lunes, 14 de septiembre de 2020

Mignonnes, cuties y guapis: niñas y adolescentes que no saben lo que es la feminidad por culpa de los adultos (1ª parte)




* Aunque algunos aspectos son generales e incluyen también a los chicos, este artículo está más enfocado en el género femenino. En otra ocasión, hablaré concretamente sobre los chicos y la supuesta masculinidad.

1) Hay que leerlo desde la perspectiva de las niñas.
2) Más allá de la naturaleza caída con la que todos nacemos y nos predispone al mal –siendo la raíz de toda desobediencia a las leyes morales de Dios- los niños de hoy en día son víctimas de un sistema perverso y decadente de ingeniería social que los moldea a su antojo, principalmente estimulando las pasiones más bajas del ser humano.

Hace unas semanas saltó la polémica: Netflix publicó el trailer de la película francesa Mignonnes” (“Lindas”), retitulada “Cuties” en inglés y “Guapis” en español, y que trata sobre un grupo de niñas que comienzan a hacer “twerking”. Para el que no lo sepa, dicho término es la palabra inglesa que designa el acto de bailar provocativamente, con movimientos pélvicos sensuales, muy semejante al perreo del reguetón. En dicha definición sobra la mitad de las palabras: eso no es “bailar”, no provoca más que pena por esas niñas y vergüenza ajena, aparte de que no tiene absolutamente nada de sensual. Ante una mente racionalmente sana, es pura vulgaridad, resulta ridículo y es lamentable.
Sin haberla visto, solo mirando el póster, leyendo la sinopsis y sin saber qué enfoque le daba la directora (que ha ganado el premio a Mejor director de drama en el Festival de Cine de Sundance), los que no ponen en práctica las palabras de Jesús de “juzgad con juicio justo” (Jn. 7:24), saltaron inmediatamente contra Netflix y comenzaron las acusaciones de ser un producto diseñado para pedófilos, empezando por el cartel que se usó en Estados Unidos, cuando la realidad es que no es una producción de Netflix, sino una película independiente de la que compró los derechos tras pasar por varios festivales, y su terrible error ha sido la campaña de marketing que ha hecho del producto. Además, hubo una petición en change.org con cientos de miles de firmes exigiendo su retirada de la plataforma televisiva: “¡Esta película es asquerosa ya que sexualiza a una niña de ONCE años para disfrute de los pedófilos y también influye de manera negativa en nuestros niños! ¡No hay necesidad de este tipo de contenido en esa edad, especialmente cuando la trata sexual y la pedofilia están tan descontroladas! No hay excusa. ¡Esto es un contenido peligroso!”, decía la reclamación. Al mismo tiempo, millones de personas comenzaron a aporrear el teclado compulsivamente escribiendo toda tipo de barbaridades sobre dicho largometraje. Incluso una jurista cristiana decía que “contiene material obsceno explícito y que despierta la lujuria y apela el interés lascivo de menores” y que es “contra religión” y “pro rebeldía”. 
La realidad es que lo único que despierta es lástima y es un llamado a la reflexión, siendo una ocasión de oro para que los padres DESPIERTEN, se lo tomen en serio y comiencen a educar de verdad ya que muchos olvidan que son llamados a criar a sus hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). Repito: “del Señor”, en lugar de dejarles aprender por sí solos de la sociedad caída bajo su libre albedrío.

La historia y la intención de la directora
La trama nos cuenta la historia de Amy, una chica inmigrante senegalesa de 11 años recién llegada a Francia con su madre y su hermano pequeño. Es de familia musulmana, con todo lo que ello conlleva: tradiciones inamovibles, represión extrema, vida programada donde no tiene ni voz ni voto sabiendo que estará al servicio del hombre machista, etc. En su primer día de instituto, en un ambiente radicalmente diferente al que está acostumbrado, se fija en cuatro chicas de su edad y que resultan muy llamativas, ya que actúan, hablan y visten como muchas chicas occidentales, no siendo esto un halago por mi parte sino todo lo contrario. Tras mucho esfuerzo, y buscando ser aceptada, adopta sus maneras y así logra que la dejen ser parte del grupo. Empiezan a prepararse para un concurso de baile, adoptando el nombre de “Las muñecas”. Confundida ante un mundo que no comprende, pero viendo cómo se vuelve muy popular en las redes sociales con sus bailes provocativos y sus actitudes obscenas, lleva su comportamiento hasta el extremo, siendo rechazada por sus nuevas amigas y descubierta por su madre, pagando las consecuencias. Finalmente, y tras empujar a una de sus compañeras, se presenta por sorpresa en el concurso y baila con ellas. Ante un jurado apasionado compuesto por adultos, entre el público unos abuchean mientras otros aplauden entusiasmados ante la coreografía que llevan a cabo... hasta que a Amy se le cae el mundo encima...
La realidad, una vez visualizada, y como ya advirtió la directora de la película Maïmouna Doucouré –francesa de origen senegalés-, no es un “llamado” a las niñas para fomentar este tipo de bailes burdos y grotescos. Tampoco busca “alabar” ciertas actitudes. Su propósito es justo el contrario: criticar ferozmente a la sociedad en la que vive hoy en día la juventud que destruye la inocencia desde edades cada vez más tempranas por medio de la hipersexualización, y mostrar la realidad del mundo al que las pequeñas se enfrentan. Empatizando con ellas, observando sus miedos y sus anhelos, podremos entender la denuncia social que hace la directora y el porqué estas jovencitas se exponen como lo hacen y actúan de maneras tan absurdas. Presionadas para alcanzar la aceptación y la aprobación, encuentran esta forma de baile como la manera perfecta.
Así lo expresa la propia directora de la película: Un día vi, en una fiesta de barrio, a un grupo de chicas jóvenes de alrededor de 11 años subiendo al escenario y bailando de una manera muy sensual con ropa muy reveladora. Me quedé bastante sorprendida y me pregunté si eran conscientes de la imagen de disponibilidad sexual que proyectaban. En la audiencia también había madres más tradicionales, algunas de ellas con velo: fue un verdadero choque cultural. Me quedé atónita y pensé en mi propia infancia, porque a menudo me he hecho preguntas sobre mi propia feminidad, sobre la evolución entre dos culturas. No es un anuncio de salud y seguridad. Este es, sobre todo, un retrato sin compromisos de una niña de 11 años sumergida en un mundo que le impone una serie de dictados. Era muy importante no juzgar a estas chicas, pero sobre todo entenderlas, escucharlas, darles voz, tener en cuenta la complejidad de lo que están viviendo en la sociedad, y todo eso en paralelo a su infancia que siempre está ahí, su imaginario, su inocencia”. También afirma que no ha querido contar muchas cosas que observó en la vida real para no asustar más a los padres.
Siendo el póster americano bastante desafortunado –y por el que Netflix ya emitió un comunicado disculpándose-, no muestra nada que no se observe en la vida real hoy en día tanto en el mundo virtual como en las calles de nuestras ciudades. Como vamos a ver, no es solo el desacierto de esta empresa privada con la imagen que ofreció de promoción la que sexualiza a las niñas, sino la sociedad en general al poner como ejemplo a mujeres que aparecen medio desnudas en las redes sociales y en los medios de comunicación, siendo halagadas por ello y el camino fácil para el reconocimiento. Por lo tanto, podemos adelantar que es la sociedad sexualizada formada por “adultos” la que enseña una feminidad chabacana a las niñas. Eso es, literalmente, corrupción de menores. ¿La razón de mi afirmación? Corromper a un niño o a una niña no es solo, por ejemplo, ponerle pornografía, sino darles unos falsos ideales sobre lo que significa ser un adulto. Si de mí dependiera, encerraría en una habitación a infinidad de cantantes y compositores, guionistas, directores y actores para cine y televisión, creadores de contenido para internet, diseñadores de moda y un largo etcétera viendo en bucle durante una semana la película hasta que comprendieran que deben cambiar puesto que son corruptores morales y causantes directos de la decadencia moral en la que estamos envueltos. Y les haría ver la escena final: Amy, vestida completamente normal con unos vaqueros y una blusa, saltando la comba llena de verdadera alegría, sin ser partícipe de un extremo ni del otro. A partir de entonces, todo lo que hicieran, tanto para jóvenes como para adultos, debería basarse en la premisa de Pablo: “Sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Ro. 16:19).
Muchos recordarán el escándalo que hubo a nivel mundial en 2015 tras verse en Rusia una obra de teatro donde un extenso grupo de adolescentes hacían twerking ante todos los padres. Hubo hasta una investigación al respecto bajo las acusaciones de negligencia y actos perversos. Pero eso, y lo que se observa en la película, es actualmente el pan de cada día tanto entre jóvenes y adolescentes, a tal nivel que ya no resulta ni extraño y ha sido aceptado por la sociedad, que no le escandaliza que crías y jovencitas suban vídeos a las redes como si fueran gogós en un club de alterne.

¿Cómo aprenden los niños?
La manera principal en que un niño aprende es por la IMITACIÓN de lo que observa en otros. Es así como aprende actitudes, comportamientos, forma de hablar y de expresarse, valores, forma de vestir, etc. En los primeros años de vida, sus modelos principales son los padres, pero a partir de los 6 años comienza a tomar otros valores de referencia:

1) Amigos en la escuela.
2) Programas de televisión.
3) Contenido audiovisual en Internet y redes sociales.

Es como una esponja que lo absorbe todo y, poco a poco, va modelando sus pensamientos y forma de ser. Un niño, especialmente cuando llega a la preadolescencia, se va convirtiendo en un producto de fábrica por todo lo que ha visto y sigue asimilando.
Si viviéramos en una sociedad sana y con unos padres que se encargaran realmente de la educación moral de sus retoños, los chicos y chicas de este mundo crecerían con un verdadero discernimiento de lo bueno y lo malo, de lo sano y lo insano, de lo correcto y lo incorrecto. Pero, lamentablemente, no es el caso: en la sociedad que nos rodea todo vale y es enfermiza y, por otro lado, la mayor preocupación de los padres es que los respeten, que no se metan en peleas con otros niños y que saquen buenas notas.
En el caso de las niñas, esto las lleva de pintar absortas durante horas a ver vídeos en tik tok y querer hacer lo mismo. De jugar con los hermanos a saltar y a los muñecos a querer vestir como Miley Cirus o Ariana Grande. De colorear libros a querer saber de qué trata esa novela de 50 sombras de Grey del que las adultas hablan. De ver todas las del catálogo de Disney a sentir curiosidad por las escenas de sexo en las películas “juveniles”. De cantar las canciones de Frozen a memorizar letras de Reguetón vulgar. De quedarse embobados con los Power Rangers a ver con pasión cada capítulo de Euphoria y La isla de las tentaciones. De ver dibujos animados a “Hombres, mujeres y viceversa”. De vestir cómodas a soñar con esos vaqueros ceñidísimos que les realza sus “posaderas”. De sentir vergüenza porque otros vean su pecho inexistente en la playa a querer llevar el tanga más minimalista y el escote más pronunciado a poco que comience físicamente a desarrollarse. De no querer que le hagan fotos a anhelar su propia cámara para mostrar su cuerpo en imágenes sensuales de la misma manera desinhibida que ha visto en los adultos.
Al respecto, muchos dicen frases típicas como “está en la edad”, “ya se está haciendo mayor”, “se está haciendo una mujercita”, “es el momento de que experimente”, “los tiempos han cambiado”, “que vista como quiera”, “si se equivoca ya aprenderá” o “es joven, deja que disfrute”. Es terrible que sea “la edad” y la “fecha” de la historia en la que nos encontremos las que “determinen” qué es bueno o qué es malo, qué está bien y qué está mal. Es decir, si una chica a partir de 16 años va medio desnuda, está bien, pero si lo hace una de 13 a 16 está mal. Lo que está mal está mal, a los 15 y a los 100 años. Ser “mayor de edad” no convierte lo “malo” en “bueno”. Igual de dantesco es contemplar a Cristiana Pedroche en sus trajes ordinarios que a una adolescente en verano paseando con un shorts que no cubren prácticamente nada de las posaderas. Pero esa es la incongruencia educativa –la que se basa en la edad-, el relativismo moral que impera en nuestros días. Lo tremendo es que los propios padres cristianos han adaptado sus valores a los del mundo caído y lo han aceptado como algo normal.
Muchos padres no se preocupan de la educación ética de sus pequeños con la excusa de que “los tiempos modernos son así y hay que aceptarlo”. Como he señalado en más de un escrito, los padres actuales han dimitido de su labor. Sí, se esfuerzan en que “no les falte de nada” al pequeño: que reciban una buena formación académica, que se alimenten bien, que tengan ropa para vestirse y que tengan a ser posible unos buenos “Reyes” o “Papá Noel”. Es la manera que tienen de darles “amor”, pero se olvidan de invertir en lo más importante: la construcción de valores sanos y no borreguiles.
Hace unas semanas, Francesco Totti, el famoso exjugador de fútbol italiano y leyenda en su club –la Roma-, arremetió contra una famosa revista de su país por haber publicado en la portada una foto en la playa y en bañador donde aparecía él con su hija de 13 años –bastante crecidita para su edad y que físicamente ya es una mujer-, donde, según el jugador, se sexualizaba y mercantilizaba el cuerpo de ella como adolescente. Como el póster de Netflix, dicha revista no debería haber mostrado a una menor de esa guisa, y también se disculpó. Pero, dicho esto, el problema está mal enfocado: no era la revista la que “sexualizó” a la hija de Totti. Tampoco un hombre de mente sana la ha sexualizado. Es la hija quien lo ha hecho –ella solita- al aparecer con un bañador tan pequeño que mostraba completamente sus gluteos, imitando lo que ha visto sin duda alguna en el marketing, en mujeres “adultas”, en “influencers”, etc. Ella enseña lo que quiere que se vea, y lo hace con el consentimiento de su padre. ¿Qué es la hipersexualización? Ni más ni menos que resaltar la sexualidad en público exhibiendo algunos atributos buscando llamar la atención. Alguien que no quiere ser visto así, sabe lo que no debe hacer.
El verdadero problema no era tanto de la revista –que, repito, hizo mal- sino en la educación que el padre le ha dado a su hija, donde ella considera normal mostrar su desnudez a la vista de todos. Es el padre el que ha permitido la hipersexualización de su pequeña. Pero claro, eso no se dice se vaya a ofender a la leyenda romanista y al resto de padres negligentes.
¿Cuál es la consecuencia a medio y largo plazo en la personalidad de estos jóvenes? Que pasan de tener una mente inocente y sana a una llena de basura. Sin ser conscientes del proceso, se pervierten. Por eso, cuando crecen, consideran normal lo que es abominable, llamando a lo bueno malo y a lo malo bueno (cf. Is. 5:20). Estamos creando, como dice Pablo al describir al hombre de los últimos tiempos, a impíos y a amadores de los deleites más que de Dios (cf. 2 Ti. 3:2, 4). Y eso es lo que se observa a posteriori entre los adultos: “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21).
Lo que muestra la película es solo un reflejo de la realidad que muchos se niegan a aceptar su existencia, prefiriendo mirar para otro lado. La última moda de las instagramers y famosas es vender fotos sensuales o desnudas en una nueva plataforma digital de pago. Empoderamiento lo llaman, cuando realmente es una nueva forma de pornografía. ¡Menudo ejemplo están dando a las nuevas generaciones!
Por todo lo que estoy mostrando, no es de extrañar que haya preadolescentes y adolescentes que:

- Vayan por la calle con los cachetes del trasero al aire.
- Tengan en sus redes sociales fotos en la playa o en la piscina en tanga mientras posan o sonríen. 
- Comiencen a ver pornografía a los seis años en Estados Unidos y a los diez en España: “Las consecuencias de que los niños tengan una educación sexual basada en la pornografía serán directamente proporcionales a los modelos de sexualidad que vean en las pantallas: dominación, machismo, desprecio de la mujer e incapacidad para vivir una sexualidad que garantice el respeto y el amor”[1].
- Autoproduzcan material sexual sin coacción de terceras personas y lo suban a Internet, como describió hace pocos meses una inspectora del Grupo III de Protección del Menor de la Unidad Central de Ciberdelincuencia de la Policía Nacional[2].
- Accedan a chats donde hablan con adultos con intenciones perversas.
- Pierdan la virginidad muy pronto “para no perder el ritmo de los amigos” y no ser vistos como mentecatos.
- Lleven a cabo prácticas sexuales enfermizas que han visto en películas, leído en libros u oído en otros.
- Vayan en masa al cine a ver “50 sombras de grey”.
-  Hagan cola para que Anna Todd, la autora de una “novela” llena de escenas sexuales protagonizadas por jovencitos, les firme un ejemplar.

¿Qué es lo que buscan estas niñas, preadolescentes y adolescentes?
La pregunta es muy sencilla de responder: lo mismo que los adultos, que no es ni más ni menos que “amor” (aunque sea un sucedáneo del verdadero), “muestras de cariño”, “aceptación” y “valoración”. Y comprueban –porque son muy observadoras y no se les escapa nada-, que esto lo logran las adultas tanto en la vida real como en los medios digitales con métodos muy concretos: estando físicamente radiantes, vistiendo de determinada manera, bailando de formas muy específicas, hablando de ciertos temas subidos de tono, teniendo ciertas actitudes, etc. E imitan lo que ven. Cualquier adolescente de hoy en día sabe que es más fácil que la valoren por su físico que por su inteligencia, por su vestido que por su ética, por lo externo que por lo interno. Y actúan en consecuencia.
Al respecto, dice la directora Maïmouna Doucouré: Vi que todas estas chicas jóvenes que había conocido estaban muy expuestas en las redes sociales. Y con los nuevos códigos sociales, las formas de presentarse cambian. Vi que unas 400.000 personas seguían a unas chicas muy jóvenes en las redes sociales y traté de entender por qué. No había razones en particular, además del hecho de que habían publicado fotos sexys o al menos reveladoras: eso es lo que les había traído esta ´fama`. Hoy en día, cuanto más sexy y objetivada es una mujer, más valor tiene a los ojos de las redes sociales. Y cuando tienes 11 años, no comprendes realmente todos estos mecanismos, pero tiendes a imitar, a hacer lo mismo que los demás para obtener un resultado similar. Creo que es urgente que hablemos de ello, que se debata el tema”.
Una chica genéticamente privilegiada que sube una foto en tanga a, por ejemplo, Facebook o Instagram, ¿qué tipo de comentarios recibirá de sus amistades y familiares? “Fea”, “Descarada”, “¿Dónde quedó tu pudor?”. No, ni mucho menos. Le dirán “guapa”, “sexy”, “pibón”, “maciza”, “qué tipazo”, junto a decenas de corazoncitos. De esa manera, ella estará obteniendo justo lo que busca. Da igual que se sientan inseguras, que tengan problemas personales o incluso pasen por momentos de depresión y ansiedad, porque eso nadie lo verá en esa foto.
Para ellas, en el mundo adulto “eso” significa ser “femeninas” y así se les enseña por medio de la publicidad, de las series, de las revistas, de las redes, etc. Literalmente, son bombardeadas. Y, a esas edades, sin madurez alguna y sin la guía de adultos sanos y modelos de referencia, no tienen la capacidad de cribar y desechar todas esas mentiras.

Continúa en Mignonnes, cuties y guapis: ¿qué es realmente la feminidad? (2ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/09/mignonnes-cuties-y-guapis-que-es.html


No hay comentarios:

Publicar un comentario