Venimos de aquí:
Realmente no habías nacido de nuevo:
http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/2-realmente-no-habias-nacido-de-nuevo.html
Sé que no es fácil aceptar esta aseveración, pero
puede que, en algún momento del camino, dejaste de ser un discípulo. Y dejar de
ser un discípulo supuso dejar de tener a Jesús como Señor de tu vida. Es la diferencia
que observamos entre el caso de Judas y el resto de discípulos. Cuando el Señor
afirmó en la última cena que uno de los discípulos lo iba a entregar, todos los
que estaban con Él le preguntaron: “¿Soy
yo, Señor?” (Mt. 26:22). Por el contrario, el desertor dijo: “¿Soy yo, Maestro?” (Mt. 26:25). En
aquel momento, para Judas, Jesús era un Maestro, pero no su Señor. Quizá esta
sea la razón por la cual estás lejos de Dios a día de hoy.
¿Creyente o
discípulo?
Una cosa es ser
creyente y otra ser discípulo. El
primero cree en la voluntad de Dios. El segundo la cumple. Tener el
conocimiento de algo sin ponerlo en práctica no sirve de nada. Es un saber
vacío. Recuerdo a una persona que, cuando oía una historia bíblica, decía: “Esa
ya la sé”, y la narraba mejor que un erudito. ¿La ponía por obra?: No. La
consecuencia a largo plazo es que terminó por apartarse de Dios. No era
discípulo. Si hubiera aplicado en su vida al menos una pequeña parte de lo que
sabía, actualmente estaría enseñando a otros.
En el griego original, la palabra “discípulo”
(´mathetes`) literalmente significa “aprendiz”, indicativo de “pensamiento
acompañado de esfuerzo”. Es decir, “PENSAMIENTO + ESFUERZO”. Para qué engañarnos,
¡eso ya nos gusta mucho menos! Dios habla por medio de su Palabra. Y si ya no
te esfuerzas en oírle, es normal que te sientas lejos de Él. ¿Cuándo fue el día
en que dejaste de esforzarte? ¿Cuándo fue la última vez que llenaste tus
pensamientos de Él? ¿Cuándo fue la última vez que meditaste en su Palabra y
sacaste valiosas lecciones para tu vida? ¿Cuándo fue la última vez que te
esforzaste en hacer Su voluntad? Solo tú
sabes las respuestas.
Hay personas, creyentes de corazón, que saben lo justito de Dios y a
veces se quejan de ello. ¿Fue tu caso? Quizá fuiste de los que esperabas que de
la noche a la mañana el Todopoderoso te “imprimiera” la Biblia en tu mente por
arte de magia y sin poner de tu parte. Algunos prefieren hacer lo que yo llamo la ´ouija cristiana`, que
es esa práctica de abrir la Biblia por cualquier lugar señalando con el dedo un
versículo, esperando que así Dios les hablé. Tal práctica es demencial, ya que
somos llamados a escudriñarlas, no a jugar a la lotería con ella.
Aprendiendo
a caminar solo
Quizá no te has esforzado en leer buenos libros
que te hubieran ayudado a madurar. Quizá eres de los que se excusa diciendo que
no tienes tiempo, que no te gusta leer o que no eres muy listo. Pero, ¿cuánto
tiempo “consagras” a la televisión, al ordenador, a Internet, a las redes
sociales, a tus hobbies, a los amigos, al ocio, a pensar en banalidades, a
aburrirte y a no hacer nada? Quizá has sido un “pajarillo eterno”, que ha
esperado que su madre le proveyera la comida sin buscarla por sí mismo:“El día en que el bebé de la familia empieza a comer solo es muy
importante. El nene está sentado frente a la mesa y empieza a usar la cuchara,
quizá al revés, pero luego la usa bien y la madre o la hermana dice regocijada:
el nene está comiendo solo. Pues bien, lo que necesitamos como cristianos es
poder comer solos. Cuántos hay que se sientan, impotentes y apáticos, y abren
la boca, con hambre de las cosas espirituales, pero esperan que el pastor les
dé de comer, mientras que en la Biblia hay ya una lista de una gran fiesta para
ellos. Pero no se animan a empezar a comer solos”[1].
Es lógico y normal que, en los
primeros pasos tras la conversión, seamos sostenidos y guiados de la mano, donde
se nos explique una y otra vez todo aquello que no entendemos, como los pilares
básicos y fundamentales del cristianismo, con todo lo concerniente a la figura
de Cristo. Exactamente igual que la relación de un niño con sus padres. Al
principio el niño bebe leche; después toma cereales; luego pescado bien
limpito; poquito a poco un trocito de carne; pasta; verduras; etc. Va
descubriendo los colores, realiza ejercicios de coordinación, salta, corre,
aprende a leer, a escribir y, poco a poco, se va planteando cuestiones más
serias que trata de resolver preguntando a los adultos.
El padre estará para ayudar a su hijo durante toda la vida, pero sería
absurdo que con veinticinco años no supiera andar, leer o escribir. Resultaría
totalmente ridículo que le tuviera que dar la papilla o vestirlo (evidentemente, me estoy refiriendo a personas sin
incapacidades físicas serias). Es como el caso de un entrenador de fútbol con un
jugador de su equipo: le puede ayudar a perfeccionar la técnica y la táctica
con sabios consejos, pero no puede decirle que en este deporte al balón se le
golpea con el pie, puesto que ese detalle tuvo que aprenderlo mucho tiempo
atrás.
Nadie viene a este
mundo con conocimientos. ¿Ya no recuerdas cuánto te costó aprender a montar en
bicicleta o a conducir un coche? La primera vez que freí un huevo frito se me
cayó de la sartén. Bueno, realmente ni siquiera logré encestarlo. Fue directamente a parar a la vitrocerámica. El segundo
estaba tan duro que era incomestible. El tercero llevaba un trozo de cáscara de regalo. Hoy, sin ser ni mucho menos
un experto, me salen bastante bien. ¿Qué
nos pasa cuando vemos por primera vez el mando del nuevo televisor? ¡Casi nos
da miedo, vaya a mordernos! Pero, ¿cuántas personas mayores no sabían ni
siquiera encender un ordenador, y al poco tiempo de empezar un curso estaban
navegando por Internet?
Nuestra capacidad de crecimiento
Ten
esta idea muy clara: todos nosotros, absolutamente todos, fuimos creados con la
capacidad de seguir aprendiendo y creciendo durante toda nuestra vida. Por eso
uno de nuestros lemas debería ser: “nunca dejemos de aprender, hasta el día de
nuestra muerte”. Unos de una manera y otros de otra. Unos más y otros menos.
Los mismos estudios realizados han demostrado que el cerebro mantiene su
capacidad de aprendizaje durante toda la vida. Esa capacidad, potenciada por el
Espíritu Santo, está ahí, esperando a ser usada. El problema radica en que, en
demasiadas ocasiones, se nos quiere enseñar pero hacemos poco por aprender. Jesús nos dijo que fuéramos
niños en el corazón, pero esto no significa ser infantes en sabiduría.
El discípulo deja de serlo cuando permite que la enfermedad del
conformismo y la apatía anide en su alma. Como alguien dijo: “Lo peor de
la ignorancia es que a medida que se prolonga, adquiere confianza”. También podríamos citar las palabras del poeta romano Décimo Junio Juvenal (60-129 d.C): “Todos quieren poseer conocimientos, pero
pocos están dispuestos a pagar su precio”.
¿Qué mueve a un cristiano? Por un lado, el deseo de
conocer más y más al Dios que le ha salvado. Y por otro, el hecho de comprobar
que verdaderamente la Palabra está VIVA. ¿Por qué te tomas un jarabe que sabe a
rayos cuando te duele la garganta? ¿Será que disfrutas del sabor? ¿O que deseas
dejar de toser? ¿Por qué un enfermo de cáncer se somete a la quimioterapia? ¿Será
que anhela esos momentos en que estará mareado, tendrá arcadas y vomitará
incontrolablemente? ¿O más bien lo soporta todo porque desea sanarse? Todo lo
hacemos por los beneficios personales que conlleva a posteriori el esfuerzo. Si
lo hacemos con estas cuestiones, ¿por qué no con la Biblia?
Cuando un ser humano está
enamorado de su pareja, quiere saberlo todo de ella: desde sus pensamientos más
profundos, sus sueños, alegrías, tristezas, miedos y traumas, hasta sus anhelos
y gustos personales. En definitiva, todo. Por eso, personalmente me cuesta
muchísimo entender cómo una persona que ama a Dios no se esfuerza por conocerlo
y ser su discípulo. Como dijo Agustín de Hipona: “A Jesucristo es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle”.
En una ocasión, una maestra especializada se ofreció a
impartir clases gratuitas a un grupo de creyentes que no sabían leer ni
escribir (porque las circunstancias de sus vidas se lo habían impedido): nadie
asistió.
El verdadero
cristianismo del discípulo vs Cristianismo ligth
Observando toda esta realidad, no me extraña en absoluto la experiencia
que me narró un hermano que no era “famoso”: tras publicar su libro, lo expuso
para su venta en una congregación de más de mil personas. Nadie se acercó al
stand ni para mirarlo –a diferencia de los libros sobre prosperidad y éxito
que venden millones-. Sin embargo, la mesa contigua, que vendía cd´s con
carátulas llamativas y música “pegadiza”, estaba desbordada de personas.
El verdadero
discípulo se distingue con facilidad del que no lo es: a uno le encanta hablar
de Dios y al otro no; a uno le fascina descubrir nuevas verdades en la Biblia y
al otro le es indiferente; uno escudriña la Palabra cuando no entiende algo
mientras que el otro apenas ha leído desde que se “convirtió”; uno siempre
anhela saber más y le encanta preguntar lo que no sabe mientras al otro no le
importa mucho. El resultado es que uno crece en la gracia y el conocimiento de Jesucristo y el otro no (cf. 2 P. 3:18). Luego están los que
viven del recuerdo y de lo que aprendieron en sus primeros años de creyentes:
“Yo leía... yo hacía... yo (tiempo pasado)”. En el presente, si les preguntamos
qué libro o que parte de la
Biblia están leyendo fruncirían media cara. Eso es habitar en medio del Ártico
como un oso polar.
Hace varios años, escuché a un veinteañero hablando
con otros chicos de su edad. Se sentía cargado y confuso cuando les preguntó cómo
podía saber que Dios lo perdonaba cuando pecaba y pedía perdón. Me quedé
callado para oír qué decían. Ninguna respuesta concretaba nada. No tenían una
fe conceptual. Todo se limitaba a pensamientos propios y humanos. Al final tuve
que intervenir y citar varios versículos, comenzando por el que hubiera hecho
innecesaria aquella conversación: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn.
1:9). Todo quedó claro para aquel joven. ¿Es que yo era más listo que
ellos? Ni mucho menos. ¡Hay tantas cosas que yo no sé! Pero, en este caso,
simplemente me había esforzado en asimilar conceptos básicos de la Palabra de
Dios.
Ninguno de los que participaron en aquella
conversación eran creyentes de pocos días, sino de años. El autor de la carta a
los hebreos les habla a esta clase de personas: “Al cabo de tanto tiempo, ustedes ya deberían ser
maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de nuevo las cosas más
sencillas de las enseñanzas de Dios. Han vuelto a ser tan débiles que, en vez
de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se alimentan de leche son
como niños de pecho, incapaces de juzgar rectamente. La comida sólida es para
los adultos, para los que ya saben juzgar, porque están acostumbrados a
distinguir entre lo bueno y lo malo” (He.
5:12-14, ´DHH`). Eran creyentes a los que aún había que explicarles una y otra
vez lo más básico, junto a las doctrinas fundamentales del cristianismo. No
habían dado el paso a discípulos. Adultos en edad, pero niños en madurez
espiritual.
Hoy en día, a pesar de que tenemos versiones de la Biblia de todos los
colores, tamaños y formatos, sigue aconteciendo de la misma manera. Por eso,
cuando viene alguien con nuevas “experiencias, revelaciones e interpretaciones”
de la Escritura, los ingenuos las aceptan sin más. De ahí que observemos a
Pablo humanamente cansado, como diciendo: “Llevamos mucho tiempo explicando lo
mismo. Habéis sido como niños, y como tales, os hemos dado leche. Pero ya no
tenéis edad de ser niños. Es hora de tomar alimento sólido de la Palabra de
Dios. Lo básico ya tendría que ser sencillo para vosotros. Deberíais ser
maestros para poder explicarles a otros recién nacidos el significado de quien
es Cristo y toda la obra que llevó a cabo. Sin embargo, todavía tenemos que
estar pendientes de vosotros, de vuestra inmadurez, de que vuestra fe no
decaiga, porque incluso os cuesta distinguir el bien del mal”. Se está
desahogando mostrando su sentir pero a la vez esperanzado al decirles: “Por lo tanto, dejando ya los rudimentos de
la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección” (He. 6:1).
¿Qué nos dijo Pablo?
¿Qué te sigue diciendo en el presente?: "No os
conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta" (Ro. 12:2).
La raíz del problema
Si esta es tu situación concreta, ahora sabes
cuál es la raíz del problema. Ahora puedes revertir todo esto. La solución es
clara: hacer lo que no hacías; ser un discípulo que se esfuerza por conocer la
Palabra de Dios y la pone por obra en su vida. ¿Recuerdas lo que implicaba ser
discípulo? PENSAMIENTO + ESFUERZO. Y eso requiere disciplina. Pregunta lo que
no entiendas. Pide consejo y que te recomienden buenos libros. Renueva tu
comunión con Dios, que sea fresca y no monótona. Es tu Padre y tu mejor amigo.
Haz que tu mente se llene de su Palabra y tu corazón se apropie de ella: “He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una)
parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta,
a sesenta, y a ciento por uno [...] Y éstos son los que fueron sembrados en
buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a
sesenta, y a ciento por uno” (Mr. 4:8, 20).
* Seguimos aquí: “Buscaste la plenitud y el sentido a la vida por medio de las relaciones románticas, los placeres y el materialismo” http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/08/3-buscaste-la-plenitud-y-el-sentido-la.html
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