lunes, 13 de julio de 2020

11. ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que no debes volver atrás una vez que has abierto los ojos


Venimos de aquí: ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que estando preparados no hay que temer a la muerte, que esta vida es la antesala de la verdadera VIDA y que la eternidad depende de una respuesta (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/06/10-que-puedes-aprender-de-la-crisis-del.html).

Si decidiste dar el paso de fe que vimos en el escrito que precede a este, un descubrimiento que harás más temprano que tarde, es que no todo el que se dice cristiano lo es realmente. Y esto no solo lo observarás en aquellos que ya sabías con antelación y con total claridad que de cristianos no tienen nada, sino también entre  individuos que, aunque hace años dijeron que aceptaron la salvación que Cristo regala a todo aquél que cree en Él y en su sacrificio en la cruz, en la realidad no piensan, ni sienten ni viven como si fueran sus seguidores. Es un descubrimiento doloroso, descorazonador y triste, por lo que es fácil caer en el desánimo. Para que esto no te suceda, lo mejor que puedes hacer es aprender de sus errores para no caer en los mismos.

La cuarentena de los ninivitas
Es la primera vez en la vida que la inmensa mayoría de nosotros se ha visto encerrado en su casa sin poder salir por causas mayores durante un periodo tan largo de tiempo. Pero no es la primera vez en la historia que sucede y posiblemente no sea la última. Aún así, hubo un pueblo que también estuvo de “cuarentena” y no fue por un virus. Ese pueblo fue el de Nínive.
Casi todo el mundo conoce la historia de Jonás. En resumidas cuentas, Dios lo envió a Nínive, la capital del Imperio Asirio, con un mensaje muy claro: tenéis que arrepentiros o la ciudad será destruida por la maldad de los propios habitantes: Vino palabra de Jehová por segunda vez a Jonás, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré. Y se levantó Jonás, y fue a Nínive conforme a la palabra de Jehová. Y era Nínive ciudad grande en extremo, de tres días de camino.  Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida. Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos.  Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo(Jonas 3:1-10).
Ni mucho menos estoy diciendo que el coronavirus sea un castigo de Dios hacia la humanidad por sus pecados, como algunos se han lanzado a proclamar con certeza absoluta y sin ningún género de dudas, cuando no pueden saberlo –aunque sí opinar con argumentos- puesto que no están en Su mente. Entrar en una explicación teológica del porqué el mal en el mundo sería desviarme del tema –y más cuando en el futuro lo trataré con total claridad- así que ahora me centraré en la actitud de los ninivitas y ver qué podemos aprender de ellos.
Desde el mayor al menor, desde el Rey hasta el súbdito, todos se confinaron durante 40 días para pedir perdón por sus malas acciones y “convertirse de sus malos caminos” (vr. 8). Hubo un arrepentimiento genuino, de tal manera que Dios no lanzó el juicio justo que merecían y que tenía preparado contra ellos. El perdón fue manifestado claramente. Se hicieron realidad otras palabras semejantes, en este caso referidas al pueblo hebreo: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).
Aquella generación de asirios se volvieron a Dios, se libraron del mal y fueron bendecidos. Pero, ¿qué pasó varias generaciones después? William MacDonald lo resume en una sola frase: “Sabemos por la historia que los asirios volvieron a sus malos caminos y, después de 150 años de gracia, su capital fue destruida”[1].
Los descendientes de aquellos ninivitas no aprendieron la lección. Cuando pasó el peligro y la amenaza que se cernía sobre ellos, volvieron a sus vidas pasadas como si nada hubiera acontecido, y finalmente fueron destruidos. Es lo mismo que sucede en nuestro mundo: mientras dura el peligro ante cualquier situación, muchos dicen que van a cambiar, que se arrepienten de aquello que han hecho mal hasta el día de hoy, que van a buscar a Dios, a ponerse en paz con Él, a cambiar sus pensamientos y ajustarlos a los Suyos. Buenos propósitos y bonitas palabras que el tiempo demuestra que están vacías. Llevan a cabo lo que se conoce como “un arrepentimiento de boquilla”.

Las plagas, por sí mismas, no hacen cambiar a nadie
Este es el peligro número uno que se observa a la vista en todos aquellos que a día de hoy le han visto las orejas al lobo en forma de virus –como símbolo del peligro de enfermar y morir- y dicen que van a cambiar, pero la inmensa mayoría no lo hará. Ya lo dejó dicho Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14).
Sin un cambio en el corazón, sin un verdadero arrepentimiento, no habrá cambio de ningún tipo a medio y largo plazo. Esa supuesta fe en Cristo será una fe muerta desde su propia raíz. ¿Y por qué? Porque, como dijo Hoskyns, “convertirse al cristianismo no es recuperar lo que se ha perdido, sino recibir una luz totalmente nueva”[2].
De nada sirve ponerse en estado de alerta cuando algo va mal si pasamos página cuando las sirenas dejan de repicar. Cuando todo esto quede atrás, la verdad será manifiesta: el que no haya cambiado durante la crisis, volverá a ser el mismo que era antes de ella.
Es extremadamente llamativo e impactante como en Apocalipsis 9:20 se nos habla de personas que, ni en medio de terribles plagas futuras, se arrepentirán. Sobreviviendo a ellas, incluso seguirán adorando y siguiendo a figuras religiosas que no tienen nada que ver con Jesucristo. Cuando el peligro que supone el coronavirus pase página, las personas seguirán creyendo que son buenas, que hacen el bien y que alcanzarán la dicha eterna por ello. Otros seguirán sin saber nada de Dios y viviendo completamente de espaldas a Él y su voluntad expresada en Su Palabra. También estarán los que seguirán en su lascivia, en su inmoralidad, manteniendo relaciones fuera del matrimonio o fuera del orden establecido por Dios (hombre-mujer). Los que se emborrachan cada fin de semana o hablan de forma soez y deslenguada, seguirán haciéndolo. Los que exhiben buena parte de su desnudez en la calle o en las redes sociales, proseguirán como si nada. Y todo esto incluye también a muchos que, siendo realmente cristianos, viven ajenos a la santidad que Dios demanda.

Conclusión
El arrepentimiento (que procede del griego metanoia), “significa no solo un cambio interior de manera de ser, sino un giro completo en nuestra vida, un cambio de dirección que implica por una parte la necesidad de la ayuda de Dios y por la otra la conducta ética del hombre”[3]. No hay virus ni plaga ni guerra ni tragedia que produzca por sí mismo un arrepentimiento genuino, un “volverse a Dios”, si la persona no lo decide una vez que ha entendido el mensaje del Evangelio.
El mismo mensaje que se repite a lo largo de todo el Antiguo Testamento y que Jonás anunció en Nínive, es el que predicaban los apóstoles y seguiremos proclamando mientras haya tiempo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hch. 3:19-20).

En breve continuará.


[1] MacDonald, William. Comentario bíblico. Pág. 489. Clie.
[2] Morris, Leon. El Evangelio según San Juan. Vol. 2. Cita de Hoskyns. Pag. 82, nota al pie 2.

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