lunes, 4 de mayo de 2020

Mi (mala) experiencia como escritor (desconocido)


Lo más habitual suele ser leer historias de personas que triunfaron y alcanzaron grandes sueños. Son fuente de inspiración y de imitación. Pero existe otra cara que muchos olvidan: las narraciones de aquellos que, en vida, fracasaron o, al menos, no alcanzaron los propósitos que pretendían. Esto es muy habitual entre los escritores. Por citar algunos ejemplos llamativos de autores que no fueron reconocidos hasta su muerte, nos encontramos con Miguel de Cervantes, Emily Dickinson, Franz Kafka, Allan Poe y H. P. Lovecraft. De este último, considerado en el presente como uno de los referentes ineludible de la literatura de terror, es descrito de esta manera: “Solitario y depresivo, agobiado por problemas económicos, popularizó sus historias a través de revistas amateur y pulp, pero no conoció en vida la prosperidad literaria. Murió sin haber publicado ni un solo libro”.
Sin compararme ni muchísimo menos con la calidad literaria que ellos demostraron y cuyas obras perdurarán para siempre, sí tengo un nexo en común con ellos: el sentimiento “en vida” de que el resultado del esfuerzo y de las miles de horas invertidas en escribir mis dos libros publicados han sido muy pobres.

La respuesta de las editoriales y de las iglesias
Recuerdo cuando me puse en contacto con casi una veintena de editoriales cristianas –muchas de ellas de prestigio- y de todas recibí la misma respuesta: “Acusamos recibo de su consulta y lamentamos comunicarle que no estamos aceptando manuscritos para su valoración, debido a la gran cantidad de compromisos adquiridos con anterioridad”. Cinco años después, la respuesta es exactamente la misma. En otras ocasiones la contestación variaba el porqué: “No aceptamos manuscritos que no hayan sido encargados por nuestra empresa”. ¿Cree alguien que estas palabras se las dedicarían a César Vidal, Philip Yancey, Max Lucado o Charles Swindoll? Seguro que no. Dirían algo así: “Esta tarde le mandamos el contrato y mañana mismo el libro va a imprenta”.
Para el escritor novato, sin el respaldo de una gran iglesia, sin muchos seguidores en las redes sociales o sin un “padrino” que hable por él, esta es siempre la réplica de las editoriales cristianas. Algunas ni contestan. Y cuando lo hacen, la misiva que te envían es simplemente “un corta y pega”, el mismo para todos los autores a los que no quieren ni ofrecerle la oportunidad de leer y valorar su manuscrito. Así que cuando José Antonio Juliá, editor de la editorial Logos y al que estaré eternamente agradecido por su confianza, aceptó la publicación de “Herejías por doquier”, no cabía en gozo. Me puse a saltar de alegría. Pensé que era el comienzo de algo bonito. Y así fue al principio.
Pocos meses después, cuando ya estuvo en mis manos, llegó el día en que, el pastor de la iglesia a la cual asistía, presentó ante la congregación dicho libro. Lo exaltó de tal manera –puesto que lo había leído previamente y le había fascinado- que sentí hasta vergüenza de estar presente, porque a mí me gusta pasar desapercibido y no me siento nada cómodo ante los halagos. Días después me pidió varios ejemplares ya que quería hacer lo mismo en la llamada “Fraternidad de pastores”, que reunía una vez al mes a todos los pastores de mi comarca. Esa misma noche, a principios de Junio de 2013, me mandó este mensaje: “Querido hermano, presenté con entusiasmo y convicción tu libro a los pastores en la fraternidad. Y ninguno mostró interés en su compra. La verdad es que me produjo tristeza ya que tratándose de un tema tan necesario no encontré eco. Ya hablaremos con más detalle. Un abrazo”.
Las ventas del primer lustro –tanto de “Herejías por doquier” como de “Mentiras que creemos”- no fueron del todo malas, aunque ni mucho menos como esperaba y anhelaba. Por eso decidí no publicar el siguiente que daba cierre a la trilogía, y que tarde o temprano subiré al blog. Pero el balance de los dos últimos años –y cuyo informe me remitió hace poco mi editor- ha sido desastroso. Me narró que el mercado del libro evangélico en España está muy mal.
Llegados a este punto, se podría pensar que, con la situación que estoy describiendo, aludo exclusivamente a mí y “mi pesar”. Pero no es así. No he sido el único escritor que ha sufrido dicha experiencia o está en medio de esta vorágine. Entre ellos están mis amigos y también autores Salva Menéndez (“El misterio necesario”, “El eco de su nombre” y “La esencia del cristianismo”) y Virgilio Zaballos (“Conceptos errados”, “El milagro de una vida equilibrada”, “Esperanza para la familia”, “El enigma Israel”, “Orando con el salmista”, “No os conforméis al sistema” y su web https://virgiliozaballos.es/), de abundantes y diversas temáticas, por lo que esto no justifica la falta de lectores en las últimas fechas a las que nos enfrentamos. Es triste que muchos escritores excepcionales estén pasando desapercibidos y apenas estén siendo leídos por falta de apoyo.
Por eso, y aunque algunas de las razones que voy a exponer me conciernen únicamente a mí, otras muchas son generales como he hablado con ellos y afectan a todos los escritores que no nadan en la fama.  

Lo que hemos aprendido
Desde aquella respuesta de 2013, he constatado muchas cosas que intuía claramente pero que ya se pueden señalar sin ningún género de duda:

1) Muchos evitan a los que les señalan sus errores 
Como me comentó el mismo pastor que anunció el libro, fue ignorando y sutilmente rechazado con la fórmula del silencio en aquél lugar y por aquellas personas por una razón muy sencilla: en el mismo denuncio las falsas enseñanzas que ellos mismos aceptan y enseñan, por lo que es considerado “material peligroso”, siendo mejor para sus propios intereses que no sea leído por sus seguidores, ya que existe el riesgo de que el pueblo llano llegue a conclusiones diferentes a las que ellos enseñan a la grey.
Unos meses después de la publicación del primer libro, un amigo y hermano de otra iglesia local me lo pidió y tiempo después me dijo que le había encantado y que estaba de acuerdo con todo lo que decía, por lo que se lo iba a enseñar a sus pastores para invitarme a presentarlo. Curiosamente, aquél día, hablando con él, apareció la mujer del pastor. Tras contarle mi amigo de qué trataba, lo agarró con cierta brusquedad, leyó la contraportada con cara de pocos amigos y lo devolvió. Ni me miró a la cara y mucho menos se despidió. La razón de su desprecio fue el ya consabido: allí predicaban lo que yo señalaba como falso. Evidentemente, no me llamaron para ningún tipo de exposición.   
En realidad, dicha actitud por parte de ellos en general y no solo conmigo, obedece a una mera lógica: si unos creen que el pastor es el Ungido de Jehová, si afirman y reafirman la mal llamada teología de la prosperidad o las maldiciones generacionales, e incluso algunos predican el universalismo y niegan el infierno, no pueden permitir que entre en sus lugares de culto una serie de libros que muestran de forma clara y contundente los errores de dichas creencias. Es lo que le sucedió a Gerardo de Ávila con su obra “El purgatorio protestante”, que estuvo prohibida y censurada durante muchos años. Si no eres parte del sistema, el sistema te rechaza para garantizar su propia supervivencia. Esta estructura sigue el principio de Caifás, el cual considera más conveniente que un hombre muera por el pueblo, y que no toda la nación perezca (cf. Jn. 11:50). Y para lograrlo se trata de “matar” eclesial y socialmente a la persona que denuncia los desatinos. A corto y medio plazo, dicha táctica funciona. A largo plazo está condenada al fracaso, por una razón muy sencilla: El que busca realmente la verdad, al final la halla, a pesar de todas las piedras que le pongan en el camino.

2) En las “alturas” hay miedo a reconocer los errores y a pagar el precio
 Son pocos los pastores que aceptan la simple idea de que pueden estar equivocados. Que una persona se plante delante de decenas o cientos de “fieles” y les diga: “Hermanos, os pido perdón porque acabo de descubrir que buena parte de lo que os he enseñado durante todos estos años era errado” no es nada fácil. Es exponerse al escarnio público, a la pérdida de reputación, al cierre de la propia iglesia si no se acepta la nueva realidad y a la pérdida del sustento económico. 

3) Existe un marcado “elitismo espiritual”
Aún son menos los que “permiten” que otros que, según ellos, “no están a su nivel”, les enseñen. Como me contaron del suceso en la fraternidad, una “hermana” preguntó con un tono de desprecio que “quién era yo”. Y esto es algo que se repite con mucha asiduidad entre los círculos cristianos.
Esto es lo que se llama “elitismo espiritual” y que tristemente anida en el corazón de muchos cristianos que se sienten superiores si tienen una formación regulada a nivel estatal o eclesial ante aquellos que son autodidactas o cuya formación no ha sido de pago en un seminario o instituto bíblico de reconocida reputación.

4) Las editoriales priman las ventas por encima de la sana enseñanza
Entrar en una librería cristiana física u online suele ser descorazonador. Entre sus libros, destacan autores que enseñan puras herejías. Los Joel Osteen, Cash Luna, Guillermo Maldonado, Benny Hinn o Joyce Meyer son solo un pequeño ejemplo de los que copan las estanterías y las páginas web de dichas tiendas. Hay infinidad de obras de una calidad teológica excelente –aunque suelen ser bastante caras y no asequibles a todo el mundo, y aunque es cierto que hay un gran trabajo detrás que lleva unos costes, también es verdad de que en ocasiones la razón de su alto precio se debe a ediciones demasiado sibaritas- pero está más que comprobado que lo que buscan y compran muchos lectores y en grandes cantidades son las obras de los escritores citados y, por lo tanto, los que proporcionan mayores ganancias a las editoriales. Los lectores dicen en su defensa que “les ha sido de gran bendición” sin saber el veneno que están ingiriendo.
Esto mismo lo vemos en la literatura sobre la soltería y el noviazgo. Cada año salen al mercado, literalmente, decenas de nuevas obras dedicadas al tema. Parece que es el asunto principal que le interesa a incontables cristianos. Incluso hay grupos de solteros cristianos en las redes sociales que si mandas un escrito que no sea referente a la soltería, no te lo publican, aunque sea un mensaje bíblico sobre otra cuestión. Así que está claro que si salen a la luz tal cantidad de novedades al respecto es porque venden muchísimo. ¿Significa esto “calidad”? Ni mucho menos. Recuerdo la primera vez que leí el best seller cristiano titulado “Le dije adiós a las citas amorosas”, de Joshua Harris, y que hace pocos meses saltó nuevamente a la palestra por renunciar publicamente al cristianismo y renegar del libro que le hizo saltar a la fama. Como ya hablé extensamente al respecto y no quiero repetirme, diré solamente que es uno de los peores libros que he leído en mi vida y lleno de ideas inadmisibles. ¿Cómo un editor pudo publicar algo así? ¿Hubo algún tipo de control sobre la calidad del contenido? ¿Alguién comprobó si las enseñanzas del señor Harris tenían algún tipo de base bíblica? Vista la realidad, está claro que lo único que les interesaba era vender millones de copias, objetivo que lograron sin duda. Y, como esta, podría citar muchos otras obras publicadas por editoriales cristianas y cuyo contenido son completamente antibíblico.
Recuerdo hace unos años que mi amigo Salva me contó la idea de que, en el futuro y entre los dos, podríamos abrir una librería, dada nuestra pasión en común por los libros. Y le planteé el problema que estoy citando: entiendo que tanto tiendas como editoriales tienen el propósito de ganar dinero porque de ello viven sus empleados, pero en mi caso y en conciencia, no podría vender ese tipo de literatura perniciosa. Y aunque no lo hiciéramos, nos encontraríamos ante el dilema de que un cliente nos encargara que se la trajésemos. Si renunciáramos a dichas obras, y teniendo en cuenta que son las que más venden, la viabilidad económica sería imposible.

5) Las editoriales y las librerías apuestan al mejor “currículum”
Como me indicaba hace unos días mi editor, las librerías no suelen promocionar a los autores que no tienen un nombre conocido. Si las ventas no van bien, en lugar de esforzarse en dar a conocer las obras de los autores, directamente devuelven los libros a la editorial, en este caso “Logos”, cuyo esfuerzo no se está viendo recompensado a día de hoy. Prefieren importar libros de Estados Unidos y de autores famosos.
Esto mismo se observa en las editoriales “punteras”: apuestan por aquellos que tienen todo tipo de títulos académicos: Maestro en divinidades, Conferencista internacional, Licenciado en Teología, Doctorado en Historia o locutor de un programa de radio que alcanza a 50 millones de personas en todo el mundo. Y así hasta el infinito. Con ese currículum, las editoriales y las librerías te ponen una alfombra roja. Los púlpitos se abren y las invitaciones a los programas de radio y televisión se multiplican. Incluso organizan talleres y conferencias para que estos creyentes de renombre presenten sus obras.

6) Existe una minoría de cristianos que lee y, por lo tanto, son pocos los que apoyan el trabajo de los escritores
Hace unos días se publicó una encuesta sobre la crisis de la lectura en España, y Daniel Fernández, presidente de la Federación del Gremio de Editores, señalaba que el resultado era que de cada 100 españoles 40 no leen libros. Si la encuesta la hiciéramos únicamente entre cristianos, creo que el porcentaje de lo que no leen literatura cristiana llegaría perfectamente al 80 ó 90%.
Personalmente, es el aspecto más triste de todos: los cristianos que leen literatura cristiana son una minoría entre las minorías. Y ojo: no me estoy refiriendo a personas que no han podido aprender a leer durante su infancia o a aquellos que no pueden acceder a una librería. Tampoco me refiero a los que no compran muchos libros porque no tienen apenas tiempo libre para leer, sino a los que no compran ninguno y, por lo tanto, no leen nada o casi nada.
Hablo de personas que afirman ser cristianas, que son avispadas, despiertas, que saben de otros muchos temas, con un coeficiente intelectual normal dentro de la media y con estudios básicos o superiores. Su tiempo libre –mucho o poco- prefieren dedicarlo a infinidad de actividades de ocio: lectura de novelas seculares, horas y horas wasapeando y mirando las redes sociales, jugando a la videoconsola, delante del televisor enganchados a la serie de moda, a los deportes o viendo vídeos en youtube.
En cuanto a recibir “mensajes cristianos”, prefieren lo rápido, el menú instantáneo del McDonald's, un tweet, un mensajito que se lea en menos de diez segundos –que muchas veces son clichés antibíblicos pero que aparentan serlo al añadírsele el término “Dios” o “Jesús”-, un versículo por aquí y otro por allá, la “nueva” revelación del “apóstol” de turno, etc. Con eso les basta y prefieren no complicarse mucho más.
Ante todo esto, cualquier libro –que requiere de atención y reflexión- parte bajo cero y con total desventaja. En sus redes sociales comparten de todo lo habido y por haber: noticias de actualidad, bromas, vídeos graciosos, frases elocuentes, fotos personales, selfies, canciones, etc. ¿Libros? Es extrañísimo encontrar a alguien que lo haga. Y es normal: si no leen buenos libros cristianos, ¿cómo los van a compartir con otros, tanto en Internet como en persona, para hablar de ellos y de cómo han sido bendecidos, para así, como efecto colateral, animarles a adquirlos? ¡Imposible!
Leer debería ser lo más natural del mundo para todo cristiano nacido de nuevo. Y para mí es una clara señal de una profunda conversión, ya que demuestra el “hambre” de conocer más y más de Dios, el que debería ser el centro de sus pensamientos.
Cuando no se lleva a cabo, tarde o temprano, pagan un alto precio:

- Carecen de una fe conceptual basada en la Biblia.
- Siguen siendo “niños espirituales”.
- Aunque lo hacen si mala fe, dicen “amén” a verdaderos disparates. En las redes son el pan de cada día frases e ideas como “si oras a Dios antes de hacer algo, todo te saldrá bien. Fmd: un joven de Dios”, “en los próximos siete días Dios te enviará una ayuda inesperada. Escribe un amén” o “los ángeles se han enterado de que estás luchando o pidiendo algo. Dicen que ya ha pasado. Recibirás una bendición. Si crees en los ángeles como enviados de Dios, remite este mensaje. Esta noche se arreglarán dos asuntos de tu vida para tu alivio. Deja todo lo que estás haciendo y reenvía el mensaje. Mañana será el mejor día en absoluto. Dios nunca te mandará más de lo que puedes manejar!!! Te estoy mandando Siete ARCÁNGELES. Mándalos a todas las personas que quieres. En nueve minutos recibirás algo que has esperado durante mucho tiempo. Que tus problemas sean menos, tus Bendiciones más y que sólo la Felicidad entre por tu puerta. Avísame que sucede al día siguiente de haber leído este mensaje”. Estas citas mencionadas están copiadas literalmente. En minutos, cientos de personas dicen “amén” y lo comparten con sus contactos, propagando miles y miles de estas herejías.
- Sus conversaciones caen en la banalidad y nunca giran en torno a las Escrituras; incluso se sienten incómodos cuando se habla de ella.
- Caen en la rutina y ya no se emocionan con las promesas eternas.
- Viven por emociones sabiendo el peligro que ello conlleva.
- Dejan su fe en manos de terceras personas.
- Conceden credibilidad a las palabras de aquellos que tienen personalidades carismáticas en lugar de aceptarlas solo si se ajustan a lo que Dios enseña.
- No saben cómo alimentarse por sí mismos.
- No saben cómo confrontar las crisis personales, sean emocionales, sentimentales o espirituales.
- No saben defender las creencias básicas del cristianismo.
- Su ética y moral no coincide con la enseñada por Jesucristo.
- En la noche más oscura del alma, no tienen una base firme para poder exclamar lo que bien dijo Pablo: “Yo sé en quién he creído” (2 Ti. 1:12).

Ante esta realidad, la persona termina por enfriarse sobremanera y apenas se distingue de un inconverso, o directamente no existe diferencia entre uno y otro. Otros siguen viviendo el cristianismo y participando de todo tipo de actividades eclesiales, pero basándose en enseñanzas desacertadas. Y, en los casos más extremos, se apartan de Dios y se hacen realidad las conocidas palabras del libro de Oseas: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Os. 4:6).

7) ¿El problema es la falta de promoción de la lectura o la incitación al cambio que promueven los libros?
 Algunos señalan que el problema es que no se fomenta la lectura. Aunque hay un parte de verdad en dicha afirmación, en términos generales no pienso que esa sea la razón principal ni mucho menos.
En un mundo donde los cristianos deberían sentirse privilegiados por la cantidad de literatura que tienen a su disposición, y que sería la envidia de los cristianos que formaban la iglesia primitiva, el que no lee es porque no quiere. Sin más. Por eso no depende tanto de que algo se promocione más o menos, sino del interesado y del desinteresado. El que no quiere leer, ya puedes hacer lo que sea, que no leerá. Y el que quiere leer, no hace falta ni que se lo digas: lo hará por sí mismo. Es como seguir a Cristo: el que no quiere, siempre tendrá un millón de excusas para no hacerlo. Y el que quiere, será como el etíope: Felipe le predicó el Evangelio de forma sencilla y, en el mismo momento, confesó a Jesús como el Hijo de Dios y se bautizó (Hch. 8:26-39). El que no quiere hacer su voluntad, no la hará, y el que quiere hacerla, la hará.
Por otro lado, los libros te ponen en un compromiso: te dicen qué línea ética y moral tienes que seguir y qué tienes que cambiar, y el cristiano promedio no quiere hacerlo. Se siente muy cómodo tal y como está. Quiere ser bendecido pero vivir a su manera o no dejar tal o cual actitud pecaminosa. Y volvemos a la misma premisa y conclusión: si uno no quiere cambiar, no lo hará, y para evitar sentirse incómodo ante aquello que le incita a hacerlo, se alejará de esas páginas llenas de letras que son agujas en el alma.

8) ¿Pero no dicen muchos que Dios abre puertas?
Otros dicen: “Si viene de parte de Dios, Él se encargará de abrir puertas y tus libros llegarán a millones de personas. Pero si no tiene su origen en Él, fracasará”, haciendo una curiosa interpretación de Apocalipsis 3:8. Ese es el “dios-concede-deseos” que se han fabricado a su medida.
Son los mismos que dicen que todo te va a ir bien en la vida, que Dios tiene planes para ti que incluyen prosperidad, éxito y amor. Curiosamente, se olvidan en su teología de mencionar las muertes violentas que sufrieron casi todos los apóstoles. Curiosamente, no mencionan las vidas llena de tragedias de los protagonistas de Hebreos 11, los cuales “aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido” (vr. 39). Y, por último, curiosamente no hablan de los más 45 millones de cristianos que han sido asesinados desde el siglo XX hasta el día de hoy por no negar a su Señor. No siempre los planes de Dios para nosotros se corresponden a lo que muchos desean, ese be happy que nos venden. Para unos es ser reconocidos y para otros no. Para unos es estar al pie del cañón y para otros hacer una labor en un segundo plano. Para unos es vivir 100 años y para otros morir joven. Por eso, “más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg. 4:15).

9) Los “solo-Biblia” & Los “no tengo dinero”
Basándose en ese principio de la reforma protestante que hablaba de la libertad para interpretar por uno mismo las Escrituras, algunos dicen que ellos solo leen la Biblia y nada más, que no necesitan libros cristianos, que Dios les revelará por medio de ella todo lo necesario de forma directa. Esta forma de pensar ha sido el germen de algunas de las mayores herejías de la historia. Es cierto que la base principal, el filtro por el que todo debe pasar, es la Biblia. Como dijo Spurgeon: “Tienes permitido visitar muchos libros BUENOS, pero debes siempre vivir en la Biblia”. Pero leer grandes libros de otros verdaderos hijos de Dios y a los que Él ha hablado por medio de ella ofrecen una riqueza personal que nunca está de más.
También nos aportan una serie de conocimientos teológicos, históricos y culturales que a nosotros se nos escapan y nos ayudan a interpretar de forma más acertada los textos en su conjunto y en particular. Como señala Emilio Lledó: “Los libros son el más asombroso principio de libertad y fraternidad, un horizonte de alegría, de luz reflejada y escudriñadora… Los libros nos dan más, y nos dan otra cosa. En el silencio de la escritura muchas ideas nos hablan, suena otra voz distinta y renovadora. Los libros nos descubren uno de los prodigios más asombrosos de la vida humana, de la vida de la cultura, constituyen la posibilidad de vivir otros mundos, de sentir otros sentimientos, de pensar otros pensares. Son puertas que nadie podrá cerrarnos jamás, a pesar de todas las censuras”.
Y el último grupo al que hago mención: los que dicen que no compran libros porque no tienen dinero. El que es completamente pobre no puede estar leyendo estas líneas puesto que se necesita de un ordenador y de una conexión a Internet, y eso cuesta dinero. Así que me dirijo al sector que suele darse: a menos que estés pasando por graves dificultades económicas –y entonces ahí me callo- todo el mundo puede comprarse al año dos o tres libros cristianos de unos 15€ de media. Lo que no puede ser es que digan “no puedo” y luego se gasten cientos de euros en ropa, en discos, en salir a cenar, en Netflix y en artilugios electrónicos. 

Conclusión
Algunos podrán pensar que todo este escrito es un intento de promocionar a Salva, a Virgilio y a mí mismo. Nada más lejos de la realidad. Ellos son personas humildes y los tres tenemos muy claro que “lo importante no es el cartero, sino la carta”. Por nuestra parte, seguiremos escribiendo, pase lo que pase, felices por enseñar a los poquitos que nos siguen y se paran a meditar en las letras que pulsamos y cobran forma y vida, poniendo nuestro pequeño granito de arena en la obra de Dios en la Tierra, que es lo que hace que merezca la pena.
Me he limitado a exponer nueve razones –y seguro que hay alguna más- por la cual infinidad de cristianos no leen y las consecuencias que eso conlleva para el sencillo escritor. Además, como me informaba mi editor –que ha publicado muchos más libros aparte de los citados y que se muestra también desilusionado porque sus esfuerzos no dan el fruto esperado-, esto ha llevado a que muchas librerías hayan tenido que cerrar, puesto que las ventas han decaído considerablemente en toda España. Y, como también añadía, las que quedan venden menos porque muchos se descargan de Internet las obras sin pagar; ni siquiera las compran en ebook que es más barato. Hablando en plata: “pirateo” puro y duro.
Ya he dicho todo lo que tenía que decir. Cómo reaccionar ante esta realidad te corresponde únicamente a ti.

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