Este
artículo no está dedicado a los ultras, radicales o hooligans que se sirven del
fútbol o del deporte en general como una simple excusa para llevar a cabo sus
actos vandálicos y demás fechorías. Aquí me dirijo al aficionado de a pie,
entre los cuales posiblemente estés tú, seas cristiano o el mayor de los ateos.
Ya es hora de una vez por todas que muchos se sienten a reflexionar porque hace
mucho tiempo que sobrepasaron los límites racionales.
La
polémica viene de bien lejos: desde que el jugador sevillano Sergio Ramos
–capitán de la selección española- pasó a formar parte de la plantilla del Real
Madrid en el año 2005, cada vez que juega en el Sánchez Pizjuán –el estadio de
su antiguo club- un sector de la grada le dedica el cántico “hijo de p...”. Hasta hace poco eran únicamente los
llamados “Biris”, una peña radical de dicho equipo que ocupa todo un fondo del
recinto. Personalmente, conociendo cómo son esta clase de individuos, no me
sorprende en absoluto. Los insultos dicen más de ellos que de aquellos al los
que se los dedican. La mala educación que muestran no conoce límites. Cuando
las cámaras los enfocan mientras gritan todo tipo de improperios parecen
dementes a los que habría que encerrar en reformatorios.
Lo
narrado podría parecer una anécdota lamentable, pero tristemente está sumamente
generalizada por toda España. Basta con escuchar las melodías que dedican las aficiones locales al equipo visitante,
sea el que sea. Les desean la muerte y se dedican a mentar a sus esposas,
parejas e hijos, mientras que escupen, lanzan mecheros, botellas, cabezas de
cochinillos, a la vez que sacan a pasear peinetas, cortes de mangas y todo tipo
de gestos obscenos. Y si pierden el partido, los esperan a la salida para
golpear los autobuses como si fueran una manada de búfalos. Incluso llegan a vitorear a un jugador que maltrató a su pareja: “Rubén
Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una p…, lo hiciste bien”.
Generalmente,
la iniciativa de estas acciones
parten de los ultras. En algunos casos, se está logrando controlar por medio de
acciones impulsadas por varios presidentes valientes –a pesar de recibir
amenazas de muerte-, como Sandro Rosell y Florentino Pérez, que han expulsado
respectivamente a los Boixos Nois del Camp Nou y a los Ultra Sur del
Bernabéu. Pero en la inmensa mayoría, nada está cambiando: todo se resuelve con
multas económicas que pagan los clubs –en el mejor de los casos- o directamente
se archivan los casos.
El problema es que, desde hace ya un tiempo, estas actitudes, que eran parte de una
minoría, se están extendiendo al resto
de los aficionados, sea que estén presentes en el estadio o viendo el partido a
través de la televisión. No forman parte de ningún grupo radical
organizado, pero se comportan
exactamente igual. Es igualmente bochornoso y deleznable todo lo que se
escucha en Pamplona, Bilbao, Madrid, Barcelona, Valencia y en multitud de otros
campos de España, como lo que dicen en
persona y escriben los aficionados de a
pie en las redes sociales, en grupos de wasap y en los comentarios en
la prensa escrita. Y esto abarca a todas las etapas de la vida y clases
sociales: adolescentes, adultos, estudiantes, universitarios, licenciados,
trabajadores, etc. Puede que tú seas uno de ellos; a más de uno conozco, tanto
creyentes como los que no lo son. Así que te invito a que leas con detenimiento
las siguientes líneas y, sobre todo, a que reflexiones
profundamente, en lugar de escudarte en la masa, en el anonimato, en la
pasión o en la edad.
Justificando la maldad
Escuché
a un periodista decir que el futbolista debe entender que soportar los insultos
de la grada va incluido en el sueldo. Es decir, si te insultan, si se acuerdan
de tus muertos y de tu familia, te tienes que aguantar, porque para eso cobras
lo que cobras. Esta argumentación solo
nos demuestra una vez mas la bajeza moral a la que puede llegar el ser humano
para justificar la maldad bajo el escudo
de que “el fútbol es pasión” y no se puede controlar.
Podríamos
pensar que esta era la opinión de una sola persona. Por eso, al acabar el
partido donde Sergio Ramos fue ultrajado, pensé que la afición (insisto: el
aficionado de a pie) iba a rechazar mayoritariamente la actitud que tomaron
unos pocos miles contra su paisano. ¡Ingenuo de mí! Cuando les preguntaron,
todos dijeron lo mismo: “se lo merecía”. Incluso alguna señora mayor lo
afirmaba con una sonrisa de satisfacción en la boca. Se me revolvió y se me
revuelve el alma escuchando semejantes palabras.
Algunos
podrían señalarme y apuntar: “bueno, tu eres seguidor del Real Madrid. Por eso
te molesta que insulten a uno de tu equipo”. No señores. Pienso exactamente lo
mismo cuando el afectado es cualquier otra persona, se dedique a jugar a este
deporte o cualquier otra profesión. Por citar un solo ejemplo de los muchos que
podría nombrar: sentí vergüenza ajena en la final de la Copa del Rey de 2011
cuando la afición del club blanco insultó continuamente a Shakira, la compañera sentimental del barcelonista Piqué, y lo condeno de la misma forma.
Con
esto no estoy eximiendo de otras cuestiones a muchos de estos deportistas. En
demasiadas ocasiones actúan como niños pequeños y mentirosos que tratan de
engañar a los adultos: fingen y exageran para provocar la expulsión del
contrario, dan patadas y cuando les pitan faltan se quejan airadamente diciendo
que ellos no han hecho nada, se tiran al césped como si les hubieran atravesado
el pecho con una katana y explotado una granada en sus pies, etc. Eso cuando no
se pelean entre ellos y se menosprecian por estar en un equipo mejor o ganar
más dinero, tratando de demostrar quién es el más viril de todos. Y, por otro
lado, fuera de los terrenos de juego, la ética y moral que ponen en práctica suele
ser contraria a los principios establecidos por Dios en su Palabra. Enumerarlos
llevaría horas. Pero lo que acabo de señalar es otro tema y no invalida nada
sobre la violencia verbal que ejercen los “espectadores”.
¿La pasividad ante la maldad o la toma de
medidas?
Especialmente
me llamó la atención una aficionada, de unos veinticinco años, que estaba
esperando a la salida al jugador para volverlo a insultar de la misma manera.
Entre ella y Ramos había una valla y un dispositivo de la Policía Nacional (que
pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos). Gritaba desaforada y su rostro
agraciado se convertía en uno lleno de odio. Como he dicho, algo así se espera
de un ultra, no de una persona aparentemente normal. Pero, por encima de todo,
lo que me sorprendió fue la actitud del Policía que estaba a menos de un metro
de ella. ¿Qué hizo? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! De brazos cruzados y mirando
para otro lado. ¿Cuánto hubiera tardado en sacar la porra si ese mismo insulto
se lo hubieran dirigido a él? No sé, quizá no quería meterse en problemas o
fuera sordo el hombre...
Esta
escena me recordó a otra acontecida con Piqué meses atrás con un final
diferente. Sin necesidad de entrar a valorar sus continuas declaraciones
polémicas, en una ocasión, cuando bajó del autobús a la llegada de la selección
a la ciudad de León, un joven comenzó
a insultarle de forma vejatoria. En este caso, un Policía se acercó al
susodicho y le habló con toda claridad. Omito parte de sus palabras por el
vocabulario que empleó, pero le dijo: “[...] A ver si te damos la nota y luego
te cae una multa de 300 euros [....] ¿Vale? Por insultar...”[1].
Y se hizo el silencio por parte del seguidor.
¿Persona
que insulta? Se le expulsa del campo y se le multa. ¿Reincidente? Se le quita
el abono, el carnet de socio y se aumenta considerablemente la cuantía
económica. ¿Exagerado? Ni por asomo. O se toman medidas ya o esto se termina
por ir de las manos. Cuando comiencen a darse casos y el público comprenda que
se va completamente en serio y hasta el final, comenzarán a tomárselo como deben
y a cambiar porque no les quedará más remedio. Mientras tanto, parece que solo
se toman medidas cuando hay muertos de por medio.
Hay
jugadores de color que se han marchado de un terreno de juego en señal de
protesta cuando parte del graderío ha imitado el sonido de un mono. Me parece
sensacional. Pues, en mi opinión, lo mismo deberían hacer los equipos cuando se
entonen cánticos de pura afrenta. Y así hasta que se cumplan las normas
antiviolencia.
Todos
sabemos cómo reaccionó hace unas semanas un repartidor cuando un youtubers le llamó “cara anchoa” en una supuesta broma de cámara
oculta: éste se llevó de regalo una sonora bofetada. No justifico la reacción, pero
ponte en la piel de un afectado: ¿te quedarías impasible si se dirigieran a ti
en términos ofensivos? ¿Si llamaran a tu madre lo que ya sabes? ¿Si hicieran
presentes a todos tus difuntos? ¿De verdad reirías la gracia? Empatía chavales, empatía.
La parte que te toca: reeducarte
Cuando
leo a personas decir –citando nuevamente el caso de Ramos- que él provocó con
su gesto (olvidando que los insultos a su persona vienen de muchos años atrás),
lo que realmente están haciendo es esquivar el debate que no les interesa
porque les destapa como lo que son: culpables. No puede ser que este deporte se
haya convertido en un espacio donde muchos se reúnen para sacar lo peor de sí
mismos y donde todo está permitido. No puede ser que haya leyes no escritas
donde se ha regularizado e institucionalizado lo que es aberrante de por sí.
¿Deberían
los jugadores mantenerse ajeno a todo y no responder a los insultos? Sí, ahí
estoy de acuerdo. No deberían entrar al trapo ni responder. Pero la verdadera
cuestión es: ¿por qué se debe tolerar lo intolerable? ¿Por qué un individuo
tiene que escuchar como injurian a su madre? ¿Por qué una madre debe escuchar
ciertas palabras contra ella? ¿Por qué
un arbitro, un juez de línea y un entrenador deben soportar todo lo que soportan?
¿Por qué los jugadores del Barcelona y del resto de equipos españoles deben
soportar todos los años a la Curva Nord
de Valencia (por citar un único ejemplo), que se dedican todo el partido a brindarles todas las groserías que se
encuentran en el diccionario? ¿Cuánto y hasta cuándo esos ambientes hostiles,
donde parece que se va a la guerra? ¿Es que la tolerancia consiste en que no
haya límites?
Si no
recuerdo mal la fecha, hace un par de años le planteé en una entrevista digital este
tema a Carlos Carpio –subdirector del periódico Marca y uno de los periodistas más ecuánimes que conozco-, y me
confesó con tristeza que no llevaba a su hijo pequeño a los partidos porque era
monstruoso todo lo que allí se escuchaba, y que afecta incluso a los más
pequeños de la casa, como el ejemplo del jovencito de la imagen que encabeza el
artículo. Al que nunca haya ido a un gran estadio, le diré que en la televisión
no se escucha prácticamente nada de todo lo que se oye presencialmente. Esta
una de las razones principales por las que yo mismo llevo años sin asistir.
Una de
las enseñanzas bíblicas más claras de todas es la que hace referencia a la
naturaleza caída del hombre y que nos señala a todos nosotros como culpables
delante de Dios: “No hay justo, ni aun uno.
[...] por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:10, 23). Si omites esta
contundente conclusión, lo fácil es decir: “Pero yo no soy un ultra ni
pertenezco a ninguno de estos grupos. No hago apología de la violencia, ni
física ni verbal. Jamás le he pegado a nadie ni hago nada malo. Al contrario
que otros, cuando se me escapa algo
no lo digo con maldad. Y tampoco tiene tanta importancia”. ¡Venga, sé honesto
contigo mismo, y deja de compararte con otros! Que “cada uno someta a prueba su propia obra”
(Gá. 6:4). Jesús dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca”
(Lc 6:45). Lo que sale por tu boca es lo que hay en tu corazón, así que no hay
excusas posibles.
Considero
que –en lugar de lanzar balones fuera- no
hay persona más humilde que aquella que es capaz de reconocer sus errores
con la intención de rectificar. ¡Debes cambiar y
reeducarte! Si eres cristiano, las fuerzas para hacerlo ya sabes de quién
proceden. Si no lo eres, cambia al menos tu actitud.
Que
tengas un mal día en el trabajo con tu jefe, con tu familia, con tu novia,
esposa o con quién sea, no te da derecho a soltar esa ira reprimida y a
desfogarte con nadie. Pagar por una entrada o por un refresco en un Bar para
verlo por la televisión no te concede ningún derecho a faltar el respeto.
Es que
el fútbol es pasión, dicen muchos para disculpar ciertas conductas. ¡Mentira!
El insulto barato y el desprecio hacia el prójimo es una pasión con un enfoque
completamente errado. ¡¡¡¡¡¡Esto es un juego!!!!!! ¿Que del mismo se hace
un show, un espectáculo o algo divertido? De acuerdo: lo acepto como animal de compañía; todo lo demás no
(como expresé en Fútbol:
¿Juego o idolatría?: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/05/futbol-juego-o-idolatria.html).
Conclusión
¿No
quieres que el equipo contrario logre la victoria? Lógico. Yo no quiero que el
Barcelona gane ni al parchís, pero no le deseo ningún mal a sus jugadores ni a
la institución. ¿Quieres que el equipo que te gusta triunfe? Disfrútalo si es
así. ¿Qué pierde? Que tu estado de ánimo no dependa de esto. Tal y como está articulada
nuestra sociedad –que me recuerda mucho a Panem[2]-,
es comprensible que los niños y adolescentes sean presa de esta trampa anímica,
pero entre adultos es poco maduro, por no decir que nada en absoluto: “Cuando
yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas
cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1
Co. 13:11). No cito estas palabras de Pablo para decir que no podamos ser
bromistas o risueños como un jovenzuelo, sino para recalcar que una de las señales externas que diferencia
a un niño de un hombre es que éste sabe concederle importancia a lo que
verdaderamente la tiene, y el fútbol no entra dentro de esta categoría.
¿Y si
los los que tienen la misma afición que tú continúan con los mismos
comportamientos? ¿Y si nadie y nada cambia? ¿Y qué? ¡Hazlo tú! ¡Reacciona!
¡Despierta de la hipnosis a la que te tienen sometido determinados medios de
comunicación y prensa escrita que, implícitamente, incitan al odio y alimentan
el peor de los fuegos en el corazón humano mofándose de otros equipos! ¡Huye de
esos periodistas encendidos que hablan de temas meramente deportivos como si la
vida y la muerte dependieran de ello! ¡Deja de dramatizar como si fuera una
tragedia griega! ¡Deja de reírle las gracias a esos deportistas que desprecian al contrario!
¡Deja de infravalorar las victorias ajenas! ¡Deja de burlarte del que es
derrotado! ¡Deja de ver al que defiende
otros colores como un enemigo al que
destrozar y vilipendiar? ¡Desmárcate de los que parecen fanáticos
sectarios defendiendo a sus dioses! Si tienes que dejar de conversar con algunas personas sobre deportes, ¡hazlo! ¿No
te das cuenta de que todo esto es enfermizo, insano, infantil y ridículo? ¡No
seas una oveja más que forma parte de una masa! ¡Sé diferente!
[2]
Panem: el nombre que recibe la antigua América del Norte en la trilogía
distópica “Los Juegos del Hambre”, y que está dividido en 13 distritos, siendo
el Capitolio la capital de la nación. Un país donde las desigualdades sociales
resultan abismales y solo una pequeña parte de la población –la que reside en
la capital- posee todos los lujos, riquezas y comodidades que se les niega a
los habitantes de los distritos. “Panem deriva de la frase en Latín panem et
circenses, que literalmente se traduce como pan y circo. La frase en sí es usada para describir el
entretenimiento usado para distraer la atención del público de otros asuntos más
importantes” (http://los-juegos-del-hambre.wikia.com/wiki/Panem).
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