lunes, 12 de mayo de 2025

11.12. ¿Eres soltero porque te tomas las relaciones como si fueran un juego?

 



Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Este tipo de creyentes se toma las relaciones como un juego de adolescentes, donde prima el presente y nada más, mostrando una actitud infantil. Como me dijo un compañero de trabajo de sí mismo: “A mí lo que me gusta es la conquista”, tomándolo prácticamente como si fuera una adicción para él. Esto se convierte en puro capricho emocional y en un mero entretenimiento, ya que sus vidas suelen estar vacías de contenido. Al igual que a un niño se le antoja un juguete determinado, ellos se encaprichan de distintas personas sin apenas argumentos de peso, a las que dejan en un rincón cuando se cansan de ellas.
Saltan de “pareja” en “pareja”, como saltamontes jugando en una colchoneta elástica, con la particularidad de que ninguna tiene nada en común entre ellas, lo que indica que no saben lo que quieren. Cambian de opinión como quien cambia de camisa. No pueden vivir sin una relación, y son vistos por los demás como lo que son: personas inmaduras. En la conquista se muestran sumisos y complacientes. Pero cuando logran lo que desean, se vuelven controladores y dictatoriales, tomando las riendas en la relación, hasta convertir a la pareja en su perrito faldero, que tiene que hacer lo que le digan. En otros casos, son directamente controladores y no quieren saber nada de aquellos que no son dóciles.
Se muestran externamente como narcisistas, aunque en el fondo son profundamente inseguros y temen el rechazo. De ahí que le retiren la palabra a quienes se atreven a ignorarlos. Pasan del amor al odio antes de decir amén. Son seductores natos y celosos patológicos. Los sensatos y prudentes huyen de ellos a la velocidad de la luz cuando los ven acercarse. Dentro de este grupo podríamos encajar a aquellos que describe Bernardo Stamateas: “Los enamorados de cada día, aquellos que ni bien conocen a alguien se enamoran; aquellos que necesitan tener una pareja para controlar a alguien; los amores de verano idealizados”.
Este tipo de personas deben tener cuidado con su forma de actuar, porque pueden cruzarse con alguien que se sienta realmente lastimado por el trato recibido y, aunque sea cristiano, nunca se sabe cómo podrá reaccionar si siente que han jugado con él y sus sentimientos.
Por lo tanto, antes de pensar en mantener una relación, primero deben madurar en todos los aspectos, ya que esta forma de ser es manipuladora, incluso cruel.

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: ¿Te sientes culpable por rechazar a un pretendiente?

lunes, 5 de mayo de 2025

Sweetpea. Laura & Rhiannon. ¿Sientes que nadie te ve? ¿Crees que eres “un cero a la izquierda”?

 

“Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo”[1]. Estas fueron las palabras que Laura, de 14 años, le dijo a unas compañeras de clase días antes de suicidarse, el 26 de enero de 2020. Lo llevó a cabo en su propia habitación. Después de comer, la madre avisó a su esposo para que fuera a la habitación de la hija y le preguntara qué película quería ver, que mientras prepararía palomitas. Lo que se encontró fue el cuerpo de su hija sin vida. No puedo ni imaginar cuán terrorífico debe ser ver algo así en persona.

 
Antonio y Yolanda, padres de Laura, la cual cursaba 3º de ESO en el Colegio Sagrada Familia de Cornellà (Barcelona)
 
En primera instancia, los investigadores policiales no encontraron nada extraño en el móvil ni en la tablet que pudiera dar a entender por qué Laura hizo lo que hizo. Pero, pasados los días, sus padres miraron en su agenda, y allí encontraron la explicación: “30 de septiembre. ´De vuelta al infierno`. ´Los niños de mi clase son malvados, siempre inventando rumores de gente que no conocen. Se creen que por insultarme o reírse de mí van a ser superiores`. ´Depressed (deprimida en inglés)´. ´El día más horrible del universo`. 13 de diciembre. ´Saldré en los sucesos, nunca en las revistas`. ´Cada día que pasa me dan más ganas de morirme. ¿Es tan difícil que alguien me comprenda?`. ´Nadie cree mis palabras, lágrimas caen de mis ojos, lloro con furia, nadie se da cuenta, nadie me mira, a nadie le importo` [...]. En clase también la llaman ´cerda`. ´Asquerosa`. ´Apestosa`”. Aparte, la llamaban “la champiñón” porque era bajita.
Y sus padres, ¿qué decían de ella?: “De niña era tímida y observadora. Iba detrás de su hermano mayor y hacía todo lo que hacía él. Estaba feliz” [...] “Siempre le decíamos que jamás se riese de nadie, que para nosotros los maestros siempre tenían razón y que, si alguna vez la castigaban, sería porque algo habría hecho”. De ojos grises, hablaba poco, era reservada y buena estudiante. No le gustaban los petardos ni tenía muchas amigas. No salía mucho y nunca la invitaban a los cumpleaños.
Aparte de que se duchaba mucho y durante mucho tiempo (motivado por esos insultos que recibía, como dejó por escrito), sus padres tampoco notaron nada extraño o preocupante, y achacaban esta forma de ser a la propia pubertad, por lo que no se les puede culpar. Doy por hecho que su carácter retraído hizo que se encerrara en sí misma y que, a su vez, era la manera en que disimulaba ante sus progenitores su estado de ánimo. Eso sí, me sorprende sobremanera que la psicóloga del colegio le restara importancia a unos cortecitos que se había infligido en brazos y piernas. Yolanda narra que la doctora les dijo que no se preocuparan, que era una forma de llamar la atención. Laura no paraba de llorar cuando Antonio habló con ella, pero no habló. El padre la abrazó muy fuerte y le preguntó: “Hija, ¿nos prometes que no lo vas a hacer más?”, a lo cual ella respondió prometiéndolo. El asunto de los cortes fue apenas cinco meses antes del fatal desenlace. Lo que debería haber sido una señal de alarma extrema, no lo fue para la psicóloga. Por eso me resulta incomprensible su interpretación de los hechos.
Entre los demás, nadie hizo nada por ella. Ningún padre los llamó tras la tragedia, ni quiso saber nada de ellos. Ni siquiera la Policía Autonómica Catalana hizo bien su trabajo: miraron lo justo en sus pertenencias, por lo que el juzgado se inhibió y, finalmente, la Fiscalía de Menores, archivó el caso. Si no llega a ser por los padres que miraron meticulosamente en la habitación, nada se habría descubierto. Y lo que leyeron resultó estremecedor: “Mis amigas llorarán, pero pronto se olvidarán de mí. Y las de mi clase se pondrán contentas porque ya no estará la apestosa”. Se descargó en el móvil una guía contra el acoso escolar, pero no le funcionó. Unas desalmadas convirtieron su vida en el infierno.
Tras conocer el caso por las redes sociales, dos antiguas alumnas dieron el paso final y fueron a hablar con los padres: “Nos contaron que mi hija siempre estaba sola en el patio. Que le preguntó que por qué estaba sola y le explicó: ´Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo` (palabras con las que inicié este escrito). Le dijo que le lanzaban lejos el estuche, que le tiraban escupitajos”.
Hasta que no acabe la investigación –ahora sí se ha reabierto-, no sabremos si los profesores sabían algo, qué tipo de calificación tenía la psicóloga del centro para ejercer y por qué no se activó el protocolo contra el acoso escolar. Tampoco hubo ninguna compañera que le echara una mano. Es más, por lo que narran sus padres, “algunas niñas se reían en el tanatorio y se hacían selfis con el féretro al fondo”. Si llego a ver eso mismo en el funeral de una hija propia, no sé cómo habría reaccionado, pero seguro que nada bien.

Rhiannon Lewis
La historia de Laura es dura, muy dura, y tristemente no es la primera de este estilo que conocemos[2]. Supe de ellas pocos días después de terminar una serie titulada “Sweetpea”. Está protagonizada por la actriz Ella Purnell, que interpreta el papel de Rhiannon Lewis. Y con estas palabras comienza la primera escena del primer capítulo: “Personas a las que mataría. Los tíos que se espatarran. Donna, la del súper. Norman, del trabajo. Por no saber apreciar mi potencial. Jeff, del trabajo. Por tener cero percepción espacial. Es más, a todos los del trabajo. Gente que se acuesta conmigo y luego te responde a los mensajes solo con emojis. Mi hermana, Seren, por dejarme en ´visto` en el móvil y en mi vida en general. Nuestra madre, por marcharse y olvidarse de decirnos dónde fue. Y en el primer puesto de mi lista, Julia Blenkingsopp. Que me sometió a una implacable campaña de abuso psicológico. Minando mi autoestima y mi contexto general en el mundo. Julia Blenkingsopp, por hacer que me arrancara tanto pelo que tuve que llevar peluca. Julia Blenkingsopp, por convertirme en un fantasma. Haciéndome invisible para siempre, y miedosa. Y mataría a mi padre por morirse. Y abandonarme para tener que ocuparme de todo sola”.
Esta es su voz en off, mientras en imágenes observamos diversas escenas de su vida, tanto pasada como presente: ella sentada en el autobús con las piernas encogidas mientras dos hombres las tienen bien estiradas; la cajera del supermercado habla por un auricular mientras ella espera que le cobre la cesta de la compra; no le hace ni caso y la atiende lentamente; su jefe la tira la gabardina encima de la cabeza como si fuera un ropero; se le derrama en las manos parte del café caliente porque un compañero de trabajo no mira por donde ella pasa; el resto se marcha sin despedirse y la dejan la última con las luces apagadas; el chico con el que estuvo ni le devuelve el saludo; su hermana no responde a sus wasap; su madre marchándose de casa cuando ella una cría; los desprecios y las burlas a la que la sometían en el instituto, donde se arrancaba a sí misma el pelo.
Hace bien su trabajo de recepcionista en un periódico, pero no la valoran, y aunque se muestra amable y simpática con todo el mundo, es como si fuera invisible. Tampoco tiene amigas. Su jefe la llama sweetpea”, que por lo que he podido averiguar, es cuando se le dice a una mujer de forma peyorativa “tráeme esto o aquello, guapa”. Hierve en su interior, pero se resigna y sonríe de cara a los demás, como si todo fuera bien.
La verdad es que esos primeros minutos son impactantes. Empatizas con ella y sientes tristeza. Eso sí, todo da un vuelco cuando una noche explota y comete un asesinato... y no será el último. No describo más porque no es necesario para aquello de lo que estoy escribiendo y para no estropear el resto de la trama al que quiera verla.

En común & El deseo de todo ser humano
Del bullying en sí no voy a hablar, más que nada porque es algo que ya hice ampliamente en “Estamos muertos: jóvenes que se sienten “zombies” a causa del bullying” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/02/estamos-muertos-jovenes-que-se-sienten.html). Si no lo leíste en su momento, y estás pasando por dicha situación o conoces algún caso, no tardes en ir a sus líneas. Te ayudará a saber qué hacer y cómo pedir ayuda si fuera necesario.
Dicho esto, hoy me quiero centrar en un aspecto en concreto de cómo se sentía Laura y Rhiannon, y qué solución bíblica encontramos para aquellos que experimentan esa clase de emoción tremebunda y negativa.
Es evidente que ambas difieren en que una acabó con su vida y la otra se convirtió en una asesina en serie. Pero, como has podido comprobar, el trasfondo de sus historias tiene mucho en común. Aparte de lo ya señalado, ¿en qué coincidían plenamente Laura y Rhiannon, la primera una chica real y la segunda ficticia? Que las dos sentían que eran invisibles, y eso las llevaba a creer que eran “un cero a la izquierda”.
¿Qué anhela la inmensa mayoría de los seres humanos? Que lo miren; así se sienten amados, valorados, respetados y valiosos. Y por mirar no me refiero a “le vean físicamente”, sino que “le vean como persona”: su ser interior, su alma, su esencia, sus dones y talentos. Es de esa manera que...

- un bebé quiere que sus padres le miren.

- unos padres quieren que su bebé los mire.

- un niño y un adolescente quiere que sus padres le miren.

- una enamorada quiere que el chico que le gusta la mire.

- un enamorado quiere que la chica que le gusta la mire.

- un buen trabajador quiere que su jefe le mire.

- un deportista quiere que su entrenador le mire.

- un escritor quiere que un editor le mire.

- un compositor quiere que una discográfica le mire.

Y así con todas las mezclas que nos podamos imaginar. Da igual que uno sea joven o adulto; todos quieren que les miren. Lo trágico es que no siempre sucede. En este mundo, nos encontramos casos como el de Laura. Chicos, chicas, hombres y mujeres a los que se les ignora.

¿Quién te ve de verdad? La historia de Zaqueo
Dice así la narración: Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:1-10).
Muchos menosprecian a los demás por su apariencia física. Ya lo hemos visto en los casos mencionados. Zaqueo posiblemente provocaba risotadas entre la muchedumbre por su baja estatura. Puede que directamente, en la cara, o cuando lo veían pasar y se le quedaban mirando o cuchicheando. Además, era el jefe de los cobradores de impuestos, por lo que su mala fama estaba garantizada entre el pueblo llano, siendo considerado un pecador y un traidor a su patria, al trabajar para los romanos. Hasta él mismo reconoció que defraudaba a la gente. Sin embargo, su curiosidad le llevó a querer saber quién era ese Jesús del que todo el mundo hablaba. Subiéndose a un árbol, y entre toda la multitud, Jesús lo miró a los ojos. Curiosamente, es el único caso registrado en los Evangelios en los que Jesús se “autoinvitó”: era Él quien quería estar con Zaqueo. Esto le conmovió de tal manera que decidió cambiar su vida por completo: arreglar lo malo que había hecho en el pasado y comenzar a vivir en rectitud.
Zaqueo supo que era amado. Zaqueo supo que era valorado. Zaqueo se sintió valioso. Zaqueo supo que era respetado. Y todo eso no por uno cualquiera, sino por el mismísimo Mesías, Dios encarnado. Y todo eso porque Jesús le miró: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (vr. 10).

Tu historia
Para todos aquellos que sienten que nadie los ve o que son “un cero a la izquierda”: que tu concepto de ti mismo no dependa de las personas, sino de Dios. Tu valor, tu estima, el sentirte amado, no debes basarlo en los seres humanos, sean quienes sean. Hacerlo puede llevar a la neurosis. Como se sabe bien, los síntomas de esta inestabilidad emocional son la ansiedad y los temores sin razones aparentes, la preocupación y la culpa en exceso, la propensión a las emociones y reacciones negativas, ira e irritabilidad, baja autoestima y depresión. Nada de esto significa ser un estoico impertérrito al que nunca le afecta nada, sino no dejarse dominar por las creencias del prójimo.
Por eso es tan importante cambiar la perspectiva: lo que opinan y sienten los demás sobre ti es fluctuante. Un día te pueden amar con locura y poco después es posible que no quieran saber nada de ti. La vida, los años y las circunstancias varían sin que tengamos control sobre los demás. Sin embargo, lo que Dios ve en ti y cómo te valora es estable y seguro. Toda mi estabilidad proviene de Él, y solo de Él. Escucha y asimila Sus pensamientos. Eso te hará sobrevolar sobre lo que otros piensen o sientan sobre tu persona, sea bueno o malo, tanto si son compañeros de estudios, de trabajo, familiares, conocidos o desconocidos.
Nunca pierdas de vista que Dios te ama (cf. Jn. 3:16), que hubo fiesta en el cielo por ti (cf. Lc. 15:20), que conoce cada lágrima y vivencia por lo que has pasado (cf. Sal. 56:8), y que te ha preparado una casa para la eternidad (cf. Jn. 14:2). Vive en paz con Él y en Él.


[2] Los datos en el presente siguen en aumento y afecta a la inmensa mayoría de los países del mundo, siendo México el que encabeza la lista con más del 50% de afectados entre sus 40 millones de alumnos. Es tan dramática la panorámica que, en dicho país, el 15% de los suicidios están ligados al bullying, donde, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) se registran 52 suicidios infantiles cada mes; de 2008 a 2018 alrededor de 7 mil menores de edad se han quitado la vida a causa del acoso.  

lunes, 21 de abril de 2025

1.6 ¿Quiénes tratan de negar la libertad de pensamiento y de conciencia, los cristianos o los grupos LGTBI?

 


Venimos de aquí: 1.5 ¿Quiénes quieren imponer sus propias leyes ante la sociedad y la justicia, los cristianos o los grupos LGTBI? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/05/15-quienes-quieren-imponer-sus-propias.html)

Como haré a lo largo de toda la obra, aviso que los capítulos de este libro hay que leerlos en el orden en el que están escritos, sin saltarse ninguno. El lector queda prevenido.

La libertad de conciencia es aquella en la que:

- un musulmán puede pensar, sentir y decir que yo soy un infiel a sus ojos.

- un católico puede pensar, sentir y decir que yo soy un hereje.

- un ateo puede pensar, sentir y decir que me han lavado el cerebro.

Mientras esa forma de pensar y sentir no atente contra mi vida, mi integridad física o mis derechos como ciudadano, es completamente libre de llevarse a cabo. A nivel personal, nada de lo que digan o dejen de decir me afecta, ya que tengo mis creencias bien asentadas intelectualmente. Siguiendo esta lógica y línea de conducta, el homosexual es libre de pensar lo que quiera, de igual manera que yo estoy en el derecho de no pensar como los demás, sean homosexuales, musulmanes, católicos o ateos, y eso hay que aceptarlo si todos somos iguales y nos atenemos a las mismas normas. Lo contrario es una forma de autoritarismo ideológico.
La libertad de expresión debe ser para todos, no solo para unos en concreto o en un camino de único sentido. Deberían recordar otros artículos de la Constitución española, en este caso el 16.1: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley” y el 20.1: “Se reconocen y protegen los derechos: a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”.
Lo que no puede ser es que para unos sea de una manera y para otros, diferente. Muchos homosexuales hablan del acoso que sufren, cuando ellos mismos exponen, vejan, insultan y linchan en las redes sociales a todo el que disiente, sobre todo si son figuras públicas y conocidas, a las que llevan al escarnio público.

Citando varios casos concretos
Eso a título individual, pero también sucede en el plano colectivo: han llegado a protagonizar escraches contra sedes de partidos políticos: “La ‘Plataforma de Encuentros Bolleros’, constituida como tal desde octubre de 2018, organizó un 8 de marzo, coincidiendo con la huelga feminista, un recorrido por las sedes de PP y Vox en Madrid que denominó ‘Fachitour bollero’. El comunicado de aquella ´acción político festiva` decía: ´Hoy 8 de marzo, la Plataforma de Encuentros Bolleros ha lanzado una ruta de escrache y entretenimiento crítico por las zonas más turísticas del facherío patrio, proponiendo un recorrido que cubre varias manzanas del eje del mal, desde la sede de Vox, pasando por la del Partido Popular, la plaza Margaret Thatcher y la Plaza de Colón`”[1]. Uno de esos partidos –Ciudadanos- presentó una denuncia ante la Fiscalía por presuntos delitos de “amenazas, injurias y odio” por acoso a sus miembros que fueron a la marcha del orgullo gay de 2019. Finalmente, fueron expulsados de dicha manifestación, y tuvieron que ser escoltados por la Policía Local y Nacional tras sufrir lanzamiento de objetos y conatos de agresiones. Es irónico que sea así como quieren hacerse respetar.
Aunque hay que señalar –y sería injusto por mi parte no hacerlo-, que otros colectivos LGTBI mostraron su total desacuerdo ante las acciones que algunos grupos llevaron a cabo contra los miembros de Ciudadanos, la realidad es que, en términos generales, no les gusta la libertad de conciencia y de acción que exhiben aquellos que les contradicen. Por eso, es pura incongruencia que se llenen la boca con dicha expresión, cuando en la realidad solo desean que se aplique a un colectivo en concreto: el suyo. Ellos pueden expresar su ideología y consideran lícito cualquier manera de proclamarla, pero no dejan expresarse a los que piensan de forma opuesta.
Un ejemplo más lo vemos cuando una plataforma, que considera el aborto “salud sexual y reproductiva”[2], apoyados por las juventudes socialistas en España, trataron de boicotear los libros del escritor y ex-homosexual Richard Cohen tras su visita a nuestro país. Es más, en otra ocasión, tras lograr algo más de cincuenta mil firmas a través de Change.org, lograron que Amazon, El Corte Inglés y La Casa del Libro dejaran de vender durante un tiempo uno de sus libros, titulado “Comprender y sanar la homosexualidad”, cuando el propio director de la editorial dejó bien claro que “el libro en cuestión no habla propiamente de enfermedad, sino de sanar las emociones heridas, que es algo común a todo ser humano. Asimismo, Cohen dedica un capítulo a cómo curar la homofobia y cómo superar el miedo y el odio a la homosexualidad”[3].
De igual manera es una dictadura moral contemplar cómo denunciaron a los dueños de dos pastelerías (Jack Phillips, en Lakewood, Colorado, Estados Unidos, y la familia MacArthur, de Irlanda del Norte), todos ellos cristianos, porque se negaron a hacer tartas para bodas con mensajes a favor de dicha unión entre homosexuales, queriendo así que fueran contra sus propias creencias y libertad de conciencia. En el caso de los MacArthur, en el juicio se les condenó por discriminación[4]. En el de Jack, aunque ganó el caso ante la Corte Suprema, él mismo señala en primera persona que “hemos visto mucho apoyo, pero no todo ha sido positivo. Durante todo el tiempo, he recibido mucho asedio, llamadas telefónicas con palabras obscenas e incluso algunas amenazas de muerte. Las amenazas nos pusieron tan mal, que mi esposa tenía miedo de poner sus pies dentro de nuestra propia tienda”[5].
Por citar un último ejemplo de los muchos que podríamos mencionar, es el de la empresa chocolatera Läderach. Su fundador, el cristiano Jürg Läderach, preside a su vez el grupo “Cristianos para Hoy”, una entidad sin ánimo de lucro que tiene por prioridades la familia, el matrimonio, la defensa de las libertades de conciencia, expresión y religiosa; y la protección de la vida del no nacido. Todos ellos valores cristianos. Varias de sus sedes en Suiza fueron atacadas por grupos proaborto y LGTB: siete ataques hasta el 7 de febrero de 2020 –desconozco si se han producido más-, y eso que en su empresa trabajan homosexuales. ¿Más consecuencias? Por la presión de estos grupos, la principal compañía aérea suiza, Swiss Airlines, que ofrecía a sus pasajeros chocolatinas de dicha marca, ha roto el contrato con ellos “para evitar críticas”[6].

Doble rasero
Por todo lo reseñado –que es solo la punta del iceberg-, es injusto y de doble moral que vayan exigiendo respeto absoluto cuando algunos –y repito, algunos, no todos, ni mucho menos-, nos insultan, blasfeman de forma soez cada día, hacen chistes groseros en la televisión, se burlan de los cristianos y de Jesús en los carnavales y cometen todo tipo de obscenidades contra símbolos religiosos. Se quejan de que herimos sus sensibilidades, pero a ellos no les importa lo más mínimo la nuestra. Incluso la plataforma televisiva Neflix emitió hace un tiempo una comedia con un Jesús homosexual, sin importarle lo que pensemos los cristianos[7].
Mucho denunciar “homofobia” mientras caen en la “Cristofobia/cristianofobia”, “Teofobia” y “heterofobia”. Exigir sensibilidad cuando no la demuestran es toda una incongruencia moral y que les arrebata todo peso a sus argumentaciones.
¿Se imagina alguien a cien cristianos genuinos en España yendo a una reunión de un grupo LGTBI a insultarlos? Serían detenidos, expulsados de sus trabajos y marginados por la sociedad. Sin embargo, eso es lo que hacen algunos LGTBI con nosotros, y no pasa absolutamente nada.

No hay verdadera libertad & Nuevos ejemplos
Algunos pueden decir que este ataque sistemático ocurre solo contra los cristianos. Pero no es así. Es contra toda persona de cualquier ámbito y de distinto ambiente, y sucede desde el mismo momento en que se disiente de las tesis de los grupos LGTBI y, entre otros aspectos, de la ideología de género. Podemos verlo en el caso que ocurrió con Pablo de Lora, profesor de Filosofía del Derecho de la universidad Autónoma de Madrid. Fue boicoteado en un seminario académico sobre ideología de género en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: “Cuando el docente se disponía a empezar a hablar, varias activistas interrumpieron en la sala y repartieron octavillas en las que se leía: ´Pablo de Lora, fuera el machismo de la universidad` y ´Pablo de Lora: transfóbico y machista`, con la etiqueta feminista #MeToo y el logo #Translivesmatter en defensa de los derechos transgénero”[8]. Ni siquiera le dejaron hablar para a posteriori debatir de forma razonada sus argumentos, si es que los tenían. Ni eso. Sencillamente, le negaron la palabra de forma hostil y tuvo que suspender la conferencia. Esto es una Inquisición llevada al terreno de la docencia. ¿Y todo por qué? Porque el señor de Lara es autor de un libro titulado “Lo sexual es político (y jurídico)” donde critica el “feminismo hegemónico”, llegando a decir en una entrevista que duda que la identidad de género sea “una cosa que uno simplemente proclama”[9].
Lo mismo sucede con el estadounidense Paul McHugh, uno de los psiquiatras más reconocidos del mundo, doctor en Medicina y especialista en Neurología por la Universidad de Harvard, con una cantidad de logros impresionantes. Él usa la ciencia para desmontar las teorías de género. ¿Qué ha hecho uno de los principales grupos del lobby LGTBI en los Estados Unidos, Human Rights Campaign? Declararle la guerra e intentar desprestigiarlo con todo tipo de calumnias, acusándolo a su vez de hacer “ciencia-basura” en una página web dedicada a tergiversar sus investigaciones y declaraciones[10].
A este paso, lo siguiente que veremos será la extensión de lo que sucedió en una feria del libro en México, donde unas 200 mujeres, con el rostro cubierto, robaron y quemaron el libro “Psico-Terapia Pastoral: Técnicas, Mentoría Prematrimonial y Homosexualidad”, de Juan Manuel Rodríguez y Misael Ramírez. Como no concuerda con su manera de pensar, pues a la hoguera[11].
Es increíble que una persona, que se reconoce abiertamente como atea y proabortista, sea la que defienda la libertad y los derechos de los cristianos: “Empatía hacia el creyente?” (https://www.youtube.com/watch?v=VUSQYBIgYPQ&feature=youtu.be). Muchos grupos LGTBI deberían tomar ejemplo.

Continuará en 1.7 Los grupos LGTBI denuncian la persecución que sufren, pero ¿por qué omiten la que padecen los cristianos?


lunes, 7 de abril de 2025

El minuto heroico. Tras mi salida de una iglesia sectaria, estos son los errores que cometieron los pastores con los que me encontré

Las siguientes líneas están escritas sin un ápice de rencor o malos deseos. Esa es la verdad. Si alguien no quiere creerlo, es su problema, no el mío.
Tanto si eres pastor como si no, y te irritan mis palabras, y por ellas me condenas, entonces es que no eres capaz de empatizar o no has sufrido el abuso espiritual. Si es el caso, no entiendes lo que es que violen tu alma. Pero si eres capaz de ponerte en la piel del otro, las breves pinceladas que aquí mostraré te ayudarán en tu crecimiento y maduración como siervo. Está en ti rechazarlas o aceptarlas.

No sé cuántos de mis antiguos “amigos”, “hermanos” y “conocidos”, que estuvieron conmigo en la misma “iglesia” que derivó en secta, han visto el documental “El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei”. Aunque nosotros éramos de corte protestante, y dicho reportaje se centra en un movimiento dentro del catolicismo, les recomiendo su visionado. Siendo las diferencias conocidas por todo creyente –y a cada uno le corresponde juzgarlas-, la historia que nos cuentan las diversas mujeres que aparecen tienen nexos en común con las experiencias que muchos de aquellos evangélicos experimentamos, y habrá aspectos en los que se verán reflejados. De ahí mi sugerencia para que lo vean. 
Personalmente, los capítulos tercero y cuarto han sido con los que me he sentido plenamente identificado: el miedo a abandonar ese lugar, las veladas advertencias sobre qué me pasaría si lo hacía, las palabras de condena eterna que me lanzaron, el no saber qué hacer con mi vida sin depender del mundo “eclesial”, el terror a la soledad, el no tener amigos que no fueran de allí, el romper con todo y con todos. A lo largo de las décadas, tanto anteriores como a posteriori de mi marcha, ese mismo camino lo han transitado centenares de personas, y cada uno tiene su propia vivencia. En más de una ocasión, me han dicho de escribir un libro con sus testimonios. Y no puedo decir con seguridad que “de esta agua no beberé”. Incluso, viendo este programa televisivo, pensaba en una idea que alguna vez se me ha pasado por la mente: hacer uno semejante. Pero luego lo pienso y digo: “¿Ya para qué?”. Y se me pasan las ganas. Pero como he dicho, nunca se sabe.
Por mi parte, el paso lo di a comienzos del 2008, tras intentar cambiar la estructura a las bravas y no lograrlo, chocándome contra un muro de hormigón y salir escaldado, dejándome el alma hecha añicos. Muchos saben qué sucedió en aquellos meses, pero pocos conocen los detalles, y que no vienen ahora al caso, puesto que mi intención con estos párrafos van por otro lado. ¿Y a qué me refiero entonces? Al trato, bastante desacertado, que me ofrecieron ciertos “pastores” cuando salí de dicho lúgubre lugar. Me centraré en los hechos, no en los nombres –que no daré-, para que otros “pastores” observen los errores y no los cometan con aquellas personas que llegan a sus manos con el corazón roto en un millón de pedazos y más perdidos que “una máquina de afeitar en casa de Chewbacca”.

Dos pastores sermoneadores y juzgadores
A los pocos días de mi marcha, me llamaron de una librería cristiana, de la que era cliente habitual, para recoger un libro que tenía encargado. Allí me encontré con dos pastores de otras iglesias de la comarca. No tenía un trato íntimo con ellos, pero sí afable, puesto que nos conocíamos. Tras saludarnos, uno de ellos me dijo que había ido a mi congregación el domingo y no me había visto. Le contesté que ya no iba, que estaba buscando otra iglesia. No quise explicar nada, ni entrar en detalles. No habría tenido sentido alguno y hubiera estado fuera de lugar.
Ante esto, el otro pastor comenzó una especie de soliloquio. Expresó que los pastores estaban hartos de las abejas (sí, abejas, no ovejas ni cristianos) que van de flor en flor. Y agregó: “Lo único que queremos los pastores son personas que diezmen, asistan a los cultos y obedezcan sin rechistar”. El otro pastor añadió que volviera a dicha iglesia, que era maravillosa y tenía un grupo de jóvenes enorme. Me limité a escuchar y no dije absolutamente nada. Me despedí sin más. Sin embargo, al poco tiempo, me enteré de que, desde mi ex-iglesia, se estaba diciendo que “yo había empezado a criticar, que estos dos pastores me mandaron a callar, me exhortaron y me prohibieron ir a la librería hasta que no pidiera perdón a mis pastores”. ¿Quién mintió? ¿Alguno de ellos dos, o fueron los de mi antigua congregación? Que no quepa duda que algún día se sabrá, sea en esta vida o en la otra. 

¿Cuáles fueron los errores observables en la forma de actuar de estos dos pastores? Por un lado, considerar una iglesia como “maravillosa”, sin conocer toda la realidad. ¿Nunca se preguntó ese pastor por qué el goteo de bajas de personas importantes de dicho lugar? ¿No sabía que no paraban de marcharse todo tipo de individuos, desde pastores a diáconos, terminando por creyentes de buen nombre? Si no se sabe, y antes de hacer ciertas afirmaciones, lo mejor es callar. Y si le interesa realmente conocer toda la verdad, preguntar. No solo a los mandamases, sino a aquellos que se marcharon. Si no lo hacen, estarán juzgando según las apariencias, en lugar de hacerlo con juicio justo (cf. Jn. 7:24).
Por otro lado, que un pastor diga que lo único que quiere son personas que diezmen, asistan a los cultos y obedezcan sí o sí, es ofensivo y denigrante para todo cristiano. Es un concepto tristísimo de los hijos de Dios. Es no entender qué es el cristianismo en su esencia, sustituyéndolo por una serie de directrices religiosas que vuelven a caer en el legalismo. 

Un pastor que, por ahora, da permiso para ir a la iglesia
Tras mi salida, a mis ex-jefes –por denominarlos de alguna manera-, no les bastó con dejarme ir; quisieron controlar mi presente y mi futuro. ¿Cómo? Querían saber a qué iglesia iba a ir a continuación. Una de las mandamases me dejó bien claro que, si no le aportaba dicha información, “me quedaba fuera” (palabras textuales). ¿Por qué ese interés? ¿Era por un deseo genuino de que me fuera bien en mi nueva vida? Nada de eso. El propósito era muy claro: llamar telefónicamente a los pastores de otras iglesias para que “tuvieran cuidado conmigo”, “no creyeran mis palabras” o, incluso, que “no me recibieran”. Y así lo hicieron en varias ocasiones, como alguno de a los que llamaron me contaron a posteriori.
En medio de una incesante búsqueda para hallar otra congregación, visité una con otros amigos que también habían salido. Nos gustó la predicación y, tras el culto, nos presentaron al pastor. ¿Cómo fue el trato que nos dispensó? Frío, muy frío. Las pocas palabras que nos señaló me dejaron de piedra, puesto que jamás imaginé que iba a escuchar algo así: “Por ahora, podéis seguir viniendo”. Sobra decir que ninguno de nosotros se acercó más a dicho paraje.

¿Cuáles fueron los errores observables en la forma de actuar de este pastor? Son claros como el agua cristalina: no mostró ningún interés por nosotros; absolutamente ninguno. En los pocos segundos que compartió, parecía que le molestaba nuestra presencia, y el rictus de su cara, extremadamente serio, así lo revelaba. Pero, más allá de una actitud seca, lo más grave fueron sus palabras. ¿Cómo que, por ahora, podíamos ir “a la iglesia”? Si Cristo murió por todo el mundo, y dijo que “al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37), para que así fuéramos “apartados” para Él, ¿quién es ningún ser humano para decir que puede o no unirse a la comunión de los santos y escuchar la Palabra de Dios? ¿Acaso nos consideraba “pecadores irredentos”? ¿Acaso había salido una sola palabra de nuestra boca que diera eso a entender? Aquella escena fue, nuevamente, penosa y surrealista.

Revelando secretos
Cuando uno pasa por una situación de abuso espiritual, el dolor hay que expulsarlo de una manera u otra. En el libro que le estoy dedicando al tema y publicando en el blog, he descrito las diversas formas de llevarlo a cabo. Una de ellas es abriendo tu corazón de par en par a alguien en quien confías completamente. Ahí, sin cortapisas, puedes exponer tu rabia, tu sufrimiento y tus pensamientos más profundos.
En mi situación, todo eso lo hice, en primera instancia, con un pastor de renombre. ¿Qué hizo este pastor? Imprimió lo que yo había escrito y se lo presentó a otro pastor. Supongo que él lo consideró un acto necesario de obediencia y sumisión ante un pastor superior, aunque en realidad fue una acción bastante desgraciada. Cuando contemplé los folios recopilados, me sentí nuevamente violado en mi intimidad.
Algo así, para empezar, es ilegal y puede traer consecuencias. Tanto la correspondencia postal como por mensaje electrónico (e-mail) es privada. No es algo que se pueda compartir alegremente. Así lo especifica el bufete de abogados AndreyFerreiro: “Si el contenido de la conversación puede vulnerar el derecho al honor de una persona, seamos o no intervinientes en dicha conversación, podemos encontrarnos con una reclamación por vulneración de derechos fundamentales. En definitiva, no hablamos de delito a pesar de la ausencia de conocimiento y consentimiento del afectado, pero sí podemos enfrentarnos a una reclamación civil por vulneración del derecho a la intimidad, honor o propia imagen”[1]. Es algo que explica perfectamente un abogado en el documental “El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei”, puesto que esto va más allá de confesiones religiosas o creencias personales. ¿Podría haber llevado al juzgado a estos dos pastores? Sin duda alguna. Pero, dado mi estado anímico por aquella época, no quise entrar en más disputas.
¿A quién le gusta que revelen sus secretos? A nadie. Particularmente, cuando descubro que alguien –sea quien sea- le ha contado a un tercero algo que le conté en intimidad, no vuelvo a abrirme ante él de igual manera. Lo que para otros puede ser natural –descubrir confidencias-, a la inmensa mayoría nos suele provocar rechazo y desconfianza, así que me limito a seguir el consejo de Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida”.

¿Cuáles fueron los errores observables en la forma de actuar de estos dos pastores? Son evidentes: el primero, revelando secretos sin autorización. En el segundo –el oyente/lector-, en aceptar dicha violación de la privacidad. Ambos estaban tan cómodos, que me pareció que era una práctica habitual entre ellos.
Más allá de la ilegalidad de estos actos, los mismos faltaron a la ética bíblica más elemental: “El que anda en chismes descubre el secreto; Mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13). Puede que ellos no lo consideren un “chisme”, pero igualmente se revelaron secretos, de los cuales nadie les dio permiso.

Bienvenido... después de varios meses
Aunque con altibajos, conforme me iba sintiendo mejor, asistí a varios lugares para conocerlos, hasta que comencé a asistir de forma regular con varios amigos a una iglesia en la que decían sentirse bastante cómodos.
Las predicaciones del pastor eran bastante buenas, y estar entre conocidos me resultaba agradable. Hice amistad con otros cristianos, especialmente con aquellos con los que podía compartir largamente de la Biblia –incluyendo al pastor- y también de otros temas, como el Creacionismo, que siempre me ha resultado fascinante.
Por cuestiones de trabajo, durante los tres meses de verano no pude hacer acto de presencia. Aunque en ocasiones puntuales habíamos tenido conversaciones sobre mi experiencia pasada y el trato era muy cordial, me sorprendió que el pastor, en ese largo periodo de ausencia, no me llamara por teléfono –a pesar de que yo sí lo había hecho con él-, ni me enviara un simple email o dijera de quedar una tarde para tomar un refresco y charlar, aun viviendo a cinco minutos de mi casa. Nada de nada. Ni el más mínimo interés en saludarme o en preguntar cómo me encontraba.
Mi regreso fue en septiembre, en un día donde el viento soplaba con bastante fuerza. Lo que me sorprendió fue lo que dijo sobre mí desde el púlpito cuando me vio: “Por fin vienes. El viento de levante te ha traído por aquí”. Estas palabras no me provocaron ni media sonrisa.

¿Cuál fue el error observable en la forma de actuar de este pastor? Uno que he visto en otros muchos y que demasiados hermanos me han comentado, porque también lo han padecido: dar la impresión de que las personas en sí son secundarias y que lo más le importan a los pastores es que los cristianos “vayan a la iglesia”, a semejanza del pastor que vimos al comienzo, que decía que “lo único que queremos los pastores son personas que diezmen, asistan a los cultos y obedezcan sin rechistar”.
Tal y como yo lo veo, esto es consecuencia directa del legalismo, donde lo que importa es “estar” y “hacer”, en lugar de “ser”, perdiéndose en el camino el sentido de familiaridad entre todos los cristianos.

Estás casi pecando
A los meses de estar en la iglesia donde me estaba recuperando, una tarde, unos de los pastores (allí les llamaban “ancianos”), me citó en una cafetería. Apenas me conocía, pero sabía de mi pasado y de la labor eclesial que había hecho por entonces. Tras dar vueltas y vueltas a la conversación, me expresó el motivo de la reunión: la líder de jóvenes se iba a marchar en breve, porque se casaba y se trasladaba de ciudad, y quería que yo ocupara su lugar. Así, sin más. Me dijo que me lo pensara, y ahí quedó todo, en un ambiente agradable y tranquilo. Tras meditarlo durante unos días, decidí no aceptar: aparte de que todavía estaba en pleno proceso de reconstruir mi vida y mi propio ser, iba teniendo claro que quería servir a Dios de otras maneras diferentes a las que llevé a cabo tiempo atrás.
Cuando le di a conocer mi resolución, y que en ese momento me encontraba a punto de publicar mi primer libro (“Herejías por doquier”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html), me dijo, literalmente, que estaba “casi casi pecando”, repitiendo dos veces el “casi”, para enfatizar su idea. Me quedé estupefacto, pero, nuevamente, no quise responderle. Cuando me hizo la oferta ofreció sus mejores palabras y con un rostro lleno de sonrisas. Cuando le dije que no, su semblante fue todo lo contrario y me acusó de “casi pecar”. Y todo porque no había accedido a sus planes.
A partir de aquel día, su actitud hacia mí cambió radicalmente. Pasaba de largo cuando me acercaba, e incluso en una ocasión me dejó con la mano en el aire cuando fui a estrechársela a escasos centímetros, y siguió caminando como si no se hubiera dado cuenta. Toda la amabilidad del ayer, desapareció por arte de magia. Y hubo otras dos escenas delirantes que prefiero omitir porque estas líneas no buscan hacer cizaña, sino hacer reflexionar. 

¿Cuál fue el error observable en la forma de actuar de este pastor? “Te sonrío para persuadirte con buenas palabras; me muestro duro y te acuso si me dices que no”. Eso no se puede hacer. Eso es chantaje y manipulación emocional, y un nuevo ejemplo de abuso de autoridad. Los cristianos no somos esclavos de los pastores, cuyos deseos debamos atender, dejando nuestra conciencia ante Dios a un lado.
Además, muchos pastores caen en la equivocación de creer que la persona que ha salido de una secta o grupo manipulador se cura volviendo a ejercer ciertas rutinas eclesiales. “Venga, olvídate del pasado. Las heridas ya se curarán. Ponte a trabajar en la iglesia, participa de todos los cultos, reuniones y actividades, y verás qué bien te marcha todo”. No señores. Eso atosiga aún más al creyente y le deja sin aire.
Como bien señala Charles Swindoll: “De cuando en cuando entran inadvertidamente en nuestra iglesia personas necesitadas de sanidad interior. Se encuentran agotadas, ansiosas por hallar un lugar donde restablecerse, y anhelantes por contar con libertad para estar tranquilas y obtener una perspectiva renovada. A tales personas hay que respetarlas y darles la oportunidad de recuperarse. No necesitan que alguien los arrincone y las ponga a trabajar. En esos casos, la asimilación y la dedicación deben colocarse en compás de espera. Su mayor necesidad (como sucedió con Elías) es que se les conceda la libertad de relajarse. A su tiempo les volverán la energía y la perspectiva”[2].
Es Dios quien sana las heridas, y eso lleva Su tiempo, de manera única, según las circunstancias personales y de mil aspectos que solo conoce el afectado. Acelerar los pasos solo trae más carga. Y lo vuelvo a repetir: quien no entiende y no acepta esta realidad, es que no ha transitado por el camino del abuso. 

Un toque de atención, pero que marca un camino de esperanza
A pesar de todo lo descrito, que es solo una panorámica, muchos se sorprenden que haya cristianos que no quieren volver a congregarse tras salir de una secta o iglesia sectaria.
¿Lo reseñado sobre estos pastores indica que eran malas personas o malos en su trabajo? No van por ahí mis tiros. ¿Actuaron de dichas maneras por mala fe? No lo creo. ¿Tenían buenas intenciones todos ellos? Quiero creer que sí. ¿Lo hicieron de la forma correcta? No. En algunos casos, sus desaciertos estuvieron causados por algunas creencias doctrinales erradas o por deficientes praxis eclesiales. Y en otras por falta de preparación sobre cómo atender a un cristiano que viene con el alma desbaratada tras haber sufrido el abuso espiritual. A menos que hayan pasado por vivencias semejantes, no le es fácil empatizar e identificar qué necesita el creyente en esos casos.
Lo que he narrado son pequeñas historias personales, de entre las muchas que he oído y leído de incontables cristianos, que tienen los mismos denominadores en común que las mías. Ninguno de nosotros tiene el deseo de victimizarse. Hacerlo sería concederle la victoria a los verdugos, cuando ellos ya no tienen poder alguno sobre nuestras vidas. Así que el propósito de todo lo narrado es que los pastores puedan meditar, ver si están fallando en estas áreas y qué pueden hacer al respecto.

p.d. Alguno podrá pensar que todos los pastores con los que me encontré tras salir de aquel lúgubre lugar fallaron en su misión. Por suerte, no es el caso. En otros encontré consuelo, aliento, comprensión y fortaleza. Como esa es la otra cara de la moneda, qué deben hacer los pastores, cómo pueden ayudar a los heridos que vienen de una secta o iglesia malsana, dejaré ese lado para el último apéndice del libro “Sobrevivir al abuso espiritual”. Por ahora, aquí lo dejo.

lunes, 31 de marzo de 2025

¡Qué difícil es ser joven en la sociedad actual! Un análisis, bajo mi punto de vista, del sublime tercer capítulo de “Adolescencia”

 


Sí, puedo entender que el libro de los gustos está casi en blanco y que algo no tiene que gustarle a todo el mundo, pero decir –como leí a una persona-, que la serie “Adolescencia” no “le dice nada”, me resulta totalmente incomprensible. Puede que alguien que llega a esa conclusión no tiene hijos y no le importan la vida de otros, le cuesta empatizar con los problemas de los más jóvenes, no ha prestado atención ni ha mostrado el más mínimo interés, o directamente vive en Narnia, en una especie de happy world, donde nada le afecta a nivel personal.
Como esta no es la norma, ya que ha impactado sobremanera a la inmensa mayoría, haré mi propio análisis. Personalmente, recomiendo ver el tercer capítulo un par de veces: la primera, sin cortes, de seguido. La segunda, parando la escena en los momentos álgidos.

¿Por qué, Jamie?
Como saben todos los que la han visto, contemplamos, desde el mismo comienzo, el arresto de Jamie (interpretado sensacionalmente por Owen Cooper), un chico de trece años, acusado del asesinato de Katie, una compañera del colegio. Aquí no hay giros finales ni nada por el estilo. Él lo llevó a cabo. El camino fácil habría sido decir que el niño es un psicópata, en lugar de explicar por qué es cómo es y por qué lo hizo. En ese aspecto, chapeau para los guionistas.
Impactante momento donde la Policía entra en el dormitorio de Jamie para arrestarlo 

Como las pruebas visuales son irrefutables y confirman lo que hizo, todo versa en torno al porqué lo llevó a cabo, y no al clásico caso sobre la celebración de un juicio. Es culpable y lo sabemos bien pronto.
Aunque aquí y allá nos van dando pistas, es en el tercer episodio donde se destapa todo el pastel, en una incómoda e intensísima charla entre una psicóloga (Erin Doherty, que también borda el papel), y Jamie, internado ya en un centro de menores. Es en esta extensa conversación en la que me voy a centrar.
Todos los padres –o aquellos que tengan intención de serlo en el futuro- deben estar atentos a lo que voy a exponer. Aunque no nos conocemos, permíteme tutearte: puedes decir que tus hijos no son asesinos, ni siquiera personas violentas o iracundas, pero la sociedad en la que viven y los problemas que enfrentan son tan reales y peligrosos como los que se nos muestra a través del protagonista. El mundo en que las nuevas generaciones se están criando, es muy diferente al que nosotros vivimos. Espero que las siguientes líneas te ayuden a reflexionar, para así comprenderlos y ayudarlos. Aunque seguro que me quedaré corto y se me escaparán detalles, analizaré, por bloques, los aspectos que considero más importantes.

1) La necesidad de validación paternal
Al comienzo de la sesión con la psicóloga, Jamie se muestra relajado, e incluso bromista, como la inmensa mayoría de los niños de su edad. Se ríe cuando considera que le hacen una pregunta ridícula o que la respuesta es tan obvia que no sabe por qué se la hacen, y repite las palabras de ella como si fuera una abuela. Tengamos en mente en todo momento que tiene apenas trece años.
Pero este ambiente plácido comienza a tensarse cuando le indagan sobre qué piensa de la masculinidad y qué siente él al ser hombre. Afirma que no le gustan tales preguntas, que son estúpidas, y que no se siente cómodo. Cualquiera de nosotros, con esa edad, nos habríamos sentido igual. Ella dice que su concepto de hombre es el de alguien que puede arreglar cosas, armar cosas, le gusta los deportes e ir a la taberna. Como Jamie se enrosca, la psicóloga voltea la conversación para centrarse en el padre, y ver qué opina Jamie de él. Dice que sí, que es así, que le gustan todos los deportes, que trabaja mucho, es amable, no juzga y no es cariñoso. Una vez derribó un cobertizo cuando estaba rabioso, pero se “enoja como cualquier persona; nada grave”, puesto que es un hombre bueno.
Y aquí llegamos a un punto clave: a Jamie, al contrario que a su padre, no le gustaban los deportes. A pesar de eso, él lo apuntó a jugar al fútbol, el cual se le daba bastante mal. Lo animaba durante el juego, pero se avergonzaba cuando lo veía fallar. Como no podía disimular su desilusión, apartaba la mirada para fingir, pero Jamie se daba cuenta. Es obvio que esto le hacía sentir un miserable. La psicóloga le dice que ella tampoco era buena en los deportes, a lo que él replica que seguro que era buena en otras cosas y que es inteligente, pero que él siente que no es bueno en nada, y que no le importaba. Su lenguaje no verbal deja bien claro que sí le importaba, y mucho. Tristemente, es algo que piensan muchísimos chicos durante la pubertad. ¿La razón? En el siguiente párrafo quedará clara.
Un hijo busca en su padre la mirada de la satisfacción, de la alegría, del reconocimiento. Necesita imperiosamente saber y sentir que su padre lo tiene en altísima estima y que valora los talentos que posee. En el caso de Jamie, por el cuarto y último capítulo, sabemos que era el dibujo: se le daba sensacional, se pasaba horas ensimismado y disfrutaba una barbaridad. Su padre no supo verlo.
No cometas ese error. Valora, aprecia y potencia la riqueza interna que fluye de manera natural en tu retoño. Aquí te muestro cómo: “Los jóvenes y los adolescentes piden que sus padres les valoren y les comprendan” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/31-los-jovenes-y-los-adolescentes-piden.html).

2) La necesidad de validación femenina
Aunque he hecho mención concreta a la figura paternal, la maternal es igual de importante. La necesidad de validación femenina está presente en todo momento. A lo largo de la sesión, y a pesar de que se enoja con la psicóloga en varios momentos, siempre termina por decirle que prosiga con sus preguntas, las que sean. Aparte, quiere saber qué piensa de él, y por eso le pide las notas que había escrito.
Cuando llega el final y ella le anuncia que es la última vez que se van a ver, él grita desesperado. No quiere que se marche. Le pregunta si volverá. Y aquí vemos la gran importancia que le concede, con una última pregunta: “¿Te agrado?”. Ella no puede responder, ya que debe limitarse a su labor como profesional. Esto rompe a Jamie todavía más.
Quiere su compañía. Necesita su compañía. Necesita ser aceptado. Necesita alguien que se interese en él sin juzgarle y por aspectos a los que nadie hace caso, que le ofrezca validación como ser humano y como hombre.
Que no lo olviden las madres: tienen una labor fundamental en la crianza de sus retoños y en la formación de su personalidad.

3) La presión por tener sexo desde joven
Cuando tratan el tema de las relaciones sentimentales y el sexo, la psicóloga empieza preguntándole qué haría si tuviera novia. Responde que la llevaría al cine, a ver una peli de terror. Luego salta al sexo: ¿te parece normal que un chico o una chica heterosexual de tu edad tenga relaciones sexuales? Él considera natural besarla y tocar las partes intimas de una chica, incluso por debajo de la ropa. Confiesa que no ha hecho nada de eso, pero que debería haberlo hecho ya.
Este es un claro ejemplo de cómo ha cambiado la sociedad. Hasta hace una generación, con trece años se pensaba únicamente en jugar, jugar y volver a jugar. Hoy en día:

- entre la sexualización extrema de la mujer, tanto por el mundo de la moda, el cine, la televisión, y ellas mismas en Internet.

- entre el consumo de pornografía a edades bien tempranas.

- entre los vídeos de twerking y las letras vulgares de reguetón​.

- entre la banalización del sexo.

- entre basar el valor personal en lo que se expone en las redes sociales y en lo que los demás piensan de uno.

-  y entre los malos ejemplos que ofrecen infinidad de adultos...

... la presión sobre los jóvenes para comenzar a tener relaciones íntimas es brutal. El rarito, al que miran con recelo, es el que no ha hecho nada. Esto lleva a esos jóvenes a sentirse inferiores. Es duro de leer y de aceptar, pero esa es la realidad presente, como analizamos en “La presión de grupo a la que son sometidos los jóvenes y adolescentes” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/08/7-la-presion-de-grupo-la-que-son.html).

4) Los Incel y el rechazo sentimental
¿Qué sucedía con Jamie? Aunque decía que Katie –la chica a la que apuñaló hasta la muerte-, no era su tipo (al considerarla “plana”), le pidió salir, ya que eso –que fuera “plana”-, “no le importaba y estaba bien”. O sea, le gustaba. Lo llamativo es que lo hiciera tras lo mal que Katie se había portado con él.
Cronológicamente, así fueron los hechos: ella le pasó a un chico, con la intención de atraerlo, una foto por Snapchat (una aplicación de mensajería para intercambiar vídeos y fotos), con la particularidad de que dicha imagen la mostraba desnuda, de cintura para arriba. Este chico se la reenvió a todo el mundo. Mientras que la llamaban “putX”, “plana” y otras cosas, Jamie se acercó a ella y le dijo que lamentaba mucho lo que le habían hecho, y que quería invitarla a la feria. Se mostró amable; hasta se puso su mejor ropa. Pensó que en el estado vulnerable en que ella se encontraba, él le gustaría. ¿Prefería ella a los chicos malotes? Ya he hablado en otras ocasiones del tema, que no es necesario reabrir aquí. Así que sigamos con la narración: ante la invitación, Katie se rio y le dijo que no estaba tan desesperada.
El que, a esa edad juvenil, armado de valor, aun sintiendo pánico al rechazo, se ha acercado a una chica, le ha propuesto salir y se ha encontrado con una respuesta semejante, sabe qué se siente en esos momentos: humillación, incomprensión, tristeza y desesperación. La autoestima queda aniquilada instantáneamente y el corazón se descompone como un azucarillo en una taza de café hirviendo. El sentimiento de inutilidad toma el control, hasta el extremo de sentirse físicamente repelente.
Luego del fulminante rechazo, esto aconteció: Jamie tenía Instagram, pero solo para ver otras cuentas, ya que no subía fotos, puesto que pensaba que no le gustaba a nadie, al considerarse feo. La cuestión es que sus amigos y su hermana subieron alguna en la que sí aparecía etiquetado. Esas fotos fueron comentadas por Katie, donde insertó algunos emojis (pequeña imagen o icono digital que se usa en las comunicaciones electrónicas para representar una emoción, un objeto, una idea, etcétera), donde venía a exponer que Jamie era un “Incel”[1]. Para el que desconozca el significado de dicho término, es un acrónimo de la expresión inglesa involuntary celibate; es decir, un “celibato involuntario”, por parte de hombres incapaces de tener pareja y/o sexual, pese a que quieren.
Jamie la confrontó y le dijo: “No soy lo que dices que soy”. ¿La respuesta de Katie?: “Bueno” (sonriendo y en tono burlesco). Y luego se fue. En su caso, según ella, era un Incel porque “pertenecía al grupo de hombres que no le importaban a las mujeres” (“al 80% de las mujeres les atrae el 20% de los hombres”). Con esos emojis, venía a decirle que él no pertenecía a ese 20%: “¿Quieres amor? No lo obtendrás”. Es un desprecio absoluto que atenta contra la dignidad básica de cualquier ser humano.
Al escuchar eso, la psicóloga le dice que aquello le debió parecer muy cruel, a lo que él responde que “puede ser”. Para añadir más carga, no fueron pocos a los que les gustaron esos comentarios contra él y los consideraron divertidos. Y es aquí donde todo explota y Jamie prácticamente se delata: “Era una perra. Una perra acosadora. Hasta tú lo notas. Debí haberla matado, pero no lo hice”.
Katie tenía un rostro angelical, pero su corazón no iba en consonancia con el mismo 

¿Merecía la muerte? No, ni por asomo. ¿Debería haberle gustado Jamie y aceptar su invitación? No, si no le gustaba, no le gustaba, y punto. ¿Se portó mal con él? Bastante. ¿Le hizo bullying? Muchísimo. ¿Él debería haber aceptado el rechazo, aprender de la experiencia para madurar y seguir con su vida? También.
Como diré al final, no defiendo a Jamie lo más mínimo, ni culpo a Katie de su asesinato, solo explico los hechos y sus reacciones para que todos comprendamos ciertas realidades y, así, meditar.

5) Ira acumulada en un alma atribulada
Todos han visto esta parte como un intento de Jamie de imponer su voluntad, como una señal más del machismo recalcitrante con el que nos han educado desde hace siglos. Pienso que eso es el discurso sencillo e ideológico, por lo que iré más allá y daré mi opinión, formulándote una pregunta: si tu padre no valorase tus dones ni tu forma de ser, si sintiera vergüenza al mirarte porque no se te da bien algo que para él es importante, si te insultaran y escupieran en el colegio, si te vieras como feo y un fracasado, si las chicas no quisieran absolutamente nada de ti y ellas mismas te despreciaran en las redes sociales, si fueras alguien impopular, ¿cómo te sentirías? No me digas que estarías dando saltos de alegría. Lidiar con todas esas emociones y canalizarlas correctamente no es nada sencillo. Y ahí están los casos de suicidios entre adolescentes que sufren este tipo de circunstancias y se ven envueltos en una especie de agujero negro.
Si lo descrito nos sucediera, en nuestro ser interior, habría una mezcolanza de tristeza e ira, ambas tan fundidas, que sería difícil diferenciarlas, como expone esta fábula: “Había una vez un estanque maravilloso.
Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente. Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque. La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua… Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró. Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza. Y así vestida de tristeza, la furia se fue. Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia. Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es solo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad… está escondida la tristeza”[2].
Así entendemos que la ira de Jamie, en verdad, escondía una profunda tristeza. Esto hacía que saltara a la mínima con violencia, física o verbal, ante aquellos que consideraba más débiles y que podía plantarles cara. De ahí esa pelea a puñetazos en el centro de internamiento, bajo la excusa de que no se caía bien con el otro chico. De ahí que él saltara ante la psicóloga cuando le mandaba sentarse o no le gustaba el cariz que tomaba la conversación. De ahí sus palabras: “No, no me siento. Tú no mandas en mi vida. Grábatelo en tu mente”. No tenía control sobre nada en su vida, se sentía pisoteado y ninguneado, y en esos estallidos sentía que tomaba el control. Un falso control, pero control al fin y al cabo.
En mi opinión, las lágrimas que derrama al final la psicóloga no son por haber pasado miedo ante Jamie o por el estrés experimentado durante la sesión, sino por haber visto el alma del chaval, que estaba llena de dolor, sufrimiento e ira. Esa fue la causa de sus últimas palabras: “Te recomiendo que aproveches cualquier servicio de salud mental que te ofrezcan”.
Un hijo puede mostrarse rebelde, respondón o agresivo por causas mucho más profundas que una simple rabieta o por un acto de machismo. Cuando algo así suceda, hay que investigar si no hay nada más detrás, porque posiblemente sí lo haya. Algo que se haya pasado por alto o una situación que se desconozca por completo: problemas personales, frustraciones o sentimientos de desesperanza que esconden una tristeza camuflada. Nuevamente, es la labor de los padres ir más allá de las meras apariencias.

6) ¿Blanqueamiento? & Responsabilidad personal
Todo lo que he ilustrado con palabras y ejemplos, no es un intento por mi parte de blanquear a Jamie y el cruel asesinato que lleva a cabo. No justifico. No defiendo. Solo explico.
La mayoría de las personas no tienen los dientes de color blanco como el marfil. En muchísimas ocasiones, se debe exclusivamente a una cuestión genética. Pero en otras muchas se debe a una mala alimentación, a un mal cuidado de los mismos o al tabaco. Con la maldad humana sucede exactamente igual: la traemos de serie. Bien dijo Pablo: “hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). Esta es una ley universal. Esta inclinación al mal puede aumentarse en función de diversos factores: la educación, los amigos, la cultura, etc. Todo ello influye, pero NO DETERMINA. Aunque se me molesten algunos sectores dentro del calvinismo, somos poseedores del libre albedrío, por lo que somos responsables de nuestras decisiones, para bien o para mal.
En la vida real, las circunstancias de Jamie se asemejan a las vividas por miles de jóvenes, tanto chicos como chicas, y, porcentualmente, muy pocos se convierten en asesinos o malas personas. Que no tengas “los dientes blancos” (ese mal que está en nosotros intrínsecamente), no implica que no los cuides.
La decisión de matar o de hacer cualquier tipo de mal, en mayor o menor grado, no depende en última instancia de los condicionantes que he citado, sino de la persona.
En más de una ocasión lo he dicho, pero quiero terminar repitiéndolo: el deber de los padres es educar, guiar, corregir, apoyar, valorar e inculcar sanos valores, pero serán ellos los que decidan qué camino tomar, por lo que, en un sentido u otro, será responsabilidad de los hijos.

* EXTRA
Como dije al comienzo, puede que me haya dejado cuestiones en el tintero, por la sencilla razón de que no me haya dado cuenta o, en mi opinión, las he considerado menos interesantes y que no casaban con lo que quería proponer. Pero hay otros asuntos que sí he contemplado en esta serie y que analizaré en otros escritos, ya fuera de ella. Algunos ejemplos de otros artículos que vendrán en el futuro:

- Jamie se sentía feo, como le sucede a muchas personas, tanto jóvenes como adultas. Como nunca he leído a nadie tratar esa cuestión, me encargo la tarea de hacerlo.

- Aunque del bullying ya hablé en otra ocasión (“Estamos muertos: jóvenes que se sienten “zombies” a causa del bullying”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/02/estamos-muertos-jovenes-que-se-sienten.html), le volveré a dar una vuelta de tuerca con un caso real, donde, a diferencia de Jamie que cometió un crimen, una chica de mi país que sufrió tales circunstancias, se suicidó.

- Manosfera (o machosfera), siendo un tema que me era completamente desconocido –al menos, en esos términos-, para desmontar algunas de sus ideas perniciosas sobre las mujeres.

- Más allá de todo lo que vendrá, insisto en que todos lean el libro “Para padres, jóvenes y adolescentes”, cuyo índice y respectivos enlaces dejé aquí: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/03/adolescencia.html


[1] El equivalente femenino para incel es femcel. 

[2] Bucay, Jorge. Cuentos para pensar.