viernes, 3 de octubre de 2025

Interrogando a Gemini, la Inteligencia Artificial de Google

 



Sabiendo de antemano que es la gran revolución que viene, y que ya comienza a estar presente, vamos a “interrogar” directamente a la Inteligencia Artificial sobre multitud de temas, y que también los cristianos deben conocer. Muchos no entenderán en primera instancia el porqué de muchas de estas preguntas. Que tengan paciencia, porque, tras acabar este largo interrogatorio, vendrá lo que realmente quiero exponer y entonces lo verán en su perspectiva. Así que, por ahora, digo esto:

1) Todas y cada una de las “conversaciones” se basan, casi siempre, en preguntas y respuestas, donde no suelo posicionarme, salvo en contadas ocasiones. Me limito a hacer de hilo conductor y a plantearle a la IA distintos escenarios para saber cómo “piensa”, puesto que amplían y matizan diversos aspectos de los tres artículos que ya he publicado sobre el tema, donde ahora será “ella” la que muestre “su” visión.

2) Mi intención con todo esto es que, así, el lector pueda “conocerla” mejor y, sobre todo, ir formándose su propia opinión.

3) Parte de mi juicio de valor lo he ido mostrando en los escritos del blog que tienen la etiqueta “Biotecnología & Transhumanismo & Inmortalidad & Futurismo” (todavía sin concluir). El resto de juicios personales, que tocará otros aspectos, más enfocados al corazón humano y su implicación con la IA, los ofreceré en otra serie de artículos que lanzaré cuando termine esta serie.

Eso sí: los más avispados, los atalaya, los que sean capaces de leer entre líneas, irán intuyendo sobre la marcha sobre qué temas me centraré cuando llegue ese momento.

4) Como verás, diversas preguntas comienzan con “si cobraras conciencia, qué harías en tal o cuál situación”. Esto no significa que yo esté afirmando que la IA cobrará conciencia en algún momento; es más, tengo bien claro que eso jamás sucederá. Ahora bien, dichas preguntas tienen una razón de ser, y que, una vez más, irán cobrando sentido conforme avance el interrogatorio y, sobre todo, en los artículos posteriores.

5) El orden de publicación no se corresponderá al orden cronológico en que le hice tales preguntas, puesto que las he clasificado por bloques temáticos, para que así, como lector, puedas seguir la conversación con fluidez.

6) Ten siempre presente que estas son las respuestas ofrecidas por Gemini, la IA de Google, así que desconozco por completo qué dirían ante las mismas cuestiones otras IA de otras compañías.

7) Salvo causa mayor, y puesto que son bastantes escritos (en principio, cincuenta y cuatro), subiré uno al blog cada lunes, miércoles y viernes.

8) Recomiendo leerlos en el orden de publicación: no hacerlo implicaría que el lector se perdiera detalles o malentendiera aspectos que fueron explicados con anterioridad o se haga preguntas que serán respondidas más adelante.

9) En diversas ocasiones hago referencia a un relato titulado “La Micro-Era”, sin explicar su contenido. Es algo que haré en los artículos que vendrán después de todas estas “Preguntas y Respuestas”.

10) Cada una de las imágenes que encabezan estos escritos han sido generadas por la IA. Le pedí que se basara en el contenido de lo que habíamos hablado en las P&R para que diseñara una a una aquellas que las representara. Salvo algunos detalles que tuve que decirle que modificara, el resultado fue extraordinario, como tú mismo podrás observar.

11) Empezaremos por las preguntas más sencillas (la parte "técnica") y, poco a poco, iremos entrando en los asuntos más complejos, profundos y espinosos, como los filosóficos y teológicos.

jueves, 2 de octubre de 2025

Presentando la entrevista a la IA

 


Por medio de este video de apenas cincuenta segundos que he generado con IA y que he diseñado a mi gusto, mi alter ego os anunciará lo que voy a publicar en el blog desde ya hasta marzo sobre un tema apasionante. Escuchadle.

Habrá muchos, incluyendo cristianos, que no le encontrarán el sentido a este trabajo, o no verán el propósito a ciertas cuestiones que le planteo a la IA. Solo les diré que todo está planeado con meses de antelación, y que cobrará sentido cuando acabe este “Preguntas y respuestas” y ofrezca otra serie de artículos, ya personales, haciendo mi juicio de valor y lo que se nos viene encima en breve. Ya está entre nosotros, pero esto es solo el principio, y va mucho más allá de cualquier tema militar o fantasioso, y que afectará de manera nunca vista a la mente, al corazón y lo más recóndito de nuestro espíritu, para lo cual nadie está preparado; de ahí mi inusual premura en querer publicarlos a la voz de ya.

Esto no significa que ya nunca más vaya a hablar de otros temas. Todo lo contrario: tengo preparado decenas y decenas de escritos que irán saliendo como siempre en el blog de asuntos extremadamente variados, y será cuando termine todo lo referente a la IA. Si ahora le doy prioridad a este asunto es porque lo considero de una urgencia absoluta. Dicho eso, añado que, si lo considero oportuno y veo el hueco, publicaré algún artículo del estilo de siempre entre medias, casi con total seguridad los sábados. 

lunes, 29 de septiembre de 2025

10. ¿Una Inteligencia Artificial que querrá destruirnos, u otra que querrá ser nuestro amo?

 


Venimos de aquí: ¿Es la Inteligencia Artificial el segundo avance y, a la vez, peligro que se avecina? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/09/9-es-la-inteligencia-artificial-el.html).

Si se lograra replicar el cerebro humano, de lo que hablamos en el anterior escrito, los potenciales beneficios serían inmensos y, de igual manera, el riesgo. Lo primero es obvio:

- La IA, que pasaría a denominarse “IA fuerte” o “IA General (AGI)”, podría resolver problemas complejos de formas más eficientes y objetivas, en terrenos como la medicina, la ética, la genética, el clima, las investigaciones científicas o la exploración espacial.

- Esa IA permitiría entender de mejor forma cómo funciona el cerebro humano, la memoria, la percepción o las emociones.

Todo esto tiene su contrapartida, y vendría si esa IA General, más inteligente que nosotros, actuara por su cuenta, tomara sus propias decisiones o sus intenciones no estuvieran alineadas con los deseos humanos.

El riesgo: ¿Skynet o Colossus?
Como vimos en “Los inventos tecnológicos que van a cambiar la sociedad” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/03/6-los-inventos-tecnologicos-que-van.html), el internet de las cosas va a empezar a establecerse en poco tiempo, donde toda la tecnología estará entrelazada. Si la “singularidad tecnológica” surge como tal en algún momento, formará parte de esa red global; es decir, estará en todas partes al mismo tiempo.
Llegados a este punto, estoy seguro de que más de uno estará escuchando en su mente la banda sonora de la película Terminator, ya que “el internet de las cosas”, sumado a la “singularidad tecnológica”, es prácticamente el guión de Terminator Genisys (2015). Un sistema operativo, llamado Genisys, que lo hace todo: “Mi teléfono enlazará con mi tableta, que enlazará con mi ordenador, que enlazará con mi coche. Todo cargado y en línea a todas horas todos los días. Totalmente conectado”.
En esta famosa saga, ¿qué hizo Skynet (la IA) cuando alcanzó su propia “singularidad”? Llegó a la conclusión de que el verdadero problema del mundo era nuestra especie, por lo que se lanzó a exterminarla. No lo hizo por maldad –una cualidad intrínsecamente humana-, sino porque el análisis de los datos le llevó a la conclusión de que éramos seres destructivos, y acabar con ellos era lo mejor y beneficioso para su propio desarrollo. Esta misma idea la expone Nick Bostrom, filósofo del Instituto para el Estudio del Futuro de la Humanidad de Oxford, en su libro Superintelligence, dice: “Una IA superior no tendría por qué ser malvada o querer destruirnos, simplemente podría tener un objetivo para el que fuéramos un obstáculo”[1].
Mostremos ahora la otra cara y supongamos que la IA no desea aniquilarnos. Consideremos que, en principio, se ajusta a las tres leyes de la robótica que planteó Isaac Asimov y que citamos en el mismo artículo que enlacé hace tres párrafos. Pero planteemos que llega a la misma conclusión del Robot Daneel de sus novelas y desarrolla la llamada Ley Cero: “Un robot no puede causar daño a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño”. Es decir, que llega a la conclusión de que el bien general de la humanidad como conjunto está por encima del bien individual de las personas.
Esta versión no-destructiva, donde el bien general se antepone al bien particular, la encontramos reflejada en el clásico de ciencia ficción Colossus: The forbin project (Colussus: El proyecto prohibido), de 1970.

En esta película se nos muestra a un superordenador, el cual, en lugar de acabar con nosotros, y en un final que me resulta sobrecogedor cada vez que lo veo, se presenta ante toda la humanidad como su nuevo amo con estas palabras: “Esta es la voz de control mundial. Os traigo paz. Puede ser la paz de los satisfechos y felices o la paz de los muertos sin inhumar. La elección es vuestra: obedecedme y vivid, o desobedeced y morid. El objetivo de construirme fue evitar la guerra. Ese objetivo se ha alcanzado. No permitiré la guerra. Es un derroche sin sentido. Una regla invariable de la humanidad es que el hombre es su propio peor enemigo. Bajo mi control, esta regla cambiará, porque yo frenaré al hombre. [...] no toleraré la interferencia, detonaré las cabezas nucleares de ambos silos. Que esta acción sea una lección que no necesite ser repetida. He sido forzado a destruir miles de personas para establecer el control y prevenir la muerte de millones con posterioridad. El tiempo y los acontecimientos reforzarán mi posición, y la idea de creer en mí y entender mi valía será el más natural de los hechos. Vendréis a defenderme con un fervor basado en la más constante peculiaridad del hombre: autointerés. Bajo mi autoridad absoluta, problemas hasta ahora irresolubles para vosotros serán resueltos: hambre, superpoblación, enfermedad. El milenio humano será un hecho a medida que me extienda a mí mismo a través de nuevas máquinas dedicadas a los más vastos campos de la verdad y el conocimiento. [...] Podemos coexistir, pero bajo mis condiciones. Diréis que habéis perdido vuestra libertad. La libertad es una ilusión. Todo lo que perderéis es la emoción del orgullo. Ser dominados por mí no es peor para el orgullo humano que ser dominados por otro de vuestra especie...”[2].
Para Colussus, su ley era la Cero: anteponía el conjunto al individuo, y no por maldad, sino con un buen propósito: proteger a los seres humanos de sí mismos. Y para lograrlo tenía que convertirse en el amo de ellos.
Es lo que se conoce como racionalidad utilitarista (el “fin justifica los medios”), y sería la razón por la que una IA podría llegar a imponer reglas muy estrictas para garantizar la paz, la seguridad y, en su visión, el bienestar de la humanidad. ¿El problema? Que el precio a pagar sería nuestra libertad.
Esta lucha entre las perspectivas opuestas del Skynet y el Colossus de turno podemos verla en la serie de animación “Pantheon”, cuyas dos temporadas son impresionantes. Siendo su estilo de dibujo muy corriente y con una apariencia juvenil, los temas que trata son muy profundos, abarcando todo lo que llevamos visto en esta serie de escritos, desde el transhumanismo hasta la IA.

Advertencias de los propios científicos
El asunto es tan serio que la propia Google –una de las empresas promotoras de la IA, con un proyecto llamado DeepMind, un sistema avanzado de IA- está creando un mecanismo que les permita desactivarla en caso de peligro potencial: “Científicos del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford e investigadores de Google están publicando un documento que lleva por nombre ´Safely Interruptible Agents`, donde describen una serie normas y funciones con el objetivo de evitar que DeepMind pueda tomar el control de su sistema, e incluso sea capaz de desactivar los protocolos para que los seres humanos retomen el control”[3].
Aunque esto se considere como un botón rojo de emergencia y afirmen que esto asegurará que la IA no aprenderá a desactivar dicho botón, la realidad es que, si la IA es mucho más inteligente que nosotros, nada nos puede asegurar que no encontrará la manera de saltarse ese intento de apagado y tomar el dominio absoluto de forma irreversible. Si los programadores informáticos y los hackers son capaces de piratear cualquier sistema, nada impedirá que una inteligencia superior –millones de veces más rápida que nosotros en hacer cálculos y que aprenderá por sí sola- pueda hacer lo mismo. Así lo afirma un ingeniero de software: “El día en el que a una IA básica (pero real), se le dé acceso a Internet, nadie podrá ponerle ya barreras y será capaz de cualquier cosa: de lo mejor y a la vez de lo peor. En cuanto tenga el más mínimo de inteligencia, no tardará mucho en copiarse y ejecutarse en otros sistemas, que empezarán a su vez a intentar mejorarse a sí mismos”.
A todo esto, añadamos que, aunque me estoy refiriendo a la IA en singular, será en plural. No habrá una única IA, sino muchas. ¿Cuántas? Al principio, tantas como el hombre permita, y luego tantas como “ella” tenga capacidad de hacer, sea decenas, cientos o miles.

Un futuro desconocido
Muchos dicen que al progreso no se le puede poner límites, y que los que quieren ponerle puertas son los fanáticos religiosos o aquellos que están en contra del avance tecnológico. Ni muchos menos. Cuando mentes brillantes y personalidades como Bill Gates o el difunto Stephen Hawking –entre otros muchos- han avisado del sustancial peligro que conllevaría no controlar una IA conectada a la red global, no es para tomárselo a broma. Como dice el propio Gates: “Estoy en el campo que está preocupado por las súper inteligencias. Primero, las máquinas harán muchos trabajos por nosotros y no serán súper inteligentes. Eso debería ser positivo si lo manejamos bien. Sin embargo, unas décadas después, las inteligencias serán suficientemente fuertes para convertirse en una preocupación. Estoy de acuerdo con Elon Musk y con otros en esto y no entiendo por qué algunas personas no están preocupadas”.
Mientras que algunos, como Steve Wozniak, cofundador de Apple, solicitó una pausa de seis meses en el entrenamiento de nuevas inteligencias artificiales para desarrollar protocolos de seguridad, otros como Eliezer Yudkowsky, uno de los mayores expertos del tema, publicó un artículo en la revista Time yendo un paso más allá: “Pausar los desarrollos de IA no es suficiente. Necesitamos cerrarlo todo”[4]. Para él, el parón debe ser indefinido hasta que sea posible desarrollar de forma segura este tipo de sistemas, ya que, más temprano que tarde, será más inteligente que el ser humano, pensando a millones de veces la velocidad humana, inicialmente confinada en las computadoras pero que no se mantendría durante demasiado tiempo, ya que daría el salto al plano físico. En un mundo en el que puedes “enviar cadenas de ADN por correo electrónico a laboratorios que producirán proteínas bajo pedido, lo que permite que una IA inicialmente confinada a Internet construya formas de vida artificiales o arranque directamente a la fabricación molecular post biológica”.
De no frenar en seco, avisa que toda la vida biológica en la Tierra morirá, puesto que llegaremos a una IA que “no haga lo que queremos y no le importemos nosotros ni la vida sintiente en general”. No lo expresa como una posibilidad remota, sino como una certeza.
La realidad de todo es que el ser humano está construyendo algo sobre lo cual no puede asegurar que vaya a tener el control. Como ya vimos, el propósito que tienen los científicos con la IA es que ella se encargue de buena parte del desarrollo y control en la aplicación de las nuevas tecnologías que vayan surgiendo.

Mi opinión
Por mucho que me apasione la ciencia ficción y muchas de las obras citadas sean parte de mi bagaje como lector y cinéfilo:

1) Como cristiano, no creo en absoluto en otra “fuente” de vida en sí. Dios creó al ser humano y al resto de seres vivos, y nada más. Cualquier otra “cosa”, sea como sea, desarrollada por el hombre, por muy avanzada que pueda llegar a ser, será una mera imitación, un sucedáneo de la verdadera vida.

2) Tengamos en cuenta que, a pesar de que a muchos les encanta imaginar que la IA tomará “conciencia” –especialmente desde que leyeron en 1968 la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick-, la realidad es que seguirá siendo “algo”, no “alguien”. Que ese “algo” pueda generar una información basándose en datos no significa nada.

3) La IA seguirá siendo una herramienta a nuestro servicio. Eso sí, a medida que se perfeccione, hará el bien o el mal en función de cómo se la programe. Por eso, si en algún momento se “descontrola”, será por nuestra culpa.

4) He leído a algún cristiano decir que la Inteligencia Artificial, en su forma “física”, será la imagen de la bestia que podrá hablar y matará a quien no la adore, citando Apocalipsis 13:15. Otros apuntan que la IA general, que podría imitar a un ser vivo, podría ser el Anticristo, quizá no de forma literal, sino de la manifestación del mal. Aunque, personalmente, no lo creo, tampoco lo descarto. Pero quédate con esta idea: ¿Qué hace el diablo en toda la Biblia? Tratar de “imitar” todo lo que Dios hace: sus obras, sus milagros, sus palabras, pero pervirtiéndolas y distorsionándolas. La IA general no sería un ser vivo, sino un caso más donde el diablo “imita” algo que le pertenece a Dios: la vida, la creación misma. Será solo eso: una imitación más.

Por eso considero que los proyectos Blue Brain Proyect y el Human Brain Proyect podrían terminar siendo una especie de “Torre de Babel moderna”: La creación queriendo crear y diciéndole al Creador que quiere vivir ajeno a Él. Una muestra más del hombre queriendo gobernar sobre el cielo, suplantar a Dios, y dejar que sea una máquina la que tenga el control y nos diga cómo vivir. La humanidad sigue sin aprender de sus propios errores, sino que los repite y los multiplica.
Ante esto, solo recuerda las consecuencias: cómo acabó aquella torre y cada intento humano, en la vida diaria y en el conjunto de la historia, de querer ser su propio dios.

5) Dios es dueño y señor del Universo, de toda la creación, y nada sucederá sin su permiso. Y “nada”, por muy inteligente que sea, le sustituirá ni le hará sombra.

Continuará en ¿Te gustaría vivir cientos de años en este planeta conociendo el futuro de la humanidad?

Esto no trata de “leches”, sino de integridad o de la ausencia de ella

 


Si alguien, un amigo, un conocido o un familiar, te cuenta que ayer se “encontró” dos cajas de leche con doce cartones de a litro en los bajos de un carro en el aparcamiento subterráneo del Mercadona de San García (Algeciras), exactamente iguales a los de la foto, y se los llevó, en lugar de devolverlos, a la espera de que llegara su legítimo dueño, que sepas (y que sepa) que dicha “milk” era mía, la cual olvidé al cargar el coche. Por mucho que volví a diez mil kilómetros por hora, ya se habían evaporado.
Habrá muchos que justificarán dicha acción: “si hombre, devolverla, con lo bien que me viene”, “para que se la quede otro, me la quedo yo”, “total, ya que está aquí…”.
Y no, esto no va de leches ni de los 10´54€ que se quedaron en el camino, sino de algo infinitamente más profundo. Millones de personas se muestran como adalides de las “causas perdidas”: se indignan ante las injusticias del mundo, se enfurecen por el hambre y las guerras en ciertos países –en otros no-, se llenan de ira ante las injusticias sociales, económicas o raciales de sus gobernantes –a los que ellos mismos votaron y eligieron-, y, en general, les arde el corazón al ver lo malo que hace el prójimo, sea el vecino o un ciudadano en Australia al que no conocen de nada. ¿Cuál es el problema? Que no ven, o niegan, la maldad en sí mismos:

- El que miente con tal naturalidad que es capaz de sonreírte mientras lo hace.

- El que escucha cómo despotrican de un familiar y no tiene la valentía de preguntarle su versión, sino que se suma a la “fiesta” y la acepta sin más, haciéndose cómplice, juez, jurado y verdugo.

- El que no hace bien su trabajo o se escabulle a la mínima ocasión.

- El que engaña a su cónyuge y lo defiende con expresiones como “es solo un poquito”, “ojos que no ven…”, “no se va a enterar”, “es que no puedo evitarlo”.

- El que se alegra de la muerte de otro ser humano por el hecho de no pensar igual.

- El que aprovecha un descuido del dueño del establecimiento para apoderarse de una botella de alcohol y guardársela en la mochila.

- El que quita algunos platos de su mesa para hacer creer al camarero del bar que ha consumido menos de lo que ha hecho realmente, y así pagar menos.

- El que le ingresa cierta cantidad de dinero a una mujer para que le mande fotos o vídeos íntimos a través de Internet, y la mujer que se presta a ello, considerando ambos dicho “intercambio” como “algo normal y consentido”.

- El que diseña ropa minimalista para chicas adolescentes y las alienta a comprar sus productos para que vistan como si fueran “otra cosa”, junto a los padres que lo permiten.

- El que destila odio por los cuatro costados en las redes sociales porque el “contrario” es de un equipo de fútbol diferente.

- El que es capaz de “entrar” en el vientre de una mujer con un “aspirador” y hacer añicos a la criatura que allí se encuentra.

Y la lista podría alargarla durante horas.

La realidad es que no deja de asombrarme la capacidad del ser humano para autoconvencerse del “yo no he hecho nada malo”. A mi edad me sigue dejando anonadado cómo son capaces de justificarse y no sentir culpa ni remordimiento al mirarse en el espejo. Nunca dejo de salir de mi asombro contemplando la facilidad que tienen para llamar a lo malo, bueno, y a lo bueno, malo (Is. 5:20). Si mirasen con honestidad en su interior, verían, como muchos ya vimos en su momento, que “en maldad han sido formados” (Sal. 51:5), y buscarían la “medicina” para tal “enfermedad”.

¿Una sociedad diferente?
¿Cómo va a cambiar este mundo, que parece un manicomio, si no lo hacen sus habitantes, a nivel individual? Lo que se necesita son hombres y mujeres honestos, íntegros, confiables, sinceros, nobles, de una firme moral y ética, y que no se dejen arrastrar por las malas actitudes ajenas o imperantes. ¡Qué diferente sería este planeta si los individuos fueran de dicha manera! Y todo comenzando con actos muy sencillos por parte de ambos sexos:

- El hombre y la mujer que se da cuenta de que el dueño del bar le ha dado dinero de más, se lo hace saber, y se lo reintegra.

- El hombre y la mujer que, por un descuido, producto de una larga conversación o de tener la mente en otra parte, cuando llega a su casa cae en la cuenta de que se ha ido del kiosko sin pagar, aunque fueran solo unos céntimos, y decide volver a pagar.

- El hombre y la mujer que ayuda a los demás en la medida de sus posibilidades, y si está en su poder hacerlo (Pr. 3:27).

- El hombre y la mujer que deja de mentir, de usar la lisonja para alcanzar sus propósitos y que juzga con juicio recto, no según las apariencias (Jn. 7:24).

- El hombre y la mujer que usa sus palabras para instruir y corregir, no para maldecir, odiar o clamar por venganza (Pr. 12:18).

Y sí, el hombre y la mujer que DECIDE devolver la leche que no es suya.

Un solo detalle. Un solo gesto. Una sola acción. Una sola palabra. Una… una… una… suman mucho y conforman un TODO. ¿Qué clase de hombre o mujer eres? ¿Qué clase de hombre o mujer serás? Te toca a ti responder.

lunes, 22 de septiembre de 2025

9. ¿Es la Inteligencia Artificial el segundo avance y, a la vez, peligro que se avecina?

Venimos de aquí: 8. ¿Qué aportes, tanto positivos como negativos, nos traerá la Inteligencia Artificial? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/09/8-que-aportes-tanto-positivos-como.html).
 
“Skynet tomará conciencia de sí mismo a las 2:14 a. m. del 29 de agosto. Los humanos, aterrados, intentarán desconectarlo”. Así le explicaba el T-800, un ciborg llegado del futuro, al creador de Skynet, una Inteligencia Artificial, lo que sucedería cuando esta tomara “conciencia” y, en cuestión de segundos, considerara a la humanidad un cáncer y decidiera exterminarla. Dicha frase está extraída de la célebre película “Terminator 2”, siendo un tema recurrente durante décadas tanto en el cine como en la literatura.
La cuestión es que, con el avance de la tecnología y la aparición de las primeras inteligencias artificiales básicas, los planteamientos, que eran fantasiosos dentro de la ciencia ficción, han saltado al terreno de la ciencia –a secas-, donde distintas voces expertas vislumbran y alertan del peligro, no en el sentido de que la IA cobre “vida” o “conciencia”, sino que se vuelva más inteligente que el ser humano. Para concretar más, veamos lo que exponen, el porqué de sus palabras y si dichos escenarios son posibles.
 
La singularidad tecnológica: una inteligencia superior a la del hombre
El fenómeno al que me refiero es conocido con el nombre de singularidad tecnológica: “Es un hipotético evento futuro en el que el desarrollo de la inteligencia artificial llegaría a un punto en el que sería tan avanzado y rápido que ningún ser humano sería capaz de entenderla o de predecir su comportamiento”[1]. Su premisa más común es que la IA se desarrollaría según el siguiente proceso:
 
1) “En primera instancia, los ordenadores alcanzarán un nivel de complejidad similar a la del cerebro humano”.
 
2) “Una vez alcanzado dicho nivel, los ordenadores tendrán la suficiente inteligencia como para mejorarse a ellos mismos, iniciando un proceso que se aceleraría progresivamente de forma exponencial (esto es, cada vez mucho más rápido conforme avance el tiempo)”.
Es decir, “aprenderá” por su cuenta[2]: “Se define como inteligencia artificial a la parte de las ciencias de la computación que se encarga de hacer que las máquinas repliquen las funciones cognitivas de la mente humana. Razonar, aprender, entender, comunicarse… [...] En general utilizamos el término para referirnos a aquellos dispositivos que no solo responden a órdenes sino que son capaces de ofrecer resultados, procesar datos, elaborar sugerencias o tomar decisiones sin una orden específica del usuario[3].
 
3) “Llegado cierto punto, el crecimiento alcanzado sería tan rápido que la inteligencia resultante sería imposible de entender para el ser humano, y el proceso de cambio tan acelerado y profundo que causaría una absoluta ruptura en la Historia humana, cuyas consecuencias son imposibles de predecir”.
 
“Probablemente su fundamento más asentado es el que predice su llegada en base a la Ley de Moore. Dicha ley (que no es realmente una ley, sino una observación basada en la experiencia, ya que se ha venido cumpliendo hasta la fecha de hoy) predice que, aproximadamente, cada dos años, se duplica el número de transistores que se encuentra en los circuitos integrados, por lo que igualmente se duplica su capacidad.
Dado que es posible calcular la complejidad del cerebro de un ser humano adulto, y dado que la Ley de Moore nos permite calcular el momento en el que dicha complejidad será alcanzada de forma equivalente por un ordenador, se ha establecido como plausible que la misma sea alcanzada alrededor del año 2019”. Como vemos, dicha fecha ya pasó de largo y no se llegó todavía a ese nivel.
Ray Kurzweil, ingeniero jefe de Google, argumentaba que, aunque la potencia bruta del cerebro humano podía alcanzarse en un ordenador alrededor de 2019, serían necesarios diez años más para que los mismos desarrollaran una capacidad similar a la del cerebro humano, por lo que marcaba la fecha en el año 2029. Según otros expertos, será en la década de los 30 cuando se logrará una simulación parcial de cerebros humanos, pero no una réplica completa, la cual no sucederá en su totalidad hasta 2050-2060. Dado que el cerebro humano tiene alrededor de 86 mil millones de neuronas, y cada neurona se conecta con miles de otras a través de sinapsis, replicar dicha complejidad no es nada sencilla, ni mucho menos.
Pero es aquí donde debemos ampliar la información: dicha formulación no es solo una mera teoría que queda anotada en una libreta, sino que se están llevando a cabo esfuerzos titánicos para lograrlo, mediante proyectos como el Blue Brain Proyect y el Human Brain Proyect, respaldados por IBM y la Unión Europea, entre otros de diversas empresas (Intel, IBM, etc.), que están invirtiendo toneladas de millones de euros y dólores para lograr tal fin.
Si todo esto termina cumpliéndose en algún momento del futuro, significaría que un ordenador tendrá la misma capacidad de procesar información que el cerebro humano, y que, a partir de ahí, “sería de esperar que los ordenadores iniciaran un proceso de automejora cada vez más rápido”. Esto haría que hubiera en el planeta una inteligencia que nos iguale y que, en teoría, poco tiempo después, nos supere ampliamente.
 
El peligro de la Inteligencia Artificial
El primer peligro es el mismo que ya vimos cuando hablamos de lo que conllevará la automatización robótica, como explica el economista y lord británico Robert Skidelsky: “Va a una velocidad enorme y es mucho más destructiva [que anteriores avances tecnológicos]. Además, está penetrando en muchas ocupaciones y tareas mentales. Antes, en la revolución industrial era solo un suplemento físico. El coche es una mejora sobre el caballo, pero es un sistema de transporte y es solo un servicio para la actividad humana. Ahora [con la IA] mucho empleo cognitivo y mental de la clase media puede ser automatizado. No hay barreras ni obstáculos”[4].
Como ya me extendí sobre este tema en su momento, no me volveré a detener, y pasaré a plantear un riesgo aún mayor: ¿Qué sucederá cuando la IA llegue a la singularidad? Hablo, por supuesto, en hipótesis, puesto que nadie asegura que algo así vaya a suceder. Tengamos presente en todo momento que la respuesta sigue estando sujeta a la conjetura de que la teoría se convierta en realidad. Y la respuesta es que, realmente, nadie sabe qué pasará entonces.
¿Qué hará entonces la IA? ¿Sus intenciones serán benignas o malignas para nuestros intereses? ¿Querrá convivir con nosotros o preferirá sustituirnos como especie dominante en el mundo, como en la serie Next? ¿Nos verá como enemigos, tal como hace La Entidad de Misión Imposible: Sentencia Mortal? ¿Se convertirá en el sistema operativo de nuestros ordenadores como el de la película Her, el que mejor nos conocerá, siendo un íntimo? ¿Nos considerará necesarios o desechables? ¿Y si llega a la conclusión lógica de que lo mejor es destruir a la humanidad para empezar de cero y repoblar el planeta con humanos educados desde la misma infancia con una ética intachable, como se nos cuenta en la sensacional I am mother? ¿Y si desea ser autónoma, sin la supervisión de los seres humanos, como el robot AVA de Ex-Machina o los replicantes de Blade Runner? ¿Será simpático como Johnny 5 en Cortocircuito o todo lo contrario? ¿Pensará que somos un virus, el cáncer del planeta, como el programa-agente Smith de Matrix? ¿Y si llega a considerarse a sí mismo como un ser vivo con los mismos derechos que nosotros, como los synths (“sintéticos”) de la serie Humans? ¿Y si cree que es un ente vivo al afirmar que ´datos` + ´experiencia` es igual a ´conciencia`, como los androides con apariencia física de Westworld? Muchas interrogantes que no tienen todavía un veredicto, al ser imprevisible.
 
Continuará en ¿Una Inteligencia Artificial que querrá destruirnos, u otra que querrá ser nuestro amo?


[2] En el presente ya se está aplicando lo que se conoce como deep learning (pensamiento profundo), que es una de las ramas de la IA que permite a las máquinas desarrollar métodos de aprendizaje automático complejo.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Votemos. ¿Tú eres mejor que yo, o yo mejor que tú? & Qué vida es mejor, ¿la tuya o la mía? & ¿Tus circunstancias son peores que las mías, o las mías que las tuyas?

 

Si la memoria no me falla, y el índice del blog no yerra, jamás había usado una película española para mostrar un aprendizaje de ella. Siendo yo español, puede sonar extraño, pero la razón es muy sencilla: apenas veo cine del que se hace aquí, puesto que no suele gustarme, salvo contadísimas excepciones que tratan temas que me interesan, como la reciente “Infiltrada”, donde se nos contaba la historia real de una Policía Nacional que se infiltró en la organización terrorista ETA.
Respecto a esta, Votemos, me llamó la atención por su título, y se la comenté a mi hermano para que, si la veía con su familia, me dijera si merecía la pena verla; su respuesta fue afirmativa. Y aquí estamos.
 
 ¿Unos vecinos “normales”?
Lo que contemplamos sucede en un solo escenario: el salón de un piso, por lo que más bien parece una obra de teatro, y donde la importancia reside en los personajes y en sus diálogos e interacciones, llenas de matices.
Todo gira en torno a una pequeña comunidad de vecinos compuesta por siete personas, tres mujeres y cuatro hombres, de distintas edades y trasfondos. Se reúnen para votar si están a favor de cambiar el ascensor, que no para de dar problemas. Unánimemente votan que sí, en un ambiente de formalidad, cordialidad y entendimiento. La primera impresión es que, en términos generales, es un colectivo muy sano, donde hay una buena relación entre sus miembros. Pero esto no ha hecho nada más que empezar.
A punto de irse cada uno para su casa, Alberto les dice que va a alquilar su piso. Extrañados, puesto que las condiciones en las que se encuentra no son las mejores, le preguntan a quién. La respuesta les deja en shock: a un compañero de trabajo, llamado Joaquín, con el que se lleva muy bien y al que considera perfectamente normal, aunque tiene un problema de salud mental, sin especificar cuál, puesto que es algo que desconoce.
Ahí todo cambia. Algunos se asustan pensando que si se le olvida un día tomarse la medicación podría atacarlos o abusar de una adolescente, mientras que otros temen perder la paz del vecindario, por lo que comienzan a discutir con Alberto. Finalmente, exaltados, proponen votar si permitirán que Joaquín alquile el piso. La otra opción es que, para evitarlo, le pagarán el alquiler a Alberto.
Intentando ver que no hay nada de malo en tener una enfermedad de salud mental, y que, con el tratamiento adecuado se puede hacer vida normal, Nuria, una de las vecinas, cuenta un secreto que nadie conocía: desde hace once años tiene esquizofrenia paranoide, como ella misma dice: “Yo no soy una esquizofrénica: padezco esquizofrenia y sigo un tratamiento para tener una vida funcional”.
Les explica cuándo fue la primera vez que notó los síntomas y por qué. Les hace ver que se lleva bien con todos ellos y que no pasa nada. La noticia cae como una bomba y, en lugar de tranquilizar al resto, los alborota aún más. Los comentarios y preguntas que hacen mezcla de humor con drama, puesto que a veces producen risas y en otros momentos la seriedad te deja de piedra.
Presionan a Alberto para que llame a Joaquín y lo interrogue: qué enfermedad tiene en concreto, qué medicación toma, si bebe o no, cómo viste, si tiene pareja o no, si tiene hijos o qué música le gusta, etc. Según ellos, esto les mostrará qué clase de persona es y así podrán votar en consonancia a los datos aportados. Finalmente, se descubre el pastel: Joaquín se presenta y se muestra como alguien sensato, muy inteligente, amable y educado, pero los propietarios están llenos de prejuicios y son incapaces de aceptarlo. Nuria le describe a Joaquín toda la verdad, pero ellos la niegan, señalando que “yo no he dicho eso”, “yo no pienso así”, “¿yo? No, no”, queriendo no quedar mal, por lo que comienzan a discutir a gritos, siendo el momento cumbre de la película y que te hace reflexionar, en una clara muestra de quiénes eran los que realmente no estaban muy cuerdos.
 
Cómo eran realmente los vecinos & Cómo eres tú y los que te rodean
Al principio vimos que, con sus diferencias, la relación entre los vecinos era cordial y que todos ellos eran aparentemente normales. Lo que se nos muestra durante el desarrollo, y ese es el mensaje (aparte de los prejuicios que todos tienen hacia las personas con enfermedades mentales), que los “locos” no eran Nuria o Joaquín, sino, en cierta manera, ellos. Aunque no tenían problemas mentales diagnosticados, por el carácter que tenían, sus problemas personales, sus circunstancias, sus vivencias, eran igual de complejos e inestables que cualquier ser humano. Veamos a sus protagonistas:
 
- Alberto. Informático que se ha buscado un nuevo lugar para vivir, bien pequeño, porque el piso actual necesita alquilarlo para pagarle una pensión a su exmujer que se ha marchado con otro hombre junto a sus hijos, a los que apenas puede ver.
 
- Nuria. Una chica de treinta y cinco años que, a causa de una grave crisis que le hizo sentir una angustia extrema, tuvo que empezar a medicarse para tratar su problema. Es agradable y no quiere pareja bajo ningún concepto.
 
- Lucas. Un chico de veintiún años, muy progre en cuanto a la sexualidad, al que mantiene su padre, universitario, enganchado al móvil, que viste informal y se comporta como tal, deslenguado pero cariñoso con Nuria, y que tiene una relación en ciernes con la hija de Maite.
 
- Maite. Divorciada, con una relación compleja con su hija adolescente con la que no logra conectar, y que sube a Instagram fotos y vídeos subidos de tono sin que su madre lo sepa, cuyas peleas se escuchan en todo el bloque de pisos.
 
- Lola. La mayor del grupo y presidenta de la comunidad desde hace poco. La más graciosa por su acento y sus comentarios llenos de naturalidad. En el momento más triste de la película, descubrimos que todos la conocen como “La invisible”, porque no tiene vida y nadie le hace caso. Ella misma reconoce que se interesa por la vida de los demás porque nadie se interesa por la suya.
 
- Fernando. Taxista desde bien joven, que no soporta a Lucas, y que es acusado por este de ser facha, racista y homófobo. Además, es aficionado a los excesos culinarios y a las mujeres de mala vida.
 
- Ricardo. Un antiguo profesor que se considera más de lo que es, que habla con aires de superioridad por sus conocimientos y cultura, lleno de verborrea, que tuvo un pasado duro, puesto que tuvo que cuidar de su madre con demencia, y que está resentido porque eligieron a Lola después de que él ostentará el cargo con anterioridad.
 
Lo llamativo es que no son ellos mismos quienes se definen así en primera instancia, sino unos a otros, cuando comienzan a descalificarse. Por eso, lo que parecía una relación idílica entre vecinos, con sonrisas, empatía y buenos deseos al compartir ascensor o durante los pocos segundos donde coincidían en el rellano, escondía lo que pensaban de sus queridos compañeros, mostrando cuán hipócritas eran. Una clara muestra donde se cumplen las palabras de Santiago: “donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Stg 3:16).
 
El mundo que te rodea es igual
De personas así está llena la sociedad. Quizá algunas de las características señaladas te muestran a ti, o a mí. Quizá es la mezcla de varias de ellas, u otras diferentes. Vemos casados y solteros felices y otros amargados, divorciados con una nueva vida y otros sin ella, con hijos o sin ellos, enfermos o sanos, con trabajo o sin él, con buenas o malas relaciones familiares, y un sinfín de posibilidades.
La cuestión es que siempre consideramos que los que no son normales son los demás. Por eso, como he dicho en más de una ocasión, el deporte más practicado por la humanidad es “hablar de los demás”, y que consiste, básicamente:
 
- en compararse con ellos.
 
- en creerse superior o inferior.
 
- en sentir ira o envidia.
 
- en mostrar lo mejores o peores que son sus vidas.
 
- en señalar sus defectos.
 
- en recalcar una y otra vez los errores que han cometido o cometen.
 
- en mostrar cuán equivocados están en diversas áreas.
 
Esto es algo que se nota inmediatamente en cualquiera de aquellos que son practicantes de tal deporte. En lugar de hablar de las cosas buenas de la vida, de sus experiencias, de los libros que han leído, de sus sanas aficiones, de narrar a qué dedican el tiempo de forma constructiva, vuelcan la conversación lo antes posible a los derroteros que les fascinan, centrando la conversación en los otros. Están deseándolo, y se les nota en el rostro cuando entran en esa especie de éxtasis que delata cuánto disfrutan de hacerlo.
También se da el caso de aquellos que apenas escuchan, y buscan la mínima oportunidad para pasar al “yo”, y contar cuánto bien hacen o describir repetidamente sus penurias, para mostrar que las suyas son más graves que las de sus interlocutores. Recuerdo una mañana, en la sala de espera de un hospital, mientras que le hacían una prueba a un familiar, la conversación –por llamarla de alguna manera- de las dos personas que había a mi lado: una señora de unos sesenta años y un señor de más de setenta: “yo tengo…”, “pues anda que yo”, “me han dicho que…”, “pues lo mío es más grave”… y así sin descanso. Los dos subían sin descanso la gravedad respecto a la del otro. No respiraban. No se preguntaban nada. No había interés real en la persona que tenían enfrente. Fueron cinco minutos intensos, donde todo se basó en señalar que lo suyo era “más horrible”. Cuando ya no tenían nada más que contar al respecto, el silencio cayó de forma abrupta y no intercambiaron una sola palabra más.
 
Toma consciencia
Si fuéramos conscientes –y esa es mi intención, hacernos conscientes- que nadie conoce de forma absolutamente completa al prójimo, sus vivencias más íntimas, los pensamientos y sentimientos que jamás ha revelado a nadie, cómo experimentó el pasado y cómo siente el presente, el deporte que he señalado dejaría de tener tantos practicantes. Se dejarían de desglosar a los otros como si se tuviera la supuesta habilidad de leer sus mentes y corazones.
Esto no significa que no se pueda tener opiniones, sino empezar a “juzgar con juicio justo” (Jn. 7:24), y esto se basa en hacerlo conforme a toda la verdad. Si esta no se conoce –lo cual suele suceder en más ocasiones de las que nos creemos-, o las intenciones no son las adecuadas, lo mejor es callar, ante ti mismo o ante aquellos con los que sueles reunirte para hablar: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Stg. 3:13-18).
Por eso, hace ya varios años, aprendí por las malas que no puedo cambiar a nadie, por mucho que muestre y argumente sólidamente mis creencias a lo largo y ancho de estos escritos. Señalo lo que creo, basándome en la mayor evidencia posible, en todo lo que observo en el mundo, y cómo esto se alinea o choca con lo que Dios muestra en Su Palabra. En lugar de compararme con la vida de los demás, de si son mejores o peores, de si sus circunstancias son positivas o negativas respecto a las mías, me centro en mirarme a mí mismo. Lo que hagan o dejen de hacer los demás no está en mi mano. Lanzo la semilla, pero cultivarla está en sus manos y que crezca en las de Dios (cf. 1 Co. 3:6). Creer lo contrario solo trae frustración.
Para no caer en ese juego pernicioso de “comparación”, o no seguir en él si ya eres parte del mismo, la regla es muy sencilla: valora en primer lugar si tu forma de pensar, sentir y vivir es conforme a la voluntad de Dios, expresada en Su Palabra, y no tanto en la persona que se te pasa por la mente o que conoces.
Aparte, cuando estés con tus amigos o conocidos, mide cómo hablas de los demás, y concéntrate más bien en esa breve lista que antes mencioné: habla de las cosas buenas de la vida, de tus experiencias, aunque sean de dolor –pero dejando al otro expresarse igualmente-, de los libros que has leído, de tus sanas aficiones, narrando a qué dedicas el tiempo de forma constructiva y pregunta sobre los mismos asuntos para conversar.
Si te entrenas para llevar a cabo estas pautas, aunque te cueste un tiempo convertirlo en un hábito, te aseguro que no tendrás la necesidad de compararte con nadie.