miércoles, 1 de enero de 2014

El eco de su nombre


Atrás quedó la época en que hablar con familiares y conocidos que vivían lejos de nosotros era toda un odisea que requería de viajes de varios días o de cartas escritas con pluma que tardaban semanas en llegar a sus destinatarios. Vivimos en una etapa de la historia de la humanidad en que la tecnología nos permite ponernos en contacto de forma instantánea con cualquier persona del mundo. Hay multitud de medios: redes sociales, e-mails, teléfonos móviles, mensajería, wasap y una lista prácticamente interminable. Es cierto que en algunos casos nos ha servido para tener una relación más estrecha con algunas personas de nuestros círculos o incluso para ampliarlos, pero si somos sinceros reconoceremos que en general muchos contactos siguen siendo grandes desconocidos para nosotros: ignoramos sus pensamientos más profundos, sus miedos, sus sueños, sus esperanzas, sus traumas, sus sentimientos reales que ocultan bajo multitud de “emoticones” y fotos donde todo en la vida les sonríe, etc. Todo esta “ciencia” nos ha creado una falsa realidad donde creemos conocer a las personas mejor de lo que ocurre en la pura realidad.  Nada pueda sustituir al trato personal.
Todo esto suele repetirse en lo que respecta a la figura de Jesús de Nazaret. Tanto entre cristianos como los que no lo son, muchos se han “fabricado” una imagen de Él por medio de postales de Navidad, opiniones de terceras personas, libros, canciones, villancicos, etc. Algunos lo ven como una especie de mago que viene a cumplir sus deseos, sean de salud, popularidad o incluso riqueza. Otros como un chiquitín que nació en un pesebre, que se convirtió en un adulto sabio pero imposible de conocer y que se mantiene lejano de la humanidad. Gracias a Dios, él ha levantado a lo largo de los siglos hombres que se han esforzado en conocerle tal y como es realmente. Uno de ellos es mi gran amigo Salvador Menéndez (ejemplo de integridad y de vivir lo que cree), y la prueba de ello lo tenemos en su libro El eco de su nombre, donde reflexiona sobre los “Yo soy” de Cristo.
Jesús en persona se describe a sí mismo para que todos puedan conocerle sin imágenes distorsionadas ni prejuicios. El autor describe con sapiencia cada una de las expresiones que Jesús empleó: “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la puerta”, “Yo soy el buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy el camino, y la verdad,  y la vida” y “Yo soy la vid verdadera”, y que forman parte de la revelación progresiva que Dios comenzó en el Monte Sinaí y culminó en Jesucristo. En todos estos enunciados, se nos muestra claramente que únicamente en Él podemos encontrar sentido y propósito a nuestra existencia, guía para la vida, paz verdadera, consuelo en las aflicciones y garantía de eternidad. Todo ser humano que es capaz de asimilar estas verdades estará lleno por dentro. En consecuencia, y como dijo el poeta cubano José Martí: “Quien está lleno por dentro necesita muy poco de afuera”.
En este año nuevo que acaba de comenzar, es hora de que podamos decir como Job: “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (42:5), y este libro es un ejemplo maravilloso, al que podemos volver una y otra vez porque nos recuerda constantemente QUIÉN y CÓMO es realmente Jesús de Nazaret. Los que ya le conocemos, para que sigamos profundizando en escuchar más y más Su voz. Y los que no le conocen bien o lo hacen de forma estereotipada, para que sepan de Aquel cuyo “nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).



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