lunes, 18 de enero de 2016

8.1. ¡Vive! Disfrutando sanamente


Venimos de aquí: 7.8. L@s cristian@s ante el bikini y otras cuestiones http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/78-ls-cristians-ante-el-bikini-y-otras.html

Por activa o por pasiva se nos ha hecho creer que los solteros son ciudadanos de segunda categoría a los que hay que compadecer porque están incompletos, son solitarios y viven amargados. Aunque haya personas que se sientan así, me he esforzado en demostrar en todos los capítulos anteriores que la realidad puede ser completamente opuesta: podemos vivir en plenitud, somos dignos como hijos de Dios y estamos completos en Él: “Dios debe llenar todas las áreas de tu vida primero para que puedas disfrutar el resto de tu vida en el concepto y contexto correctos”[1]. Como dijo el poeta cubano José Martí: “Quien está lleno por dentro necesita muy poco de afuera”.
Por todo esto, podemos disfrutar de muchísimos aspectos de la vida que se nos regaló, sin limitarnos a buscar una pareja, como si ésta fuera la panecea que proveerá la felicidad, y creyendo que los demás estados civiles son una condenación.

Una pequeña pero importante matización
Antes de continuar y hablar de diversas formas en que podemos disfrutar de la vida y de las maravillas que Dios nos ofrece sanamente, quiero dejar bien claro que mi propósito no es la incitación a la ociosidad y al hedonismo. Al igual que es una completa necedad hacer que la vida gire en torno a la búsqueda de una pareja sentimental o sobre el físico y la estética personal, la persona que vive única y exclusivamente para los placeres “viviendo está muerta” (1 Ti. 5:6). Debemos tener las ideas claras sobre lo que es realmente importante y prioritario: la relación personal con Dios y el cumplimiento por nuestra parte de Su voluntad reflejada en la Palabra. De ahí la exhortación de Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1-2). De lo contrario, incluso lo legítimo y bueno de la creación lo convertiremos en una nueva forma de idolatría y mundanalidad en nuestras vidas, tomando preeminencia sobre los asuntos del reino. Teniendo esto en mente, no se excluye el sano disfrute de aquello que se nos ha regalado, sin darle más importancia de la que debe tener, puesto que es temporal y secundario: “Y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Co. 7:31), ya que somos extranjeros y peregrinos en este mundo (cf. 1 P. 2:11). 

Adaptarse a cada situación
Cuando vemos en el encabezado de un libro la palabra feliz solemos suspirar. Y lo hacemos porque creemos que eso es algo que tiene que existir en algún lugar, aunque sea remoto. Creemos que allá fuera tienen que existir seres que han conseguido ese elixir, como los monjes tibetanos que parece que nada les afecta y viven por encima de las circunstancias, como si hubieran ascendido a un estado superior. Pero, por mucho que indagamos, no encontramos a nadie. O puede que sí, pero contadas con los cuatro dedos de la mano de Homer Simpson. Así que, finalmente, nos enojamos. Sentimos rabia al oír esa dichosa palabra. ¿Será una leyenda urbana, un mito o pura ciencia ficción? Muchos creen erróneamente que la felicidad es un estado de alegría continua y de placer sostenido, teniendo todos los deseos emocionales y materiales cubiertos, junto a la ausencia total de conflictos. Eso es una utopía, al menos en esta vida (en la casa del Padre sí será así).
Me gusta hacer preguntas. Es la mejor manera de conocer los aspectos más profundos e íntimos de una persona. A veces con interrogantes inquisitivos, otros directos, y algunos retóricos. Estas son las cuestiones que quiero plantearte:

- ¿Quieres disfrutar de la vida?
- ¿Quieres disfrutar en este presente o en un futuro lejano?
- ¿Quieres esperar a la otra vida?
- ¿Esperarás a que llegue esa persona que te acompañe el resto de tus días para comenzar a vivir?
- ¿Dejarás que pasen los años sin llegar a exteriorizar todo el potencial que Dios ha puesto en ti, viviendo como un vegetal sin disfrutar de cada etapa de tu existencia?

Dirás que son preguntas muy sencillas de responder. Pero, vista la realidad, me atrevo a afirmar que no es tan evidente: hay muchos que paralizan su existencia hasta que forman una relación. Se olvidan de su propio crecimiento personal y espiritual, esperando que un hombre o una mujer aparezca en sus vidas y los haga felices. Dejan de lado su enriquecimiento interior, tanto intelectual como espiritual. Creen que esa euforia que sienten cuando logran pareja será continua y la panacea definitiva, y que ya no hará falta nada más. Por eso “detienen” su vida esperando que ese hombre o mujer maravillosa llegue a sus vidas. El palo se lo llevarán cuando pasen los meses y esa locura emotiva y química vaya menguando y vuelvan a sentirse vacíos, por lo que esta manera de actuar es un grave error que hay que señalar claramente. Es más, no es la voluntad de Dios que detengas tu vida. Bien sabes que Jesús, incluso siendo soltero, desde que era muy joven “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc. 2:52). Y así fue durante toda su vida, donde iba manifestando su conocimiento.
Es muy usual que personas sin pareja se dejen llevar por la corriente de sus emociones. Lo dejan todo a la espera de que ese amor aparezca. Esta actitud provoca desdicha. Ellos mismos se están limitando. Se han propuesto, inconscientemente, aplazar todo lo bueno que puede traer la vida. Como dijo Pearl S. Buck: “Muchas personas pierden las pequeñas alegrías esperando la gran felicidad”.
Que nadie entienda mis palabras como una apologética a la soltería en sí misma, sino como el llamamiento a aprovechar al máximo ese estado. El noviazgo sí debe ser un periodo de tránsito cuyo fin es el matrimonio. De lo contrario no tiene sentido. Es triste que muchos no vean el noviazgo de esa manera (fruto de la fantasía, la idealización, la inmadurez y de las modas de la sociedad), sino que lo consideren un tiempo de diversión y poco más. Pero el estado de soltero no es un tránsito hacia el matrimonio. Muchos no entienden esto y se amargan profundamente.
Personalmente, he observado a multitud de individuos que llevan a tal extremo su sufrimiento por estar solteros que han caído en una profunda infelicidad. Y la causa es que han centrado toda su vida en lo que desean (una pareja) y que, hasta el día de hoy, no han hallado.
El apóstol Pablo dijo: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11). El apóstol se refería a las necesidades materiales. Había aprendido a adaptarse a cada situación, fuera de abundancia o de escasez. Y en Cristo había encontrado la manera de vivir. Pero los mismos principios podemos aplicarlos a la condición de solteros: aprender a contentarse. ¿Esto significa que aquellos que deseen casarse y formar una familia deben renunciar a sus deseos? No. Se nos insta a ser autosuficientes en Cristo, centrándonos en lo que tenemos, sea cual sea nuestra situación, hallando satisfacción en nuestro actual estado, siendo consciente de los inconvenientes y dificultades que puedan surgir en el camino, y sin olvidar que el matrimonio tiene otros escollos diferentes.

Vivir cada día
Seguramente conocerás la expresión carpe diem, acuñada por el poeta romano Horacio. Se suele traducir por “vive el momento”, pero, literalmente, significa “cosecha el día”. Por lo tanto, quiere decir “aprovecha el día, no lo malgastes”. Tenemos que empezar a vivir hoy. No mañana. No dentro de un mes. Ni siquiera el año que viene. Hoy es hoy, independientemente de que tengas o no un compañero sentimental en tu vida. Las palabras de Cristo afirmando que Él había venido para que tuviéramos vida en abundancia (cf. Jn. 10:10) no iban dirigidas en exclusiva a los casados o a otro selecto grupo, sino a TODOS: solteros, viudos, huérfanos, jóvenes y ancianos. Estas palabras de Cristo muestran cuán absurda resulta esa expresión que se le suele decir a aquellos que no están casados: “Se te escapa la vida”, como ya vimos en “Lo que le duele a los solteros”.
Jesús dijo que no servía de nada afanarse, ni ganábamos nada con ello. Posiblemente sea una de las enseñanzas más difíciles de aplicar en nuestras vidas, ya que siempre estamos viviendo en el futuro. ¿Y por qué lo hacemos? Porque, en el presente, por muy bien que nos puedan ir las cosas, siempre hay ciertos factores que no nos agradan, y tenemos en mente la idea de que, tarde o temprano (o sea, en el futuro), esas circunstancias desaparecerán. Pero cuando ese futuro se hace presente, y aunque hayan desaparecido las circunstancias anteriores que eran negativas, aparecen otras nuevas que tampoco nos agradan. Por lo que volvemos a pensar en el futuro. Así que se convierte en un círculo sin salida.
¿Cuál es la realidad? Que, aunque nuestra ciudadanía esté en los cielos y aquí estamos de paso, lo que tenemos que aprovechar es el presente. El mismo Pablo recalcó la importancia de nuestra manera de vivir: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:15-16).
Esto no se llama resignación ni frustración, sino adaptación, aceptando con paz en nuestros corazones la realidad que tenemos en este instante de nuestras vidas. Es cierto que hay detalles que no nos agradan, que nos gustaría que fueran diferentes (y que siempre habrá unos u otros), que tienen el potencial de provocarnos ansiedad en momentos puntuales. Pero también la Palabra de Dios nos dice que hacer con esas sensaciones: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 P. 5:7).
Es todo lo que podemos hacer. Nuestro cuerpo puede sentir esa ansiedad en determinados momentos, pero nuestra alma debe descansar en Aquel que cuida de nosotros. Debemos de CREER en Su soberanía, y en lugar de vivir en continuo conflicto con Dios y nosotros mismos, vivir en paz. De lo contrario, estaremos viviendo y edificando nuestro paso por este mundo sobre la arena, y no sobre la roca.
Aprendamos en ese aspecto de los niños: disfrutan de la vida diaria tal y como es.

Las maravillas de Dios[2]
Dios, al crear el universo, incluyendo al ser humano —y eso abarca también su cuerpo—, lo definió como “bueno en gran manera (Gn. 1:31). Este cuerpo, aun tras la Caída, conservó la capacidad de producir gozo por medio de él de forma saludable. Por eso debes cuidarlo, ya que es tu morada mientras vivas en este mundo.
Dentro de él existe algo llamado endorfinas[3]. Estas hormonas son unas sustancias químicas que el sistema nervioso produce de manera natural ante ciertos estímulos[4]. Son las encargadas de la comunicación entre las neuronas y sirven como analgésico ante el dolor, y a la vez como estimulante de los centros de placer del cerebro y del sistema nervioso central, actuando como antiestresante y antidepresivo. Y aquí viene lo interesante: esas hormonas se activan en determinadas circunstancias.
Una de las mayores lacras de la sociedad que asolan al ser humano son las drogas. Pero ahora que los avances en la medicina nos permiten analizar el interior de nuestro organismo, podemos maravillarnos de lo que Dios creó, y cómo insertó en nosotros la capacidad de experimentar un disfrute sano sin necesidad de atentar contra nuestra salud. Lo curioso es que estas hormonas se multiplican cada vez que se estimulan, por lo que a su vez fortalecen el sistema inmunitario ante los virus y bacterias. Un cuerpo cuyas endorfinas estén en continuo movimiento estará mucho mejor preparado para defenderse ante una posible enfermedad.
¿Y cuáles son las actividades saludables y placenteras que provocan la actividad de estas hormonas naturales que el Creador puso en nosotros?

- El ejercicio. Aquí entra todo aquello que requiera algún esfuerzo físico, como correr, nadar, montar en bicicleta, una buena caminata al aire libre o simplemente la práctica de cualquiera de esos juegos callejeros con que disfrutábamos en nuestra infancia. En definitiva, todo aquello que requiera que nuestro cuerpo se movilice, que el corazón trabaje y los pulmones se ensanchen. Eso sí, ten claro que mientras más tomes el deporte como un juego —lo que verdaderamente es—, mayor será el disfrute por tu parte.

- La risa, fuente principal para la fabricación de endorfinas. Esto explica que el dolor físico disminuya con el buen humor. Son conocidos los casos en que personas aquejadas de enfermedades terminales y dolorosas experimentan un efecto analgésico tras el visionado de películas de humor. Está comprobado que, tras la fase de las carcajadas, los músculos se relajan profundamente y disminuye la tensión sanguínea. Algunos dirán que en ningún lugar del Nuevo Testamento encontramos a Jesús reírse, ya que no tenía motivos para ello. Y es cierto. Pero el hecho de que no se nos narren esas escenas no significa que un Dios de gozo no manifestara su alegría de diversas maneras. No me imagino al Señor serio y compungido cuando tenía entre sus brazos a los niños que se acercaron a Él. Creo que les regaló la mejor de sus sonrisas y probablemente rió con ellos junto a otras de sus amistades. 

- La música. En este caso no me refiero a esa clase de música soez llena de sensualidad provocativa y que despierta las pasiones más bajas, sino a melodías que tocan los sentimientos y las emociones. Por citar un ejemplo, la Sinfonía nº 7 (II Allegretto) de Ludwig van Beethoven, usada magistralmente en la escena cumbre de la película El discurso del Rey.

- Los cinco sentidos: la vista, el olfato, el tacto, el gusto y el oído, que son los medios externos por los cuales llegan las sensaciones físicas a nuestro interior.

a) El tacto: Podemos incluir los masajes corporales ofrecidos por profesionales, los abrazos, las caricias, un baño de agua caliente, un paseo descalzo por la playa o por la hierba húmeda, etc.

b) La vista: La contemplación de la naturaleza, como las estrellas, la luna, los montes y todo aquello que puedas imaginar. Proporciona un verdadero deleite.

c) El oído: El sonido del mar, un suave susurro, la música rítmica, etc.

d) El gusto: El paladar puede captar gran variedad de sabores mientras nos alimentamos, gracias a los receptores que hay en la lengua. Que Jesús pasara hambre en determinados momentos no significa que renunciara a comer los alimentos que Él mismo había creado. Y cuando se come se disfruta. Creer que el Señor no se deleitaba con esos manjares es totalmente absurdo, propio de los serios legalistas que le amargan a uno hasta un dulce.

e) El olfato: Las neuronas olfativas del receptor en la nariz, por lo que un buen perfume, colonia o incluso el olor a césped recién cortado resultan muy agradables.

El problema para aquellos que no conocen al Señor es que buscan llenar su ser con todo esto. Incluso muchos cristianos cometen el mismo error. De ahí viene la ociosidad en la que vive instalada esta sociedad. Todo esta alegría en sí es sana, y para el creyente equilibrado todavía más. Pero como dijo Jesús, la vida es mucho más que el alimento (cf. Lc. 12:23). Y quien dice a su alma “repósate, come, bebe, regocíjate” sin tener a Dios en su vida es un necio (cf. Lc. 12:19-20). Así que hagamos buen uso de esta herramienta que el Creador nos regaló

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8.2. ¡Vive! La réplica a la sociedad.



[1] Dávila, Zoricelis. Felizmente solteros. Casa Bautista de publicaciones.
[2] Aclaro que este apartado lo escribí para mi libro “Mentiras que creemos” y forma parte del mismo. Como una parte encaja como anillo al dedo al tema que estamos tratando, lo reproduzco aquí en parte con pequeñas variaciones.
[3] Palabra que viene de endo-morfinas, por un lado endógeno, es decir, que se produce en el interior del cuerpo, y por otro de morfina, un opiáceo que se utiliza para calmar el dolor.
[4] No confundirla con la adrenalina. Cuando un animal o persona se siente amenazada (o practica algún deporte de riesgo), su cerebro envía un impulso nervioso para que esta hormona, llamada adrenalina, sea secretada e inyectada en el torrente sanguíneo, permitiéndole reaccionar instantáneamente ante el peligro. Nos prepara para luchar o huir. Bioquímicamente, el cuerpo se pone al máximo de sus posibilidades, proporcionando una fuerza y energía fuera de lo común.

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