martes, 23 de agosto de 2016

3. Buscaste la plenitud y el sentido a la vida por medio de las relaciones románticas, de los placeres y del materialismo


Venimos de aquí: Dejaste de transformarte y de ser un discípulo:

Me resulta muy difícil hablar de aquellos que se alejaron de Dios a causa de la sociedad que nos rodea. Un cristiano sabe perfectamente que vive en el mundo pero no pertenece a él, puesto que Cristo dijo que su reino no es de este mundo (Jn. 18:36). Por eso jamás entenderé a aquellos que dicen que quieren probarlo. ¿Probar qué? ¿Para qué? ¿No han visto lo que provoca? Lo que querían palpar termina por gustarles y alejándoles de Dios. No hay argumento válido que justifique este tipo de decisiones. ¿Por qué dejar de mirar a la cruz donde Cristo pagó los pecados? ¿Por qué dejar de seguirlo? ¿De verdad “el mundo” es mejor que Él? ¿De verdad “el mundo” ofrece lo que Él regala? ¿De verdad “el mundo” ama como Él lo hizo? ¿Cuándo olvidaron que Él dio su vida por ellos a precio de sangre? ¿No saben que se puede disfrutar de los sanos placeres sin dejar a Dios a un lado? ¿Por qué han omitido de sus conciencias la parábola de las diez vírgenes, donde cinco de ellas fueron insensatas y no mantuvieron encendidas sus lámparas con aceite a la espera de que el esposo viniera? ¿Por qué vender la heredad que se les regaló a cambio de un plato de lentejas? (cf. Gn. 25:30-31). Todas estas preguntas son para que ellos mismos se respondan.
Entiendo sin problemas que la carne es sumamente débil y que cualquiera puede caer en un momento de debilidad personal, pero apartarse lenta y progresivamente de forma consciente, habiendo conocido la verdad, resulta inconcebible en mi mente. Las consecuencias son claras: “Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa” (Lc. 6:47-49).

Buscando la plenitud por medio del “amor” y de las relaciones románticas
Jesús dijo que “ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mt. 7:13). En mi opinión, las relaciones de pareja es una de las maneras mas habituales por la cuales las personas se conducen ellas mismas a la condenación eterna. ¿Por qué? Basándose en la idea errada del mito de la media naranja (¿Incompletos sin pareja?: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/2-incompletos-sin-pareja.html), tanto hombres como mujeres viven por y para encontrar el amor de sus vidas que los llene y los complete. Si no lo encuentran, siguen buscando sin descanso. Si lo encuentran, se vuelcan en esa relación. En este caso, se ven felices y sonrientes. Y si rompen, el ciclo de búsqueda vuelve a empezar. ¿El problema? Que no conocen a Dios. Por supuesto, para ellos, Jesús no es Señor ni Salvador. Tanto si están buscando como si ya han alcanzado lo que anhelaban –el amor-, no se esfuerzan lo más mínimo en buscar al Creador ni creen necesitarlo al considerarse autosuficientes.
De esta maneras, las parejas, tomadas de la mano, se encaminan directamente al precipicio sin salida ni retorno. Si esto no les hace estremecerse nada lo hará, porque si fueran mínimamente conscientes de esta realidad estarían aterrados ante tal posibilidad, pero por sus vidas contemplamos que ni piensan en ello. Por eso vemos que viven según los valores del príncipe de este mundo, el diablo (cf. Jn 16:11):

1.     Se conocen.
2.     Se gustan.
3.     Tienen relaciones sexuales.
4.     Se enamoran.
5.     Se van a vivir juntos.
6.     A veces se casan.
7.     Tienen hijos, y no siempre.

El mundo al revés. Los puntos del dos al siete se alternan según las parejas, pero al fin y al cabo viene a ser lo mismo: están fueran del orden que Dios estableció para el matrimonio.
Estas personas están en la mayor de las cegueras y llegará el momento en que ya será demasiado tarde para ellas. Si están leyendo estas palabras, aún hay tiempo. Pero cuando la eternidad se haga presente, las puertas del cielo estarán cerradas para siempre. Solo quedará la desesperación y el llanto por los siglos de los siglos. ¡Terrorífico!

Buscando la plenitud por medio de los placeres
El “placer sensorial” –comúnmente conocido como hedonismo- conduce directamente a las borracheras, a las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio (incluso con personas casadas), a la inmoralidad, a la lascivia y a la pornografía. Otro detalle concreto que se observa en estas personas es la actitud atrevida que  comienzan a mostrar con las personas del sexo opuesto, aparte de que el vocabulario se transforma de manera evidente. Ya no sienten reparo alguno en usar palabras malsonantes.
Si es tu caso, puede que comenzaras a experimentar aquello que la sociedad te decía que te estabas perdiendo: fiestas, alcohol, sexo prematrimonial, todo tipo de música, bailes sensuales, formas de vestir desinhibidas, etc. La realidad es que el que se entrega a los placeres, viviendo está muerto (cf. 1 Ti. 5:6). Por muy glamuroso que esto parezca, son muertos vivientes.
Luego hay otro grupo que no participa de nada de lo citado o no toma actitudes extremistas, pero aún ellos viven según la cultura y los valores terrenales, sin sabiduría, donde lo importante es el éxito, la estética, la belleza, la popularidad y la diversión, por encima de la integridad, la pureza, la santidad, la fe y un carácter conforme al de Dios.
Como ya vimos, hay otro tipo de placeres que son lícitos, como la buena música, la práctica de deportes, la comida, etc. (Disfrutando sanamente: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html). El problema reside cuando la vida gira en torno a esto, convirtiéndolo en una forma más de idolatría. Esto se observa claramente en buena parte de la sociedad, cuyas vidas se dividen únicamente en dos compartimentos: estudio o trabajo y, el resto del tiempo, ocio.

Buscando la plenitud por medio del materialismo
Basta con observar brevemente la sociedad que te rodea para que te des cuenta de que se promueve el bienestar por encima de cualquier otro valor. Como afirma el psiquiatra Enrique Rojas: “El ideal de consumo de la sociedad capitalista no tiene otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de objetos por otros cada vez mejores. Gente repleta de todo, llena de cosas, pero sin brújula, que recorren su existencia consumiendo, entretenidos en cualquier asuntillo y pasándolo bien sin más pretensiones”[1]. Esta idea consumista suele ser transmitida principalmente por la televisión, la cual “embota los sentidos, fomenta la decadencia, estimula el escapismo, infantiliza, nos hace pasivos y superficiales”[2]. Una sociedad ciega que conduce a la misma ceguera y que nos incita continuamente a poseer más y más.
La oferta que nos podemos encontrar incluye todo tipo de adelantos tecnológicos y comodidades. Es cierto que en buena parte resultan de gran utilidad los beneficios que nos han proporcionado muchos de los inventos que nuestros ojos ven día tras día. No tenemos que encender velas o antorchas como en la antigüedad puesto que existen modernos sistemas eléctricos que proporcionan luz a buena parte del planeta. Tampoco es necesario que recorramos decenas de kilómetros cargando con cubos de agua, puesto que por medio de enormes presas las podemos almacenar en cantidades inimaginables y por distintos mecanismos llegan hasta nuestros hogares con un sencillo movimiento de muñeca.
Vivimos en un mundo hipertecnificado donde se da por normal lo que hace pocas décadas eran ensoñaciones más propias de la ciencia ficción que de la realidad. ¿Quién se iba a imaginar que podríamos interactuar con un monitor de televisión que reflejara nuestros movimientos como hacen las videoconsolas modernas? ¿Quién soñaba con poder comunicarse en tiempo real con cualquier persona del otro extremo del mundo? ¿Cómo íbamos a pensar hace unos siglos en que recorreríamos miles de kilómetros en apenas unas horas en un avión con capacidad para varios centenares de individuos? ¿Quién creería que se podría trasplantar un corazón en una operación donde el cuerpo del paciente fuera abierto sin que ello le provocara la muerte? El simple hecho de no tener que lavar la ropa a mano es un sueño que no entraba en la imaginación de las generaciones pasadas. Así podríamos continuar indefinidamente mostrando todos los avances que han repercutido positivamente en nuestro bienestar. ¡Y lo que nos queda por ver!
La cuestión es: ¿qué quedaría de ti si te quitaran todo eso? ¿Qué quedaría de nosotros? La tecnología está al servicio del hombre, pero cuando te conviertes en esclavo de ella tienes un serio problema. Basta con ver la adicción que tienen los jóvenes y no tan jóvenes a los móviles, a las aplicaciones de mensajería instantánea, a las redes sociales y a los videojuegos. Esta pequeña historia, titulada “Eutanasia en los jóvenes”, refleja dicha realidad: “Anoche mi madre y yo estábamos sentados en la sala hablando de cosas de la vida. Entre otras, estábamos hablando del tema de la vida y la muerte. Le dije: ´Mamá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen vivo. Prefiero morir`. Entonces, mi madre se levantó con cara de admiración y me desenchufó el televisor, el DVD, el cable de Internet, el PC, el mp3/4, la PlayStation, la PSP, la WII, el teléfono fijo, me quitó el móvil, el Ipod y el Blackberry. ¡CASI ME MUERO!”.
En la película “Contact”, uno de los protagonistas hace esta reflexión: La pregunta que me hago, ¿somos más felices los seres humanos? ¿Es este mundo nuestro un lugar mucho mejor debido a la ciencia y a la tecnología? Compramos desde casa [...] pero al mismo tiempo nos sentimos más vacíos, más alejados de nuestros semejantes que en cualquier otro momento de la historia. Nos hemos convertido en una sociedad programada [...] porque buscamos un sentido a las cosas, ¿cuál es su sentido? Tenemos trabajos rutinarios, vacaciones frenéticas, hacemos excursiones ruidosas a los centros comerciales para comprar más cosas con que llenar ese gran vacío que se abre en nuestras vidas, ¿es de extrañar que estemos desorientados?”.

¿Viviendo noblemente? Igualmente lejos de Dios
Teniendo siempre presente que todo el que no ha nacido de nuevo está condenado y literalmente muerto en sus delitos y pecados (cf. Ef. 2:1), puede que no hayas tomado un camino de oscuridad y pecaminosidad absoluta. Puede que estudies o trabajes honradamente, que disfrutes de la familia y de buenos amigos, que seas una persona sana en muchos aspectos, etc. Pero esa senda es igual de peligrosa que la otra. Es otro camino de perdición. Con luces de otros colores pero con el mismo resultado: lejos de Dios y vacío de Él. El actor y director Woody Allen lo expresó perfectamente: “Lo cierto es que me considero una persona increíblemente afortunada. Estoy felizmente casado, tengo dos niños excelentes, mi salud es buena y espero vivir tanto como mis padres, disfruto al máximo de mi trabajo [...] vivo cómodamente, pero eso no parece ser suficiente. No me quejo de nada, pero creo que lo dije hace años en ´Interiores`: nada te salva, nada te libera. No hay nada que te haga feliz, ni el éxito, ni la fama, ni el dinero [...] Nada te rescata del drama de la existencia humana”[3]. Allen confiesa ser un ser humano lleno a nivel emocional, sentimental y material, pero al que el vacío de la realidad lo envuelve.
Conozco personalmente a un veinteañero que, aunque no es tan famoso como Woody Allen, hace unos días llegó a las mismas conclusiones que el cineasta: “El mundo de los vivos ya no me conforta. Antes me llenaba ir a la piscina. Era feliz con un Mcdonals y una película, y ahora no”. La cuestión es que estas reflexiones están motivadas por un periodo de crisis personal tras una ruptura sentimental. Cree que la madurez consiste básicamente en aprender a disfrutar de las cosas y de las personas antes de perderlas. Y está convencido de que se le debe algo, ya que, como no todo le sale como quisiera, ha sido maldecido por la vida.
A pesar de que tienen todo lo necesario para vivir y mucho más –puesto que no viven en países tercermundistas ni enfrentan situaciones como una guerra, catástrofes naturales o hambrunas-, millones de personas del mundo occidental piensan igual que él. Es una de las enfermedades del siglo XXI: sus ojos están puestos únicamente en lo terrenal, nunca están satisfechos y tienen una baja tolerancia a la frustración.  

Dos posibilidades
En todos aquellos que pasan por las mismas vicisitudes de tristeza o por otro tipo de dificultades, se dan dos posibilidades:

1.   Cuando la pequeña depresión es superada todo vuelve a la normalidad anterior. Sentirán que han aprendido alguna lección que les llevará a creer que han “crecido” como seres humanos y, a continuación, buscarán llenarse nuevamente de las tres maneras citadas en este capítulo. Quizá variando detalles, dejando algunas cosas y probando otras nuevas, pero en definitiva la esencia no cambiará. Esta suele ser la senda que toma la inmensa mayoría: ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mt. 7:13).
2.   Buscarán sincera y apasionadamente a Dios, se convertirán y el velo que ciega sus almas será quitado (cf. 2 Co. 3:16). Entonces la cosmovisión les cambiará por completo al basarse en la enseñanza que Dios enseña en su Palabra: hallarán por fin el sentido a la existencia, la trascendencia más allá de lo terrenal y temporal, cambiarán sus prioridades y valores, junto a la ética y la moral. Esta es la puerta que solo una minoría decide traspasar: estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:14). Esta es mi esperanza para todos aquellos que conozco, sean familiares, amigos, conocidos o desconocidos.

Qué camino tomar de los dos –puesto que no hay más- depende de una decisión personal e intransferible.  

Dos serios problemas
El problema que suele repetirse con insistencia en estas personas es que creen que tienen todo el tiempo del mundo para “encontrar” a Dios, pero esta idea es errónea y acarrea dos serios problemas:

1.   El hecho de ser jóvenes les hace creer que tienen toda la vida por delante para buscar respuestas espirituales: “Cuando termine Bachillerato. Cuando termine la universidad. Cuando tenga trabajo estable. Cuando tenga tiempo libre. Cuando tenga novia. Cuando me case. Cuando tenga casa propia. Cuando tenga a mis hijos criados. Cuando me jubile. Cuando...”. Excusas infinitas y llenas de autoengaño. Esta confianza insensata les ciega por completo porque la realidad es que nadie sabe cuando va a llegar su hora. Puede que sea dentro de setenta años, pero puede también que sea mañana. Por eso dice la Escritura: “Buscad al SEÑOR mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca” ya que “he aquí ahora el día de salvación” (cf. Is. 55:6 LBLA; 2 Co. 6:2). ¡Hoy, no mañana! ¡Hoy, mientras hay tiempo!
2.   Creen que, algún día, sentirán algo especial y eso les hará creer. Por el contrario, Dios mismo puso una condición para encontrarle: “me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13). El requisito es tajante: ¡buscarle de todo corazón! En consecuencia, el que no lo hace no lo hallará.

Buscar el sentido a la vida y a la existencia sin Dios es la mayor necedad que existe. Lo único que logra es acrecentar la desesperanza ante el vacío de la eternidad. Como le dijo Jesús a la mujer samaritana, es beber del “agua” que vuelve a dar sed (cf. Jn. 4:13): Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:13).
Buscar la complacencia obviando a Dios no tiene sentido alguno. Jamás tu ser se sentirá realmente vivo sin Él. Y aunque logres todo lo que te propongas en esta vida (un gran trabajo, una gran esposa, buenas amistades, un buen coche, una buena casa, buenas vacaciones, multitud de actividades divertidas, todo lo material que desees, etc.) estarás tratando de llenar de forma inadecuada un pozo sin fondo: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? [...] Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto” (Is. 55:2; Hag. 1:6).

El error de creer que en nuestro interior reside la plenitud
El humanismo enseña erradamente que la plenitud está dentro de nosotros, como trata de reflejar esta historia:

En tiempos remotos, durante la creación de la Tierra, hallábase los dioses hindúes reunidos en asamblea para decidir un importante asunto. Estaban preocupados porque querían esconder el secreto de la felicidad para que los mortales no pudieran descubrirlo, pues querían conservarlo sólo para ellos. Shiva opinaba que debían guardarlo en lo más profundo de los océanos, pero Brahma, que había convocado la Asamblea, le recordó que los mares podrían secarse. Sugirieron dejar su secreto en el fondo del volcán más tenebroso, pero otra vez Brahma se negó porque los volcanes también podrían extinguirse. Devandiren, rey de los semidioses, propuso guardar el secreto en los cielos, pero tampoco fue escuchado ya que, dijeron los demás, algún día un mortal podría volar como un pájaro. Después de años enteros de discusiones, Brahma se pronunció y, muy solemnemente, les dijo a los demás dioses: “Ya he tomado una decisión. Vamos a guardar nuestro secreto en un lugar en el que los mortales jamás buscarían”. “¿Dónde, hijo mío?”, le preguntó Paraxati, y Brahma, su hijo y su esposo, le contestó: “Lo esconderemos dentro de ellos mismos”[4].

La realidad es que la plenitud no está en nuestro interior, sino “en Dios”, “por medio de Cristo” y “a través del Espíritu Santo” que mora en el creyente. La Escritura es contundente a la hora de señalar que “en Cristo” estamos completos  (cf. Col. 2:10) y que es en Él donde hayamos la verdadera plenitud. Teresa de Jesús lo expresó perfectamente: “Quién a Dios tiene, nada le falta: sólo Dios basta”. Y como dijo el poeta cubano José Martí: “El que tiene mucho por dentro necesita muy poco de afuera”.
El Señor confrontó directamente sobre la autosuficiencia y demás ideas erróneas cuando le habló a la iglesia de Laodicea: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:17). De ahí la oferta que te vuelve a hacer Jesús: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Jn. 7:37). Y para ello tu vida debe ser Cristo-céntrica. Es una insensatez tratar de lograr esa plenitud a través de las personas, de los objetos o de las circunstancias. Creemos que “ellos” y “ellas” (novi@, parejas, matrimonios, amig@s, etc.) están obligados a proporcionarnos lo que anhelamos. La realidad es que solo Dios puede llenar nuestros rincones más profundos.

El verdadero PAN que sacia
¿Dónde está el secreto? O más bien, ¿en Quién? Que sea Jesús mismo quien responda: “¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás (Jn. 6:30-35).
Jesucristo, el MODELO a seguir, se consideró a sí mismo la vid verdadera, al Padre el labrador, y a nosotros como los pámpanos (cf. Jn. 15:5). ¿Qué significaban estas palabras del Maestro?:

- El “labrador” es quien trabaja la tierra y la cultiva. En este caso es Dios Padre, que ha sido quien ha cambiado nuestro corazón de piedra por uno de carne tras el nuevo nacimiento, al limpiar y perdonar nuestros pecados y enviar su Espíritu sobre nosotros.
- Luego observamos la “vid” (que simboliza a Cristo), que es una planta cuyo fruto es la uva.
- Y por último tenemos a los “pámpanos” (que nos representan a nosotros), que son las ramas sobre la cual se sostienen las uvas. El pámpano es un simple “conductor” y “transmisor” del alimento (la savia)[5], que parte de la raíz[6], para que el fruto se desarrolle.
Por los pámpanos corre la savia que es lo que da vida a la uva. Sin la vid no somos nada y nada podemos producir.

Comer y beber
        Nos queda hacer la gran pregunta y responderla: ¿cómo se “come” y se “bebe” de Él? ¿De alguna manera mística y misteriosa? Es mucho más sencillo de lo que podemos imaginar:

-       Aceptando su regalo de salvación y el perdón que nos concedió en la cruz.
-       Estando en comunión con Él diariamente.
-       Descansando en su gracia, su amor y su paz.
-       Conociendo su Palabra y apropiándonos de sus promesas.
-       Abandonando todo aquello que la Biblia estipula como pecado.
-       Transformando nuestra manera de pensar, de sentir, de actuar y de hablar.
-       Viviendo con sencillez y en contentamiento conforme a los patrones establecidos en su Palabra.

Siete puntos sencillos pero sobre los que tienes que reflexionar profundamente. Y eso ya es algo que está en ti hacerlo.
Recuerda que únicamente Él puede colmar de satisfacción y plenitud tu espíritu porque “de su plenitud tomamos todos” (Jn. 1:16). Solo Él te da una vida interna en abundancia que nace de su Espíritu y que no depende de lo externo (cf. Jn. 10:10).


* Seguimos aquí: “Ahogado por los afanes y la falta de contentamiento”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/08/4-los-afanes-y-la-falta-de.html  




[1] Rojas, Enrique. El hombre light. Booket.
[2] Rojas, Enrique. El amor inteligente. Booket.
[3] El Cultural, suplemento de El Mundo. http://www.elcultural.es/articulo_imp.aspx?id=10560
[4] Stamateas, Bernardo. Autoboicot. Zenith.
[5] Agua, elementos minerales y azúcares.
[6] La raíz es la parte que penetra en el suelo y es la que absorbe el alimento desde debajo de la tierra, aparte de que es la que ancla el árbol.

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