Venimos de aquí: Los solteros se preguntan: ¿Dónde están los amigos? Un problema de peso: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/05/41-los-solteros-se-preguntan-donde.html
Dentro de un sano equilibrio, no está en mí lograr que las cosas cambien. No puedo transformar las costumbres ni tradiciones eclesiales de otros si ellos no quieren. Pero sí hay algo que tú y yo podemos hacer: ser dueños de nuestro propio micro-cosmos en lo que a las relaciones personales nos concierne. Buscar amistades en el Señor es nuestra responsabilidad, puesto que forma parte de la mayordomía de vida que Dios nos ha concedido.
Génesis 2:18 señala que no es bueno que el hombre esté solo, pero creo que limitamos
nuestra visión cuando usamos esas palabras como si exclusivamente hicieran
alusión al hecho de no tener pareja. Sería conveniente ampliar la perspectiva.
La idea general no se refiere únicamente a no estar casados, sino también a:
“No es bueno que no tengáis compañía”; “No es bueno que no tengáis con quién
compartir vuestros sentimientos, alegrías y tristezas”; “No es bueno que andéis
solos por este mundo”.
Muchos solteros cometen el grave error de infravalorar
las amistades cuando se encuentran sin pareja. Creen que una pareja lo es
absolutamente todo. Desechan a aquellos que resultan no ser potenciales
compañeros sentimentales y se aíslan de los demás. Piensan: ¿Para qué invertir
tiempo en alguien con quien no puedo casarme? Lo sepan o no, se están perdiendo
la posibilidad de crecer como seres humanos y llegar al conocimiento de áreas de su propia ser que no podrán alcanzar mientras no
interactúen con otros.
Confrontando
el problema a nivel personal
¿Mi consejo? Para empezar, tienes que abandonar la
idea de tener muchísimas amistades. ¿O acaso Jesús las tenía? Sin despreciar a
nadie, ¿para qué quieres tener supuestas “amistades” a las que no le interesas
lo más mínimo ni quieren saber nada de ti? Tienes que implicarte y no esperar a
que los demás vengan a ti. Seguir siendo un “cristiano-pasivo-zombie” es
mortal. Termina por gangrenar el corazón. Hay personas que tienen cientos de
“amigos” agregados a una red social de Internet, pero ellos mismos reconocen
que no tienen ningún amigo de verdad, ni siquiera uno con el que quedar a tomar
una taza de chocolate.
No quiero suavizar nada. Soy consciente de que la
tarea de la que hablo no es nada sencilla. En solteros de más de treinta años,
la situación se complica aún más por los motivos que ya expresamos, y sobretodo
por este que no me quiero dejar en el tintero: “El mejor amigo suele ser una persona que te acompaña desde la
adolescencia o la universidad, o en el primer trabajo. Es muy difícil que surja
a los 30, porque lo considerarías mejor amigo a los 40 o los 50. No es algo que
salga de un día para otro: te tiene que acompañar a lo largo de un periodo de
tu vida y, sobre todo, en los malos momentos. Para que alguien te demuestre
todo eso se necesita tiempo”[1].
En conclusión: pasar por circunstancias adversas, superarlas, vivir diversas épocas
de la vida, etc. Y eso lleva años.
En este cometido, el de tener algunos amigos, hay que
tener unas pautas bien claras: Despreocuparse de la cantidad y centrarse en la
calidad. Al fin y al cabo, por norma general, los amigos íntimos se pueden
contar con los dedos de una mano. Se puede estar apretujado en un vagón de
metro o pasear por las calles más transitadas de nuestras ciudades, pero
sentirse completamente sólo. Por eso es importante recordar que basta una única
buena compañía en el desierto para que el calor se transforme en refrigerio.
Tampoco esperes tener el mismo grado de intimidad con
todas tus compañías. Con algunas podrás mostrar facetas de tu carácter y con
otras algunas diferentes. Puede que algunas pasen
literalmente de ti o cuya conversación no vaya más allá del trabajo o los
deportes, pero habrá otras con los que puedas compartir ideas profundas de la
vida, de la Palabra de Dios, o sentimientos que consideras secretos y que nunca
le hayas contado a nadie. Por eso hay diversos grados de camaradería. Con unos
podrás tener más complicidad, compartir más facetas de tu vida, sentimientos,
emociones y pensamientos, y con otras menos.
¿Sabes qué clase de personas son con las que quiero
compartir las mayores intimidades de mi vida y las que, en mi opinión, tienes
que buscar? Aquellas que son humildes
y sencillas, que tienen una sana pasión por Dios y desean
servirle, y que son como Daniel, que proponen
en su corazón no contaminarse con el pecado. Esas son sus mayores
prioridades. Si tu mayor entusiasmo no es el Altísimo, y lo que buscas preferentemente
es ambiente, multitud, ociosidad y
recomendaciones sobre discotecas, conmigo no cuentes. No soy la persona
adecuada para aconsejarte. Dicho esto, matizo que Dios no está en contra del
ocio, sino de determinado tipo de ocio. Está claro que también podemos tener
amistades para divertirnos sanamente. Vemos a Jesús en las bodas de Caná y
estoy seguro que se lo pasó bastante bien. Pero si buscas algo más, amigos que
te acompañen en el camino de Cristo, permíteme indicarte en qué rasgos tienes
que fijarte para reconocerlos cuando los veas, basándome en las palabras de
Charles Swindoll: “Gente servicial, gente interesada, gente amigable”. ¿Cómo identificar a una persona así?:
1. Será un verdadero hijo de Dios que ha experimentado el
nuevo nacimiento.
2.
Tendrá la Biblia
como la Palabra de Dios y única regla de fe y conducta.
3.
Creerá las
doctrinas fundamentales del cristianismo: La Trinidad,
la Encarnación
del Hijo, Su muerte expiatoria en la cruz,
Su resurrección corporal de entre los muertos y
posterior ascensión a los cielos, la salvación por gracia y
Su segunda venida para establecer su Reino por la eternidad, y vivirá conforme
a estas enseñanzas.
4. Jesús será su Dios, Señor y Salvador.
5. Se interesará profundamente por aquello a lo que
dedicas tu tiempo y entrará en tu mundo personal: aficiones, talentos, dones,
etc.
6. Tendréis un sentir parecido en los aspectos
fundamentales de la vida y en la escala de valores, que se ajustarán lo más
posible a la Palabra de Dios.
7. Se mostrará verdaderamente humilde y no se
creerá más que nadie.
8. No tendrá una doble cara ni te usará para
sus antojos personales.
9. Será tolerante y nunca tratará de
imponerte su opinión, aunque esté completamente convencido de llevar la razón.
10. No te presionará ni te chantajeará
emocionalmente para que hagas lo que no quieres hacer.
11. Respetará tus opiniones en doctrinas no
esenciales aunque no las comparta todas contigo y aceptará comprobar si llevas razón en algún fallo que
le señales.
12. Realmente te buscará para hacerte
partícipe de su vida, y no únicamente de lo malo sino también de lo bueno.
13. Mostrará un verdadero deseo por conocer más a Dios y de
servirlo según sus dones de forma sencilla.
14. No se venderá a sí
mismo con aires de grandeza. No será egocéntrico, ególatra ni narcisista, ni querrá que el mundo gire en torno a él.
15. Será solícito cuando necesites algo de su parte y esté
en su mano cubrirlo.
16. Se preocupará por tu bienestar y por tu estado de
ánimo, tanto cuando estés bien como cuando no sea así.
17. Querrá saber tus pensamientos más profundos y
compartirá los suyos contigo.
18. Reconocerá sus errores cuando los cometa.
19. Te sentirás cómodo y relajado en su presencia.
20. No se reirá de tus desgracias, ni en público ni en privado,
ni te faltará el respeto.
21. Respetará aquella parte de tu intimidad que no quieras
revelar.
22. Tendrá desarrollada la empatía hacia ti.
23. Podrás mostrarte vulnerable sin temor a ser enjuiciado
y menospreciado.
24. Te mostrará su amor de diversas maneras: palabras,
abrazos, pequeños detalles, etc.
Mientras más rasgos
de los citados tenga una persona y más tengas tú respecto a los suyos, más
unida te sentirás a ella y de mayor bendición seréis la una para la otra.
Todo esto se
demostrará con hechos y no solo con palabras. Ten especial cuidado con aquellos
que usan la Biblia para torcerla de tal manera que tratan de justificar con
ella su pecado o su estilo de vida libertino. Una persona así te puede incitar
a vivir fuera del orden de Dios. La carne es débil y ella puede querer a su lado a este tipo de individuos como
cómplices para darle rienda suelta a tu propia naturaleza pecaminosa.
Nada de esto
significa perfección. Si es eso lo que buscas, olvídate. ¿O tú eres perfecto?
Como un proverbio árabe señala: “El que
quiere amigos sin defectos no tendrá ninguno”. Recuerda que tiene que ser
recíproco ya que no puedes reclamar lo que tú no eres capaz de dar u ofrecer: “No podemos
determinar el momento concreto en que nace la amistad. Como al llenar un
recipiente gota a gota, hay una gota final que lo hace desbordarse; del mismo
modo, en una serie de gentilezas, hay una final que acelera los latidos del
corazón”[2].
Amistades que concluyen o nunca lo fueron
Tienes que saber que “el hombre que
tiene amigos ha de mostrarse amigo” (Proverbios 16:24). No puedes esperar de brazos
cruzados que la otra persona te ofrezca lo que tú no le brindas, igual que él
no puede esperar nada de ti si te acercas a hablar y a los cinco segundos se
marcha. Esa es la ley de la reciprocidad en las relaciones humanas. Es una condición, no
una opción. Hay personas que se malacostumbran a recibir
mucho y dar poco. ¿No te ha ocurrido alguna vez que te has desvivido por una alguien
cuando estaba enfermo o necesitaba tu cuidado emocional y, sin embargo, te desamparó
cuando fuiste tú el convaleciente o quien necesitaba atenciones? ¿No has
conocido a una persona que solo da, no por verdadero interés en tu vida, sino
porque sabe que así luego recibirá de ti? ¿No has tenido “amistades” que solo te buscaban para pedirte
favores? ¿No has tenido “amistades” que
si tú no te acercabas, ellos no lo hacían respecto a ti? ¿No has ayudado decenas
de veces y, cuándo has sido tú el necesitado, te han dicho que en ese momento
no podían? Muchos son fieles cuando todo marcha bien, pero te dejan de lado en
los momentos amargos. En otros casos, la dejadez de uno de los dos ha provocado
que se enfríe la relación o que termine muriendo.
Amigo es el que te confronta cuando observa que te
estás alejando de Dios; no para sermonearte
ni regañarte, sino porque te
quiere, te lleva en su corazón y se preocupa por ti sinceramente. De igual
manera, no es tu amigo aquel al que le pides que se quede contigo porque estás hundido
y te dice que no puede porque ya había hecho planes para ir a una fiesta. Ni es
tu amigo “en el Señor” el que te dice que si te enamoras de un inconverso sigas
adelante o te anima a unirte en yugo desigual si surge la ocasión (quizá sea
amigo, pero sin sabidura bíblica alguna). Tampoco es tu amigo el que únicamente
te busca porque necesita algo, o porque busca consuelo cuando se siente mal a
pesar de que te ignora el resto del tiempo sin entrar en tu mundo interior ni interesarse
realmente por ti. Eso es una falsa amistad por su parte basada en la
conveniencia. Si en sus programas nunca se acuerda de ti, o siempre eres la
tercera, la cuarta o la quinta opción (o directamente la última, solo en caso
de que fallen todos sus planes), ahí no hay verdadera amistad. El que te
considera un verdadero amigo te incluye directamente en su vida y busca sí o sí
pasar tiempo contigo cuando estais juntos, cara a cara, porque disfruta de tu
compañía y te considera importante. Las amistades hay que cuidarlas y
dedicarles tiempo. Si eres tú el que siempre busca a alguien y él no te busca a
ti casi nunca, al final terminarás por dejar de buscarlo. Es una relación que
terminará por congelarse.
Tengamos en cuenta que la vida está formada por
diferentes etapas. Y en las amistades suele acontecer de la misma manera.
Algunas vendrán y permanecerán para siempre. Muchas pasarán por altibajos o
rachas, donde la intimidad será mayor o menor. Otras se distanciarán después de
varios años, por diversas razones: el hecho de tomar caminos diferentes en la
vida; un cambio de prioridades; un traslado de ciudad o de país; que uno de los
dos ennovie o contraiga matrimonio (moviéndose a partir de entonces en un
círculo diferente); etc. Quizá la causa más trágica de una separación entre
amigos sea cuando uno de los dos se aleja del Señor y comienza a vivir en
pecado. Como las tinieblas se sienten incómodas ante la luz, se apartan de ésta:
“Porque todo aquel que
hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea
manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:20-21).
Considero que cometen un error aquellos que afirman
que si la amistad no dura toda la vida es que no era verdadera amistad.
Sencillamente, hay múltiples circunstancias que pueden llevar a dos personas a
alejarse. Pero eso no quita que el tiempo que compartieron fuera de auténtica y
verdadera amistad.
Si finalmente la amistad
concluye, quédate con todo aquello positivo que te aportó esa persona y con lo
que le ofreciste. Será la manera de honrar a quien un día compartió parte de su
ser contigo. Como alguien dijo: “Los buenos recuerdos que añadimos con los
amigos son como bolsas de diminutos diamantes”. Guarda esos diamantes del
pasado en tu corazón, sabiendo que en algún momento del camino (o ya en la otra
vida) os volveréis a encontrar.
Por último,
estarán aquellas amistades que fallarán de manera lamentable y la fractura no
podrá soldarse por falta de arrepentimiento, fruto de:
-
Una traición. Cuando confiabas tus mayores secretos y éstos
fueron desvelados. Ahí se hacen realidad las palabras del Señor: “Maldito el varón que confía en el hombre” (Jeremías 17:5) y caen al abismo las dichas por
Jesús: “Nadie tiene mayor amor que
este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
-
Una afrenta implacable. El salmista lo reflejó perfectamente: “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual
habría soportado; Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera
ocultado de él; Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar;
Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la
casa de Dios” (Salmo 55:12-14).
-
Una acusación falsa y difamatoria. El caso de Job es un claro ejemplo,
al acusarlo sus amigos de ser el mismo el causante de todas sus desgracias: “¿Hasta cuándo
angustiaréis mi alma, y me moleréis con palabras? Ya me habéis vituperado diez
veces; ¿no os avergonzáis de injuriarme? Aun siendo verdad que yo haya errado,
sobre mí recaería mi error” (Job 19:1-4).
-
Un abuso tras ganarse la confianza. Como una mujer dijo: “Acudiste
a mí cuando era vulnerable. Llenaste el vacío emocional dentro de mí. Me hiciste
confiar en ti, tal vez incluso amarte... ¡y todo el tiempo me estabas usando!”.
Jesús dijo que
no todo el que le llama Señor entraría en el reino de los cielos (Mateo 7:21). Igualmente, no todo el que dice ser tu amigo lo es, ni
todo aquel que dice quererte lo hace en realidad. El amor se prueba en muchas
ocasiones, con hechos verificables. La fidelidad queda manifiesta en el
peligro. La valentía es visible. El cobarde queda en evidencia. Y el fiel sale
puro como el oro.
Los amigos
de Jesús
¿Cuál fue una de las primeras acciones que llevo a
cabo Jesús tras ser bautizado?: “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos
hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el
mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os
haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las
redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos,
Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre,
que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante
la barca y a su padre, le siguieron” (Mateo 4:18-22).
Visto esto, ya tenemos la respuesta a cuál fue uno de
los primeros pasos del ministerio de Jesús. Él escogió a sus amigos. Miró y los
seleccionó. Por un lado vio a dos
hermanos, y por otro vio a otros dos
hermanos. Y en otro pasaje diferente les dijo directamente: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros” (Juan
15:16). Sabiendo que Jesús es Dios, miró directamente sus
corazones, en lo profundo de ellos. Vio a los que habían de ser sus amigos
durante su tiempo en la Tierra y el resto de la eternidad. Como Él mismo
demostró, las verdaderas amistades no dependen ni de
la edad, del sexo, la cultura, educación, profesión o condición social.
Alguno puede pensar que eso
no es cierto, que escogió discípulos, los futuros apóstoles. Ese punto de vista
es correcto. No los escogió solamente para tener compañía, sino para que
proclamaran el evangelio. Pero escoger individuos exclusivamente para esta misión
hubiera sido algo frío y sin corazón, más propio de un dictador que manda
soldados a la guerra sin importarles los nombres de cada uno, más propio de un
dios de la mitología. Y el verdadero Dios no era ni es así. Él es apasionado y
celoso, como enseña la Biblia. Primero los llamó por sus nombres y tiempo mas tarde amigos.
Si los apóstoles hubieran visto que Jesús solamente los usaba como marionetas
para proclamar el evangelio, y no hubiera sido amigable, respetuoso y cariñoso
con ellos, posiblemente no hubieran entregado sus vidas por Él aunque hubieran
quedado totalmente convencidos de su divinidad.
Se rodeó de aquellos con los
que compartiría todo, desde sus pensamientos más profundos hasta sus
sentimientos de felicidad, dolor y angustia. No fue un solitario ni un
ermitaño. Les compartió sus pensamientos más íntimos. Les reveló su propio
corazón: el corazón de Dios. Comía con ellos e iban juntos a todas partes. El
día de la tormenta en la barca, allí estaban juntos. Cuando la multiplicación
de los panes y los peces, allí estaban juntos. Cuando la pesca milagrosa, allí
estaban juntos. Se transfiguró y mostró su gloria delante de sus amigos: Juan,
Pedro y Santiago. ¿A quienes se llevó al huerto de Getsemaní, en su angustia?
¿A quienes les confesó que su alma estaba muy triste, hasta la muerte?
Nuevamente, a sus amigos. ¿A quien se le apareció primeramente cuando resucitó?
A su amiga María Magdalena (cf. Marcos 16:9). El mismo Lázaro era su amigo y lo
amó como tal. ¿Quién recostaba su pecho sobre Él? Juan, el discípulo amado.
Jesús sabía de sus propias deseos emocionales.
Es hermoso ver la intimidad que tuvieron, compartiendo
sus aventuras y desventuras, donde lo compartían todo con el Maestro: “Vueltos los apóstoles, le contaron todo lo que habían
hecho” (Lucas 9:10). E incluso tenían un lugar donde
se reunían de forma habitual y compartían sus secretos (cf. Juan 18:2).
También hay que decir que los discípulos no siguieron
a Jesús como “zombis hipnotizados”, como si Él hubiera hecho un encantamiento
mágico obligándoles en contra de su voluntad. En el evangelio de Juan vemos
que, antes de unirse a Jesús, ellos ya le habían oído, e incluso hablaron con
Él (cf. Juan 1:35-42). Y señala la Escritura: “Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a
él” (Marcos 3:13). Aún así, no fueron “robots”. Si ellos no hubieran
querido, no hubieran ido por mucho que los llamara. Eso le ocurrió al joven
rico. Jesús lo llamó pero él no quiso ir. En nuestras vidas ocurre exactamente
igual: entra quien nosotros queremos, si quieren entrar; y nosotros entramos en
la vida de quien nos deja entrar, si queremos. Si algo caracteriza a la amistad es que es libre.
Le siguieron porque vieron en Él algo diferente. Igual
que nosotros. Nos hacemos amigos de aquellos en los cuales apreciamos
cualidades que nos llaman la atención, muchas veces de manera inconsciente: su
cariño, su ternura, su capacidad para escuchar, sus temas de conversación,
aficiones comunes, temperamentos parecidos o un mismo sentir en los valores fundamentales
de la vida. Influyen mil factores. Y así vamos seleccionando a los que deseamos
tener cerca de nosotros. Como he repetido en varias ocasiones, en un hijo de
Dios yo valoro especialmente la sencillez y la humildad.
Una verdadera amistad
Sobre los amigos hay
muchas definiciones: “Es uno que
multiplica las alegrías y divide las penas”; “Es aquel que conoce todos tus
defectos y a pesar de ello te quiere”; “Es el que te ayuda a levantarte cuando
los demás ni siquiera saben que te has caído”; “El que viene cuando todo el mundo se ha ido”;
“El que llora contigo las lágrimas que otros no quisieron recoger”; “El que te
busca para compartir sus alegrías y no únicamente para pedirte favores”; “Aquel
que se alegra de tus éxitos y no te considera un rival”; “El que te acerca más
a Dios en lugar de alejarte y te recuerda su Palabra en lugar de la del hombre”. Por eso un amigo no tiene
precio[3].
Mas bien habría que decir que su valor es incalculable.
Leí en una ocasión esta frase que me parece cierta en su totalidad: “Me
gusta estar contigo, no solo por lo que tú eres, si no por cómo soy yo cuando
estoy contigo”. La verdadera amistad saca a relucir lo mejor de nosotros.
Reconocer a las personas que he descrito no es
cuestión de días, sino de meses, y en ocasiones incluso de años. Es un proceso
que requiere tiempo. Dicen que “la primera imagen es lo que cuenta”. No sé
quién pronunció esas palabras, pero no creo en ellas porque no siempre se
cumplen, ni mucho menos. Las primeras impresiones muchas veces engañan, tanto
para bien como para mal. Aquel que resulta simpático y encantador en primera
instancia, con el tiempo podemos descubrir que es un pequeño tirano. Por el
contrario, el que en un primer momento nos repele, al conocerlo realmente puede
que comprobemos que es una persona maravillosa. Por lo tanto es conveniente ir
despacio. Es algo que no se puede forzar.
Aunque la amistad no se define por la cantidad de
tiempo que estamos unos con otros, sí es cierto que “en todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de
angustia” (Proverbios 17:17). Esto no significa que abusemos de la confianza, ya que corremos el
riesgo de que lo fastidiemos en exceso y llegue a aborrecernos (cf.
Proverbios 25:17 NVI).
Una de las más
grandes historias de amistad es la de David y Jonatán, narrada en el primer libro
de Samuel: David huía de Saúl,
ya que éste lo buscaba para matarlo a causa de los celos, al ver los continuos
éxitos en cada batalla que emprendía y al comprobar que la mano de Dios estaba
sobre él. Y más sabiendo que había sido elegido como futuro rey de Israel.
En medio de todo esto, una ciudad llamada Keila estaba siendo atacada
por los filisteos. Aún con el miedo en el cuerpo, David se enfrentó a ellos
tras ser encomendado por Jehová. Los habitantes de Keila fueron librados. Tras
una gran victoria, el futuro rey paró a descansar en aquel lugar, pero había un
problema: Saúl fue informado de dónde se encontraba David y se disponía a
atacarle. Para añadir tensión a la escena, Dios le informó que él y sus 600
hombres iban a ser entregados por los traidores e ingratos vecinos de Keila. ¿Y
qué hicieron? Huyeron al desierto.
Aquí entró en escena el hijo de Saúl, Jonatán, amigo
de David. Cuando supieron que durante un tiempo no iban a poder estar juntos,
ambos lloraron, pero sabiendo que Dios estaba con ellos y en medio de ellos. Jonatán
acudió al desierto para levantar y fortalecer el alma de David. Es más, le
animó a seguir confiando en Dios, a pesar de las terribles circunstancias. Y lo
hizo porque lo amaba en gran manera. Así cumplió la Escritura: “La dulzura de la amistad fortalece el
ánimo” (Proverbios 27:9 NVI).
Jonatán acudió sin ser visto al desierto de Zif a ver a su amigo, a
pesar del riesgo que corría su propia vida. Antepuso su bienestar y el amor por
encima de los deseos de su padre, quien quiso matarlo con una lanza. Sus
sentimientos eran reales y no podía negarlos. Ninguno de los dos renunció a la
amistad. Los unían lazos que ningún ser humano podía destruir. De ahí que
podamos entender el porqué el alma de Jonatán estaba ligada a la de David, y el
porqué éste lo amaba como a sí mismo. Ambos compartían todo el uno con el otro.
Por eso Jonatán estaba dispuesto a renunciar a ser el legítimo sucesor al trono
para que se cumpliera la voluntad de Dios.
Sabiendo el odio que Saúl sentía hacia David, Jonatán no tuvo reparos en
hablarle bien de su amigo, al mismo tiempo que lo protegía, velaba y le avisaba
de las asechanzas de su padre. Él estaba dispuesto a hacer todo lo que David
quisiera, diciéndole: “Lo que deseare tu
alma, haré por ti” (1 Samuel 20:4). ¡Qué lealtad le mostró! ¡Qué fidelidad
digna de admiración!: “Hay amigos más
fieles que un hermano” (Proverbios 18:24). A cambio, David selló un pacto
por el cual le protegería el resto de su vida, juramento que cumplió con el
hijo de aquél, Mefi-Boset, a quién trató como un príncipe tras la muerte de su
fiel amigo. En homenaje póstumo, David le compuso un cántico a su amigo (cf. 2
Samuel 1:19-27). El destino de ambos estaba unido más allá de la muerte.
Con todo lo que
hemos visto, sé de las dificultades con las que nos enfrentamos en muchas
ocasiones para hacer sanas amistades. Sea porque no encontramos a las personas
que desearíamos, por tener unas expectativas desmedidas, por pereza, por
desconfianza, por retraimiento, por miedos o traumas del pasado, por la
naturaleza caída que mora en todos nosotros y que nos lleva en ocasiones a
mostrar nuestra cara menos amable, por las diversas circunstancias de la vida,
por ciertos modelos establecidos en iglesias locales que no promueven la
comunión, etc.
Sabiendo todas las
complicaciones que hay en el camino, tienes que poner de tu parte en lugar de
marginarte a ti mismo. Mi deseo es que puedas llegar
a compartir una clase de amistad profunda con otro hijo de Dios, donde exclames
las mismas palabras que Rut le dijo a su suegra Noemí: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que
tú fueres, iré yo, y dondequiera que tú vivieres, viviré. Tu pueblo será mi
pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rut 1:16-17).
Termino con las palabras de esperanza de José María
Martínez: “Algunos han visto magníficamente
realizado este emparejamiento espiritual en su matrimonio; su consorte ha sido
el compañero ideal. Cuando no se tiene tal experiencia ni la esperanza de llegar
a tenerla, se debe orar para que Dios, a través de algún hermano o consiervo
supla la necesidad de amistad cristiana profunda. Después de la comunión con
Dios, tal amistad puede ser la mayor bendición”[4].
* En el siguiente enlace está el índice:
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* Prosigue en:
5.
LAS AMISTADES DE LOS
SOLTEROS CON EL SEXO OPUESTO
5.1. Diferencias entre amistad y amor
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