lunes, 16 de julio de 2018

2. Mis propósitos para denunciar el abuso espiritual: ayudar, despertar y exhortar



Siendo plenamente consciente del problema que supone el abuso espiritual y qué implica los aspectos que vimos en el primer capítulo, tengo varios propósitos:

Ayudar
Deseo ayudar a todos aquellos que han sufrido el abuso espiritual para que se acerquen al Señor y los sane. Así podrán salir de la prisión y de la esclavitud emocional en la que se encuentran, y dejar atrás el sufrimiento que les embarga. Mi deseo final es que su fe vuelva a las raíces bíblicas. Por eso quiero dedicárselo especialmente a aquellos que han sido damnificados por el sistema religioso y por todo tipo de abuso de autoridad, haya sido de corte emocional, sentimental o espiritual, o todos juntos. Si eres uno de ellos, recuerda que, aún con todo el dolor experimentado, Dios te ama desde lo más profundo de su ser. Nadie, ningún ser humano, se llame como se llame, ostente un “cargo” u otro,  jamás podrá cerrar las puertas que Dios ha abierto para ti: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Ap. 3:8). Graba con fuego esas palabras en tu corazón.
Es evidente que solo puedo ayudar a quienes desean cambiar su vida; a ellos me dirijo: “He conocido a muchas personas cuyas historias de vida ameritan que se escriba un libro. Sin embargo, no andan inspirando lástima ni presentándose como víctimas. Apenas tiene una posibilidad de producir un cambio y entender por qué les ha ido mal, lo hacen, y mejoran, y la vida les resulta diferente. Yo las admiro. A esas personas vale la pena ayudarlas”[1].

Despertar
La forma de pensar de la siguiente cita de la secta de los mormones se ha infiltrado en amplios sectores del cristianismo, y es un disparate que muchos creyentes creen después de haber sido adoctrinados: Cuando nuestros líderes hablan, el pensamiento se ha terminado. Cuando ellos proponen un plan, este es el plan de Dios. Cuando ellos indican un camino, no hay otro más seguro. Cuando ellos dan instrucciones, esto debe marcar el fin de la controversia. Dios no trabaja de otra forma. Pensar de otro modo, sin arrepentimiento inmediato, podría costarle su fe, podría destruir sus testimonios, y a abandonarlo como un extraño al reino de Dios”[2]. Terroríficas palabras.
Por eso deseo “tocar la campana” con todas mis fuerzas para que, aquellos que están hipnotizados o dormidos, abran bien los ojos y vean las falacias que están creyendo o las actitudes erróneas que están tomando, y más si saben que tales mentiras se proclaman a su alrededor.

Exhortar
Y en último lugar cronológico pero no en importancia: el hecho de que haya un goteo continuo de hermanos que salen de estos grupos debería hacer reflexionar a sus líderes y pastores, en lugar de considerarse las víctimas y culpar a los que se marchan, que es lo que hacen de forma sistemática. Se les debería romper el alma y entristecerse sobremanera viendo la manera en que sus acciones han dañado y trastornado profundamente a otras personas, cuyas vidas en el presente están en punto muerto por lo que les hicieron.
Aunque lo enfoca hacia la familia, las palabras de Virgilio Zaballos en su libro “Esperanza para la familia” también encajan aquí para aquellos que buscan cabezas de turco: “Parece que orientar nuestra queja y amargura hacia un chivo expiatorio mitiga nuestro dolor y canaliza nuestra ira”[3]. “Parece”, y así sucede a corto plazo, pero no sirve de nada. A medio y largo plazo, únicamente agudiza la rabia y la empeora.
Sabiendo que se me acusará de arrogante, lo diré con toda claridad porque no me queda más remedio: desde aquí hago un llamamiento a los pastores en general para que revisen en humildad ciertas enseñanzas que han mantenido hasta el día de hoy, que son herejías o principios sectarios, y que se empecinan en enseñar sin descanso. Como ya dije en la introducción de “Mentiras que creemos”: Sé cuán complicado es que un cristiano que lleva varias décadas en el Señor se replantee ciertos temas y pueda reconocer que está equivocado. Supone cambiar muchos aspectos, lo que no todos están dispuestos a asumir”[4]. Por eso vuelvo a insistir: no son infalibles, por mucha experiencia y conocimiento que tengan.
Tienen que tomar conciencia del grave problema en el que están enfrascados puesto que son los causantes directos. ¿Es que nunca se han preguntado que quizá lo están haciendo mal en determinados aspectos?: Los reformadores, y posteriormente los iniciadores de las iglesias libres, fueron considerados herejes perturbadores de la paz eclesial por los dignatarios religiosos de su tiempo. No debe perderse de vista que la Iglesia debe mantenerse ´semper reformanda` y que todo ministro de Cristo ha de perseverar a la escucha de lo que, a través de la Palabra, el Espíritu dice a las iglesias”[5].
En lugar de tildar a los hermanos que se marchan de sus congregaciones de resentidos, envidiosos, soberbios, vengativos, divisorios, peligrosos, enemigos del Reino de Dios y hacedores de las obras de las tinieblas, tienen el deber moral ante sus semejantes y, sobre todo, ante el Altísimo, de escuchar el clamor que hay entre aquellos hijos suyos que han despertado del sueño en el que han vivido instalado durante muchos años, y que ahora se desgañitan esperando que otros sigan la misma senda. Aquellos que denunciamos los errores no somos personas amargadas como algunos afirman. Si así fuera, Jesús era la encarnación de la amargura, y sabemos que no es así. El problema es que muchos no aceptan que nadie les diga que están equivocados. Les puede el orgullo y su incapacidad de reconocer sus errores ante sí mismo; por eso no dan su brazo a torcer. Para cambiar de actitud, deberían tener siempre presente las palabras de Jesús a Pedro: “Apacienta mis corderos. [...] Pastorea mis ovejas” (Jn. 21:15, 16). No le dijo: “apacienta y pastorea tus ovejas”, sino “mis ovejas”. Las ovejas son del Señor, no de los pastores o de alguien más.
Así que, visto lo visto, tienen dos opciones, no más: rectificar y reconocer abiertamente sus errores con verdadera y genuina humildad (no la que sale de boca para afuera pero que no se siente en el corazón). ¿Qué muchos de sus seguidores se sentirán defraudados, e incluso engañados? Pues sí. Pero es un pequeño precio que merece la pena pagar para poder empezar de cero haciendo las cosas bien. La otra opción es seguir como hasta ahora y continuar echándole la culpa a los demás de los males que ellos mismos se han provocado. Si toman la primera opción, con el tiempo, el Señor mismo se encargará de que todo se ponga en orden. Pero si se deciden por la segunda y se empecinan, tendrán que enfrentarse al juicio de Dios, tarde o temprano, en esta vida o en la siguiente. En sus manos está qué camino seguir.

La actitud que debes tomar
Vayamos terminando esta pequeña introducción para dar paso a lo importante: puede que tú, querido lector, seas de los que afirme sin ningún género de dudas que las mayores heridas de tu vida te las han infringido creyentes, fueran realmente “nacidos de nuevo” o no. Puede que tus mayores traumas, tus peores experiencias, tus peores recuerdos e, incluso, los peores amigos que tuviste, provengan del mundo “eclesial”. Quizá tu historia y tus desventuras darían para escribir unas extensas memorias. Pero, aunque sea así, quiero decirte por encima de todo que no te alejes del Señor, independientemente de que algunos de sus seguidores te hayan quebrado el corazón. Que para ti sean sumamente reales las palabras retóricas que expresó Pedro ante Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Jn. 6:68-69). Que puedas decir que sabes en quién creíste y en quién crees. Ninguna persona ni circunstancia, por terrible que puedan ser, podrán arrebatártelo: “Al que a mí viene, no le echo fuera (Jn. 6:37).
Espero poder ayudarte con lo que he aprendido en estos años. Como dijo Benjamin Franklyn: “Las cosas que duelen, instruyen”. No estás desamparado en medio de lo que muchas veces parece una jungla. Y, sobre todo, ten presente que el Señor está contigo y a tu lado.

Así que, por mi parte, dedico esta pequeña obra al que está sufriendo o ha sufrido las consecuencias del abuso espiritual por parte de los que debieron amarle.
Que el Señor obre en ti en medio del dolor en esta hora oscura, proporcionándote el consuelo que necesitas.

Continúa en: Las diferencias entre las sectas e iglesias malsanas, y el calvario que ocasionan. https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/11/3-las-diferencias-entre-las-sectas-e.html



[1] Mraida, Carlos. Libres de la manipulación. Clie.
[2] Publicado en “Improvement Era”, Junio 1945.
[3] Zaballos. Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. P. 32.
[5] Martínez, José María. Ministros de Jesucristo (Vol. 2). Clie.

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