lunes, 22 de julio de 2019

¿Eres un creyente de masas o un cristiano genuino?


Si eres cristiano desde hace muchos años, habrás observado que no todos los que dicen serlo realmente lo son. Es lo que llamo el creyente de masas: vive entre la masa, se reúne entre la masa, participa de actividades de la masa, camina dentro de la masa y sigue a la masa. Se siente cómodo en medio de ella. En definitiva, es uno más dentro de la cristiandad. Sin embargo, la realidad de todo esto es que se camufla entre ella pero no es parte de la misma. Al igual que existe el falso católico que participa de romerías y profesiones pero luego se emborracha o tiene una vida inmoral, existe el creyente que canta, baila, danza, salta, grita, hace, dice, habla, lee, escucha, asiste, participa, va y viene, pero no ha nacido de nuevo; su corazón nunca fue regenerado ni su mente transformada y, por supuesto, no tiene el Espíritu de Dios (cf. Ro. 8:9). Participa de una religión como el que es miembro de un club social. De ahí viene el peligro de vender como avivamientos los números.
¿Por qué entonces durante buena parte de la infancia, adolescencia y juventud muchas inconversos formaron parte de la masa? Casi siempre la explicación es la misma: sus padres eran creyentes e hicieron que sus retoños formaran parte de alguna congregación. Allí sacaron sus dientes, hicieron sus primeras amistades y fueron miembros de una comunidad compacta donde se iba a campamentos, se hacía deporte y se compartía la vida en general. El problema es que la inmensa mayoría de estos aparentes cristianos, con el tiempo, tarde o temprano, terminaron desertando. Se aburrieron y encontraron nuevas diversiones o se cansaron de su novieta creyente y buscaron una más deslumbrante a los sentidos. Empezaron por experimentar el mundo de la noche –fiestas, alcohol, sexo, desinhibición en el comportamiento y en la forma de vestir-, hasta que terminaron por establecer un nuevo estilo de vida. Para ellos, el bautismo fue un acto hermoso donde los que le rodeaban les felicitaron por el paso que habían dado pero nunca significó nada ni tuvo calado personal. Durante años, Dios fue como un amuleto que no impactó realmente sus vidas.
Aparte de esta razón expuesta, hay otras más que puedes ver ampliamente en ¿Cerca o lejos de Dios? Motivos y soluciones (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/11/1-cerca-o-lejos-de-dios-motivos-y_4.html).

¿Quién eres tú?
Si estás leyendo estas líneas es porque:

1) Eres un cristiano genuino seguro de su salvación, que tiene a Dios por Padre y al Hijo por Señor. Por lo tanto, nada de lo dicho alude a ti.

2) Eres un creyente de masas –que no ha nacido de nuevo- y quieres dejar de serlo. Tanto en el pasado como en el presente, los creyentes de masas han abundando: presidentes de naciones que juran con la mano en la Biblia y actúan de manera contraria a ella, países enteros que se autodenominan cristianos y viven de espalda a los valores éticos y morales predicados por Cristo, soldados que portaban una cruz durante las Cruzadas para –según ellos- recuperar “Tierra Santa” mientras que asesinaban y violaban, creyentes que son miembros de la “Asociación Nacional del Rifleen Estados Unidos, católicos y protestantes que entablaron una guerra de 30 años, organizaciones como la Inquisición que decían actuar en nombre de Dios y torturaban y quemaban a los que ellos consideraban herejes, “obispos” arrianos que negaban la divinidad absoluta del Hijo, sectas que proclaman fechas exactas del fin del mundo y que cambian cada poco tiempo, etc.

La matización que he hecho –“quieres dejar de serlo”- es fundamental, porque “enseñar a quien no quiere aprender es como sembrar un campo sin ararlo” (Richard Whately). Conozco a muchos individuos a los que los mejores consejos bíblicos no les han servido absolutamente de nada. Esto es de una tristeza desgarradora. ¿Era la Palabra de Dios el problema? No, sino ellos, que no querían aprender y deseaban hacer su propia voluntad.
Si este eres tú –de los que quiere cambiar y aprender sinceramente-, es a ti a quien quiero dirigirme. Puede ser que te sientas cómodo en tu situación actual, pero también estoy seguro que eres consciente que no eres un hijo de Dios. También sabes que no eres salvo por congregarte con decenas o cientos de personas ni hacer las mismas cosas que ellas. Y seguro que conoces a antiguos amigos y compañeros que ya dieron el paso definitivo de alejarse completamente de Dios. A algunos con los que hablas te cuentan que la vida les sonríe en todos los aspectos (económico, material, emocional y sentimental) desde que dejaron toda esa vida atrás. Por el contrario, otros te narran con todo lujo de detalles que se sienten perdidos. Personalmente, ni de lo que te digan uno u otro tiene que depender tu decisión sobre qué camino tomar.

¿Uno más entre la masa?
En la vida de Jesús, observamos claramente que ni siquiera Él se fiaba de los grupos ni de los movimientos de masas: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:23-25). Creían en Él por los milagros que hacían, no por su mensaje.
Hoy en día sucede exactamente igual: los “creyentes” se mueven por el espectáculo de los llamados “conciertos cristianos”, por “ministerios” que anuncian nuevas revelaciones de lo alto, por “líderes” carismáticos que hablan de prosperidad y lluvia de bendiciones y por “teólogos” que reinterpretan la Biblia y enseñan que Dios no condena la homosexualidad (como la mitad de la “iglesia” presbiteriana en Estados Unidos).
Estos mismos “creyentes” son los que, cuando viene la tempestad, dejan al Señor a un lado puesto que viven según las emociones y no sobre una fe conceptual basada única y exclusivamente en las Escrituras. Estos mismos “creyentes” son los que reflejan espiritualidad cuando asisten a cultos, eventos, congresos y retiros pero viven en carnalidad cuando nadie los ve. Para el que no haya captado el sentido, he citado entre comillas a todos estos líderes, teólogos y creyentes para resaltar que verdaderamente no lo son.
Nada de esto es una novedad surgida en el siglo XXI. Lo vemos ya en los últimos días de Jesús: “Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: !!Hosanna al Hijo de David! !!Bendito el que viene en el nombre del Señor! !!Hosanna en las alturas!” (Mt. 21:8-9). Esa multitud externamente le adoraba. Iba a liberarlos del yugo romano. Era el que venía en nombre del Padre para establecer Su Reino. Todo era maravilloso y prometedor. Poco después el panorama tornó. El héroe dejó de serlo. La estrella del momento dejó de deslumbrar. No era lo que ellos esperaban. No entendían sus palabras. No querían  realmente seguirle ni obedecerle, así que cambiaron su actitud hacia otra hostil: “Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: !!Sea crucificado!  Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: !!Sea crucificado!” (Mt. 27:20-23).
Las masas se movían –y se mueven- al son de la trompeta. Por eso son tan volubles. Son como ese refrán que dice: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”. Aunque presuman de tener personalidad, de ser genuinos y diferentes al resto, muchos son simples imitadores de lo que hacen los demás de manera irreflexiva. ¿Todos beben y participan de la botellona? ¡Iré y beberé! ¿Mis compañeros fuman? ¡Fumaré! ¿Las chicas se visten provocativas? ¡Me vestiré provocativa! ¿Mis amigas suben a las redes sociales fotos exhibiendo pechonalidad? ¡Llamaré la atención de la misma manera! ¿Los hombres y las mujeres se acuestan con otros sin amor y por placer? ¡Me acostaré igualmente! ¿Muchas personas son infieles a sus parejas? ¡Entonces no es para tanto si yo también lo soy! ¿Hay miles de divorcios en el mundo? ¡Pues me divorciaré cuando me canse de mi matrimonio! ¿Ese deportista es alabado por su gran partido? ¡Lo alabaré! ¿El mismo deportista es insultado por su mal partido? ¡Lo insultaré! Y así, con decenas de ejemplos. Esto es, ni más ni menos, que la cultura del borreguismo. Un verdadero circo.
En términos espirituales, sucede exactamente igual: Pablo sanó a un hombre cojo y la multitud quiso rendirle tributo y adorarle como si fuera un dios. ¿Qué sucedió minutos después con esa misma turba?: “Entonces vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto” (Hch. 14:19). Salvando las distancias, es algo que vemos en muchas congregaciones: hermanos que sirven al Señor y son honrados por ello, pero si deciden marcharse a otra iglesia local son despreciados y vituperados.

Siendo diferente entre la masa
Entre los muchos aspectos fascinantes de Jesús, llama la atención su manera de singularizar entre las personas. Jesús se compadecía de las multitudes (cf. Mt. 9:36), pero entre ellas:

- Buscó a la mujer con flujo de sangre que la tocó (cf. Lc. 8:43-48).
- Se acercó ante el clamor de un padre para expulsar al demonio que poseía a su hijo (cf. Lucas 9:37-43).
- Se detuvo ante los gritos del ciego Bartimeo (cf. Lc. 18:35-43).
- Quiso comer con Zaqueo tras subirse éste a un árbol para verlo (cf. Lc. 19:1-10).

Y así con muchos más, puesto que Él busca verdaderos creyentes singulares donde conocer a cada oveja y las suyas le conocen personalmente puesto que oyen su voz (cf. Jn. 10:14, 27). Busca individuos que escudriñen las Escrituras como los de Berea (cf. Hch. 17:11). Busca verdaderos discípulos que reconozcan sus errores como David cuando son confrontados por algún Natán (cf. 2 S. 12). Anhela mujeres como María, que guardan las palabras de Dios en su corazón (cf. Lc. 2:19). Desea personas como el etíope eunuco que buscan a Dios y aceptan su mensaje de salvación tras comprenderlo y sin poner excusas (cf. Hch. 8:26-39). Sueña con hermanos que no digan amén cuando algunos que se dicen apóstoles proclamen mentiras (cf. Ap. 2:2). Quiere cristianos que no doblen su rodilla ante el humanismo y el hedonismo imperante de esta sociedad (cf. 1 R. 19:18).
En conclusión, cristianos que no lo sean por tradición y rutina sino por convicción, fieles a Dios y Su Palabra y no a costumbres humanas y religiosas, conscientes de su propia pecaminosidad y de la obra completa de Cristo en la cruz.
A partir de ahora, ¿serás un creyente de masas o un cristiano genuino?

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