martes, 8 de marzo de 2016

2. Dejaste de transformarte y de ser un discípulo



Venimos de aquí: Realmente no habías nacido de nuevo:
          http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/2-realmente-no-habias-nacido-de-nuevo.html

Sé que no es fácil aceptar esta aseveración, pero puede que, en algún momento del camino, dejaste de ser un discípulo. Y dejar de ser un discípulo supuso dejar de tener a Jesús como Señor de tu vida. Es la diferencia que observamos entre el caso de Judas y el resto de discípulos. Cuando el Señor afirmó en la última cena que uno de los discípulos lo iba a entregar, todos los que estaban con Él le preguntaron: “¿Soy yo, Señor?” (Mt. 26:22). Por el contrario, el desertor dijo: “¿Soy yo, Maestro?” (Mt. 26:25). En aquel momento, para Judas, Jesús era un Maestro, pero no su Señor. Quizá esta sea la razón por la cual estás lejos de Dios a día de hoy. 

¿Creyente o discípulo?
Una cosa es ser creyente y otra ser discípulo. El primero cree en la voluntad de Dios. El segundo la cumple. Tener el conocimiento de algo sin ponerlo en práctica no sirve de nada. Es un saber vacío. Recuerdo a una persona que, cuando oía una historia bíblica, decía: “Esa ya la sé”, y la narraba mejor que un erudito. ¿La ponía por obra?: No. La consecuencia a largo plazo es que terminó por apartarse de Dios. No era discípulo. Si hubiera aplicado en su vida al menos una pequeña parte de lo que sabía, actualmente estaría enseñando a otros.
En el griego original, la palabra “discípulo” (´mathetes`) literalmente significa “aprendiz”, indicativo de “pensamiento acompañado de esfuerzo”. Es decir, “PENSAMIENTO + ESFUERZO”. Para qué engañarnos, ¡eso ya nos gusta mucho menos! Dios habla por medio de su Palabra. Y si ya no te esfuerzas en oírle, es normal que te sientas lejos de Él. ¿Cuándo fue el día en que dejaste de esforzarte? ¿Cuándo fue la última vez que llenaste tus pensamientos de Él? ¿Cuándo fue la última vez que meditaste en su Palabra y sacaste valiosas lecciones para tu vida? ¿Cuándo fue la última vez que te esforzaste en hacer Su voluntad? Solo tú sabes las respuestas.
Hay personas, creyentes de corazón, que saben lo justito de Dios y a veces se quejan de ello. ¿Fue tu caso? Quizá fuiste de los que esperabas que de la noche a la mañana el Todopoderoso te “imprimiera” la Biblia en tu mente por arte de magia y sin poner de tu parte. Algunos prefieren hacer lo que yo llamo la ´ouija cristiana`, que es esa práctica de abrir la Biblia por cualquier lugar señalando con el dedo un versículo, esperando que así Dios les hablé. Tal práctica es demencial, ya que somos llamados a escudriñarlas, no a jugar a la lotería con ella.

Aprendiendo a caminar solo
Quizá no te has esforzado en leer buenos libros que te hubieran ayudado a madurar. Quizá eres de los que se excusa diciendo que no tienes tiempo, que no te gusta leer o que no eres muy listo. Pero, ¿cuánto tiempo “consagras” a la televisión, al ordenador, a Internet, a las redes sociales, a tus hobbies, a los amigos, al ocio, a pensar en banalidades, a aburrirte y a no hacer nada? Quizá has sido un “pajarillo eterno”, que ha esperado que su madre le proveyera la comida sin buscarla por sí mismo:“El día en que el bebé de la familia empieza a comer solo es muy importante. El nene está sentado frente a la mesa y empieza a usar la cuchara, quizá al revés, pero luego la usa bien y la madre o la hermana dice regocijada: el nene está comiendo solo. Pues bien, lo que necesitamos como cristianos es poder comer solos. Cuántos hay que se sientan, impotentes y apáticos, y abren la boca, con hambre de las cosas espirituales, pero esperan que el pastor les dé de comer, mientras que en la Biblia hay ya una lista de una gran fiesta para ellos. Pero no se animan a empezar a comer solos”[1].
Es lógico y normal que, en los primeros pasos tras la conversión, seamos sostenidos y guiados de la mano, donde se nos explique una y otra vez todo aquello que no entendemos, como los pilares básicos y fundamentales del cristianismo, con todo lo concerniente a la figura de Cristo. Exactamente igual que la relación de un niño con sus padres. Al principio el niño bebe leche; después toma cereales; luego pescado bien limpito; poquito a poco un trocito de carne; pasta; verduras; etc. Va descubriendo los colores, realiza ejercicios de coordinación, salta, corre, aprende a leer, a escribir y, poco a poco, se va planteando cuestiones más serias que trata de resolver preguntando a los adultos.
El padre estará para ayudar a su hijo durante toda la vida, pero sería absurdo que con veinticinco años no supiera andar, leer o escribir. Resultaría totalmente ridículo que le tuviera que dar la papilla o vestirlo (evidentemente, me estoy refiriendo a personas sin incapacidades físicas serias). Es como el caso de un entrenador de fútbol con un jugador de su equipo: le puede ayudar a perfeccionar la técnica y la táctica con sabios consejos, pero no puede decirle que en este deporte al balón se le golpea con el pie,  puesto que ese detalle tuvo que aprenderlo mucho tiempo atrás.
Nadie viene a este mundo con conocimientos. ¿Ya no recuerdas cuánto te costó aprender a montar en bicicleta o a conducir un coche? La primera vez que freí un huevo frito se me cayó de la sartén. Bueno, realmente ni siquiera logré encestarlo. Fue directamente a parar a la vitrocerámica. El segundo estaba tan duro que era incomestible. El tercero llevaba un trozo de cáscara de regalo. Hoy, sin ser ni mucho menos un experto, me salen bastante bien. ¿Qué nos pasa cuando vemos por primera vez el mando del nuevo televisor? ¡Casi nos da miedo, vaya a mordernos! Pero, ¿cuántas personas mayores no sabían ni siquiera encender un ordenador, y al poco tiempo de empezar un curso estaban navegando por Internet?

Nuestra capacidad de crecimiento
Ten esta idea muy clara: todos nosotros, absolutamente todos, fuimos creados con la capacidad de seguir aprendiendo y creciendo durante toda nuestra vida. Por eso uno de nuestros lemas debería ser: “nunca dejemos de aprender, hasta el día de nuestra muerte”. Unos de una manera y otros de otra. Unos más y otros menos. Los mismos estudios realizados han demostrado que el cerebro mantiene su capacidad de aprendizaje durante toda la vida. Esa capacidad, potenciada por el Espíritu Santo, está ahí, esperando a ser usada. El problema radica en que, en demasiadas ocasiones, se nos quiere enseñar pero hacemos poco por aprender. Jesús nos dijo que fuéramos niños en el corazón, pero esto no significa ser infantes en sabiduría.
El discípulo deja de serlo cuando permite que la enfermedad del conformismo y la apatía anide en su alma. Como alguien dijo: “Lo peor de la ignorancia es que a medida que se prolonga, adquiere confianza”. También podríamos citar las palabras del poeta romano Décimo Junio Juvenal (60-129 d.C): Todos quieren poseer conocimientos, pero pocos están dispuestos a pagar su precio”.
¿Qué mueve a un cristiano? Por un lado, el deseo de conocer más y más al Dios que le ha salvado. Y por otro, el hecho de comprobar que verdaderamente la Palabra está VIVA. ¿Por qué te tomas un jarabe que sabe a rayos cuando te duele la garganta? ¿Será que disfrutas del sabor? ¿O que deseas dejar de toser? ¿Por qué un enfermo de cáncer se somete a la quimioterapia? ¿Será que anhela esos momentos en que estará mareado, tendrá arcadas y vomitará incontrolablemente? ¿O más bien lo soporta todo porque desea sanarse? Todo lo hacemos por los beneficios personales que conlleva a posteriori el esfuerzo. Si lo hacemos con estas cuestiones, ¿por qué no con la Biblia?
Cuando un ser humano está enamorado de su pareja, quiere saberlo todo de ella: desde sus pensamientos más profundos, sus sueños, alegrías, tristezas, miedos y traumas, hasta sus anhelos y gustos personales. En definitiva, todo. Por eso, personalmente me cuesta muchísimo entender cómo una persona que ama a Dios no se esfuerza por conocerlo y ser su discípulo. Como dijo Agustín de Hipona: “A Jesucristo es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle”.
En una ocasión, una maestra especializada se ofreció a impartir clases gratuitas a un grupo de creyentes que no sabían leer ni escribir (porque las circunstancias de sus vidas se lo habían impedido): nadie asistió.

El verdadero cristianismo del discípulo vs Cristianismo ligth
Observando toda esta realidad, no me extraña en absoluto la experiencia que me narró un hermano que no era “famoso”: tras publicar su libro, lo expuso para su venta en una congregación de más de mil personas. Nadie se acercó al stand ni para mirarlo –a diferencia de los libros sobre prosperidad y éxito que venden millones-. Sin embargo, la mesa contigua, que vendía cd´s con carátulas llamativas y música “pegadiza”, estaba desbordada de personas.
El verdadero discípulo se distingue con facilidad del que no lo es: a uno le encanta hablar de Dios y al otro no; a uno le fascina descubrir nuevas verdades en la Biblia y al otro le es indiferente; uno escudriña la Palabra cuando no entiende algo mientras que el otro apenas ha leído desde que se “convirtió”; uno siempre anhela saber más y le encanta preguntar lo que no sabe mientras al otro no le importa mucho. El resultado es que uno crece en la gracia y el conocimiento de Jesucristo y el otro no (cf. 2 P. 3:18). Luego están los que viven del recuerdo y de lo que aprendieron en sus primeros años de creyentes: “Yo leía... yo hacía... yo (tiempo pasado)”. En el presente, si les preguntamos qué libro o que parte de la Biblia están leyendo fruncirían media cara. Eso es habitar en medio del Ártico como un oso polar.
Hace varios años, escuché a un veinteañero hablando con otros chicos de su edad. Se sentía cargado y confuso cuando les preguntó cómo podía saber que Dios lo perdonaba cuando pecaba y pedía perdón. Me quedé callado para oír qué decían. Ninguna respuesta concretaba nada. No tenían una fe conceptual. Todo se limitaba a pensamientos propios y humanos. Al final tuve que intervenir y citar varios versículos, comenzando por el que hubiera hecho innecesaria aquella conversación: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). Todo quedó claro para aquel joven. ¿Es que yo era más listo que ellos? Ni mucho menos. ¡Hay tantas cosas que yo no sé! Pero, en este caso, simplemente me había esforzado en asimilar conceptos básicos de la Palabra de Dios.
Ninguno de los que participaron en aquella conversación eran creyentes de pocos días, sino de años. El autor de la carta a los hebreos les habla a esta clase de personas: “Al cabo de tanto tiempo, ustedes ya deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios. Han vuelto a ser tan débiles que, en vez de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar rectamente. La comida sólida es para los adultos, para los que ya saben juzgar, porque están acostumbrados a distinguir entre lo bueno y lo malo” (He. 5:12-14, ´DHH`). Eran creyentes a los que aún había que explicarles una y otra vez lo más básico, junto a las doctrinas fundamentales del cristianismo. No habían dado el paso a discípulos. Adultos en edad, pero niños en madurez espiritual.
Hoy en día, a pesar de que tenemos versiones de la Biblia de todos los colores, tamaños y formatos, sigue aconteciendo de la misma manera. Por eso, cuando viene alguien con nuevas “experiencias, revelaciones e interpretaciones” de la Escritura, los ingenuos las aceptan sin más. De ahí que observemos a Pablo humanamente cansado, como diciendo: “Llevamos mucho tiempo explicando lo mismo. Habéis sido como niños, y como tales, os hemos dado leche. Pero ya no tenéis edad de ser niños. Es hora de tomar alimento sólido de la Palabra de Dios. Lo básico ya tendría que ser sencillo para vosotros. Deberíais ser maestros para poder explicarles a otros recién nacidos el significado de quien es Cristo y toda la obra que llevó a cabo. Sin embargo, todavía tenemos que estar pendientes de vosotros, de vuestra inmadurez, de que vuestra fe no decaiga, porque incluso os cuesta distinguir el bien del mal”. Se está desahogando mostrando su sentir pero a la vez esperanzado al decirles: “Por lo tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección” (He. 6:1).
¿Qué nos dijo Pablo? ¿Qué te sigue diciendo en el presente?: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro. 12:2).

La raíz del problema
Si esta es tu situación concreta, ahora sabes cuál es la raíz del problema. Ahora puedes revertir todo esto. La solución es clara: hacer lo que no hacías; ser un discípulo que se esfuerza por conocer la Palabra de Dios y la pone por obra en su vida. ¿Recuerdas lo que implicaba ser discípulo? PENSAMIENTO + ESFUERZO. Y eso requiere disciplina. Pregunta lo que no entiendas. Pide consejo y que te recomienden buenos libros. Renueva tu comunión con Dios, que sea fresca y no monótona. Es tu Padre y tu mejor amigo. Haz que tu mente se llene de su Palabra y tu corazón se apropie de ella: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una) parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno [...] Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno” (Mr. 4:8, 20).


* Seguimos aquí: “Buscaste la plenitud y el sentido a la vida por medio de las relaciones románticas, los placeres y el materialismo” http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/08/3-buscaste-la-plenitud-y-el-sentido-la.html


[1] Moody, D. L. Anécdotas e ilustraciones.
 

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