Hoy en día señalar un flagrante error
doctrinal se considera como una crítica con intenciones destructivas. Rogarle a
un cristiano que compruebe por sí mismo lo que cree es ser visto como un hostil
que promueve la rebeldía. Denunciar los fallos se tacha de incitación a la
traición. Lucas exaltó la nobleza de los de Berea porque escudriñaban para ver
si era verdad lo que el apóstol Pablo decía. ¡Y eso que era Pablo el que
hablaba! Pero en la actualidad no se considera un acto noble sino falta de
confianza. ¡Qué triste cómo ha cambiado la forma de pensar de la iglesia
primitiva a la del presente!
En lugar de analizar los planteamientos
que difieren de lo que han creído por años, hay cristianos que prefieren mirar
para otro lado y señalar los fallos en las vidas personales de otros para así
desprestigiarlos y lograr que sus argumentos no sean tomados en cuenta, ni
siquiera oídos. Exactamente la misma estrategia que usaron los judíos con
Jesús. Los que acallan sus conciencias y que ni siquiera se atreven a estudiar
por sí mismos sin influencias externas, deberían tomar en consideración las
palabras de J.C Ryle (1816-1900), primer Obispo de Liverpool: “Hemos caído en
tiempos en que recelar en cuanto a la sana doctrina no solo es un deber sino
una virtud [...] El que quiera estar a salvo debe cultivar el espíritu de un
centinela en un puesto crítico. No debe importarle que se burlen de él por
considerarle alguien que ´ve herejías por todas partes`. En tiempos como estos,
no debe avergonzarse de sospechar el peligro. Y si hay alguien que se burle de
él por ello, bien puede darse por satisfecho respondiendo que la serpiente con
su astucia engañó a Eva” (“Advertencias a las iglesias”).
Hay creyentes que enfocan erróneamente
su fervor hacia Dios. Creen que porque una iglesia tenga miles de miembros
están en la Verdad. Ante este argumento solo queda contestar con otro mayor: si
así fuera, los musulmanes tendrían la verdad absoluta y el apoyo de Dios ya que
son más de 1000 millones de fieles. Por lo tanto, el argumento del “número” y
de la “cantidad” es pobrísimo e ingenuo.
El fervor “por sí mismo” que muchos
tienen hacia Dios tampoco demuestra nada. Puede que, sin saberlo, sus obras
estén muertas aunque tengan toda la apariencia de espiritualidad. ¿Por qué?
Porque quizá no estén actuando conforme a “la fe que ha sido una vez dada a
los santos” (Judas 1:3). De ahí la premura a que escudriñen de forma
analítica si lo que escuchan coincide exactamente con las obras expresadas en
el Nuevo Testamento y no con lo que dice un libro u otro, un autor u otro, un
predicador u otro, un pastor u otro. Puede que lleguen a la conclusión de que
sus obras están siendo meramente humanas, aun cuando estén hechas con la mejor
intención del mundo y con el deseo de agradar a Dios, y así podrán rectificar.
En tí están las dos opciones: confiar
por completo en otras personas o estudiar por ti mismo. Hay mucho en juego.
Escoge sabiamente: “Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi
camino” (Sal. 119:105 DHH).
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