martes, 10 de marzo de 2015

1.1. Lo que le duele a los solteros: Sus pensamientos y sentimientos



Venimos de aquí: “Introducción”:

Hay épocas en tu vida en que lo llevas mejor. Apenas piensas en ello. Vives caminando un día tras otro y nada parece afectarte. Sin embargo, cada cierto tiempo, llegan esas largas noches cuyos segundos y minutos se convierten en eternas horas. Momentos en los que eres incapaz de dormir y te cuesta razonar con objetividad. Te desanimas. Te hundes. Por momentos, sientes que tu vida no tiene sentido. Nada tiene propósito. Te inundas de dudas. Y comienzas a buscar explicaciones, interrogando al mismo cielo: “¿Por qué, por qué, por qué? ¿Alguna vez tendré una compañera de viaje? ¿Será sólo un sueño reservado para algunos privilegiados? ¿Podré sentir algún día ese cosquilleo que se presupone al tomar a alguien de la mano? ¿Qué se siente al besar a quien amas? ¿Acaso no valgo lo suficiente? ¿Es que no soy digno ni relevante? ¿Es que no reúno los requisitos necesarios? ¿Es que no tengo las cualidades que las personas del sexo opuesto buscan en un compañero sentimental? ¿Es que ni lo mejor de mí es capaz de lograr que alguien quiera estar conmigo? ¿He hecho algo tan malo en mi vida que no merezco una pareja? ¿Habrá algún defecto en mí, lo suficientemente llamativo, interno o externo, que nadie me cuenta y que no logro ver, que provoca algún tipo de rechazo? ¿Por que siempre me quieren como amigo pero nada más? ¿Buscan algo que nunca hayan en mí? ¿Qué tienen los demás que yo no poseo? ¿Nadie se siente complementado conmigo? ¿No existe la persona en este planeta a quien poder expresarle ese tipo de cariño que se reserva para la especial? ¿Por qué tengo la sensación de ser invisible en tantas ocasiones, e incluso de no existir? ¿Es esta la voluntad de Dios para mi vida? ¿Acaso no dijeron Jesús y Pablo en persona que no todo el mundo estaba preparado para permanecer soltero? (cf. Mateo 19:10-12; 1 Corintios 7). Estas y otras muchas preguntas son las que se hacen en su foro interno infinidad de solteros, aunque casi nunca las expresan abiertamente. Callan porque saben que, si hablan, terminarán sintiéndose aún peor; aparte de que no les gusta ser el centro de la conversación y que otros les  analicen o planteen teorías del porqué de su solteria, por muy amigos que sean.
En definitiva, decenas de interrogantes que asaltan sin descanso en la mente y que no terminan de encontrar respuestas en el corazón.
Infinidad de personas darían todo su dinero y sus posesiones materiales por escuchar como alguien les susurra suavemente a lo más profundo del corazón: “Te quiero”. Es muy conocida la escena de la película Notting Hill, en la cual Julia Roberts le dice a Hught Grant mientras llora: “Sólo quiero un hombre que me quiera”. Recuerdo exactamente las mismas palabras en medio de una conversación a la que asistí como espectador improvisado, donde una mujer le decía a otra con la voz totalmente rota: “Sólo quiero un hombre que me quiera. Sólo eso. Si quiere que le haga de comer, lo haré. Si quiere que le planche, lo haré... Pero que me quiera”. Tales palabras muestran tal grado de desesperación que recuerdan a la cita de proverbios: La esperanza que se demora es tormento del corazón” (Proverbios 13:12a). Hombres y mujeres se visten con sus mejores galas; se muestran simpatic@s y alegres, atent@s y tiern@s, mantienen una buena conversación donde hablan y no se limitan a escuchar, exponiéndose con valentía tal y como son, tanto sus alegrías como tristezas, desnudando sus almas... Verdaderos hij@s de Dios. Pero no logran que los ojos de nadie se pose sobre los suyos.

Silencio: Tabú
El tema en general de la soltería es considerado por los propios solteros como tabú. Es la manera que tienen de taparlo bajo la alfombra. Nos da vergüenza muchas veces tratarlo abiertamente. Incluso conforme avanzan los años, y con ello nuestra edad, surge el miedo al qué pensarán o dirán de nosotros. Solemos evitar hablar al respecto, porque como lo hagamos demasiado corremos el riesgo de que el corazón se vaya agrietando, surgiendo las lágrimas y el llanto quebrantado. Así que esa parte de nuestra intimidad la cerramos con cien candados que terminan por oxidarse. Solamente le prestamos las llaves, muy de vez en cuando, ante alguien de plena confianza en la misma situación, algún amigo íntimo o un matrimonio con el que tenemos compañerismo. No tanto para que buscar una solución, como si tus sentimientos fueran una enfermedad terminal cuya vacuna haya que descubrir, sino para desahogarse en ciertos momentos antes de que la olla a presión que hierve en nuestro interior explote por la presión.
Ante la pregunta: ¿Cuándo te vas a echar novia? (junto a “¿cómo te llamas?”, la interrogante que más veces me han hecho en la vida), solemos responder con alguna evasiva o con algún tipo de comentario irónico y humorístico, según se nos ocurre sobre la marcha. Es un mecanismo de defensa por el miedo “al qué dirán”. ¿Por qué? ¿Es que acaso se ofenden los solteros ante la curiosidad de otros?:

- No, cuando la persona que interroga muestra un interés genuino y lo formula en un ambiente de respeto e intimidad, nunca en público ni ante un grupo de “espectadores” (no somos un “programa rosa”), ya que es algo demasiado personal como para abrir el corazón sin más.
- Sí, cuando no se plantea en el tono y en las formas adecuadas, con un interés morboso, para gastar alguna broma o se hace con risas más o menos disimuladas.

Tras aprender de la experiencia y “pecar” en demasiadas ocasiones de ingenuidad, la inmensa mayoría de los solteros únicamente respondemos a esta pregunta si se cumplen ciertas condiciones, aparte de las ya citadas:

1.     Si confiamos plenamente en el otro.
2.     Si sabemos que el oyente tiene desarrollado el sentido de la empatía.
3.     Si tenemos la seguridad de que guardará para sí la respuesta.
4.     Si tenemos la certidumbre de que no nos juzgará ni nos “sermoneará”.
5.     Si es parte directa de nuestra vida y está realmente involucrado con nosotros.

Personalmente, añado un requisito más: pasar mucho tiempo de seguido con la otra persona. De lo contrario, en ese aspecto concreto de mi vida, me siento emocionalmente desconectado del interesado y no tengo deseos de abrir esa parte de mi ser.

La tristeza del deseo no satisfecho
En cada uno de nosotros existe el deseo casi primario de “amar” a una mujer o a un hombre, dependiendo de nuestro sexo. Es un reflejo de la naturaleza misma de Dios, quien “es amor” (1 Juan 4:8). Casi con total seguridad (y más si estás leyendo estas líneas), existe en tu corazón el deseo de pertenecer a otro, de compartir tu vida y tu ser con alguien más. Está impreso en el corazón de todo hombre y mujer. Posiblemente ese sueño existe en lo más profundo de tu alma. Un deseo que ni siquiera un buen día te propusiste tener. Sencillamente, en algún momento del camino, casi en la preadolescencia, surgió en ti y nunca se volvió a marchar. Y cada día que transcurre va a más. Parece incontrolable. Te arde el pecho por dentro. A veces controla tu mente. En otras parece dominar tu voluntad. Hipnotiza tus sentidos. Te hace suyo. Un deseo tan noble que no entiendes las razones por las cuales no lo has alcanzado, y aún lo comprendes menos cuando otros sí lo lograron. Pero a ti, hasta el día de hoy, se te ha resistido. Y, aunque conlleva una serie de problemas, aceptas que debe ser maravilloso porque crees en las palabras de Pablo: “El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:8). Sabes que todo lo cambia y lo revoluciona. Y no entiende de edades, tengas la que tengas. En definitiva, los seres humanos viven buscando el amor de una pareja y son capaces de morir por la persona amada.   
Todo esto nos hace especialmente vulnerables. De ahí que sea habitual sentirse desdichado o lleno de sentimientos negativos en ciertos días muy señalados y ante distintas circunstancias. Muchos no lo expresan abiertamente y lloran en lo oculto de su corazón, cuando el sol se esconde y las luces se apagan.

Situaciones cotidianas
Pongamos unos cuantos ejemplos que te resultarán familiares, quizá demasiado. Lo narraré con cierta ironía y humor; pero créeme, lo aquí descrito es totalmente verídico, y tú mismo podrías confirmarlo con tus propias historias. Veamos...
Estás charlando con varios amigos apartado del resto del mundo. De repente, como por arte de magia, llega un murmullo a tus oídos. Como un susurro a diez metros, casi inaudible, alguien se acerca a ti y te pregunta:   

- “¿Te has enterado?”.
- “No, ¿qué ha pasado?”.
- “María y Juan están saliendo juntos” (y si no lo sabes, lo sabrás en las próximas semanas cuando veas sus 15 millones de fotos y selfies en las redes sociales, todas ellas muy “originales” y “espontáneas”: con la boca abierta, desayunando, almorzando y cenando, paseando por el supermercado, tomando un helado o palomitas, poniendo morritos, peinados, despeinados, con sonrisas enseñando todos y cada uno de los incisivos, con miradas profundas dirigidas al infinito, ante una puesta de sol, en la playa, en el campo, en un parque de atracciones, en el desierto y en la Luna si es posible).
- “¡Ah, qué bien! Me alegro por ellos”. ¡La respuesta más falsa que has dado en tu vida! Sientes que te rechinan los dientes, mientras concentras todo el poder de tu voluntad en mostrar una sonrisa. Mientras tanto, tratas de arrancar de tu corazón ese puñal que sientes que se ha clavado profundamente.

Posiblemente te alegres de verdad por ellos, pero no por ti. Salvo casos donde deseabas que esas dos personas acabaran juntas, no te causa ninguna satisfacción personal la noticia que acabas de oír. ¿Envidia? ¿Celos? ¿Egoísmo? No, nada de esto. Llámalo mejor por su verdadero nombre: Tristeza. De nuevo contemplas como las vidas emocionales de los que te rodean se llenan de felicidad y tú sigues como siempre, sin poder satisfacer los deseos de tu corazón.
Así trascurren los años, impasiblemente y sin piedad de ti. Un buen día, uno de tus mejores amigos se acerca. Conoces esa mirada y ese brillo especial en sus pupilas dilatadas. Aunque no seas profeta ni adivino, sabes perfectamente qué viene a contarte: “Me he enamorado. Dime, ¿qué hago? Aconséjame”. Mientras lo haces gustosamente y con cariño, ahora sientes que una manada de búfalos pasa por encima de ti, convirtiéndote en un personaje de dibujos animados aplastado sobre el asfalto. Pero claro, tú sigues sonriendo; eso nunca falta. Dicen que hay que guardar la compostura y, como eres un chico al que han educado aceptablemente bien, te muestras firme, como si nada hubiera ocurrido en tu interior ni te sintieras un andrajoso.
Esa misma semana, te reúnes con el resto de la congregación. Quien preside el culto anuncia desde el púlpito una cena para matrimonios. No sabes si sacar bandera blanca ante tal bombardeo o si hacer la ola como si estuvieras en un campo de fútbol. Te invade el sentimiento de exclusión. Alguien te dice irónicamente: “Ya sabes lo que tienes que hacer para venir: Búscate una novia”. Ante esa situación barajas varias opciones de suicidio: puesto que los ventiladores están funcionando a toda velocidad, piensas que bastaría con meter la cabeza. Pero desistes al temer quedar malherido y no lograr tu propósito de pasar a mejor vida.
Comienza la predicación. Tenemos pastor invitado. Abre su Biblia y comienza a leer, acentuando cada palabra como jamás oíste a nadie hacerlo. ¿Qué texto repite en varias ocasiones?: Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán” (Eclesiastés 4:9-12). ¡Madre mía, qué frío voy a pasar! ¡Y la de tiempo que voy a pasar en el suelo! El pasaje nos atraviesa el corazón, literalmente hablando. Y para concluir, cita varios pasajes del Cantar de los Cantares. Mientras tanto, piensas en tu mente: “Por favor, ¿alguien tiene una pistola que prestarme?”.
Termina la reunión y llega la hora de marcharse. Una pareja te pide el favor de acercarlos a su casa en tu coche. A tu lado, en el asiento del conductor, nadie (eso, o es invisible). La parejita va sentada en los asientos traseros. Todo aparente normal. Pero, como buen conductor, miras en el espejo retrovisor para vigilar el tráfico. ¿Qué imagen se refleja? ¿Un coche? ¿Una moto? ¿Quizá un hombre corriendo más rápido que un tren? ¡No! Como una estampa navideña, contemplas a dos tortolitos besándose tiernamente. Tu imaginación se dispara hasta el infinito: “Si tuviera ese revolver que pedí... ya verías como no iban a ser tan cariñosos delante de mí...”. Una vez se bajan, te dan las gracias y marchas para tu casa contemplando esas hermosas estrellas que llenan el firmamento... mientras sientes como una pequeña úlcera comienza a crecer en tu estómago. Para rematar, enciendes la radio y todas las canciones que suenan son de amor, amor y más amor. La apagas de tres puñetazos.
Llegas a tu casa y enciendes las luces: “¿Cariño, estás despierta? No me has dado un beso de buenas noches”. Sólo escuchas el eco de tus palabras mientras te diriges a la despensa a por una docena de pasteles de chocolate. En ese instante, tu dedo anular comienza a temblar. ¿Por qué será? Te asustas. Gritas. ¿Y mi anillo? ¡Lo he perdido! ¡Noooo puede ser! Ahora lo recuerdo: ¿Cómo voy a tener anillo si no estoy casado? Finalmente te acuestas. Mañana será otro día...
Te despiertas unas 6 horas después de que el sol haya aparecido por el horizonte. Sientes como si un silbato retumbara en tu cerebro. Parece ser un día especial, pero no recuerdas el motivo. Hasta que tu mente te dice amablemente: “¡Amigo, es 14 de Febrero, día de San Valentín!”. No sabes si seguir durmiendo dos semanas más o practicarte a ti mismo una lobotomía. Dichoso santo...
Viernes noche, momento de ir al cine. Te aconsejan una película. Dicen que es como te suele gustar: mucha guerra y algo de amor, “El diario de Noah”. ¡Te engañan por completo! ¿Guerra?: Sí, 53 segundos. ¿Amor?: 7 horas y media, o así te lo parece.
Lunes por la tarde. Como alguien que lleva jugando al fútbol desde que tienes brazos y piernas, te dispones a jugar un buen partido. Allí ves que las novias de tus amigos los animan y corean sus nombres. En una jugada, te coses el balón al pie y regateas a medio equipo contrario como si fueras la reencarnación de Maradona. En el último instante, decides pasársela a tu compañero que sólo tiene que poner la uña del pie a medio centímetro de la portería para marcar el gol. ¿A quién abruman con besos y piropos? ¿A ti? ¡Por favor, no me hagas reír! 
Por último, para despedir el verano, te vas de camping. ¿Cuál es la escena que contemplan tus ojos? Parejas preparándose una deliciosa paella que resucitaría a un muerto, mientras tú comes un triste bocadillo de jamón y queso con tu otro amigo soltero...
Y así, semana tras semana, la historia de nunca acabar...

Un poquito de seriedad
Lo que he narrado parece sacado de una comedia de la Pantera Rosa. El problema es que describe los pensamientos locos y los sentimientos dolorosos que embargan a muchos solteros. Así que ahora toca ponerse un poquito más serios. Comenzaré con una carta donde una mujer viene a reflejar el punto culmen de todo lo que he expresado:

“Yo solía preguntarme: ¿Qué hay de malo conmigo? Pero ahora me pregunto si acaso hay algo de bueno. Le rogué a Dios que quitara de mí el ardiente deseo de casarme, si es que no es su plan para mi vida, pero no lo ha hecho. Nunca he admitido esto porque me siento avergonzada, pero he dejado de asistir a bodas. La envidia que siento me domina. La última boda a la que asistí, resultó ser una experiencia abrumadora. Todo estuvo bien hasta que al final el pastor dijo: Y ahora puedes besar a tu esposa. El novio levantó el velo, y todos esperaban que procedieran a darse un rápido beso, pero no lo hicieron. Al contrario, él tomó cuidadosamente el rostro de ella entre sus manos, y permanecieron de pie largos segundos mirándose profundamente a los ojos. Yo casi podía escuchar la comunicación secreta entre ambos. Entonces sonrieron y se besaron, larga y profundamente. Entonces perdí el control. Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, y comencé a sollozar en silencio. El nudo que había en mi garganta era tan grande que en la recepción sólo pude dejar escapar algunas palabras entrecortadas como saludo a la novia. Nadie sospechó que estaba celosa; todos pensaron que mi comportamiento era muy sentimental. Pero ella sí lo sabía. Mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas, ella me miró compasivamente y me abrazó fuertemente. Me marché de la recepción antes de que concluyera. Cuando llegué a mi casa, me eché a llorar sobre la cama. ¿Cuándo llegará mi turno, Señor?”[1].

Como describe esta señorita, hay acontecimientos que suelen ser un trago amargo para los solteros adultos que desean casarse: las bodas de amigos y familiares, sus aniversarios, el nacimiento y cumpleaños de sus hijos, etc. Para ellos es como un funeral. Sienten que les arrancan el corazón mientras se quedan completamente bloqueados y llenos de sentimientos de fracaso. Días que deberían ser de felicidad, pero que no son capaces de disfrutarlos en toda su dimensión, especialmente los enlaces matrimoniales. Ahí todo son besos, risas, abrazos, promesas de amor eterno y congratulaciones. Este sentimiento de incomodidad provoca que, de la manera más educada posible, rechacen estas invitaciones, u otras actividades a los que sólo van a asistir matrimonios o parejas. Y también suele ser la razón de que algunos eviten tomar en sus brazos a bebés o niños pequeños.
Para ellos es duro no tener por delante un proyecto sentimental. Les afecta ver la mirada llena de complicidad de sus amigos casados. Saben que Dios los ama pero, como seres humanos que son, desean amar y ser amados por alguien del sexo opuesto. También les resulta muy dificil desear un hijo y no tenerlo, mientras sus amigos ya tienen varios. Emocionalmente se sienten desbordados y se emocionan solo con pensar en una “pedida de mano”, “una boda celebrada en la playa”, “irse de vacaciones con su pareja” o “despertarse el día de reyes para ver la cara de alegría de sus hijos”.
Casi todos los solteros pasan por este tipo de emociones enfrentadas. El simple hecho de estar enfermo o emocionalmente desanimado y no tener una compañera sentimental a tu lado que se preocupe directamente por ti, ya provoca que esos sentimientos se manifiesten en el corazón.
Recuerdo una pequeña historia. Allá por el año 2000 –ha llovido desde entonces, mientras mantenía una charla con un amigo, contemplé una escena sumamente hermosa. Su novia, que se encontraba a su lado, le miraba disimuladamente con ojos de profundo amor. Él no era consciente de lo que estaba sucediendo ya que me estaba mirando a mí. Aquello me impactó. Guardé silencio. Pero pasaron unos días y los llevé aparte: “Me da mucha vergüenza deciros esto, pero si no lo hago reviento”. Les conté lo que observé. Ella me preguntó sorprendida si de verdad me había dado cuenta. Afirmé con la cabeza. Se abrazaron entre ellos, luego me miraron a mí y me abrazaron los dos al mismo tiempo. Fue un momento muy especial. Y añadí: “El día que tenga novia, quiero que me mire de esa manera”. Él me dijo: “Algún día alguien te mirará así”. ¡Siento decir que no fueron palabras proféticas!
Son muchos los que esperan esa clase de mirada. En este caso concreto, hacemos mentalmente un simple cálculo matemático: A más bodas, menos solteros de edades compatibles con la nuestra; a menos solteros, menos personas disponibles. Es decir, que las probabilidades se reducen considerablemente según pasan los años. Si entre los inconversos ya de por sí es problemático, las expectativas entre “conversos” aun se reducen más, ya que somos minoría en el mundo, y especialmente en muchos países como España. Vista esta estadística, los solteros de más de treinta años luchan contra un pensamiento: creen que si alguien se fija en ellos es porque no hay más donde elegir, y no porque crean que los consideren especiales.

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* Prosigue en:
1. LO QUE LE DUELE A LOS SOLTEROS (2ª parte)


[1] Harris, Joshua. El y Ella. Unilit.

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