a su alrededor. A pesar de que ambas se esconden esperando que los militares pasen de largo, Caroline es golpeada y dejada inconsciente, mientras que su pequeña adolescente es arrastrada y llevada lejos de ella.
Así comienza la impactante película “Cangrejo negro”, basada en la novela de Jerker Virdborg. Está filmada de una manera tan realista que resulta terrorífica y descorazonadora a los ojos del espectador, donde la población es meramente carne de cañón. En ese aspecto, recuerda mucho a lo que está sucediendo en la guerra de Ucrania.
A partir de los hechos descritos, observamos que Caroline –interpretada por la actriz Noomi Rapace-, es obligada a luchar en uno de los dos bandos –no se nos explica las causas del conflicto ni quiénes son ambos-, siendo muy buena en su “trabajo” como soldado. A ella y a un pequeño grupo le encargan una misión que, según sus superiores, acabará con la guerra: tendrán que llevar a la resistencia, que se encuentra oculta en el otro lado, un maletín, sin conocer lo que hay en su interior. Nuestra protagonista señala que es una misión suicida, pero la convencen con un único argumento: su hija se encuentra en el lugar de destino. Evidentemente, su motivación cambia por completo, y estará dispuesta a hacer lo que sea necesario por reencontrarse con su hija, independientemente de lo que esté transportando, que también desconoce y no le importa. En medio de todo tipo de penalidades, de la traición, de la muerte de algunos de sus compañeros y de crueles enfrentamientos con el enemigo en un escenario helado, descubre qué contiene el maletín: un arma biológica. Todos deciden lanzarlo al fondo del mar... menos ella: su hija está por encima de todo y al precio que sea.
¿Cómo concluye todo? Para aquellos que quieran verla y no hacer más spoiler, lo omitiré. Pero sí citaré unas palabras que dice Nylund, uno de los combatientes que estaban a favor de abortar la misión: “La única forma de ser libre en esta guerra es negarse a obedecer órdenes. Negarse a hacer lo que dicen”. Y así es: hay ocasiones en la vida en las que es completamente necesario desobedecer órdenes, provengan de un militar de rango superior o de un pastor evangélico, incluso de los propios padres.
Lo que acabo de decir contradice a lo dicho en Hebreos 13:17: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”. Llegados a este punto, lo fácil es dejar de leer y señalarme directamente de hereje. La cuestión es que voy a exponer bíblicamente mis argumentos, los cuales considero irrefutables, porque se basan directamente en la Palabra de Dios y no únicamente en un versículo bíblico, como hacen los que hablan de la “obediencia incondicional” que se le debe a un pastor.

La Orden Jurídica Barbarroja en las iglesias
Todos conocemos la historia de la 2ª Guerra Mundial. Alemania, comandada por el autócrata Adolf Hitler, junto a Italia y Japón, quiso cambiar el orden mundial y tomar la hegemonía del planeta, empezando por Europa. Tras vencer a casi todos sus adversarios, se lanzó contra la Unión Soviética del también dictador Stalin. Los planes de Hitler no se limitaban a vencerlos, sino a exterminarlos. Su plan era dejar a una parte de la población rusa viva, pero viviendo en suburbios y granjas apartadas, donde recibirían una educación básica para que pudieran ser útiles en determinados trabajos básicos, “sin tener derecho a asistencia sanitaria; en la depravada mente de Hitler, la salud precaria serviría como un regulador natural para evitar así el crecimiento de la población autóctona”[1]
La barbarie necesaria para llevar a cabo dicha tarea necesitaba que los soldados nazis masacraran libremente tanto al ejército ruso como a la población civil, sin tomar ni siquiera prisioneros. Al fin y al cabo, era una guerra de exterminio, para que, finalmente, solo existiera una raza sobre la faz de la Tierra: la aria. Como explica el historiador Jesús Hernández, se dictó “la Orden Jurídica Barbarroja, por la que los soldados alemanes quedaban eximidos de los crímenes que pudieran cometer en Rusia”[2].
Ninguna de las reglas establecidas en los convenios internacionales tenía ya ninguna validez para ellos. Podían hacer lo que quisieran con sus enemigos, que sus actos no tendrían ninguna consecuencia: podían fusilar a quien quisieran en el acto y matarlos en combate de cualquier manera imaginable, fueran hombres, mujeres o niños. Por eso, ante el juicio que enfrentaron tras la guerra –el conocido como los “Juicios de Núremberg”-, apelaron en su defensa a la conocida “obediencia debida”: decían que, en su “deber”, sencillamente se limitaban a cumplir órdenes, fueran las que fueran, sin pensar si eran justas o no, buenas o malvadas.
Evidentemente, algo tan extremo no llega a producirse entre las iglesias cristianas, pero el principio genérico de hacer lo que diga un pastor sí suele enseñarse sin descanso. Si no te han dicho nunca las siguientes palabras, considérate afortunado: “Tú obedécelo en todo. Si se equivoca, ya Dios le pedirá cuentas a él, pero no a ti”. Durante ocho años –al igual que muchos amigos y hermanos en la fe- creí a pies juntillas ese supuesto mandamiento. Todos los “pero” que había en mi interior, y que mi conciencia gritaba cuando no entendía algo, terminaban por aplacarse ante el recordatorio de la “obediencia debida”. Como no quería ser considerado un “rebelde”, el “corderito” –en este caso, yo- terminaba por balar. Pero, ¿cómo puedo mostrarme así de irónico? ¿Acaso no enseña la Biblia que obedezcamos siempre? Pasemos a explicar la falacia que supone ese “siempre”.

“Obediencia”: ¿cuándo y cuándo no, y a quién?
Dios mismo ha delegado una autoridad jurisdiccional en los pastores. Eso significa que está limitada a los asuntos claramente reflejados en la Biblia:

- si un pastor enseña que no nos unamos en yugo desigual, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (2 Co. 6:14).

- si un pastor enseña que no tengamos relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio, no estara enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (Gn. 2:24; 1 Co. 6:18-20).

- si un pastor enseña que no devolvamos mal por mal, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (Ro. 12:17).

- si un pastor enseña que nos guardemos de los ídolos, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (1 Jn. 5:21).

- si un pastor enseña que no nos hagamos tesoros en la tierra, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (Mt. 6:19).

 si un pastor enseña que nos vistamos con ropa decorosa, con pudor y modestia, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (1 Ti. 2:9).

En todos y cada uno de esos casos –y muchos más que podríamos añadir-, tenemos la obligación de obedecer al pastor. No “porque él lo diga”, sino porque “Dios lo dice”. No hacerlo sería desobedecer directamente al Altísimo.

Limitaciones de la autoridad
Ahora bien, la jurisdicción de la que hemos hablado tiene dos matices:

1) Está limitada a las ordenanzas bíblicas. En cuestiones de la vida personal, el pastor puede ser un buen consejero al que escuchar atentamente, pero nadie tiene la obligación de seguir sus palabras, ya que, al fin y al cabo, son “sus palabras”, “sus consejos”, no “la voz de Dios”. Es el creyente el que tiene la responsabilidad final de tomar una decisión u otra en aspectos que no estén legislados por el Señor. Decirle a un cristiano: “Tienes que estudiar esta carrera”, “tienes que casarte con esta persona en concreto”, “no puedes hablar con tus padres ni ir a casa de tus familiares”, es extralimitarse en demasía, más propio de una dictadura religiosa que de una iglesia.
Como bien expresa el pastor David Johnson: “Una dirección, guía o palabra correctiva del Señor, ya sea que venga de las Escrituras o en forma de don espiritual, te la confirmará el Espíritu Santo que vive en ti. Hasta que este la confirme, no la recibas como palabra del Señor, aun si viene de un anciano o de un pastor. Lo que es más, estamos convencidos de que es incorrecto (incluso peligroso) aceptar una directriz espiritual y actuar conforme a ella porque ´uno debe ser sumiso` o porque alguna persona ´tiene la autoridad`. Al final, todos debemos estar solo de parte de Dios; Él es el único a quien debemos responder”[3].
Muchos pastores y sectas no entienden que el consejo, por muy bueno que sea, nunca es doctrina. Al ignorar esta diferencia primordial, se enojan con extrema facilidad al que “no les hace caso”, llamando oveja negra al “disidente”, al que coartan, atosigan, abroncan, marginan y tratan de convertir en una marioneta. Te dicen que en la obediencia a ellos está la libertad. Mentira. Eso es esclavitud y legalismo.
El cristiano que, por las razones que estime oportunas, decide no hacer caso al consejo extrabíblico de un pastor, ni es un rebelde ni está en tinieblas. Si yerras o aciertas en determinadas decisiones personales, será tu error o tu acierto; nada más. Eso no te asemejará a Saúl o Absalón, ni significará que hay dureza de corazón en ti, ni gaitas. Estarás ejerciendo la libertad de conciencia que Dios te otorgó al crearte.

2) No pueden contradecir en ningún aspecto la voluntad de Dios decretada en Su Palabra. Esto es igualmente aplicable en lo que respecta a la obediencia a:

- Los gobernantes. Dice Pablo: Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:1-2). Pero si esas mismas autoridades nos “ordenan” golpear, matar, violar o torturar, nuestra obligación es desobedecer, aunque eso nos conduzca a nuestra propia muerte. Recordemos, por ejemplo, que Daniel desobedeció el edicto del rey Darío, quien prohibió la oración que no fuera dirigida a él (cf. Dn. 6:4-8). Por eso, Pedro y los apóstoles, cuando se les prohibió predicar el Evangelio, dijeron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29).

- Los padres. Pablo enseñó a los hijos a que obedecieran en todo a los padres porque es lo que agrada al Señor (cf. Col. 3:20). Pero supongamos que el padre le dice al hijo que tome la cartera de la madre y le robe el dinero que ella tenga, ¿acaso debería obedecer y pecar? Ni mucho menos. La máxima del texto bíblico es hacer “lo que agrada al Señor”. Aun siendo su padre, y aunque fuera el mismísimo pastor de su congregación, si obedecerle supusiera ir en contra del principio establecido en la Palabra de Dios, debería desobedecerlo. Como señala el pastor Ken Blue: “Toda apelación a la autoridad basada en la posición, el cargo, el título o la función es falsa. La única autoridad que Dios reconoce y a la que debemos someternos es a la verdad”[4].

Deseo de corazón que hayas aprendido cuándo hay que obedecer y cuándo no, y las razones para ello. No dejes que te manipulen.


[1] Hernández, Jesús. Breve historia de la 2ª Guerra Mundial. Editorial Nowtilus, pág. 90.

[2] Ibid. pág. 95.

[3] Johnson, David & VanVonderen, Jeff. El sutil poder del abuso espiritual. Vida.

[4] Blue, Ken. Cómo sanar el abuso espiritual. InterVarsity.

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