Venimos de aquí: Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el
alcohol para alcanzar todo tu potencial y el éxito social? & ¿Usar el
alcohol para “estar” bien? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html).
El alcohol
vs La conciencia vs El ejemplo ante el prójimo
Como ya vimos en la primera
parte, los cristianos están completamente divididos sobre si pueden beber
alcohol. Cada uno tiene sus argumentos, los cuales dejé expuestos. Ahora bien,
hemos visto que, la inmensa mayoría de las veces, se usa por los motivos que he
citado en los artículos anteriores, y que, en esos casos, siempre es un error
su consumo.
Pero, más allá de eso, y como
abstemio, aquí quiero hablar de la conciencia, especialmente a aquellos que
están en el grupo de “a favor” de su ingesta. Puede sonar extremo el siguiente
caso personal, pero aun así lo señalaré: hace unos años, cuando todavía jugaba
al fútbol, quería comprarme la camiseta del Liverpool, aprovechando que estaba
sumamente rebajada de precio. Finalmente desistí. ¿Por qué? Porque la
publicidad que mostraba en su frontal era el de una conocida marca de cerveza.
¿Algún problema de conciencia para mí? Ninguno. ¿Me la podría haber comprado?
Pienso que sí. Pero, sabiendo que hay otros hermanos a los cuales les podría
haber supuesto un escándalo ver a un cristiano con tal logo en el pecho, y que
yo no quería tener que estar pendiente de quién estaba delante mía cuando la
llevara puesta, decidí algo muy sencillo: ni reprender demonios, ni hacer guerra
espiritual, ni ayuno; simplemente dejarla en la tienda y comprarme otra distinta. ¡Tan sencillo como eso!
¿Qué quiero decir con esta
pequeña historia a los que sí toman alcohol? Que recuerden la problemática que
se presentó entre los primeros cristianos: todo giraba en torno a la opción de
comer carne de cerdo, que por aquella época era sacrificada a los ídolos. La
cuestión supuso un alboroto entre dos grupos de cristianos. La solución fue
clara: “Si la comida le es a mi hermano
ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano”
(1 Co.
8:13). A veces, como dijo en
una ocasión mi profesor de seminario, sin juzgar ni menospreciar, es mejor
pasarse que quedarse corto, sea ante hermanos en la fe o ante incrédulos. Y eso
no es legalismo, sino sensatez y sabiduría práctica.
El esquema presentado es una
guía sensacional de principios para saber cómo conducirnos en la vida. ¿La
Biblia permite el adulterio? No. ¿La Biblia permite la fornicación? No. ¿La
Biblia permite las borracheras? No. Ahí no hay discusión que valga. Es tan
obvio que Jesús apenas le dedicó unas palabras a algunos de estos asuntos,
únicamente para matizar ciertos aspectos que no habían quedado claros entre sus
oyentes, y no precisamente para eliminarlos de la lista de “pecados”, sino para
resaltar su gravedad (p. ej. Mt. 5:28, 32). Sin arrepentimiento, los que viven
así, “no heredarán el reino de Dios”
(1 Co. 6:9), por muy felices que digan ser.
Decir que se ama a Dios y
“practicar” estas obras de la carne (Gá. 5:19-21) es una contradicción
absoluta. O se toma o se deja. O Jehová o Baal. O sí o no. O religión muerta o
espiritualidad viva. O somos cristianos y obedecemos a Dios, o meramente lo aparentamos,
estando en rebeldía manifiesta. No hay término medio ni se puede crear un Dios
a nuestra propia medida, donde quitemos de Su Ley lo que no nos gusta. A ningún
cristiano nacido de nuevo habría que explicarle nada de esto más de una vez. Al
menos yo no lo hago con creyentes de muchos años y que han oído centenares de
predicaciones de forma presencial en una congregación. Y no lo hago, tras
aprender, por propia experiencia –mala experiencia- que, el que quiere seguir a
Dios, le seguirá por siempre, y el que no quiere hacerlo, se bajará del barco
tarde o temprano, cuando encuentre un “puerto” que le agrade más, aludiendo a
cualquier excusa. La fuerza de la realidad nos descubre, una y otra vez, que
cada persona elige su propio camino, sin necesidad de que nadie le diga nada,
ni en un sentido ni en otro.
Las emociones, que la vida nos
sonría, el sentirse bien o mal y, sobre todo, la conciencia, cuando chocan con
los mandamientos divinos, no son buenos medidores para distinguir entre lo
correcto y lo incorrecto. Es más, son los peores: “Engañoso es el corazón más que todas
las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente,
que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el
fruto de sus obras” (Jer. 17:9-10).
¿Y con todo aquello que la
Biblia parece no especificar claramente si es pecado o no, como algunos parecen
postular respecto al consumo de alcohol? Como en otros tantos temas, incluso en
el caso de estar a favor de un consumo prudente y mínimo, a veces es mejor
cuidarse de más para no ser de escándalo o de piedra de tropiezo. Es ahí donde
la persona deberá hacerse las tres preguntas que se ven en el gráfico en el
“área de libertad”. Y esto sirve, no solo ante creyentes, sino también entre
incrédulos ante los que se quiere predicar el Evangelio. ¿Cómo va a hablarle de
Dios un “cristiano”, que vive como si no lo fuera en diversos aspectos de la
moral y ética cristiana, a alguien que no lo es? Sería pura hipocresía, y su
testimonio carecería de valor alguno. Así que, los creyentes que consumen
alcohol porque creen que la Biblia lo permite, de forma extremadamente
moderada, en bebidas de muy baja graduación y como acompañamiento de una
comida, deberían tomar esto en consideración, meditarlo y actuar en
consecuencia.
El ejemplo
de una familia mutilada por el alcohol
En la película que estamos analizando, uno de los
protagonistas, el entrenador de fútbol, completamente ebrio, muere ahogado
accidentalmente tras caerse de una pequeña embarcación de su propiedad.
Sorprendentemente, sus amigos deciden hacer lo que él difunto habría hecho:
beber, como si no hubieran aprendido nada.
Siendo esto ficticio, es solo un reflejo de lo que
suele suceder en el mundo real, donde las cifras son estremecedoras: según los
datos oficiales, el alcohol es el responsable de tres millones de muertes al
año en todo el mundo (siendo unas 20.000 en España), de las cuales casi 400.000
se debieron a accidentes de tráfico, la mitad de ellos “no conductores”. Y esto
es digno de estudio: Europa bebe de media un 50% más que el resto del
mundo y el consumo ´nocivo` de esta sustancia cuesta a los sistemas sociales y
sanitarios 155 billones de euros[1].
Conozco a un pastor de mi provincia que perdió a su
bebé porque un conductor borracho invadió su carril. Su propia esposa, en
completo shock ante la terrible visión que tenía ante sus ojos, quiso lanzarse
en ese mismo instante al vacío de un barranco, acto que pudieron evitar. Semanas
después, ambos fueron a la cárcel a visitar al causante de todo. Le predicaron
el Evangelio, se convirtió y hoy en día es miembro activo de la iglesia local.
Pero las consecuencias ahí quedaron para siempre: unos padres sin hijo, y una
persona, a pesar de ser perdonada, con el recuerdo de por vida de su acción.
Como este, millones de casos donde personas de todas
las edades pierden la vida a causa del alcohol, sea por consumo propio o por el
de terceras personas. Puede ser que conozcas a alguien que esté entre las
víctimas. Todos ellos pensaron que “controlaban la situación”, que “no iban a
tener mala suerte”, que “solo era una copita de más”, que “la distancia era corta
hasta llegar a casa”, que “tenían dominio sobre el coche”, que “se sentían seguros”,
que “solo corrían para poder acostarse antes y dormir”. Hasta que sucedió la
catástrofe, fuera en muerte propia, de los acompañantes o de aquellos que iban
en otros vehículos.
Esto sin contar las enfermedades mentales y físicas,
accidentes cardiovasculares y cerebrales que provoca a medio y largo plazo,
afectando también a los propios reflejos, a la memoria y a la capacidad de
concentración. Y si hablamos de infidelidades, adulterios, fornicaciones,
violencia doméstica y embarazos no deseados que se producen por el estado
alterado de la conciencia que provoca el alcohol, los números se pierden. He
escuchado a jóvenes relatar que estaban de “juerga” y se levantaron por la
mañana desnudos en una cama con una amiga o desconocida, y no saber ni cómo
llegaron allí. Un espacio en blanco en la mente. Demencial y pavoroso.
Continuará
en Otra ronda (6ª parte): El alcohol
vs Dios.
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