lunes, 2 de octubre de 2023

11.6. ¿Eres soltero porque sigues prisionero de un pasado hiperactivo?

 


Venimos de aquí: ¿Eres soltero porque, cuando tienes pareja, no sabes negociar con ella? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/09/115-eres-soltero-porque-cuando-tienes.html).

Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la solteria que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Muchos de nosotros conocimos al Señor –entiéndase en el contexto del “nuevo nacimiento”-, ya en nuestra vida adulta. Y dentro de ese “desorden” en el que previamente vivíamos, experimentamos, en mayor o menor medida, el mundo caído, el pecado y las distintas obras de la carne. Hay infinidad de casos donde las personas apenas participaron de estas obras, pero también hay un grupo que acumularon altas dosis de ellas. Entre otras, Pablo nos hace una pequeña lista: “fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia” (Col. 3:5).
Fuimos llamados a dejar este tipo de pasiones, a despojarnos del viejo hombre y a revestirnos del nuevo. Y así lo llevamos a cabo. Pero también es cierto que están aquellos que, en cierta medida, han quedado marcados por su pasado. Sus vidas resultaron hiperactivas, donde vivieron emociones muy fuertes y experiencias límites a nivel sensorial, dándoles rienda suelta a muchos deseos de la carne. Aunque el poder del pecado se haya roto, recordemos que la naturaleza caída aun sigue en el nuevo creyente, junto con la nueva.

¿Cómo afecta el pasado?
En ocasiones, un pasado hiperactivo puede afectar a una relación sentimental. ¿Por qué? Porque la carne puede que todavía desee vivir de la manera en que lo hacía antes de entregarse al Señor. Especialmente en los malos momentos anímicos, el enemigo puede traer a la memoria aquellos placeres, incitando a ellos para que una parte quiera volver a aquel pasado. Puede que la carne eche de menos las fiestas, el alcohol, las drogas, la promiscuidad, el sexo desenfrenado o con distintas parejas, etc. Por eso hay personas que aparentan más edad de la que realmente tienen en lo que concierne a la personalidad. Uno de veinticinco años parece tener treinta y cinco, y alguien de treinta y cinco, cuarenta y cinco. Incluso sus rasgos físicos los delatan, como puede ser por medio de la expresión y el contorno de los ojos. Más de una vez lo he comprobado. Esto puede llevar a que, dos personas de la misma edad -y que en un principio se puedan atraer-, no encajen en absoluto, por el hecho de no haber pasado por el mismo tipo de experiencias.
En consecuencia, uno de los miembros de la pareja en ciernes puede sentir que, en su vida actual, “se aburre”, que no tiene suficientes alicientes, y que no experimenta la clase de emoción en la cual vivía antes instalado. Posiblemente, recordará que no era feliz, sino desgraciado y vacío. Será consciente de que solo el Señor llena su vida actual, le da propósito y sentido. Pero, aun así, este pasado hiperactivo puede jugarle malas pasadas a la hora de construir un vínculo estrecho e íntimo con otro ser humano. Las razones son varias. Por ejemplo: si han tenido relaciones sexuales, pueden sentirse culpables e incómodos ante una persona que se ha conservado virgen. Sentirá que la va a juzgar o sentirse inferior. Lo mismo si ha participado en borracheras y conocen a alguien que ha sido siempre abstemio.
En otros casos, puede que sientan que la otra persona le ofrece muy poco en comparación con las emociones que experimentó en el pasado. Una mujer tranquila y sosegada puede resultarle sumamente aburrida, aun cuando tenga gran cantidad de valores (equilibrio, amabilidad y estabilidad), cumpliendo todos los requisitos que se puedan buscar, siendo la candidata ideal. Una cantante española dijo algo en un programa de televisión que me dejó desconcertado y me revolvió el estómago, hasta el punto de que apagué inmediatamente la caja tonta: “Es algo que me pasa a mí y a varias de mis amigas. Si todo va bien, si el hombre es tan perfecto, tan bueno, te cuida tanto, te aburres que te mueres. Nos gustan los que son más canallas”. En realidad, en lugar de canalla, empleó un término soez que prefiero omitir deliberadamente, pero que viene a transmitir la misma idea. Pocos días después, oí en el mismo programa a una actriz americana decir justo lo contrario, que no le gustan este tipo de hombres. Gracias a Dios, no todo el mundo es igual.
Un hermano me contó que él mismo había experimentado situaciones parecidas. Afirmaba que había conocido a mujeres que decían buscar a un hombre decidido, que supiera lo que quería, pero que, a la hora de la verdad, no se iban a por el sensible, cariñoso, atento, inteligente y con grandes valores cristianos, sino a por el “malote”, el “chulo-playa”, atrevido y rudo. Muchas de estas chicas, en lugar de decir que todos los hombres son iguales, deberían cambiar la afirmación por “todos los hombres que me atraen son iguales”. Es muy distinto. Luego es normal que les vaya mal y la secuela que les queda es el miedo a relacionarse nuevamente. Otras incluso se casaron y vivieron amargadas, terminando en muchas ocasiones en divorcio. En mi opinión, y tras todo lo que he visto en mi vida, el caso es aplicable a los dos sexos. No sé si es fruto de la naturaleza caída a la que le atrae el riesgo, la mala influencia que se recibe desde jovencitos a través de las películas y series de televisión, o una mezcla de ambas.
Como vemos, la vieja naturaleza puede afectar directamente al presente, y más si usaron esas pasiones para lograr sus propósitos. Es como la polémica canción de Skahira, “Loba” (igualmente aplicable tanto a mujeres como a un hombre “Lobo”): “La vida me ha dado un hambre voraz y tú apenas me das caramelos... una loba en el armario tiene ganas de salir... yo sé lo que quiero, pasarla muy bien y portarme muy mal”.
Otro ejemplo: un hombre que bebía alcohol para desinhibirse y así poder atreverse a cazar a su presa. O una mujer que empleaba su sexualidad con el propósito de atraer y atar a sí misma a los hombres, buscando que la amaran. En ambos casos, puede que se manifieste una lucha en el interior de ellos. Es posible que les cueste mantener una relación sana con una persona íntegra del sexo opuesto en la que estén interesados, puesto que no les resultará un desafío que dispare sus hormonas y los estimule al mismo nivel que experimentó en épocas pasadas. No sale de ellos de manera natural el amar a alguien, y ni ellos mismos saben las razones. Sienten que están forzando el corazón (lo cual es antinatural), cuando la razón hay que buscarla en el pasado y cómo les está afectando en el presente. Antes todo fluía de manera natural; ahora ya no. O, al menos, aun no.

Atados por el pasado
Si establecen una nueva relación, puede que ahuyenten a su pretendiente al hablar en exceso de ese pasado que, continuamente o cada cierto tiempo, sacan a colación. Es más, si él nota que añoran parte de ese pasado (aunque hayan transcurrido muchos años), brillan sus ojos cuando hablan de sus ex, lo exaltan (aun sin darse cuenta), muestran esa clásica sonrisa como si lo echaran de menos, conservan fotos juntos y le comparan recalcando las cosas que hacían, saldrá huyendo al menor pretexto. Notarán si el otro todavía piensa en aquella relación. Se sentirá dolido y parte de una competición en la que no quiere participar, ya que se verá luchando contra un fantasma. Se sentirá inseguro e intranquilo. No habrá paz en su corazón.
Este tipo de persona puede incluso que, en su interior, se sienta nuevamente atraída por anteriores parejas que tuvieron en aquella época de su vida. Fueron malas relaciones que les llevaron por el mal camino, pero la carne recuerda el placer que llegaron a sentir, dentro del peligro, y cómo se sentían de vivos. Esa vieja naturaleza aun desea la aventura: una persona atrevida, ardiente, que la seduzca física y emocionalmente fuera del orden de Dios, que la conduzca más allá del límite y el riesgo, que sea como una tentación, pero que a la vez tenga que evitar. Eso emocionaría y excitaría sus sentidos. Por eso se pueden sentir atraídas por personas dominantes y emocionalmente inaccesibles.
Su naturaleza caída les grita y demanda aventura, peligro y acción en desorden, en lugar de una relación personal equilibrada y estable. Sus organismos se acostumbraron a tales niveles de agitación, que sus mentes luchan cada cierto tiempo con los excesos del pasado. La estabilidad no les atrae, y les lleva a rechazar a parejas potenciales porque no sienten que su mundo interior se estremezca.

Afrontando el presente
Ser consciente de esta realidad es el primer paso para ponerse nuevamente ante el Trono de Dios y pedirle un total aborrecimiento por el pecado. Es una sensación que estremece el alma y que provoca que no deseemos jamás volver a esa vida pasada. Para escribir este libro he leído multitud de manuscritos para ver la opinión de otros autores sobre diversos asuntos. Entre ellos, recuerdo haber leído literatura secular sobre las relaciones de pareja que narraban historias de infidelidades de personas que no sentían remordimiento alguno. Es más, la autora incitaba a ello si la relación matrimonial no iba bien. Ejemplares que lancé al contenedor de basura con verdaderas náuseas. El Señor usó aquello para mostrarme el dolor que supone contemplar el pecado en sus diversas formas. Dejar atrás el pecado no es solo una convicción intelectual a la que se llega tras la conclusión de que es beneficioso, sino también un profundo deseo en nuestro ser impulsado por Dios. Y, para esto suceda, hay que rogarle para que no nos afecte más en nuestra nueva vida, tanto en nuestra relación con Él como con nuestros semejantes.
No debemos solamente pedir esa clase de desprecio hacia el pecado, sino apropiarnos de una vez y para siempre del perdón que Dios nos concedió en su momento tras el arrepentimiento por los actos de nuestro pasado.
La persona que ha vivido atrapada, debe aprender nuevamente a tratar con personas sanas del sexo opuesto de forma realista, ya que hasta ahora solamente se había relacionado con individuos peligrosos. En lugar de buscar lo excitante del momento, de la pasión desenfrenada, deberán conocer la parte agradable y buena de la otra persona. Así hasta sentirse cómodos con su nueva forma de vivir, aprendiendo a disfrutar de la compañía y de los pequeños detalles que le llevarán a la ternura, a la verdadera intimidad y al compromiso mutuo. Así dará lugar al crecimiento progresivo de las emociones, sin necesidad de experimentar con lo prohibido. Se equivocan si creen que el aburrimiento es no hacer lo mismo que hacían en el pasado. Hay decenas de alternativas a esa vida anterior.
Por otro lado, también deben de saber que no tienen que iniciar una relación de pareja con el primero con el que entablen contacto. Es importante que tengan esa idea clara. De lo contrario, pueden esforzarse por conseguir el objeto de su deseo, pero, una vez conseguido, lo desechen, con las consiguientes heridas para el afectado.

¿Hablar del pasado? 
Respeto, pero no comparto, la idea de ir narrando a todo el mundo cómo era nuestra vida antes de la conversión, si el pecado brillaba sobremanera. La persona que quiera contar su testimonio delante de la congregación, en un libro o ante un grupo de jóvenes, que lo haga, y en ciertos casos puede ser beneficioso para otros. Es lo que llevó a cabo el apóstol Pablo ante el rey Agripa (cf. Hch. 26). Pero hacerlo “porque me apetece”, entrando en detalles muy personales, creo que en ocasiones está de más.
En una relación es diferente. En ella es saludable y necesario dar a conocer nuestra vida pasada. E incluso no tardar mucho en hacerlo, ya que lo contrario sería ocultar una información importante, cuando la honestidad es fundamental. Es más, tu pareja tiene derecho a conocer parte de tu pasado (lo bueno y lo malo), para ver tu vida en perspectiva. Tú mismo te sentirás liberado y te quitarás una carga de encima. Esto debe incluir hablar de las experiencias, las relaciones anteriores y algunos de los errores cometidos. Ahora bien, sin necesidad de regodearse, escarbando una y otra vez en el asunto, ni contar hasta los más mínimos detalles.
Si eres la persona que va a confesar, tienes que tener tacto y pensar en cómo reaccionarías tú si te contaran algo así, así que ve muy despacio. Crea previamente un ambiente de suma confianza. Aunque quieras ser transparente, casi nadie está preparado para oír de golpe todos los secretos de una persona. Analiza previamente el cómo te gustaría que te lo contarán. Extralimitarse en los detalles puede resultar negativo, aunque es cierto que en ocasiones muy concretas puede ser sanador. Si eres aquel que escucha, no pidas que te narren detalles morbosos.

Reacciones
Un compañero que sepa apreciarte realmente te mirará con ojos de amor, tanto en el presente como en el futuro. Puede que se quede impactado tras contarle parte de ti. Es una reacción humana y normal. Necesitará tiempo para asimilarlo, ya que se sentirá inseguro, tendrá miedo a las comparaciones, a sentirse en desventaja, a no estar a la altura, a pensar que tu mente estará volando hacia el pasado cuando estés con él, y mil cosas más. Aquí caben dos opciones: la primera es que no sea capaz de aceptarlo y se sienta emocionalmente desbordado. Esto no significa que no te perdone o que sea un cristiano inmaduro o menos espiritual de lo debido, sino que siente que los acontecimientos que viviste son superiores a sus fuerzas. Tendrá miedo a que ese pasado algún día se haga presente, y en medio de una crisis personal o de pareja (en esos problemas que surgen en toda relación) recaigas nuevamente y cometas los mismos errores.
Si le confiesas que, a veces, echas de menos parte de tu pasado, probablemente se apartará de ti, puesto que no le crearás ningún tipo de confianza y te considerará emocionalmente inestable, como si fueras una persona que no sabes realmente lo que quieres. Es más, no será recomendable para él continuar en una relación con una persona que no ha superado completamente su pasado pecaminoso. No los culpes si decide no continuar a tu lado. Y, por supuesto, no aumentes tu culpa pensando que no deberías haberlo contado. El silencio y la ocultación no hubieran funcionado.
La segunda posibilidad: que le lleve tiempo, que sufra en su mente por unos días, que se sienta triste tanto por ti como por él, y, por lo tanto, llore cuando se encuentre en la soledad de su casa. Pero, finalmente, lo asimilará tras sentir la paz de Dios y te ofrecerá su vida en amor, mirando al presente y a la clase de persona en la que te has convertido, y de quien se ha enamorado, prometiendo que jamás usará ese pasado para recriminártelo en el futuro. Si sientes que tu pareja te ofrece esa clase de perdón y de amor, demuéstraselo cuando se produzca. Hazlo como bien veas, pero como sugerencia –y como amante que soy de los abrazos-, podrías regalarle uno eterno.
Recuerda que, reaccione como reaccione, nunca lo presiones en su respuesta. No te cierres si la relación se rompe. En ese caso, tendrás que seguir esperando en el Señor y buscando en paz.

Vive en el amor de Dios
Nunca olvidaré la historia personal que narró un hermano desde el púlpito a toda la congregación. Él había sido drogadicto. Incluso le robaba a su madre para comprar droga. Físicamente, tenía las secuelas de todo aquel que ha pasado por ese terrorífico mundo. Pero se produjo el milagro. Experimentó la conversión y dejó su pasado atrás. La obra de Dios que pude ver por medio de él siempre fue un ejemplo para mí. Ese tipo de transformaciones me impactan, ya que son reflejo del amor del Señor. Con el tiempo, comenzó a salir con una mujer. Él le confesó un día que se sentía indigno de ella, por las cosas que había hecho en el pasado. ¿Sabes qué contestó su novia? Algo hermoso: “Si Dios te ha perdonado y te ama, ¿quién soy yo para no perdonarte y amarte? Te amo tal y como eres”.
Aunque el pecado trae consecuencias (unas veces más, otras veces menos, como en el caso del rey David), jamás olvides que el perdón de Dios ya te fue concedido y que Su amor hacia ti permanece inalterable. Tanto como si tu pasado ha sido muy truculento como si no, recuérdalo: ¡Eres nueva criatura!
Ahora deja esas cargas y vive el presente. La persona que te ame lo hará con todo su corazón. Como dijo el Señor: “No recordéis las cosas anteriores, ni consideréis las cosas del pasado. He aquí, HAGO ALGO NUEVO, AHORA ACONTECE” (Is. 43:18).

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