jueves, 22 de agosto de 2013

El fervor por Dios mal enfocado


Hoy en día señalar un flagrante error doctrinal se considera como una crítica con intenciones destructivas. Rogarle a un cristiano que compruebe por sí mismo lo que cree es ser visto como un hostil que promueve la rebeldía. Denunciar los fallos se tacha de incitación a la traición. Lucas exaltó la nobleza de los de Berea porque escudriñaban para ver si era verdad lo que el apóstol Pablo decía. ¡Y eso que era Pablo el que hablaba! Pero en la actualidad no se considera un acto noble sino falta de confianza. ¡Qué triste cómo ha cambiado la forma de pensar de la iglesia primitiva a la del presente!
En lugar de analizar los planteamientos que difieren de lo que han creído por años, hay cristianos que prefieren mirar para otro lado y señalar los fallos en las vidas personales de otros para así desprestigiarlos y lograr que sus argumentos no sean tomados en cuenta, ni siquiera oídos. Exactamente la misma estrategia que usaron los judíos con Jesús. Los que acallan sus conciencias y que ni siquiera se atreven a estudiar por sí mismos sin influencias externas, deberían tomar en consideración las palabras de J.C Ryle (1816-1900), primer Obispo de Liverpool: “Hemos caído en tiempos en que recelar en cuanto a la sana doctrina no solo es un deber sino una virtud [...] El que quiera estar a salvo debe cultivar el espíritu de un centinela en un puesto crítico. No debe importarle que se burlen de él por considerarle alguien que ´ve herejías por todas partes`. En tiempos como estos, no debe avergonzarse de sospechar el peligro. Y si hay alguien que se burle de él por ello, bien puede darse por satisfecho respondiendo que la serpiente con su astucia engañó a Eva” (“Advertencias a las iglesias”).
Hay creyentes que enfocan erróneamente su fervor hacia Dios. Creen que porque una iglesia tenga miles de miembros están en la Verdad. Ante este argumento solo queda contestar con otro mayor: si así fuera, los musulmanes tendrían la verdad absoluta y el apoyo de Dios ya que son más de 1000 millones de fieles. Por lo tanto, el argumento del “número” y de la “cantidad” es pobrísimo e ingenuo.
El fervor “por sí mismo” que muchos tienen hacia Dios tampoco demuestra nada. Puede que, sin saberlo, sus obras estén muertas aunque tengan toda la apariencia de espiritualidad. ¿Por qué? Porque quizá no estén actuando conforme a “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3). De ahí la premura a que escudriñen de forma analítica si lo que escuchan coincide exactamente con las obras expresadas en el Nuevo Testamento y no con lo que dice un libro u otro, un autor u otro, un predicador u otro, un pastor u otro. Puede que lleguen a la conclusión de que sus obras están siendo meramente humanas, aun cuando estén hechas con la mejor intención del mundo y con el deseo de agradar a Dios, y así podrán rectificar.
En tí están las dos opciones: confiar por completo en otras personas o estudiar por ti mismo. Hay mucho en juego. Escoge sabiamente: “Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” (Sal. 119:105 DHH).


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