martes, 18 de febrero de 2014

Firmes en la Brújula a pesar de la persecución



En los últimos años, mi rutina en los primeros minutos de la mañana suele ser siempre la misma: me levanto como un “zombie” y me preparo un tazón de leche con cereales (bueno, lo de despertarme en modo “zombie” ha sido siempre así). Mientras lo disfruto y mi mente se va despertando, leo por Internet las noticias de cuatro periódicos nacionales (El Mundo, El País, ABC y La Razón). Si a esto le añadimos algunos programas de investigación y entrevistas que visualizo on-line a lo largo de la semana, suelo tener una panorámica general y amplia de lo que ocurre en el mundo. Procuro ser variado para así observar las distintas ideologías existentes y comprobar hasta qué punto algunos medios tergiversan o inclinan ciertas noticias según el rasero político de sus editores. No sé exactamente el porqué, pero, aunque es lo habitual que me encuentro en primera plana día tras día, nunca me acostumbro a leer malas noticias. Y agradezco que sea así. Personalmente no entiendo a aquellos que esquivan la realidad mundial sin querer profundizar en ella. ¿Será para no pensar? ¿Será porque prefieren seguir ajeno a todo?
Me parece tan anormal el mal que se observa en cualquier rincón del planeta que si me pareciera natural tendría un serio problema personal. Ahora bien, aunque no he perdido mi capacidad de sorpresa, la explicación es muy sencilla para comprender lo que vemos a nuestro alrededor. Es cierto que la mente no termina nunca de asimilarlo por completo, por la sencilla razón de que espera levantarse algún día y contemplar que todo ha cambiado. No deberíamos sorprendernos, pero la inmensa mayoría lo seguimos haciendo. Y nos ocurre como Lot, que se sentía abrumado y afligido viendo y oyendo los hechos inicuos de la sociedad perversa en la que vivía (cf. 2 Pedro 2:7-8). Es tal y como me siento en muchísimas ocasiones...

-Cuando mujeres (y hombres que las apoyan) defienden el derecho a abortar (asesinar).
-Cuando el Gobierno español ofrece ayudas económicas millonarias al cine español (un entretenimiento) mientras ordena al mismo tiempo centenares de desahucios a familias que no pueden pagar sus casas.
-Cuando las instituciones públicas se llenan de corruptos que solo buscan el beneficio personal.
-Cuando los datos sobre la violencia de género son estremecedores.
-Cuando en los últimos años mueren asesinadas 80.000 personas en México por multitud de bandas mafiosas que se dedican al secuestro y a la extorsión
-Cuando el narcotráfico se expande por toda Latinoamérica.
-Cuando los deportistas ganan millones de euros y, por el contrario, millones de personas a lo largo del planeta viven en la más absoluta pobreza, mendigando o comiendo de la beneficencia.
-Cuando 2 millones de sirios tienen que huir de un país en ruinas por la locura de un dictador mientras el mundo se queda de brazos cruzados.
-Cuando el número de divorcios es mayor que el de las bodas.
-Cuando toda la población de Corea del Norte vive aprisionada en su propia tierra por culpa de una dinastía interminable de megalómanos.
-Cuando el consumo de alcohol y drogas aumenta sin cesar entre la juventud.
-Cuando ya no se considera el matrimonio como exclusivo entre un hombre y una mujer.
-Cuando la “primavera árabe” no trae democracia sino el aumento del radicalismo islámico.
-Cuando la televisión se llena de humor soez y de individuos luciendo palmito, despotricando de sus “compañeros” de plató, narrando sus intimidades sin pudor alguno.
-Cuando algunos sacerdotes católicos abusan de menores y determinados pastores protestantes se enriquecen a costa de los ingenuos.
-Cuando se esparcen falsan doctrinas y enseñanzas que engañan a las masas.
-Cuando falsos sanadores juegan a ser Dios y lo único que logran es robar la fe de los enfermos.
-Cuando hombres y mujeres no tienen ningún reparo en ser infieles a sus parejas.
-Cuando las violaciones son el pan de cada día en países como Egipto o La India.
-Cuando los señores de la guerra en diversos países africanos deshumanizan a los niños convirtiéndolos en soldados.
-Cuando secuestran a niñas para la “trata de blancas”.
-Cuando la prensa habla de las llamadas “milicias cristianas” que se dedican a la “limpieza étnica”, sin señalar que de cristianos no tienen nada. 
-Cuando norirlandeses que se odian dicen ser católicos o protestantes y no son ni lo uno ni lo otro.
-Cuando los “videntes” estafan a los crédulos telespectadores con sus cartas, horóscopos y demás parafernalia.
-Cuando los países desarrollados y subdesarrollados gastan miles de millones en fabricar armas cada vez más mortíferas.
-Cuando tribus y clanes masacran a otros tribus y clanes.
-Cuando intolerantes nacionalistas, sean del bando que sean, se llenan de odio en sus ojos.
-Cuando millones de niñas son mutiladas por el “ritual” de la ablación.
-Cuando los comentarios que se escriben en las redes sociales son de puro odio, el mismo que se refleja en los insultos y en los rostros de muchos que acuden a espectáculos deportivos. 

Así podría ir añadiendo aspectos nuevos cada mañana tras leer la prensa. Los años pasan, el planeta sigue girando sobre sí mismo, pero todo sigue igual. Estamos en un mundo moralmente enfermo, tanto a nivel individual como colectivo: “Cuando la soberanía de Dios es negada y sus leyes son ignoradas, la anarquía reina y los hombres pecadores son los que dominan” (R. Youngblood).
Nadie objetivo puede creer que esto vaya a cambiar. Hace tiempo expliqué por qué no hay solución y cuándo se arreglará todo (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/11/por-que-este-mundo-no-tiene-solucion-la.html, tema que próximamente ampliaré), pero ahora quiero explicar la importancia de movernos según la “brújula”. Veamos a qué me refiero exactamente.
Hace unos días, Evaristo Villar, portavoz de Redes Cristianas, dijo sobre la ley que permite el aborto: “Con la ley actual no ha habido especiales problemas. Estamos a favor de que se mantenga y en contra de la reforma de Gallardón. Y la Iglesia tendría que acercarse a la sociedad actual y entrar en la modernidad”.
Hablo como cristiano, sin más, no como católico o como protestante. La Iglesia no es el edificio como muchos dicen (“vamos a la iglesia”), ya que la iglesia son las personas que la componen. Y, en el concepto bíblico del término, solo pertenecen a ella aquellos que, en un momento de inflexión en sus vidas, se han reconocido como pecadores, se han arrepentido de vivir de espaldas a Dios y han aceptado que Cristo pagó en la cruz por sus pecados. Tal individuo se convierte automáticamente en un hijo de Dios (cf. Juan 1:12). Ni el hecho de creer en algo parecido (pero no igual) a lo que la Biblia enseña en este tema o haber sido bautizado de infante provoca tal efecto. No entraré a discutir si una persona como Evaristo ha “nacido de nuevo”, pero sus palabras son intolerables de alguien que dice ser cristiano. ¿De verdad que “la iglesia tendría que acercarse a la sociedad actual y entrar en la modernidad”? Eso es el relativismo moral del que hablé en “¿Todo es relativo?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/todo-es-relativo.html).  
¿Sabes cómo llama Santiago a esta “sabiduría” humana que no proviene de lo alto?: “terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3:15). Su origen es el mismo infierno. Sin embargo, La PALABRA DE DIOS es INMUTABLE, la VERDAD es INMUTABLE y en DIOS no hay sombra de variación (cf. Santiago 1:17). Lo que para Él es malo, siempre será malo. Lo que para Él es bueno, siempre será bueno. Un individuo que se considera cristiano no puede JAMÁS anteponer esta realidad y suplantarla por lo que demanda la sociedad. Jesús afirmó contundentemente que estábamos con Él o contra Él (Lucas 11:23). No hay término medio. O tomamos todo lo que Él dice o no tomamos nada. No podemos decir: “esto sí pero esto no porque no me gusta”. No somos nosotros los que decidimos qué está bien y qué está mal. Si entramos en ese juego, nos dejamos manipular por el diablo, quién hizo que Adán y Eva dudaran de la Palabra de Dios: “¿Conque Dios os ha dicho...?” (Génesis 3:3).
Según una encuesta reciente entre 1000 católicos españoles, un 88% está a favor del aborto. Estos son los mismos que dicen que “la iglesia” está muy lejos del pueblo. La realidad es completamente opuesta: es el pueblo el que está muy lejos de Dios. Todos ellos deberían responder a la misma pregunta que hizo Jesús hace dos mil años: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). No son los cristianos los que tienen la última palabra en cuestiones de fe y conducta, sino la Palabra de Dios. Ella es la “brújula” que marca el camino, sin la cual todos los seres humanos están perdidos. De ahí la acusación directa que Jesús les hizo a los escribas y a los fariseos, que manipulaban la enseñanza de Dios a su propio antojo, y que es aplicable a muchas personas en la actualidad: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9).
El mismo Evaristo, cuando se refiere al matrimonio homosexual, señala que “la gente lo ha visto y lo ha aceptado. Y la Iglesia (católica) también debería”. Como algún día explicaré detenidamente, disentir de esta idea no me convierte ni de lejos en homófobo, como quiere vender el lobby gay entre los medios de comunicación. La Iglesia presbiteriana (protestante) de Estados Unidos también se dividió hace unos años por esta cuestión. Sus “ministros” votaron 50% a favor y 50% en contra. Ante tal situación, el cisma fue inevitable. Mi admiración y mis respetos para aquellos que se mantuvieron en los principios divinos y que hicieron lo establecido para este tipo de situaciones: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor” (2 Corintios 6:17). Dios es bastante claro respecto a este tema, por mucho que algunos traten de manipular las Escrituras. Dios no es un Dios de confusión, que cambia sus propias normas para volvernos locos, sino de paz (cf. 1 Corintios 14:33). Por eso tenemos Su Palabra, la cual “es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Jesús exhortó a los judíos a escudriñar las Escrituras (cf. Juan 5:39), ruego aplicable a todos nosotros, no a tenerlas como una reliquia en la estantería o como un amuleto en la mesita de noche. Ella es el espejo del alma ya que “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Por un lado están aquellos que la evitan porque tienen un concepto tergiversado de Dios (por el mismo hecho de desconocerle), y por el otro aquellos que la rehúyen porque saben que tendrían que cambiar diversos aspectos de sus vidas.
Si aquellos que dicen creer en Dios desechan la “brújula”, ¿cuánto más aquellos que la niegan, la desprecian o la ignoran? Así se explica los motivos por los cuales el mundo sigue girando con un orden perfecto pero la moral se desintegra sin control.
¿A quién le hacemos caso: a personas como Evaristo, a católicos o protestantes que defienden sus propias ideas, o a Dios? Recordemos que “maldito el varón que confía en el hombre” (Jeremías 17:5). No me juego mi destino eterno por las opiniones de los seres humanos, sean cuales sean y provengan de quienes provengan, aunque eso suponga ir en contra de la inmensa mayoría y de la opinión pública. Seguiré como Pedro y los apóstoles, a quienes les prohibieron hablar de Jesucristo, y contestaron de manera contundente: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Las palabras de Cristo son muy serias y de advertencia para todos: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Los que se mueven por lo que dice la mayoría (que se sitúa en contra de Dios), está caminando por el camino ancho que conduce a la perdición. Los que se mueven por lo que enseña Dios, caminan por el camino estrecho (aunque sea difícil en ocasiones) que conduce a la vida eterna, ya que Su Palabra es “lámpara para nuestros pies y lumbrera a nuestro camino” (cf. Salmo 119:105).
¿Por qué crees que los seres humanos siguen prefiriendo leer libros sobre conspiraciones alienígenas, astrología, prensa “rosa” o novelas basadas en los evangelios apócrifos? Porque ninguno de esos libros les comprometen a nada. Ninguno de ellos les dice que amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, que no mientan, que amen a sus enemigos, que no odien, que no roben, que sean fieles, que no se dejen llevar por la ira, que no se venguen, que aprovechen sabiamente el tiempo, que sean buenos administradores de sus posesiones, que usen el dinero para ayudar a los necesitados en lugar de seguir acumulando objetos inertes, que vivan en santidad y huyan de la inmoralidad sexual, etc. Sin embargo, la Biblia, “la brújula”, sí compromete a todo eso y más. Si los propios cristianos fallamos muchas veces aun teniendo esa brújula, ¡cuanto más aquellos que no se mueven con esos principios éticos y morales! Igual que cuando estamos completamente dormidos “odiamos” que nos enciendan la luz sin previo aviso y de golpe, también están aquellos que odian la luz de Dios porque están en tinieblas: Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20).
El pensador inglés Chesterton dijo: “Cuando el hombre deja de creer en Dios, cree en cualquier cosa”. Y el hombre que no cree en Dios se convierte en su propio “dios”. Es lo mismo que el diablo le dijo a Adán y Eva, que serían como Dios (cf. Génesis 3:5). Desde aquel día, el ser humano ha querido tomar el control. Y así nos va. De ahí la mentalidad del mundo: “Si le quiero dar mi cuerpo a una mujer casada, se lo doy”; “si quiero emborracharme, me emborracho”; “si quiero drogarme, me drogo”. Y así con todo. Por eso observamos un mundo bipolar, dividido entre el bien y el mal.
¿Cuál es el precio a pagar por mantenernos firmes en Dios y en su “brújula”? Está claro: la persecución. Aunque en España los medios de comunicación mayoritarios apenas ofrecen información al respecto, los cristianos son perseguidos, encarcelados, asesinados y aislados en campos de trabajo. La organización “Puertas abiertas” señala algunos de los países donde el hostigamiento es mayor: Afganistán, Arabia Saudita, Argelia, Bangladesh, Baréin, Brunéi, Bután, China, Colombia, Comoras, Corea del Norte, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Eritrea, Etiopía, India, Indonesia, Irak, Irán, Jordania, Kazajistán, Kenia, Kuwait, Laos, Libia, Malasia, Maldivas, Mali, Marruecos, Mauritania, Birmania, Níger, Nigeria, Omán, Pakistán, Qatar, República Centroafricana, Siria, Somalia, Sri Lanka, Sudán (Norte), Tanzania, Tayikistán, Territorios Palestinos, Túnez, Turkmenistán, Uzbekistán, Vietnam, Yemen y Yibuti.
Esta persecución se da en otras formas en países democráticos. Y el mismo Jesús habló con gran claridad al respecto: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:18-20). A Jesús le azotaron y le torturaron hasta morir en una cruz; Once de los doce apóstoles murieron mártires y la historia de la iglesia está lleno de ellos. ¿Qué les aconteció a los profetas del Antiguo Testamento?: “Experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados” (Hebreos 11:36-37). ¿Qué dijo Pablo de sí mismo y de los apóstoles?: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Corintios 4:11-13). Toda esta realidad hace que sea más lamentable que en muchas congregaciones se prediquen herejías como la “Teología de la Prosperidad” o “La confesión positiva”, entre otras. El contraste bíblico con el que nos quieren inculcar es brutal.
¿No recordamos que Jesús dijo que estaríamos como ovejas en medio de lobos? (cf. Mateo 10:16). El mismo Pablo pidió oración para ser librado de hombres malos y perversos (2 Tesalonicenses 3:2). ¿Por qué entonces habría alguien de sorprenderse si lo insultan o lo agreden por su fe? Es lamentablemente, pero es lo más normal del mundo. ¿O alguien se asustó cuando una pro-abortista me dedicó una carta con todo tipo de “piropos”? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/respuesta-un-anonimo-favor-del-aborto.html). Son varias las historias personales que podría contar al respecto, pero con ese ejemplo es suficiente. Por todo esto, Pedro dijo que no nos sorprendiéramos del fuego de prueba, como si fuera algo extraño (cf. 1 Pedro 4:12). El mismo Ignacio, uno de los padres de la Iglesia, dijo en su carta a los Efesios: “Contra sus estallidos de ira sed mansos; contra sus palabras altaneras sed humildes; contra sus vilipendios presentad vuestras oraciones; contra sus errores permaneced firmes en la fe; contra sus furores sed dulces” (Efesios 10). Ni siquiera debería ser una vergüenza, sino de gozo, al saber que compartimos el sentir de Jesús: “Y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:40-41).
Mantengámonos firmes en la Verdad y recordemos las palabras de Luther King para despertar: “Hubo una época en que la iglesia fue muy poderosa: Cuando los cristianos primitivos se regocijaban de que se les considerase dignos de sufrir por sus convicciones. En aquella época, la iglesia no era mero termómetro que medía las ideas y los principios de la opinión publica. Era más bien un termostato que transformaba las costumbres de la sociedad [...] pero el juicio de Dios es sobre la iglesia [hoy] más que nunca. Si la iglesia de hoy no recobra el espíritu de sacrificio de la iglesia primitiva, perderá su autenticidad, se quedará sin la lealtad de millones de personas y acabará desacreditada como si se tratara de algún club social irrelevante, desprovisto de sentido”.

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