* Aunque algunos aspectos son generales e
incluyen también a los chicos, este artículo está más enfocado en el género
femenino. En otra ocasión, hablaré concretamente sobre los chicos y la supuesta
masculinidad.
1) Hay que leerlo desde la perspectiva de
las niñas.
2) Más allá de la naturaleza caída con la
que todos nacemos y nos predispone al mal –siendo la raíz de toda desobediencia
a las leyes morales de Dios- los niños de hoy en día son víctimas de un sistema
perverso y decadente de ingeniería social que los moldea a su antojo,
principalmente estimulando las pasiones más bajas del ser humano.
Hace unas semanas saltó la polémica: Netflix publicó
el trailer de la película francesa “Mignonnes” (“Lindas”), retitulada
“Cuties” en inglés y “Guapis” en español, y que trata sobre un
grupo de niñas que comienzan a hacer “twerking”. Para el que no lo sepa, dicho
término es la palabra inglesa que designa el acto de bailar
provocativamente, con movimientos pélvicos sensuales, muy semejante al perreo
del reguetón. En dicha definición sobra la mitad de las palabras: eso no es
“bailar”, no provoca más que pena por esas niñas y vergüenza ajena, aparte de
que no tiene absolutamente nada de sensual. Ante una mente racionalmente sana,
es pura vulgaridad, resulta ridículo y es lamentable.
Sin haberla visto, solo mirando el póster, leyendo la
sinopsis y sin saber qué enfoque le daba la directora (que ha ganado el premio
a Mejor director de drama en el Festival de Cine de Sundance), los que no ponen
en práctica las palabras de Jesús de “juzgad con juicio justo” (Jn. 7:24),
saltaron inmediatamente contra Netflix y comenzaron las acusaciones de ser un
producto diseñado para pedófilos, empezando por el cartel que se usó en Estados
Unidos, cuando la realidad es que no es una producción de Netflix, sino una
película independiente de la que compró los derechos tras pasar por varios
festivales, y su terrible error ha sido la campaña de marketing que ha hecho
del producto. Además, hubo una petición en change.org con cientos de miles de
firmes exigiendo su retirada de la plataforma televisiva: “¡Esta película es
asquerosa ya que sexualiza a una niña de ONCE años para disfrute de los
pedófilos y también influye de manera negativa en nuestros niños! ¡No hay
necesidad de este tipo de contenido en esa edad, especialmente cuando la trata
sexual y la pedofilia están tan descontroladas! No hay excusa. ¡Esto es un
contenido peligroso!”, decía la reclamación. Al mismo tiempo, millones de
personas comenzaron a aporrear el teclado compulsivamente escribiendo toda tipo
de barbaridades sobre dicho largometraje. Incluso una jurista cristiana decía
que “contiene material obsceno explícito y que despierta la lujuria y apela el
interés lascivo de menores” y que es “contra religión” y “pro rebeldía”.
La
realidad es que lo único que despierta es lástima y es un llamado a la
reflexión, siendo una ocasión de oro para que los padres DESPIERTEN, se lo
tomen en serio y comiencen a educar de verdad ya que muchos olvidan que son
llamados a criar a sus hijos “en
disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). Repito: “del Señor”, en
lugar de dejarles aprender por sí solos de la sociedad caída bajo su libre
albedrío.
La historia y la intención de la
directora
La trama nos cuenta
la historia de Amy, una chica inmigrante senegalesa de 11 años recién llegada a
Francia con su madre y su hermano pequeño. Es de familia musulmana, con todo lo
que ello conlleva: tradiciones inamovibles, represión extrema, vida programada
donde no tiene ni voz ni voto sabiendo que estará al servicio del hombre
machista, etc. En su primer día de instituto, en un ambiente radicalmente
diferente al que está acostumbrado, se fija en cuatro chicas de su edad y que
resultan muy llamativas, ya que actúan,
hablan y visten como muchas chicas occidentales, no siendo esto un halago
por mi parte sino todo lo contrario. Tras mucho esfuerzo, y buscando ser
aceptada, adopta sus maneras y así logra que la dejen ser parte del grupo.
Empiezan a prepararse para un concurso de baile, adoptando el nombre de “Las
muñecas”. Confundida ante un mundo que no comprende, pero viendo cómo se vuelve
muy popular en las redes sociales con sus bailes provocativos y sus actitudes
obscenas, lleva su comportamiento hasta el extremo, siendo rechazada por sus nuevas amigas
y descubierta por su madre, pagando las consecuencias. Finalmente, y tras
empujar a una de sus compañeras, se presenta por sorpresa en el concurso y
baila con ellas. Ante un jurado apasionado compuesto por adultos, entre el
público unos abuchean mientras otros aplauden entusiasmados ante la coreografía
que llevan a cabo... hasta que a Amy se le cae el mundo encima...
La realidad, una vez visualizada, y como ya advirtió
la directora de la película Maïmouna Doucouré –francesa de origen senegalés-,
no es un “llamado” a las niñas para fomentar este tipo de bailes burdos y
grotescos. Tampoco busca “alabar” ciertas actitudes. Su propósito es justo el contrario: criticar ferozmente a la sociedad
en la que vive hoy en día la juventud que destruye la inocencia desde edades
cada vez más tempranas por medio de la hipersexualización, y mostrar la
realidad del mundo al que las pequeñas se enfrentan. Empatizando con ellas,
observando sus miedos y sus anhelos, podremos entender la denuncia social que
hace la directora y el porqué estas jovencitas se exponen como lo hacen y
actúan de maneras tan absurdas. Presionadas
para alcanzar la aceptación y la aprobación, encuentran esta forma de baile
como la manera perfecta.
Así lo expresa la propia directora de la película: “Un día vi, en una fiesta de barrio, a un grupo de chicas jóvenes de
alrededor de 11 años subiendo al escenario y bailando de una manera muy sensual
con ropa muy reveladora. Me quedé bastante sorprendida y me pregunté si eran
conscientes de la imagen de disponibilidad sexual que proyectaban. En la
audiencia también había madres más tradicionales, algunas de ellas con velo:
fue un verdadero choque cultural. Me quedé atónita y pensé en mi propia
infancia, porque a menudo me he hecho preguntas sobre mi propia feminidad,
sobre la evolución entre dos culturas. No es un anuncio de salud y seguridad.
Este es, sobre todo, un retrato sin compromisos de una niña de 11 años
sumergida en un mundo que le impone una serie de dictados. Era muy importante
no juzgar a estas chicas, pero sobre todo entenderlas, escucharlas, darles voz,
tener en cuenta la complejidad de lo que están viviendo en la sociedad, y todo
eso en paralelo a su infancia que siempre está ahí, su imaginario, su
inocencia”. También afirma que no ha querido contar muchas cosas que
observó en la vida real para no asustar más a los padres.
Siendo el póster americano bastante desafortunado –y por el que
Netflix ya emitió un comunicado disculpándose-, no muestra nada que no se
observe en la vida real hoy en día tanto en el mundo virtual como en las calles
de nuestras ciudades. Como vamos a ver, no es solo el desacierto de esta
empresa privada con la imagen que ofreció de promoción la que sexualiza a las
niñas, sino la sociedad en general al poner como ejemplo a mujeres que aparecen medio
desnudas en las redes sociales y en los medios de comunicación, siendo
halagadas por ello y el camino fácil para el reconocimiento. Por lo tanto,
podemos adelantar que es la sociedad
sexualizada formada por “adultos” la que enseña una feminidad chabacana a las
niñas. Eso es, literalmente, corrupción de menores. ¿La razón de mi
afirmación? Corromper a un niño o a una niña no es solo, por ejemplo, ponerle
pornografía, sino darles unos falsos ideales sobre lo que significa ser un
adulto. Si de mí
dependiera, encerraría en una habitación a infinidad de cantantes y compositores, guionistas,
directores y actores para cine y televisión, creadores de contenido para
internet, diseñadores de moda y un largo etcétera viendo en
bucle durante una semana la película hasta que comprendieran que deben cambiar puesto que son corruptores morales y
causantes directos de la decadencia moral en la que estamos envueltos. Y
les haría ver la escena final: Amy, vestida completamente normal con unos
vaqueros y una blusa, saltando la comba llena de verdadera alegría, sin ser
partícipe de un extremo ni del otro. A partir de entonces, todo lo que hicieran,
tanto para jóvenes como para adultos, debería basarse en la premisa de Pablo: “Sabios para el bien, e ingenuos para el
mal” (Ro. 16:19).
Muchos recordarán el
escándalo que hubo a nivel mundial en 2015 tras verse en Rusia una obra de
teatro donde un extenso grupo de adolescentes hacían twerking ante todos los padres. Hubo hasta una
investigación al respecto bajo las acusaciones de negligencia y actos
perversos. Pero eso, y lo que se observa en la película, es actualmente el pan
de cada día tanto entre jóvenes
y adolescentes, a tal nivel que ya no resulta ni extraño y ha sido aceptado
por la sociedad, que no le escandaliza que crías y jovencitas suban vídeos a
las redes como si fueran gogós en un club de alterne.
¿Cómo aprenden los niños?
La manera principal
en que un niño aprende es por la IMITACIÓN
de lo que observa en otros. Es así como aprende actitudes, comportamientos,
forma de hablar y de expresarse, valores, forma de vestir, etc. En los primeros
años de vida, sus modelos principales son los padres, pero a partir de los 6
años comienza a tomar otros valores de referencia:
1) Amigos en la
escuela.
2) Programas de
televisión.
3) Contenido
audiovisual en Internet y redes sociales.
Es como una esponja
que lo absorbe todo y, poco a poco, va modelando sus pensamientos y forma de
ser. Un niño, especialmente cuando llega a la preadolescencia, se va
convirtiendo en un producto de fábrica por todo lo que ha visto y sigue
asimilando.
Si viviéramos en una
sociedad sana y con unos padres que se encargaran realmente de la educación
moral de sus retoños, los chicos y chicas de este mundo crecerían con un
verdadero discernimiento de lo bueno y lo malo, de lo sano y lo insano, de lo
correcto y lo incorrecto. Pero, lamentablemente, no es el caso: en la sociedad
que nos rodea todo vale y es enfermiza y, por otro lado, la mayor preocupación
de los padres es que los respeten, que no se metan en peleas con otros niños y
que saquen buenas notas.
En el caso de las
niñas, esto las lleva de pintar absortas durante horas a ver vídeos en tik tok
y querer hacer lo mismo. De jugar con los hermanos a saltar y a los muñecos a
querer vestir como Miley Cirus o Ariana Grande. De colorear libros a querer saber de qué trata esa novela de 50 sombras de Grey del que
las adultas hablan. De ver todas las del catálogo de Disney a sentir curiosidad
por las escenas de sexo en las películas “juveniles”. De cantar las canciones
de Frozen a memorizar letras de Reguetón vulgar. De quedarse embobados con los
Power Rangers a ver con pasión cada capítulo de Euphoria y La isla de las
tentaciones. De ver dibujos animados a “Hombres, mujeres y viceversa”. De
vestir cómodas a soñar con esos vaqueros ceñidísimos que les realza sus
“posaderas”. De sentir vergüenza porque otros vean su pecho inexistente en la
playa a querer llevar el tanga más minimalista y el escote más pronunciado a
poco que comience físicamente a desarrollarse. De no querer que le hagan fotos
a anhelar su propia cámara para mostrar su cuerpo en imágenes sensuales de la
misma manera desinhibida que ha visto en los adultos.
Al respecto, muchos
dicen frases típicas como “está en la edad”, “ya se está haciendo mayor”, “se
está haciendo una mujercita”, “es el momento de que experimente”, “los tiempos
han cambiado”, “que vista como quiera”, “si se equivoca ya aprenderá” o “es
joven, deja que disfrute”. Es terrible que sea “la edad” y la “fecha” de la
historia en la que nos encontremos las que “determinen” qué es bueno o qué es
malo, qué está bien y qué está mal. Es decir, si una chica a partir de 16 años
va medio desnuda, está bien, pero si lo hace una de 13 a 16 está mal. Lo que
está mal está mal, a los 15 y a los 100 años. Ser “mayor de edad” no convierte
lo “malo” en “bueno”. Igual de dantesco es contemplar a Cristiana Pedroche en
sus trajes ordinarios que a una adolescente en verano paseando con un shorts
que no cubren prácticamente nada de las posaderas.
Pero esa es la incongruencia educativa –la que se basa en la edad-, el relativismo moral que impera en nuestros
días. Lo tremendo es que los propios
padres cristianos han adaptado sus valores a los del mundo caído y lo han
aceptado como algo normal.
Muchos padres no se
preocupan de la educación ética de sus pequeños con la excusa de que “los
tiempos modernos son así y hay que aceptarlo”. Como he señalado en más de un
escrito, los padres actuales han dimitido de su labor. Sí, se esfuerzan en que
“no les falte de nada” al pequeño: que reciban una buena formación académica,
que se alimenten bien, que tengan ropa para vestirse y que tengan a ser posible
unos buenos “Reyes” o “Papá Noel”. Es la manera que tienen de darles “amor”,
pero se olvidan de invertir en lo más importante: la construcción de valores
sanos y no borreguiles.
Hace unas semanas,
Francesco Totti, el famoso exjugador de fútbol italiano y leyenda en su club
–la Roma-, arremetió contra una famosa revista de su país por haber publicado
en la portada una foto en la playa y en bañador donde aparecía él con su hija
de 13 años –bastante crecidita para su edad y que físicamente ya es una mujer-,
donde, según el jugador, se sexualizaba y mercantilizaba el cuerpo de ella como
adolescente. Como el póster de Netflix, dicha revista no debería haber mostrado
a una menor de esa guisa, y también se disculpó. Pero, dicho esto, el problema
está mal enfocado: no era la revista la que “sexualizó” a la hija de Totti.
Tampoco un hombre de mente sana la ha sexualizado. Es la hija quien lo ha hecho
–ella solita- al aparecer con un bañador tan pequeño que mostraba completamente
sus gluteos, imitando lo que ha visto sin duda alguna en el marketing, en
mujeres “adultas”, en “influencers”, etc. Ella enseña lo que quiere que se vea,
y lo hace con el consentimiento de su padre. ¿Qué es la hipersexualización? Ni
más ni menos que resaltar la sexualidad en público exhibiendo algunos atributos
buscando llamar la atención. Alguien que no quiere ser visto así, sabe lo que
no debe hacer.
El verdadero problema no era tanto de la revista –que,
repito, hizo mal- sino en la educación
que el padre le ha dado a su hija, donde ella considera normal mostrar su
desnudez a la vista de todos. Es el padre el que ha permitido la
hipersexualización de su pequeña. Pero claro, eso no se dice se vaya a ofender
a la leyenda romanista y al resto de padres negligentes.
¿Cuál es la
consecuencia a medio y largo plazo en la personalidad de estos jóvenes? Que
pasan de tener una mente inocente y sana a una llena de basura. Sin ser
conscientes del proceso, se pervierten. Por eso, cuando crecen, consideran
normal lo que es abominable, llamando a lo bueno malo y a lo malo bueno (cf.
Is. 5:20). Estamos creando, como dice Pablo al describir al hombre de los
últimos tiempos, a impíos y a amadores de los deleites más que de Dios (cf. 2
Ti. 3:2, 4). Y eso es lo que se observa a posteriori entre los adultos: “adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y
cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21).
Lo que muestra la
película es solo un reflejo de la realidad que muchos se niegan a aceptar su
existencia, prefiriendo mirar para otro lado. La última moda de las instagramers y famosas es vender fotos sensuales o desnudas en una nueva
plataforma digital de pago. Empoderamiento lo llaman, cuando realmente es una
nueva forma de pornografía. ¡Menudo ejemplo están dando a las nuevas
generaciones!
Por todo lo que estoy
mostrando, no es de extrañar que haya preadolescentes y adolescentes que:
- Vayan por la calle
con los cachetes del trasero al aire.
- Tengan en sus redes
sociales fotos en la playa o en la piscina en tanga mientras posan o
sonríen.
- Comiencen a ver
pornografía a los seis años en Estados Unidos y a los diez en España: “Las consecuencias de que los niños tengan
una educación sexual basada en la pornografía serán directamente proporcionales
a los modelos de sexualidad que vean en las pantallas: dominación, machismo,
desprecio de la mujer e incapacidad para vivir una sexualidad que garantice el
respeto y el amor”[1].
- Autoproduzcan
material sexual sin coacción de terceras personas y lo suban a Internet, como
describió hace pocos meses una inspectora del
Grupo III de Protección del Menor de la Unidad Central de Ciberdelincuencia de
la Policía Nacional[2].
- Accedan a chats
donde hablan con adultos con intenciones perversas.
-
Pierdan la virginidad muy pronto “para no perder el ritmo de los amigos” y no
ser vistos como mentecatos.
-
Lleven a cabo prácticas sexuales enfermizas que han visto en películas, leído
en libros u oído en otros.
-
Vayan en masa al cine a ver “50 sombras de grey”.
- Hagan cola para que Anna Todd, la autora de
una “novela” llena de escenas sexuales protagonizadas por jovencitos, les
firme un ejemplar.
¿Qué es lo que buscan estas niñas, preadolescentes y
adolescentes?
La pregunta es muy
sencilla de responder: lo mismo que los adultos, que no es ni más ni menos que
“amor” (aunque sea un sucedáneo del verdadero), “muestras de cariño”,
“aceptación” y “valoración”. Y comprueban –porque son muy observadoras y no se
les escapa nada-, que esto lo logran las adultas tanto en la vida real como en
los medios digitales con métodos muy concretos: estando físicamente radiantes,
vistiendo de determinada manera, bailando de formas muy específicas, hablando
de ciertos temas subidos de tono, teniendo ciertas actitudes, etc. E imitan lo
que ven. Cualquier adolescente de hoy en
día sabe que es más fácil que la valoren por su físico que por su inteligencia,
por su vestido que por su ética, por lo externo que por lo interno. Y
actúan en consecuencia.
Al respecto, dice la directora Maïmouna Doucouré: “Vi que todas estas chicas jóvenes que había conocido estaban muy
expuestas en las redes sociales. Y con los nuevos códigos sociales, las formas
de presentarse cambian. Vi que unas 400.000 personas seguían a unas chicas muy
jóvenes en las redes sociales y traté de entender por qué. No había razones en
particular, además del hecho de que habían publicado fotos sexys o al menos
reveladoras: eso es lo que les había traído esta ´fama`. Hoy en día, cuanto más
sexy y objetivada es una mujer, más valor tiene a los ojos de las redes
sociales. Y cuando tienes 11 años, no comprendes realmente todos estos
mecanismos, pero tiendes a imitar, a hacer lo mismo que los demás para obtener
un resultado similar. Creo que es urgente que hablemos de ello, que se debata
el tema”.
Una chica
genéticamente privilegiada que sube una foto en tanga a, por ejemplo, Facebook
o Instagram, ¿qué tipo de comentarios recibirá de sus amistades y familiares?
“Fea”, “Descarada”, “¿Dónde quedó tu pudor?”. No, ni mucho menos. Le dirán
“guapa”, “sexy”, “pibón”, “maciza”, “qué tipazo”, junto a decenas de
corazoncitos. De esa manera, ella estará obteniendo justo lo que busca. Da
igual que se sientan inseguras, que tengan problemas personales o incluso pasen
por momentos de depresión y ansiedad, porque eso nadie lo verá en esa foto.
Para ellas, en el mundo
adulto “eso” significa ser “femeninas” y así se les enseña por medio de
la publicidad, de las series, de las revistas, de las redes, etc. Literalmente,
son bombardeadas. Y, a esas edades, sin madurez alguna y sin la guía de adultos
sanos y modelos de referencia, no tienen la capacidad de cribar y desechar todas esas mentiras.
Continúa en Mignonnes,
cuties y guapis: ¿qué es realmente la feminidad? (2ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/09/mignonnes-cuties-y-guapis-que-es.html
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