lunes, 21 de septiembre de 2020

Mignonnes, cuties y guapis: ¿Qué es realmente la feminidad? (2ª parte)

           Venimos de aquí: Mignonnes, cuties y guapis: Niñas y adolescentes que no saben lo que es la feminidad por culpa de los adultos (1ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/09/mignonnes-cuties-y-guapis-ninas-y.html

 * Aunque algunos aspectos son generales e incluyen también a los chicos, este artículo está más enfocado en el género femenino. En otra ocasión, hablaré concretamente sobre los chicos y la supuesta masculinidad.

1) Hay que leerlo desde la perspectiva de las niñas.
2) Más allá de la naturaleza caída con la que todos nacemos y nos predispone al mal –siendo la raíz de toda desobediencia a las leyes morales de Dios- los niños de hoy en día son víctimas de un sistema perverso y decadente de ingeniería social que los moldea a su antojo, principalmente estimulando las pasiones más bajas del ser humano.

Lo anormal se convierte en normal
En términos puramente lingüísticos, se considera que algo es socialmente “normal” cuando la mayoría de las personas llevan a cabo una actitud o piensan de la misma manera. En su forma de adjetivo, literalmente significa “que es general o mayoritario o que es u ocurre siempre o habitualmente, por lo que no produce extrañeza”[1].
El concepto en sí no valora si es bueno o no. Una práctica puede ser insana, inmoral y perjudicial (por lo tanto, “anormal”) que, si es llevada por un grupo amplio de personas, se considera “normal”. Por ejemplo, es muy usual escuchar a un culturista decir que él necesita tener el cuerpo que tiene para ser feliz. Es más, se enoja con los que le critican. Para ellos, drogarse y hacer que la vida gire en torno a la consecución de un determinado físico lleno de músculos es “normal”. Y lo mismo sucede con todo lo demás: el tabaco, las borracheras, la promiscuidad, la desnudez, el lenguaje vulgar, el aborto, etc. La inmensa mayoría de los habitantes de esta tierra considera “normal” lo que es, de base, “anormal”. Sin saberlo, los niños crecen en un mundo lleno de anormalidades. Por eso, para un adolescente:

- Lo “normal” es tener relaciones sexuales con su novio mucho antes de casarse, en plural si antes de dicho momento se tienen distintas parejas. Lo “anormal” es crecer juntos, desarrollarse como persona, formar un proyecto de vida, casarse y tener relaciones íntimas; en ese orden.

- Lo “normal” es exhibirse en las redes sociales con la menor cantidad de ropa posible. Lo “anormal” es ser recatado y guardar la desnudez exclusivamente para su cónyuge en el futuro.

- Lo “normal” es usar un vocabulario lleno de palabras malsonantes, con todo tipo de bromas soeces. Lo “anormal” es tener un lenguaje limpio y rico.

Piensan que, si los adultos lo hacen, ellos también, y que no hay nada de malo en ello. Si una mujer adulta aborta cuando no quiere al niño, ella también si se encuentra en la misma situación. Si una mujer adulta se acuesta con quién quiere y cuando quiere porque tiene ganas, ellas se sienten libres de hacer lo mismo. Si una mujer adulta se emborracha, ¿por qué ellas no podrían actuar de la misma manera? Están completamente convencidas de que eso es “ser libres”.

Lo que no debe ser una niña y una preadolescente
Como ya dije en la primera parte, lo que buscan es “aceptación” y “valoración”, que en realidad se resume a “sentise amadas”. Lo que tienen que hacer los padres es proporcionarles las herramientas necesarias para que lo encuentren sin necesidad de caer en todo lo que hemos reseñado. Y lo recalco: los padres. Ellos son los responsables de sus hijos, y lo primero que tienen que hacer es ser de ejemplos, y muchos lamentablemente no lo son. En el continente americano es muy usual que los padres inscriban a sus pequeñas en concursos infantiles de belleza donde se observan a niñas que apenas levantan un palmo del suelo posando en tacones y con varios kilos de maquillaje. Como dijo la senadora francesa Chantal Jouanno: “Se disfraza a las niñas como ´golosinas sexuales` en una carrera por la apariencia, la belleza, la seducción, el culto del yo”[2].
Hay otros padres que no llegan a estos extremos pero que tienen actitudes incomprensibles. Es muy habitual la madre que sube a las redes fotos de sí misma con vestidos insinuantes que dejan poco lugar a la imaginación o en poses que parecen sacadas de una portada de la revista Playboy. Alguien así no tiene absolutamente ningún argumento ni fuerza moral para decirle luego a su hija cómo debe vestir ni qué tipo de fotos debe hacerse y publicar a ojos de todo el mundo.
Y, en última instancia, están aquellos que, disimuladamente, sin necesidad de posar sensualmente y simplemente con selfies, buscan en Internet aceptación y, como yo lo llamo, “chutes de endorfina” en forma de piropos recibidos. Una persona que hace esto no tiene clara su identidad y no ha desarrollado sanamente su sentido de valía personal. Su hija, que de tonta no tiene un pelo, se dará cuenta tarde o temprano de este comportamiento y, nuevamente, lo imitará.
Los padres deben ser el PRIMER EJEMPLO en todo. Si un padre o una madre no están preparados para aceptar esta responsabilidad, no deberían "procrear" y tener hijos.
Es evidente que estas letras van para padres cristianos que son los únicos que pueden estar navegando por estos lugares, aparte de que los principios que enseño se basan en una idea bíblica: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). La “amistad” con el mundo significa “aceptar sus valores” y, en consecuencia, asimilarlos y vivir según ellos. Por lo tanto, el punto principal en que los padres deben educar a sus hijos debe basarse en la “contracultura”, que consiste en ir en contra de los valores ideológicos que imperan en esta sociedad y tener por modelo los valores cristianos expuestos en la Biblia.
Un padre y, sobre todo, una madre cristiana, debe enseñarle a su hija que la feminidad:

- No consiste en llevar el escote mas pronunciado.
- No consiste en llevar los tacones más altos y destroza-pies.
- No consiste en llevar la ropa más ceñida.
- No consiste en mostrar el mayor número de atributos íntimos.
- No consiste en saber más de perversiones sexuales.
- No depende del número de seguidores en Instagram.
- No depende de lo que otros digan o piensen de ella.

Nada de esto hace a una niña adolescente, ni a una adolescente mujer. El problema es que precisamente esa es la información que reciben las niñas desde bien pequeñas, y los padres no hacen nada para “contra educar”. Muchos no ponen en práctica ni para ellos mismos las palabras de Pablo y que repito hasta la extenuación: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Si ellos mismos no lo hacen, ¿cómo lo enseñarán a sus hijos? ¡Imposible!

La feminidad reside en los valores morales
En términos puramente biológicos y de género, son los cromosomas XX los que hacen que una persona sea femenina, pero en lo que respecta a la feminidad íntegra, es el carácter de dicha persona la que marca su feminidad. Según lo define Oxford Lenguag, es “el conjunto de características físicas, psíquicas o morales que se consideran propias de la mujer”. Por lo tanto, la feminidad no reside solo en las propias características físicas y psíquicas de su sexo biológico, sino también en el carácter moral que posee dicha mujer, por encima de su cultura original, lugar de nacimiento, sea  extrovertida o introvertida, tenga unos gustos personales u otros, etc.
Es ahí donde entran los padres: la parte física es heredada, pero la moral depende de ellos inculcarla con el ejemplo personal en su forma de hablar ante los hijos, en el vocabulario que usan, en cómo tratan a otras personas, en cómo hablan de otros cuando no están presentes, en la forma de juzgar a los demás, en lo que le conceden verdadera importancia en la vida, en cómo resuelven los problemas entre ellos y un largo etcétera.
Si tienen una chica, tienen que enseñarle a construir su personalidad en base a Dios, haciéndole ver:

- Que el verdadero valor que tiene no depende de un tipo de cuerpo, de las opiniones ajenas o de los likes, sino de lo que Dios piensa de ella. Y para eso, los propios padres deben valorarse a sí mismos de esa manera. De lo contrario, las palabras no tendrán respaldo alguno y la niña se dará cuenta inmediatamente.

- Que su desnudez es algo íntimo y que no debe ir mostrándola a desconocidos.

- Que el amor ni se compra ni se vende por unas fotos puesto que el amor verdadero es el que le ofrecen aquellos que la aprecian por su corazón y por quién es como persona.

- Que el verdadero amor que merece la pena es el que Dios le profesa. Como dijo mi amigo Salva Menéndez en su libro La esencia del cristianismo: “El amor de Dios es tan grande que no se puede medir ni calcular. Para que Dios actuara así tuvo que ver algo muy hermoso y muy valioso en los seres humanos. Nadie nunca, aparte de Cristo, ha visto a un ser humano con los ojos de Dios. Cristo vio la dignidad cuando otros veían la vergüenza, Cristo vio la belleza más allá de la lepra, Cristo vio la vida cuando otros se centraban en la enfermedad y en la muerte, Cristo vio el futuro cuando otros veían su presente o el desastre de su pasado. Nada es más importante para Dios que un ser humano”[3].

- Que su sexualidad debe guardarla exclusivamente para el hombre con el que se case y no entregarla antes como “una prueba de amor”.

- Que no es un “florero” creado para pavonearse ante babosos sino un alma viviente para darle la gloria a Dios con su vida.

- Que la voluntad de Dios es la familia formada por un hombre y una mujer. Ni poliamor, ni relaciones abiertas, ni adulterio ni homosexualidad.

- Que tener carácter no es ver toda la basura que hay en Internet y en la televisión para “aprender” y luego comentarla con los “amigos”, sino saber apartarse de ella con libertad y alegría escogiendo el camino correcto y sano, imitando lo bueno y no lo malo (cf. 3 Jn. 11).

- Que la verdadera trascendencia que llama la atención no se basa en el “palmito” que luzca sino en las huellas de amor que dejará a su paso por este mundo.

- Que somos inmortales y que nuestras creencias y acciones en esta vida tendrán una repercusión eterna, para bien o para mal.

- Que el ejemplo a seguir es Jesús mismo y no el estilo de vida de actrices, cantantes famosas u otros personajes de la farándula: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn. 13:15).

Todo esto es contracultural y así deben enseñar los padres cristianos a los pequeños del hogar.



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