“Herejías por doquier”. El primer libro de una
trilogía sobre herejías que se han infiltrado sutilmente dentro del
cristianismo y que están haciendo mucho daño entre el pueblo de Dios. Y más
entre aquellos que proclaman en alto "amén" sin haber escudriñado
previamente con nobleza las Escrituras como los de Berea. Aquí muestro algunas
de las preguntas que planteo y que respondo en su interior:
-Teología de la prosperidad: ¿Es cierto que Dios
quiere que todos seamos prosperados materialmente, como muchos enseñan y
predican hoy en día? ¿Es cierto que quien no alcanza esa prosperidad es a causa
de su falta de fe o de andar en pecado?
-Confesión positiva: ¿Es cierto que si proclamamos con
nuestras bocas que seremos sanados de toda enfermedad, que si declaramos que
nuestros sueños y deseos serán cumplidos en cualquier área de nuestra vida,
Dios lo hará realidad ya que Él dijo que todo lo que pidiésemos en su Nombre
nos sería hecho?
-Demonios: ¿Es cierto que somos obligados por los
demonios a pecar en contra de nuestra voluntad? ¿Es cierto que el cristiano
“nacido de nuevo” puede albergar espíritus inmundos en su interior?
-Cartografía espiritual: ¿Es cierto que hay potestades
que dominan las ciudades y que tenemos que identificarlas para reprenderlas y
expulsarlas?
-Maldiciones generacionales: ¿Es cierto que nuestros
antepasados nos transmiten espíritus de maldad que nos fuerzan a pecar? ¿Es
cierto que sobre nosotros recaen maldiciones que debemos romper para que no
haya desgracias en nuestra vida?
Aquí el índice:
INTRODUCCIÓN
LAS HEREJÍAS
EN LA HISTORIA
¿RIQUEZAS Y
PROSPERIDAD?
CONFESIÓN
POSITIVA
El origen, sus ideales y la realidad bíblica
La confesión y la sanidad
¿Son válidas todas las experiencias?
DEMONIOS Y
MÁS DEMONIOS
¿Los espíritus demoníacos son los responsables de
todas nuestras enfermedades?
¿Los espíritus demoníacos son los responsables de todos nuestros
pecados?
¿Los espíritus demoníacos pueden ejercer control
sobre los cristianos e incluso poseerlos?
CARTOGRAFÍA
ESPIRITUAL
MALDICIONES
GENERACIONALES
INTRODUCCIÓN
Un triste denominador común entre
determinadas iglesias evangélicas es la intolerancia
doctrinal. Esta actitud provoca que los cristianos se vuelvan
intransigentes con aquellos hermanos que difieren de sus posturas. Se
convierten en críos en un jardín de infancia: todos peleando por el mismo
juguete; en este caso, por llevar la razón. Así lo afirma José M. Martínez: “La historia de la teología abunda en ejemplos de posturas
extremas [...] La defensa de tales extremos apenas da otros resultados que no
sean la controversia acalorada y la confusión”[1].
Me atrevería a afirmar que, si la
salvación dependiera de nuestra perfecta interpretación sobre las múltiples
doctrinas que se encuentran en la Palabra de Dios y de que nuestra
interpretación concordara hasta el más mínimo detalle con los pensamientos del Señor,
nadie sería salvo. ¿Por qué tal aseveración? Porque ningún cristiano piensa
exactamente igual que otro en todas y cada una de las cuestiones planteadas en
las Escrituras. Diferimos en diversos asuntos como la escatología, la
soteriología, la eclesiología o la carismatología. Unos creen que la salvación
se puede perder, y otros que es imposible dejar de ser un hijo de Dios, puesto
que hemos sido escogidos; unos consideran que la Gracia es resistible, y otros
que no; unos piensan que los dones espirituales siguen vigentes, y otros que
fueron exclusivos para la época apostólica; unos admiten que la mujer puede
desempeñar labores de liderazgo, y otros lo niegan; unos creen en un Rapto de
la Iglesia años antes de la Segunda Venida de Cristo, y otros señalan que ambos
son el mismo acontecimiento; unos creen en el Milenio literal, y otros que es
simbólico. Si a ello le añadimos otras cuestiones menores, la lista se hace
interminable: el uso de instrumentos musicales en la congregación, la
celebración de la Navidad, la asistencia a espectáculos deportivos, la
posibilidad de escuchar o no música secular, etc. Así podríamos seguir
discutiendo hasta el infinito.
Respeto profundamente a
todos aquellos que defienden, con una base sólida y bíblica, las ideas que
tienen respecto a las distintas posiciones sobre todos y cada uno de estos
asuntos, incluso si no concuerdan con las mías. Pero
no entiendo (y nunca entenderé) a los que piensan de manera opuesta a otros y
los descalifican usando distintas expresiones que he podido oír y leer en más
ocasiones de las que me hubiera gustado: “Lo que ellos creen es una doctrina
del diablo”; “Tristemente muchos cristianos y teólogos no han entendido el
verdadero significado de estas palabras”; “Son falsos maestros”; “Apóstatas”;
“Herejes”; “Lobos con piel de cordero”; “No asistas a esa iglesia porque no
creen en los dones espirituales”; “No te juntes con ese hermano que no tiene la
misma doctrina que nosotros”; “Ellos creen en la predestinación. Donde entra
esa doctrina la iglesia termina por hundirse”; “Las fuerzas de Satanás
promueven la doctrina de la inseguridad. Algunos a veces pueden dudar de su
salvación porque no conocen la Palabra de Dios o son confundidos por hombres o
por demonios”[2].
Tengo curiosidad por saber qué se dirán unos a otros algunos pastores calvinistas
y arminianos cuando se encuentren en el reino de Dios y recuerden que ambos
prohibieron a los miembros de sus congregaciones asistir a la del otro hermano.
¿Cómo puede ser que verdaderos eruditos
empleen los mismos textos bíblicos y lleguen a conclusiones radicalmente
opuestas? Podemos verlo en un sencillo ejemplo, donde los autores prácticamente
usan las mismas expresiones a pesar de que sus posturas son completamente
opuestas:
- “El enfoque que hemos seguido obedece a una
interpretación ecuánime y seria de las Sagradas Escrituras. Hemos procurado
destacar la armonía y unanimidad del divorcio y matrimonio nuevo. Todo
cristiano puede estar seguro de que este criterio, conforme al testimonio de
las Sagradas Escrituras, es razonable, justo y confiable”. Palabras
escritas por Keith Bentson, autor de Hasta
que la muerte nos separe. Bentson cree que el divorcio no se puede dar en
ningún caso (excepto con la muerte del cónyuge) y, por lo tanto, tampoco nadie
puede volver a casarse.
- “Usted puede estar seguro que la información
que recibirá es el resultado de una interpretación bíblica y detallada”.
Palabras escritas por David Hormachea, autor de Una puerta llamada divorcio. Él considera posible el divorcio en ciertas
condiciones (aparte de la muerte del cónyuge) y, por lo tanto, también la
posibilidad de volverse a casar si se dan las circunstancias para el divorcio
que él presenta.
Así que, teniendo todo esto en cuenta, o
ellos se equivocan, o es Dios quien yerra. Apuesto mi vida a que no es un fallo
del Soberano. Por eso tengo siempre presente las palabras de Santiago: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos
de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Stg. 3:1). Es
cierto que el Señor levanta maestros (los cuales son necesarios), pero
considero un grave peligro ir por la vida de “erudito” y mostrarse tan tajante
con la ligereza que algunos lo hacen. El único infalible es el MAESTRO, en
mayúsculas. De ahí que sí me gusten estas otras palabras dichas también por
David Hormachea en
el mismo manuscrito: “De ninguna manera
pretendo que todos los que componemos la familia de Dios acepten mi punto de
vista. Por lo tanto, no importa cuáles sean mis conclusiones, estoy seguro que
habrá hombres de Dios competentes y sinceros que están en desacuerdo conmigo”. Tal idea habría que
ampliarla a las cuestiones que hemos citado anteriormente. Como señala
nuevamente José M. Martínez:
“Siempre deberá mantenerse la humildad [...] y evitar el dogmatismo o, en palabras
de Michael Wilcock, el uso exasperante de los adverbios claramente y obviamente
en afirmaciones que para quienes otros puntos de vista no son ni claras ni
obvias en absoluto”[3].
Deberíamos hacer nuestras la célebre frase que algunos
atribuyen a Agustín de Hipona y otros al teólogo alemán del siglo XVII Ruperto
Meldinius: “En los puntos esenciales, unidad; en los puntos no esenciales,
libertad; y en todas las cosas, amor”.
Hay que reconocer que la problemática puede surgir en
lo que concierne a qué temas son esenciales y cuáles no. Lo que para un
creyente puede ser esencial puede no serlo para otro. Sería un tema de debate.
Mi postura (que no tiene que ser compartida por todo el mundo) es que podríamos
clasificar los asuntos esenciales en aquellos
que repercuten directamente en la salvación. Aquí incluiríamos cuestiones
incuestionables dentro de la fe cristiana. A saber: el pecado original,
la salvación por gracia, la Trinidad, la divinidad de Cristo, su encarnación,
que fue concebido por el Espíritu Santo de María virgen, su muerte expiatoria
en la cruz que canceló de una vez y para siempre nuestra deuda con el Padre, su
resurrección corporal de entre los muertos y posterior ascenso a los cielos, y
la segunda venida para establecer su Reino por la eternidad. Considero que
quien niega alguna de estas creencias no es salvo. En
las materias no esenciales incluiríamos aquellas que no repercuten en la
salvación, como el amilenarismo, el premilenarismo y el postmilenarismo, las
posturas calvinista o arminiana respecto a la soteriología, o las diversas
teorías referentes a la actualidad de los dones extraordinarios del Espíritu
Santo, entre otras. Es indudable que un creyente, en función de lo que crea en
estas materias, variará determinadas pautas en su vida, la cual tendrá matices
diferentes. Pero, en mi opinión, no ganará ni perderá la salvación, acierte o
yerre en estas creencias, ni será menos hijo de Dios por esto.
La gravedad del problema no radica en defender el
punto de vista personal en asuntos no esenciales (y es sano que cada iglesia local tenga definido su cuerpo de
doctrinas), sino en tachar como “no-cristiano” o “hijo del diablo” a un hermano
por esas mismas cuestiones no fundamentales: “Obsérvese que ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación
bíblica es fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en
esforzarse por tener la mayor luz posible sobre todos los textos difíciles,
obrará mejor si a lo largo de su investigación y aun al final de ella mantiene
una sana reserva en cuanto a sus conclusiones, una reserva emparejada con el
respeto a las opiniones diferentes de otros cristianos igualmente amantes de la
Palabra de Dios”[4].
Siempre señalo que no son los que están
fuera los que dividen a la iglesia, sino los que componen el cuerpo de Cristo
cuando tratan de imponer sus creencias en asuntos que no son básicos para la
salvación. Sé de hermanos que les han dicho a otros: “¿Pero vosotros leéis la Biblia?”. ¿La razón de tal
acusación?: Ellos defendían la imposibilidad de perder la salvación ante los
que no compartían la misma opinión. Esta intolerancia ha sido transmitida y
tristemente expandida entre parte del pueblo de Dios. ¡Qué imagen tan triste
damos en algunas ocasiones! Al contemplar estas actitudes en el panorama general
del cristianismo, puedo entender la oración de Jesús rogando al Padre por
nuestra unidad: “Padre santo, a los que
me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Jn. 17:11).
Esto no significa ni mucho menos que debamos aceptar
todo tipo de doctrinas que tengan apariencia
de no ser esenciales cuando
realmente son herejías, aun cuando aquellos que las exponen crean en las
doctrinas sí esenciales, como veremos a continuación. Somos avisados que
incluso los escogidos están en peligro de ser engañados (Mt. 24:24). Ser
bíblicamente quisquilloso no debe ser
considerado como algo negativo, como indicó J.C. Ryle (1816-1900): “Hemos caído en
tiempos en que recelar en cuanto a la sana doctrina no solo es un deber sino
una virtud [...] El que quiera estar a salvo debe cultivar el espíritu de un
centinela en un puesto crítico. No debe importarle que se burlen de él por
considerarle alguien que ´ve herejías por todas partes`. En tiempos como estos,
no debe avergonzarse de sospechar el peligro. Y si hay alguien que se burle de
él por ello, bien puede darse por satisfecho respondiendo que la serpiente con
su astucia engañó a Eva”[5].
Tenemos que hilar muy fino y buscar la paz, pero no
hablar de ella cuando no la hay realmente. ¿Por qué digo que tenemos que medir
con suma cautela? Porque no todos aquellos que están enseñando determinadas
herejías lo hacen a propósito. Están aquellos plenamente conscientes de sus
errores y que, aun así, continúan con esas falsas enseñanzas. Estos son los que
tuercen y tergiversan las Escrituras para su propia perdición (cf. 2 P. 3:16). Pero, al mismo tiempo,
también hay hermanos inconscientes de sus propios fallos. De ahí que llamar
falso maestro, falso profeta, falso Cristo o hereje con un exceso de premura a todo aquel que yerra pueda ser una
insensatez. En lugar de orar para que el Señor los condene o los expulse de su
Iglesia, deberíamos corregirlos en todo aquello que esté en nuestras manos. Hay
muchos hermanos que han podido rectificar porque otros han tenido la paciencia
de enseñarles. Sin embargo, hay creyentes que declaran una especie de guerra
espiritual lanzando sentencias absolutas,
como si procedieran directamente del cielo, contra aquellos que están en el
error, e incluso se alegran cuando algún mal les acontece, proclamando con
total seguridad que es el juicio de Dios. Somos llamados a juzgar los hechos y
las palabras a la luz de las Escrituras, pero no las intenciones últimas de
estas personas, puesto que este tipo de juicio le pertenece en exclusiva al Todopoderoso.
¿Es normal indignarse cuando escuchamos a aquellos
que proclaman herejías y se muestran satisfechos y felices? Por supuesto que es
lógico, pero lo uno no quita lo otro.
Algunos no estarán de acuerdo con mis palabras y dirán
que todo aquel que enseña una herejía es un hereje. A ellos les diría que
entonces tendrán que calificar a muchas de las grandes figuras del cristianismo
como herejes: Jerónimo (345-420 d.C.), de quién proviene la traducción de la
Biblia al latín (la conocida Vulgata), erró al fomentar el ascetismo. U
Orígenes (185-254 d.C.), quien cometió el fallo de querer interpretar toda la
Palabra de Dios de forma alegórica (aparte de la locura que cometió al
autocastrarse) y de creer en la apocatástasis, es decir, la idea de que
finalmente todos los seres humanos (incluyendo a los pecadores) y los ángeles
caídos serán salvos tras pasar por el fuego purificador del infierno (que no es
eterno, según él). Y por último, Agustín de Hipona (354-430 d.C.), que creía en
la virginidad perpetua de María. En ninguno de estos casos podemos afirmar con
total y absoluta rotundidad que ellos experimentaron el nuevo nacimiento, pero
por la vida que llevaron podemos creer que sí y que amaban a Dios de puro
corazón, aun cuando estuvieran equivocados en determinados aspectos.
Por todo lo que hemos visto, pidamos
al Señor discernimiento para saber distinguir entre los falsos maestros que son
lobos disfrazados de ovejas (aquellos a los que alude Pedro, que hacen
mercadería por avaricia bajo el pretexto de la fe y que introducen
encubiertamente herejías destructoras) y los hermanos sinceros en sus creencias
pero confundidos en parte de su caminar como hijos de Dios.
*Entre otros lugares, está disponible en:
-Amazon:
-Libreria AlfaOmega:
[1] Martínez, José M. Hermenéutica Bíblica. Clie.
[2]
Dickason , Fred. La posesión demoniaca y
el cristiano. Betania.
[3]
Martínez, José M. Hermenéutica Bíblica.
Clie.
[4] Ibid.
[5] Ryle,
J.C. Advertencias a las iglesias. Peregrino.
En estas últimas semanas he estado leyendo con detenimiento "Herejías por doquier" de Jesús Guerrero Corpas. Tengo el privilegio de conocer al autor por muchos años y puedo decir que aparte de ser un gran escritor, es aún, un mejor amigo.
ResponderEliminarSupe del libro incluso antes de que saliera a la luz pública. Tras tener un primer contacto con el índice, debo admitir que me pareció una propuesta muy valiente por su parte.
He vivido de cerca la ilusión del autor en el proceso editorial y me consta el esfuerzo invertido en esta obra. Esa combinación (ilusión-esfuerzo) han hecho posible que este material esté al alcance de todos. Tras tenerlo en mis manos y leerlo con pausa, me gustaría recomendarlo. Espero que mi amistad con el autor no le reste objetividad al análisis que hago aquí; las razones que presento nacen desde la sinceridad y desde la convicción de que este libro puede hacer mucho bien al cuerpo de Cristo. Recomiendo "Herejías por doquier" por lo siguiente:
1. Conversa con profundo respeto. Desde el principio hasta el final, el autor mantiene una conversación respetuosa con los proponentes de las enseñanzas que este libro examina. Es inevitable citar los nombres de las personas que abogan por diversas doctrinas ajenas a la Biblia; pero me agrada ver que los temas están abordados desde el respeto y que esa es la tónica general del libro. Me parece algo muy difícil de conseguir, pues, ¿quién no se ha acalorado en un debate o una conversación en la mantenemos posturas diferentes con nuestros contertulios? Escuchar con respeto y con paciencia argumentos contrarios a los que sostenemos y presentarlos con imparcialidad, es algo que debemos anhelar y desarrollar más. El autor hace un delicado y preciso deslinde entre juzgar a la persona y juzgar lo que la persona enseña. Me parece un matiz muy importante. Así se expresa él: "Somos llamados a juzgar los hechos y las palabras a la luz de las Escrituras, pero no las intenciones últimas de estas personas, puesto que este tipo de juicio le pertenece en exclusiva al Todopoderoso" (pág. 14).
2. Trata de herejías contemporáneas. No necesariamente nuevas, pues, como dijo el predicador: "no hay nada nuevo debajo del sol" (Ecl. 1:9); el estudio de la historia de la iglesia revela que las mismas doctrinas han aparecido bajo distintos nombres en distintas generaciones. Por "herejías contemporáneas" entendemos, más bien, que son doctrinas pertinentes a nuestro tiempo y época. Por tratarse de una evaluación de doctrinas que se han infiltrado con fuerza en el cristianismo de hoy, este libro tiene algo que decir algo al respecto; lo que hace que esta obra sea muy contemporánea.
3. El compromiso con la verdad. Esta es quizás la recomendación que más destaco. En este libro, tanto la opinión del autor como la de los defensores de las herejías queda supeditada a la Biblia. Ella es la que tiene la última palabra; la Palabra de Dios lo juzga todo y su luz eterna dilucida entre la verdad y el error.
Espero que nadie vea este libro como un ataque, esa nunca fue la intención del autor. Este libro debe verse como una defensa de la fe cristiana. Pertenece al ámbito de la "apologética" (defender algo) y no de la "epitesética" (atacar algo). Predicar la sana doctrina, enseñar la verdadera fe, nunca debería considerarse como un ataque. Si la enseñanza fiel de la Palabra de Dio resulta amenazante para el cristianismo, entonces eso debería bastarnos para entender como ciertos sectores, tristemente, han abrazado sin discriminación doctrinas extrañas y ajenas a la Biblia.
Aún así, reza el dicho "que rectificar es de sabios"; es de humildes aceptar el error y cambiarlo. Este libro nos recuerda que la esperanza de la iglesia es la conservación de la sana doctrina hasta que Cristo vuelva. Ya dijo el apóstol Pablo que la iglesia del Dios viviente es columna y baluarte de la verdad (1ª Tim. 3:15).