lunes, 20 de enero de 2025

El pingüino. ¿Tienes hermanos y te sientes un segundón entre ellos? (1ª parte)

 


Grata y, sobre todo, inesperada sorpresa, tanto de crítica como de público, ha sido la que todos nos hemos llevado con la serie “El Pingüino”, un spin-off de la película “The Batman”, la cual analizamos en “The Batman. ¿Quieres ser “la venganza” o una bengala que ilumine en la oscuridad?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/01/the-batman-quieres-ser-la-venganza-o.html). Algún despistado habrá pasado de ella al creer que versaría sobre la clásica aventura de uno de los villanos más conocidos del mundo del cómic, concretamente de la editorial DC. Craso error. A diferencia de la segunda parte de Joker (Joker folie à deux & Arthur. Un hombre que, como tú, solo necesitaba amor: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/11/joker-folie-deux-arthur-un-hombre-que.html), la serie obtuvo todo tipo de elogios por sus actuaciones, guion y calidad de producción.
Te agraden o no los superhéroes y sus enemigos, esto no trata de ellos. Tampoco verás a nadie con poderes ni saltando de un edificio a otro como un saltamontes enfundado en un traje de colorines. Lo que aquí se muestra es realismo en carne viva, descarnado, esos suburbios de la ciudad donde tu propia vida peligra a cada paso, y donde las drogas, la prostitución, el pillaje y el asesinato indiscriminado campan a sus anchas. No hay luz ni esperanza. 
Lo fácil habría sido mostrarlo como ese personaje que ya vimos en “Batman Returns” –interpretado por Danny DeVito-, con un paraguas en la mano y un sombrero de copa, que, sumado a su particular físico, le hacía parecer aún más ridículo de lo que ya era. Pero nada de eso es lo que vemos aquí: un irreconocible Collin Farrel eleva el nivel de interpretación a cotas sublimes, con una historia personal dura, turbia y oscura hasta decir basta.
Puedo decir con total libertad que no me agradan las series o las películas donde el protagonismo recae sobre la vida de los malvados y sus fechorías. Como ejemplos podría poner Peaky Blinders, Hijos de la Anarquía y Boardwalk Empire, ganadoras de incontables premios y consideradas como grandes obras por la inmensa mayoría. Tras una temporada, dejé de verlas. Contemplar cómo actuaban las distintas bandas criminales que en ellas se mostraban, me resultaba completamente desagradable.
Mención aparte merece la actriz Cristin Milioti, cuya interpretación de Sofia Falcone me ha maravillado. Y no digo más, porque usaré su personaje para tratar otro tema en el escrito que irá tras este, cerrando así esta particular trilogía.

Un pequeño resumen
Antes de revelar qué sucede en el momento cumbre, donde la escena se abre por medio de un largo flashback y conocemos el pasado del Pingüino –en el séptimo capítulo-, resumamos brevemente el argumento de la serie, donde todo comienza una semana después de los hechos acontecidos en The Batman (2022).
Tras las explosiones que provocaron la inundación de los barrios bajos de la ciudad y su consecuente estado ruinoso, Oswald “Oz” Cobb, alias el Pingüino, el que fue el principal lugarteniente del difunto señor del crimen Carmine Falcone (asesinado por Enigma), aprovecha la caótica situación para intentar convertirse en el mayor de los mafiosos. Para esto usará todo tipo de subterfugios, engaños y manipulaciones. Y eso es precisamente lo que vamos viendo, con sus triunfos y fracasos durante su ascenso a la montaña criminal.
Si para ello debe poner en contra a unos y a otros, lo hará. Si para ello debe robar o matar, lo hará. Si para eso debe usar como chofer, escolta y recadero a un chico adolescente al que le destrozará la vida, lo hará. Si para ello debe traicionar a sus cercanos, lo hará. Es ruin, miserable y egoísta. Todo en él es despreciable. Cada palabra que sale de su boca rebosa maldad y dobles intenciones, al igual que sus acciones. Un alma enfermiza, capaz de reírse burlonamente mientras ve a una madre y su hijo arder en llamas.
Si fuera cierto –que no lo es- que la cara es el espejo del alma, la suya sería el vil reflejo del cuadro de Dorian Grey. Si su rostro es grotesco, su corazón es el mismísimo infierno de Dante.
El brutal contraste lo encontramos en la parte que concierne a la fraternal relación que mantiene con su madre enferma: la adora y la cuida con esmero, dada sus cada vez más habituales pérdidas de memoria y desorientación, debido al Alzheimer, que avanzaba sin remedio. Durante esos instantes, el monstruo se humanizaba.

Un niño que solo quería a su madre, y sus hermanos eran un obstáculo
Reconozco un error por mi parte, del que no me di cuenta hasta que llegó el susodicho capítulo: los momentos en que veía a Oswald con su madre me resultaban tediosos. No le encontraba ningún interés, y menos ver a una señora, interpretada por Deirdre O'Connell, desvariando en cada una de sus apariciones. Me parecía una rémora para la historia, que la ralentizaba.
Pero ay, ay, ay... La verdad es que todo, absolutamente todo, gira en torno a Francis, su madre. Eso es lo que vemos en el flashback, donde contemplamos a Oswald de pequeño (sensacional también el jovencísimo actor Ryder Allen): tenía dos hermanos, Benny y Jack, casi de su misma edad; uno era un poco más pequeño y el otro algo mayor. Vivían en un piso humilde y él ya era diferente: su deformidad en la pierna le hacía andar de forma extraña –de ahí su sobrenombre- y muchos se metían con él. Pero todo eso le daba igual: solo anhelaba estar a todas horas con su madre, ver películas con ella y escuchar sus halagos. Era su vida. Esto hacía que, cuando la veía ser cariñosa con sus hermanos, en silencio y secretamente, se encelara. Su mirada, que solo nosotros como espectadores veíamos, le delataba.
(el rostro de Oswald cuando veía a su madre jugando y bromeando con sus hermanos... no le hacía ni pizca de gracia)

 

(Collin Farrel/Ryder Allen: la versión adulta y joven de “El Pingüino”)

Un día salió a pasear con sus hermanos y bajaron a un alcantarillado. Allí decidieron jugar al escondite, donde era Oswald el que tenía que encontrarlos. Ellos bajaron a mayor profundidad por unas escaleras verticales y, cuando fueron descubiertos, le dijeron que bajara. Él lo intentó, pero por su deformación casi se resbaló. Sumamente enojado, se marchó. Y no solo eso, sino que cerró la compuerta, dejándolos atrás. En ese preciso momento, la lluvia que ya caía se convirtió en torrente y comenzó a anegar el lugar. A Oswald le dio igual. Se marchó a casa y le dijo a su madre que sus hermanos había ido al cine y que él no lo había hecho porque prefería estar con ella. Feliz de tenerla para él solo, eligió una película musical y, como si no pasara nada, la disfrutó abrazado a ella. Aunque miraba por encima del hombro la tormenta para comprobar si sus hermanos regresaban, guardó silencio. Evidentemente, ellos murieron ahogados. Supuestamente, fue un accidente y nadie supo jamás nada. Eso, en teoría...
Su madre nunca abrió la boca, pero sabía que había sido él. Una linterna que llevaba esa noche le hizo intuirlo. Hablando con Rex, un mafioso del barrio, se lo contó: “tengo al demonio en casa”. Rex le mostró las dos opciones que tenía: ignorar lo sucedido y moldear a Oswald o renunciar a él, en el sentido literal del término. Ella entendió al instante qué quería decir con esas palabras: asesinarlo. Con su beneplácito, dicho matón iba a acabar con el joven Oswald. Todo estaba planeado: una noche, su madre le dijo que se pusiera el traje, que iban a salir. Fueron al Monroe´s, un club de jazz, donde estaba el mafioso. Pero aquí cambió todo tras las palabras que Oswald pronunció: “Yo te voy a cuidar, mamá. Lo sabes, ¿no? Has trabajado mucho por nosotros tres. Ahora será más fácil. Conseguiré un trabajo. Y también tengo un montón de ideas para un dinero extra. ¿Qué quieres? Dímelo y te lo consigo. [...] Claro que voy a cuidar de ti. Haría lo que fuera por ti. Yo te veo, mamá. Veo cosas que los demás no ven. Veo cómo sonríes cuando quieres que la gente piense que te está gustando algo que no te gusta. Veo que fumas más cuando piensas, y que bebes más cuando estás triste. Veo lo que mucho que trabajas. Lo lista que eres. Y que te gustaría que la gente importante se diera cuenta. O que esa gente no fuera nada importante. Nadie más cree tanto en ti como yo. Nadie más te va a dar lo que mereces. Te voy a sacar de Gotham este, mamá. Te llevaré a una casa increíble. Mejor que la que tenemos ahora. ¡En el último piso, un ático, como tú querías! ¡Con vistas a toda la ciudad! Te compraré ropa cara y joyas. Y de las buenas, de esas que te ven por la calle y piensan: ´Esa es importante`. Y si no me crees, da igual. Porque te lo voy a demostrar. Todos los días. Pero no pierdas la esperanza en mí”.
Todo esto desarma el corazón de Francis, que decide dar marcha atrás en su plan inicial de renunciar a su hijo Oswald. Bailando juntos, Francis le encomienda convertirse en un hombre de provecho, que le dé absolutamente todo lo que ella se merece, y que él deberá hacerla feliz. A lo que él contesta que sí, que se merece la mejor vida y que se la proporcionará. Se lo promete. Y que no parará hasta conseguirlo. 
Muchas décadas después, cuando Sofia Falcone los secuestra a ambos, y los sienta atados, frente a frente –en la mejor secuencia de toda la serie, donde los tres lo bordan-,  sucede el momento en que la madre de Oswald le cuenta la verdad: revela que lo sabía todo, que sabía que mató a sus hermanos, que lo odia, que nunca ha dejado de hacerlo, que es una decepción, que no vale para nada, que se despierta cada mañana con náuseas por ser su madre y que ella iba a matarlo a través de Rex. ¡Tremendo! A continuación, lo apuñala con una botella rota y le dice: “eres el demonio. Eres el maldito demonio”.  Sobrecogido, se queda en shock al saber cuáles fueron las intenciones de su madre y lo que piensa sobre su persona. De una bofetada en el alma, despierta... aunque solo en parte. Con el rostro descompuesto, y a pesar de ver cómo torturaban a su madre y, a posteriori, sufrir un derrame cerebral que la deja en estado vegetativo, sigue negando insistentemente que matara a sus hermanos. Y afirma que lo que dice Francis respecto a él es fruto de su enfermedad, no lo que piensa realmente. Prefería seguir autoengañándose.
Reconocer la verdad habría sido aceptar que su madre no lo amaba, cuando eso era lo único que él tenía en la vida. Ser gánster, tener dinero, alcanzar el poder, solo era parte del camino que él había trazado para darle la clase de vida maravillosa que le prometió a su madre cuarenta años atrás en aquel club.

Continuará en El pingüino. ¿Tienes hermanos y te sientes un segundón entre ellos? (2ª parte)

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