El primer
argumento que presentan los proabortistas es que “un feto no
es una persona; por lo tanto, abortar no es un asesinato”, lo cual es la
primera de sus muchas falacias.
La realidad es
que un espermatozoide (gameto masculino) o un óvulo (gameto femenino), por
separado, no son seres humanos, pero cuando el espermatozoide fecunda el óvulo
sucede la concepción y surge un “nuevo ser individual y diferenciado del
resto”. En ese instante, se fusionan en una sola célula primigenia los 23 cromosomas del espermatozoide
paterno y los 23 cromosomas del óvulo materno. Ese código genético del cigoto
ya contiene toda la información sobre las características que tendrá: color de
ojos, cabello, sexo, altura, e incluso su propensión a la gordura o la
delgadez. Ese ADN en concreto, pertenece al de la especie humana. De ahí no saldrá
un perro, un mapache o un loro, sino un niño o una niña. Ese ADN es
diferenciado del de la madre y no es parte de su cuerpo.
Todos los
órganos auxiliares –placenta, cordón umbilical y saco amniótico- no son
desarrollados por el cuerpo de la madre, sino por el propio embrión. Por todo esto, tienen ritmos cardiacos distintos y pueden tener un tipo sanguineo igualmente diferente.
Ante estas evidencias irrefutables, la mujer no puede reclamar derecho sobre su cuerpo ya que esa vida es distinta a la suya. Los dos ojos, las dos manos, las dos piernas, los dos riñones del feto
no son de la madre. ¿O que es una mujer tiene cuatro brazos y cuatro piernas?
No es un tatuaje o un piercing que quitarse. Cuando los derechos propios
destruyen los derechos del otro, no existe derecho alguno que reclamar.
Este ser humano, a
las dos semanas de la concepción, está completamente implantado en el útero.
Una semana más tarde, ya se le está formando el cerebro, la médula espinal, el
sistema nervioso, los pulmones, el estómago, los intestinos y los ojos,
comenzando a ser visible el desarrollo de las orejas y la nariz. Unos días
después se completará el esqueleto, le latirá el corazón y la sangre fluirá con
regularidad por el sistema vascular. Al mes ya tendrá incluso la huella
dactilar.
Algunos proabortistas consideran que la vida humana no comienza hasta
que hay “ondas cerebrales”, lo que sucede sobre la semana 20, y que, por lo
tanto, antes no es una persona. Pero como bien pregunta irónicamente Ben
Shapiro: “¿Matarías a una persona que está en coma sin actividad cerebral sabiendo
que en varios meses la va a tener y va a despertar?”[1]. Pues lo mismo con el feto.
Otros apuntan a que como no tiene “autonomía” y depende de que la madre
la alimente, sí es parte de la madre. ¿Y eso es un argumento para acabar con
esa vida? También será dependiente los primeros años de su vida, ¿qué hacemos
entonces? ¿Lo matamos también bajo la premisa de que no es “autónomo” ya que no
puede proporcionarse por sí mismo la comida?
Nada de esto es
religión, interpretación o subjetividad; es simple biología. Por eso hay
personas que, siendo ateas, son provida, como la conocida activista argentina
Lupe Batallán[2].
Cuando un “médico”
–que no debería ser considerado como tal porque incumple el juramento
hipocrático (el cual dice, entre otras cosas, “No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, pesarios abortivos ni
sugeriré a nadie cosa semejante”), extrae el feto del útero materno usando un bisturí o un aspirador para acabar con él,
lo que hace, literalmente, es cortar en trocitos huesos, ojos, corazón y cerebro.
Una masacre. En una clínica abortista –a la que llaman “centro de salud”- entran
dos personas y sale una: la primera caminando y la otra en una bolsa de residuos. ¡Y todavía tienen la desfachatez e inmoralidad de llamar “planificación familiar” al acto de acabar con una vida!
Es irónico y
llamativo que, si una mujer sufre un aborto espontáneo, se hace todo lo posible
por salvar la vida de la criatura (lo cual con la tecnología actual es posible
en muchos casos a las 18 semanas), pero se le condena a la muerte si permanece
en el interior de la madre y ella quiere abortar como si fuera un derecho que
la madre posee, como afirma atrozmente la actriz Olivia Wilde[3].
La cuestión es que,
cuando una mujer queda embarazada y dice que quiere abortar porque “no quiere
ser madre”, está cometiendo un error de base: ya es madre desde el mismo momento
de la concepción, como hemos visto claramente, y tal y como se observa de manera gráfica en la imagen que encabeza el escrito: Luis siempre fue
Luis.
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