lunes, 22 de noviembre de 2021

Otra ronda (5ª parte): El alcohol vs La conciencia vs El ejemplo ante los inconversos & Una familia mutilada por el alcohol

 


Venimos de aquí: Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el alcohol para alcanzar todo tu potencial y el éxito social? & ¿Usar el alcohol para “estar” bien? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html).

El alcohol vs La conciencia vs El ejemplo ante el prójimo
Como ya vimos en la primera parte, los cristianos están completamente divididos sobre si pueden beber alcohol. Cada uno tiene sus argumentos, los cuales dejé expuestos. Ahora bien, hemos visto que, la inmensa mayoría de las veces, se usa por los motivos que he citado en los artículos anteriores, y que, en esos casos, siempre es un error su consumo.
Pero, más allá de eso, y como abstemio, aquí quiero hablar de la conciencia, especialmente a aquellos que están en el grupo de “a favor” de su ingesta. Puede sonar extremo el siguiente caso personal, pero aun así lo señalaré: hace unos años, cuando todavía jugaba al fútbol, quería comprarme la camiseta del Liverpool, aprovechando que estaba sumamente rebajada de precio. Finalmente desistí. ¿Por qué? Porque la publicidad que mostraba en su frontal era el de una conocida marca de cerveza. ¿Algún problema de conciencia para mí? Ninguno. ¿Me la podría haber comprado? Pienso que sí. Pero, sabiendo que hay otros hermanos a los cuales les podría haber supuesto un escándalo ver a un cristiano con tal logo en el pecho, y que yo no quería tener que estar pendiente de quién estaba delante mía cuando la llevara puesta, decidí algo muy sencillo: ni reprender demonios, ni hacer guerra espiritual, ni ayuno; simplemente dejarla en la tienda y comprarme otra distinta. ¡Tan sencillo como eso!
¿Qué quiero decir con esta pequeña historia a los que sí toman alcohol? Que recuerden la problemática que se presentó entre los primeros cristianos: todo giraba en torno a la opción de comer carne de cerdo, que por aquella época era sacrificada a los ídolos. La cuestión supuso un alboroto entre dos grupos de cristianos. La solución fue clara: “Si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano” (1 Co. 8:13). A veces, como dijo en una ocasión mi profesor de seminario, sin juzgar ni menospreciar, es mejor pasarse que quedarse corto, sea ante hermanos en la fe o ante incrédulos. Y eso no es legalismo, sino sensatez y sabiduría práctica.

El esquema presentado es una guía sensacional de principios para saber cómo conducirnos en la vida. ¿La Biblia permite el adulterio? No. ¿La Biblia permite la fornicación? No. ¿La Biblia permite las borracheras? No. Ahí no hay discusión que valga. Es tan obvio que Jesús apenas le dedicó unas palabras a algunos de estos asuntos, únicamente para matizar ciertos aspectos que no habían quedado claros entre sus oyentes, y no precisamente para eliminarlos de la lista de “pecados”, sino para resaltar su gravedad (p. ej. Mt. 5:28, 32). Sin arrepentimiento, los que viven así, “no heredarán el reino de Dios” (1 Co. 6:9), por muy felices que digan ser.
Decir que se ama a Dios y “practicar” estas obras de la carne (Gá. 5:19-21) es una contradicción absoluta. O se toma o se deja. O Jehová o Baal. O sí o no. O religión muerta o espiritualidad viva. O somos cristianos y obedecemos a Dios, o meramente lo aparentamos, estando en rebeldía manifiesta. No hay término medio ni se puede crear un Dios a nuestra propia medida, donde quitemos de Su Ley lo que no nos gusta. A ningún cristiano nacido de nuevo habría que explicarle nada de esto más de una vez. Al menos yo no lo hago con creyentes de muchos años y que han oído centenares de predicaciones de forma presencial en una congregación. Y no lo hago, tras aprender, por propia experiencia –mala experiencia- que, el que quiere seguir a Dios, le seguirá por siempre, y el que no quiere hacerlo, se bajará del barco tarde o temprano, cuando encuentre un “puerto” que le agrade más, aludiendo a cualquier excusa. La fuerza de la realidad nos descubre, una y otra vez, que cada persona elige su propio camino, sin necesidad de que nadie le diga nada, ni en un sentido ni en otro.
Las emociones, que la vida nos sonría, el sentirse bien o mal y, sobre todo, la conciencia, cuando chocan con los mandamientos divinos, no son buenos medidores para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. Es más, son los peores: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jer. 17:9-10).
¿Y con todo aquello que la Biblia parece no especificar claramente si es pecado o no, como algunos parecen postular respecto al consumo de alcohol? Como en otros tantos temas, incluso en el caso de estar a favor de un consumo prudente y mínimo, a veces es mejor cuidarse de más para no ser de escándalo o de piedra de tropiezo. Es ahí donde la persona deberá hacerse las tres preguntas que se ven en el gráfico en el “área de libertad”. Y esto sirve, no solo ante creyentes, sino también entre incrédulos ante los que se quiere predicar el Evangelio. ¿Cómo va a hablarle de Dios un “cristiano”, que vive como si no lo fuera en diversos aspectos de la moral y ética cristiana, a alguien que no lo es? Sería pura hipocresía, y su testimonio carecería de valor alguno. Así que, los creyentes que consumen alcohol porque creen que la Biblia lo permite, de forma extremadamente moderada, en bebidas de muy baja graduación y como acompañamiento de una comida, deberían tomar esto en consideración, meditarlo y actuar en consecuencia.

El ejemplo de una familia mutilada por el alcohol
En la película que estamos analizando, uno de los protagonistas, el entrenador de fútbol, completamente ebrio, muere ahogado accidentalmente tras caerse de una pequeña embarcación de su propiedad. Sorprendentemente, sus amigos deciden hacer lo que él difunto habría hecho: beber, como si no hubieran aprendido nada.
Siendo esto ficticio, es solo un reflejo de lo que suele suceder en el mundo real, donde las cifras son estremecedoras: según los datos oficiales, el alcohol es el responsable de tres millones de muertes al año en todo el mundo (siendo unas 20.000 en España), de las cuales casi 400.000 se debieron a accidentes de tráfico, la mitad de ellos “no conductores”. Y esto es digno de estudio: Europa bebe de media un 50% más que el resto del mundo y el consumo ´nocivo` de esta sustancia cuesta a los sistemas sociales y sanitarios 155 billones de euros[1].
Conozco a un pastor de mi provincia que perdió a su bebé porque un conductor borracho invadió su carril. Su propia esposa, en completo shock ante la terrible visión que tenía ante sus ojos, quiso lanzarse en ese mismo instante al vacío de un barranco, acto que pudieron evitar. Semanas después, ambos fueron a la cárcel a visitar al causante de todo. Le predicaron el Evangelio, se convirtió y hoy en día es miembro activo de la iglesia local. Pero las consecuencias ahí quedaron para siempre: unos padres sin hijo, y una persona, a pesar de ser perdonada, con el recuerdo de por vida de su acción.
Como este, millones de casos donde personas de todas las edades pierden la vida a causa del alcohol, sea por consumo propio o por el de terceras personas. Puede ser que conozcas a alguien que esté entre las víctimas. Todos ellos pensaron que “controlaban la situación”, que “no iban a tener mala suerte”, que solo era una copita de más, que la distancia era corta hasta llegar a casa, que tenían dominio sobre el coche, que se sentían seguros, que solo corrían para poder acostarse antes y dormir. Hasta que sucedió la catástrofe, fuera en muerte propia, de los acompañantes o de aquellos que iban en otros vehículos.
Esto sin contar las enfermedades mentales y físicas, accidentes cardiovasculares y cerebrales que provoca a medio y largo plazo, afectando también a los propios reflejos, a la memoria y a la capacidad de concentración. Y si hablamos de infidelidades, adulterios, fornicaciones, violencia doméstica y embarazos no deseados que se producen por el estado alterado de la conciencia que provoca el alcohol, los números se pierden. He escuchado a jóvenes relatar que estaban de “juerga” y se levantaron por la mañana desnudos en una cama con una amiga o desconocida, y no saber ni cómo llegaron allí. Un espacio en blanco en la mente. Demencial y pavoroso.


Continuará en Otra ronda (6ª parte): El alcohol vs Dios.

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