De vez
en cuando aparece una pequeña obra de arte en el lugar más inesperado que termina
tocando la fibra sensible, y de la cual podemos extraer grandes lecciones
atemporales ya que pueden servir tanto para el presente como para un futuro
lejano. En este caso, me la he encontrado en una película que en un principio
no me llamaba la atención en absoluto pero que acabó por conmoverme
profundamente: “Alma salvaje” (Wild
en su versión original), basada en la autobiografía de Cheryl
Strayed y protagonizada por la
actriz Reese Witherspoon. De lo mejor que he visto en los últimos años. Que nadie espere tiroteos ni superhéroes,
sino la contemplación de un viaje interior a las heridas más profundas del alma
y la sanidad consecuente, por lo que recomiendo encarecidamente verla a solas,
en silencio y sin distracciones para dejarse envolver por la trama y
reflexionar por uno mismo. En breve comenzaré con el libro, y podría esperar
hasta entonces ya que seguramente le añadiría riqueza a estas líneas, pero no
quiero demorarlo más. Así que quizá en otro momento lo amplíe. El tiempo lo dirá.
Mientras tanto, me conformo con deleitarme con la canción “El cóndor pasa”
(1970)[1],
que baja el telón a la película como perfecto colofón.
Hasta
donde yo sé, Cheryl Strayed no es cristiana, pero me sirvo de su testimonio
como base para desarrollar las ideas que quiero expresar, respondiendo a las
preguntas que ella plantea en su diario: “¿Hay
un camino a la redención? ¿Se puede poner un punto y final y empezar de cero?
¿Es posible dejar atrás el pasado y volver a construir una vida sin mirar
atrás? ¿Cuánto tiempo lleva levantarse y reponerse? ¿Siempre hay luz al final del túnel?”
Un relato crudo
En esta dura historia, Cheryl camina unos
mil ochocientos kilómetros por el sendero de las Cimas del Pacífico (que
transcurre desde la frontera de México hasta Canadá pasando por el desierto de
Mojave), con el propósito de encontrarse a sí misma y curar las heridas del
pasado. A través de diversos flashback,
contemplamos como su vida quedó profundamente marcada a los 22 años por la
muerte de su madre a causa de un cáncer. Este acontecimiento la destruyó. No
supo transitar por el duelo. Desde aquel instante, sumida en el dolor y
queriendo huir de él, comenzó un camino de autodestrucción que la convirtió en
la peor versión de sí misma. Esto la llevó a una vida alocada y sin ataduras,
llena de adulterio, sexo con desconocidos que se aprovechaban de su estado
emocional, consumo de heroína, etc. Según le confesó a un psiquiatra en un
momento en que intentó redimirse, “se
siente bien y feliz” actuando de tal manera, “y cuando no las hago me entran ganas de morirme”. Finalmente, todo
esto provocó su divorcio.
Nuestras dos caras
Los humanos son seres maravillosos y
complejos. Son capaces de realizar complicadas proezas físicas, hacer cálculos
intelectuales abstractos, producir increíbles imágenes y sonidos[2]. De igual manera, cualquier ser humano tiene
la capacidad de llevar a cabo las mayores atrocidades imaginables. Pero aquí no
quiero hablar de genios o de altruistas, ni tampoco de genocidas o maltratadores,
puesto que son casos extremistas. Quiero referirme a aquellos que conformamos
la media, la norma general: tú y yo.
Salomón dijo que
“Dios hizo al hombre recto” (Eclesiastés
7:29). Tanto el hombre como la mujer fueron creados perfectos y con una única
naturaleza. Pero ocurrió algo que todos los cristianos conocemos: “El pecado entró en el mundo por un hombre
(Adán), y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Por
eso “el intento
del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). Basta con observar con qué facilidad
aprenden los niños a hacer lo que no es correcto, a pesar de que saben en su
foro interno que están haciendo lo malo.
En
todos nosotros hay tinieblas y no creo que nadie se atreva a negarlo. Como dijo
Pablo: “Queriendo yo hacer el bien, hallo
esta ley: que el mal está en mí”
(Romanos 7:21).
Algunos creen que tras el
nuevo nacimiento la antigua naturaleza desaparece. Ni mucho menos. Los deseos
de hacer el mal siguen ahí y seguirán de por vida. Si le concedemos un poco de
cancha veremos que rápido toman el control. De ahí que nuevamente Pablo nos
avise con total claridad sobre qué hacer al respecto: “En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra
mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad
de la verdad” (Efesios 4:22-24).
Por eso, sean cuales sean
las circunstancias que se nos presenten en nuestra vida, tenemos la oportunidad
día tras día de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos o en la
peor.
La peor versión
La vida está llena de
situaciones que nos golpean en el alma como un bate de béisbol a una pelota de
goma, contrayendo y deformándola por completo. Pueden ser traumas o heridas
profundas, como la muerte de un familiar querido, la enfermedad que se apodera
de un pariente cercano o de uno mismo, una ruptura sentimental, orfandad, viudez,
el abuso físico y/o psicológico, una mala experiencia eclesial o religiosa, la
pérdida de amistades, la destrucción de diversos sueños, la toma de decisiones
desacertadas, etc. El agotamiento emocional, la ansiedad, el estrés y la
tristeza que esto provoca suelen ser desoladoras. Es muy fácil extraviarse del
camino y quedarse marcado por
la lúgubre autopista de la tristeza. Le puede
suceder a cualquiera, incluso al que piensa que está fuerte. Siendo
una persona normal y corriente, yo mismo me he sentido perdido en más de una
ocasión.
En estos casos, hay personas
que se sienten tan abatidas que se embarcan en verdaderas sendas
autodestructivas. Quizá no sean conscientes del motivo, pero toda actitud tiene
un porqué. En este caso, se involucran
en una ruta perniciosa para así negar, ahogar y acallar el dolor que
experimentan, como en el caso de Cheryl. Se vuelcan en alguna clase de ocio o afición para no
pensar, dedican todo su tiempo libre exclusivamente en actividades lúdicas,
viven de una u otra manera el mundo de la
noche, experimentan el sexo sin amor (o sin compromiso y fuera del
matrimonio), se unen con parejas que no les convienen (siempre en yugo
desigual) para sentirse algo vivas,
beben para olvidar y/o desinhibirse, y terminan por rodearse de influencias negativas
o de amistades peligrosas (comportándose
como ellas para lograr ser aprobadas y amadas, que es lo que anhelan), que son de mal ejemplo y
que se contagian las unas a las otras lo negativo, como un virus que salta de
un corazón a otro, robándoles la poca fe que les queda.
Cheryl decía que se sentía feliz cuando
hacía todo esto. Pero la “felicidad” de la que ella hablaba hay que matizarla y ponerla entre comillas,
porque se basaba puramente en el placer sensual y sensorial (el corporal) y lo
único que esto lograba era agigantar el vacío que sentía.
Lo
ideal es despertar antes de que este
estilo de vida domine al individuo y se convierta en lo habitual. De Cheryl
también se puede aprender de sus
errores para no cometerlos. Por ejemplo, ella dice: “Si pudiera volver atrás en el
tiempo no haría nada de forma distinta. ¿Y si quise acostarme con todos y cada
uno de aquellos hombres? ¿Y si la heroína me enseñó algo? ¿Y si todas esas
cosas que hice fue las que me trajeron aquí?”. Para mí esto es un error. Aprendió mucho de todo lo malo que hizo y por
eso afirma no arrepentirse. Desde ese punto de vista tiene sentido y la entiendo
perfectamente. Pero también creo firmemente que podemos aprender la lección sin
necesidad de transitar por un camino torcido.
Aunque pueden mostrar buena
cara ante los demás, saben en lo más profundo de sus almas con cuánta tristeza cargan.
Incluso llegan a odiarse a sí mismos. El problema es que tiran para adelante,
pensando erróneamente que tarde o temprano ese proceder les hará sentirse bien.
Puede que no se den cuenta de tal equivocación hasta que no toquen el fondo de
la cueva. Pasarán semanas, meses o años hasta que esto suceda. Nadie lo sabe. Otros
no se “refugian” en nada de esto, pero terminan por caer en profundas
depresiones o sintiendo que la vida se les escapa de las manos sin hacer nada
que las llene.
No todas –ni mucho menos-,
pero algunas de estas personas, con el tiempo, llegan a sentirse ofendidas por
la mera presencia de aquellos que no piensan como ellas y que se esfuerzan en
vivir para Dios. Los critican, señalando con pelos y señales todos sus errores
y defectos, tachándolos de hipócritas. La raíz de amargura se extiende por sus
almas. Incluso se dedican a hacer daño a otros. La realidad es que se alejan de
la luz porque se sienten incómodos ante ella.
Con todo esto no estoy
queriendo decir ni por asomo que se vuelvan malas personas. Que nadie lo
entienda así. Y es cierto que no
todo el mundo llega a comportarse de la manera citada tras enfrentarse al
dolor, pero sí es cierto que cambian, perdiendo de perspectiva que Dios es exclusivamente
el que les puede llenar, el único que ofrece sentido a la existencia y que regala
vida tras la muerte.
La verdadera raíz del
problema reside de la manera en que sintieron cómo se les rompió el corazón. No
vivieron sanamente el proceso de duelo de la pérdida que sufrieron y se
quedaron anclados en la angustia. No supieron arrancarla del alma o nadie les
enseñó cómo hacerlo. Les aconteció como a la mujer de Lot, que se quedó anclada
en el pasado y mirando obsesivamente la destrucción de su alrededor, por lo que
terminó por convertirse en una estatua de sal. En el fondo, no son nuestras
circunstancias las que deciden nuestro destino, sino las decisiones que tomamos
al respecto.
¿Qué decirles a todos ellos?
Que nadie nace con un manual de instrucciones bajo el brazo para saber qué
hacer ante determinadas situaciones traumáticas. En la mayoría de las
ocasiones, es necesario pasar por varias de ellas para aprender a afrontarlas. Y
por eso a veces nos perdemos: “No
se sabe qué es lo que hace que pase una cosa y no otra. Qué lleva a qué. Qué
destruye qué. O qué hace que prospere. O muera. O tome otro rumbo” (Cheryl). Por eso cada
ser humano reacciona de diferentes maneras.
Vomitando el dolor
Cheryl Strayed, nuestra protagonista de
“Alma salvaje”, se sentía perdida en su dolor. Cada dos minutos desde que
comenzó su viaje quería abandonar. Maldecía. Gritaba continuamente. Sentía ira
hacia la vida y hacia sí misma. Y ni siquiera sabía exactamente a qué la iba a
conducir lo que estaba haciendo.
Su motivación, la que le venía a la
mente en momentos de puro desfallecimiento, era el recuerdo de las palabras de
su madre (dulcemente interpretada por Laura Dern): ella deseaba que su hija se
convirtiera en la mejor versión de sí misma. Pero para eso era imprescindible y
necesario que Cheryl vomitara todo el
dolor que la estaba consumiendo y matando por dentro. Ella repasaba
mentalmente cada escena importante de su vida en esa larguísima caminata por el
desierto. Se dejaba poseer por esas sensaciones. Las sentía como si estuvieran
ocurriendo en el presente. Dejaba que ellas
le hablaran aunque odiara tales sensaciones.
Al principio estaba perdida. No sabía ni
montar la tienda de campaña. Tenía miedo a los insectos. Se quedó sin agua. No
sabía manejarse en aquella situación. Estaba abrumada. Igual que en la vida
real. En el dolor, tenemos miedo al mismo dolor, al presente y al futuro, y en
ocasiones no sabemos qué rumbo tomar. Pero ella aprendió a desenvolverse,
aunque tuviera que leer mil veces el manual de supervivencia.
Quizá estés en uno de estos momentos de
la vida en la que el dolor baila libremente por cada uno de los poros de tu
piel. Puede que a la más mínima oportunidad tus ojos se envuelvan en lágrimas
que no puedes controlar. Es tu alma la que está sangrando. Posiblemente odies llorar de esa manera. Pero tómatelo
como un periodo de inflexión en tu vida. Un antes
y un después. ¡Vive ese dolor!
Déjalo salir aunque te tiemble el pulso. No lo reprimas. No trates de hacerte
el fuerte. Experimenta cada una de las etapas del duelo, independientemente del
tiempo que te lleve hacerlo.
A veces
queremos hacernos los duros y llega un momento en que somos incapaces de
expresar con lágrimas nuestro dolor, encerrándolo de tal manera que es necesaria
alguna “llave maestra” para abrirnos. Esto le pasó a Cheryl.
No rompió a llorar hasta que escuchó a un niño inocente cantarle
la melodía de una canción que la madre del pequeño le enseñó: “Dicen que de este valle te marchas. Tu
sonrisa yo voy a añorar. No te lleves el sol que brillando alumbraba el camino
al andar. Ven y siéntate aquí si me amas. No hay prisas en decirnos adiós. Y si
quieres recuerda este valle y a aquel que tanto te amó”[3].
Este jovencito no sabía el efecto que iban a provocar sus palabras y logró
abrirle el corazón. Ella cayó de rodillas en un bosque en medio de la nada y se
quebrantó por completo, mientras que expresaba aquello que nunca dijo con
palabras: “Te echo de menos. Te echo de menos” (refiriéndose a la madre). Allí
el alma de Cheryl comenzó a descansar.
Puedes tomar el ejemplo de Ana, la madre
del profeta Samuel: estaba en pura agonía. El clamor de su ser era tal que
cuando la vieron pensaron que estaba borracha. Nada más lejos de la realidad, como
ella mismo confesó: “Yo soy una mujer atribulada de
espíritu [...] porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he
hablado hasta ahora”
(1 Samuel. 1:15-16). De esta manera,
harás como Cheryl:
irás vaciando tu mochila de todas
esas cargas que llevas sobre tus hombros, dejando atrás todo aquello que es
inútil para proseguir el camino.
El dolor es parte de la vida aunque no
te guste. ¿A quién le podría gustar? ¡A nadie! ¡Ojalá se pudiera evitar! Pero de
todo eso saldrá una nueva persona: más fuerte, con mayor riqueza interior y con
lecciones que habrás aprendido por ti mismo sin que nadie te las enseñe. Y
cuando ese dolor vaya quedando atrás como un lejano recuerdo, lleva a cabo las
palabras de Pablo: “Olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo
a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). Crea un nuevo presente. Crea un nuevo día a
día. Crea nuevos recuerdos. Crea nuevas experiencias sanas.
La mejor versión
A lo
mejor en este momento ves todo esto como una pérdida de tiempo, como un túnel
oscuro que no tiene fin, donde nada de lo que haces sirve para algo. Pero vas a
ver la luz. La tormenta va a pasar. Volverás a respirar. Volverás a suspirar de
alivio. Volverás a reír de manera genuina. Pasarás página. Tómatelo como UN NUEVO COMIENZO. Tu oportunidad de empezar de cero por
mucho que te hayas alejado del sendero correcto. ¡El camino sigue ahí! ¡Jesús
es ESE camino! (cf. Juan 14:6). No una institución. No una religión. No un
grupo. ¡Él!
Si el
dolor te llevó a alejarte de Dios, recuerda unas palabras que siguen vigentes
de la misma manera desde el día en que fueron pronunciadas: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas” (2 Corintios 5:17).
¡Borrón y cuenta nueva! Lo
que hagas después depende de ti. Cheryl
hizo el trayecto en 94 días, y ella
misma afirmó: “Tardé años en ser la mujer que mi madre había criado. Tardé 4 años, 7
meses y 3 días en lograrlo. Sin ella. Después de perderme en la jungla de mi
dolor, encontré mi propio camino fuera de aquel bosque. Y ni siquiera sabía a dónde
iba hasta que llegué allí el ultimo día de mi ruta. Gracias, pensaba una y otra
vez. Por todo lo que me había enseñado el sendero y todo lo que aún no podía
saber, que cuatro años después iba a atravesar este mismo puente, me iba a
casar con un hombre en un lugar desde casi podía verse desde donde me
encontraba. Que a los 9 años ese hombre y yo íbamos a tener un hijo llamado Carver
y un año después una hija a la que llamaría como mi madre, Bobbi. Me bastaba
con saber que ya no necesitaba tender mis manos, que viendo los peces bajo la
superficie ya era suficiente, que eso lo era todo. Era mi vida. Como todas las
vidas. Misteriosa, irrevocable y sagrada. Tan cercana. Tan presente. Tan
sumamente mía. Qué salvaje era dejar que todo fluyera”[4].
A ella le llevó más de cuatro años. ¿Cuánto te
llevará a ti? Sólo Dios lo sabe. Pero debes comenzar hoy y no dejarlo para
mañana, porque de lo contrario lo pospondrás indefinidamente. Llegará el
momento en que seas de ejemplo
para otros (incluso para aquellos que se hacen llamar cristianos pero que
realmente no viven como tal), especialmente entre tus amistades y que siguen
perdidas actualmente.
Sabiendo que es tu
equilibrio y salud emocional, sentimental y espiritual la que está en juego, ¿quieres
una motivación extra? No sé si recuerdas la película “Mejor imposible”, de Jack
Nicholson, el cual interpreta a Melvin.
Era una persona obsesiva, antipática y desagradable. Nadie quería su compañía.
Pero llegó el día en que se enamoró. Y su manera de declararse fue: “Tú haces que yo quiera ser mejor persona”.
En el caso de Cheryl, le movía el mismo deseo pero por parte de su
madre. El amor hacia los demás, el amor hacia uno mismo y el amor hacia Dios es
el que nos debe mover a ser la mejor versión de nosotros mismos. Podemos
convertirnos en la peor versión de nosotros para agradar a aquellos que andan
en tinieblas y sentirnos aceptados por ellos. Pero, independientemente de lo
que hagan los demás, piensa: ¿Cómo quieres verte a ti mismo? ¿Cómo quieres que
te vean tus verdaderos amigos que caminan en luz? ¿Cómo quieres que te vean tus
padres y el resto de familiares? ¿Cómo quieres que te vea Dios?
Los cristianos se
levantan muchas veces con una idea errónea de lo que debe ser su día. Se dicen
a sí mismos: “A ver si hoy no peco mucho”. Deberían cambiar esa frase por esta:
“Voy a ser la mejor
versión de mí mismo”. Esto no es humanismo ni filosofia barata. Tampoco me refiero
a lo que Nietzsche llamó el superhombre. Es sencillamente Dios obrando en ti y en mí: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Tienes que dejar que Dios obre
en medio del sufrimiento para que te “perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:10).
Nada de esto significa que no vayan a venir nuevas tormentas
a nuestras vidas y que traten de mostrar nuestra peor versión, pero estaremos
mejor preparados para encararlas. Incluso en ellas, encontraremos el descanso
en el Señor: “En el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
¿Es
fácil soltar amarras y ser esa persona que estamos destinadas a ser? No, y
aquel que afirme lo contrario miente o se engaña a sí mismo. Pero tenemos que
poner de nuestra parte sabiendo que Dios camina a nuestro lado, que sonríe
cuando nosotros lo hacemos y que Él tiene contadas cada una de nuestras
lágrimas (cf. Salmo 56:8).
Ahora, llora lo que tengas que llorar. Y luego, levántate, te encuentres en el
lugar en el que te encuentres del camino, y sigue adelante. Saca todas las lecciones que puedas de tu
experiencia pasada. Deja que Dios use tu dolor para hacerte más fuerte y saque
a relucir tu mejor versión: “Si no eres
tú, búscate. Puede que tus heridas provengan de la misma fuente que tu fuerza”.
[1]
Simon
& Garfunkel: El Cóndor Pasa (1970).
[2]
Erickson, Millard. Teología sistemática. P. 18.
[3]
Se especula que fue escrita en Canadá en el momento de la Wolseley Expedition
al norte de Red River Valley (1870) en Manitoba. Expresa el dolor de una mujer
local por la partida de su amante. Los miembros de la “Western Writers of
América” la eligieron como una de las 100 mejores canciones western de todos
los tiempos. http://juanerdominguez.bandcamp.com/track/red-river-valley-2
[4]
Lo que nos deparará el futuro en esta vida no tiene porqué ser como el de Cheryl,
con un matrimonio e hijos. ¡Sólo Dios conoce los planes para nosotros en todas
las áreas de nuestra existencia! Y está claro que en ese trayecto habrá claros
y oscuros, luces y sombras, alegrías y tristezas, hasta el día en que nos
presentemos para vivir eternamente en la morada que Jesús nos está preparando
(cf. Juan 14:2-3). Allí el gozo no tendrá fin.
Terminé el libro... Por norma general, las películas basadas en escritos suelen ser meras sombras y apenas llegan a un nivel aceptable. En este caso, y en mi sencilla opinión, tras leer Salvaje, considero muy superior la versión cinematográfica, mérito que hay que concederle a su director Jean-Marc Vallée. Es la misma historia, aderezada con mayor número de detalles. También es la misma protagonista la que nos encontramos, pero creo que Jean ha sabido condensar de una manera más apasionante la dramática historia de la autora. Es cierto que ella cuenta con la desventaja de tener que describir con todo tipo de señales los paisajes montañosos que transita y que, por mucha imaginación que tengamos, nunca se puede comparar con la visualización de los mismos.
ResponderEliminarAsí que lo vuelvo a repetir: a aquellos que en algún momento de sus vidas pueden llegar a “romperse” (o estén rotos en el presente), les recomiendo esta película y el artículo que escribí para enfocar correctamente las memorias de Cheryl Strayed, “la mujer del agujero en el corazón” y que cayó en el Planeta Heroína: “El lugar donde no había dolor, donde eran hechos desafortunados, pero en esencia aceptables, que mi madre hubiera muerto, que mi padre biológico no formara parte de mi vida, que mi familia se hubiera desmoronado y que yo hubiera sido incapaz de seguir casada con un hombre a quien quería. Al menos así era como me sentía cuando estaba colocada. Por las mañanas, mi dolor se multiplicaba por mil” (página 68). Sean estas u otras tus circunstancias y lo que estés haciendo respecto a ellas, recuerda: ¡La esperanza nunca muere! ¡Hay Alguien que te tiende Su mano!
Hola! Espectacular tu reseña. Me encantó la película y el libro tambien.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras Paulina. La verdad es que "Salvaje" ha sido una de las gratas sorpresas de este año que ya está acabando. Se puede aprender mucho de esta obra.
EliminarGracias de nuevo y saludos desde España.
Me ha gustado mucho tu reseña. Acabo de ver la película y buscaré el libro para leerlo. Saludos.
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