Vivimos en la “Era” conocida
como “Postmodernista”, que se caracteriza por ser la cuna de:
La sociedad atea, que
reniega de Dios o directamente niega su existencia.
La sociedad materialista y
de consumo, en la cual lo valioso es tener y poseer en función de nuestra
capacidad adquisitiva.
La sociedad hedonista y del
ocio, donde la búsqueda del placer y la diversión se convierten en la máxima
prioridad.
El culto al físico, por lo
cual se nos mide (y nos medimos) en función de nuestra apariencia externa.
La pluralidad religiosa, con
un extenso catálogo de diversas
filosofías y múltiples religiones a las que podemos “subscribirnos”.
A esta "Era" le
antecedió el llamado “Modernismo”, que trató de lograr un mundo mejor por medio
de la razón humana, pasando a ser el hombre el centro de todo interés, buscando
su bienestar social y dejando a Dios de lado. La religión se consideraba un
estorbo para alcanzar su fin principal, que era la felicidad, la cual se
lograría erradicando la ignorancia, los males sociales y las supersticiones
religiosas. Ante el fracaso de esta utopía, surgió el “Postmodernismo”, en el
cual cada ser humano es libre de tener su propia visión del mundo y, por lo
tanto, no se considera que exista una única verdad. En consecuencia, los
valores morales son relativos y sujetos a la interpretación personal. Este es
el mundo postmoderno en el que
vivimos. En general, hemos pasado del periodo “Teocéntrico” (donde Dios era el
centro de todo) al “Antropocéntrico” (donde el hombre es el foco principal).
Las consecuencias de los
“valores relativos” y que dependen de cada persona ha traído las consecuencias
que podemos ver en esta imagen (son como hojas secas):
El psiquiatra Enriques Rojas nos muestra cómo afecta a la
humanidad el libertinaje del que nos hemos adueñado: “La permisividad es un estilo de pensamiento en el que todo vale y
cualquier cosa es posible con tal de que a uno le guste. La permisividad y el
relativismo son dos disolventes de la conducta, que hacen que el ser humano
quede a merced de los caprichos y sentimientos del momento [...] El hombre sin
valores vive huérfano de humanismo y de espiritualidad. Es el hombre ligth, al
que solo le interesa el sexo, el dinero, el poder, el éxito, el pasarlo bien
sin restricciones y la permisividad ilimitada. Por ese camino se suele llegar a
una saturacion de contradicciones que desembocan en el vacío. Es el culto a la
tolerancia total, la permisividad como religión, cuyo credo es una enorme
curiosidad por todo, donde lo importante son las sensaciones dispersas, que
desembocan en una indiferencia por saturación de incoherencias” (Cita de El hombre light).
¿Qué
ocurre cuando alguien quiere jugar al fútbol con las manos? Que le pitan falta.
Y podría argumentar: “Bueno, pero es que yo quiero jugar con las manos”. Y la
respuesta sería de pura lógica: “Muy bien, trata de jugar con las manos, pero
que sepas que no podrás jugar al fútbol de esa manera porque hay unas normas
iguales para todos”. En el mundo sucede exactamente lo mismo. ¿Por qué hay
normas de circulación? ¿Por qué hay una Constitución en los países
democráticos? Para que haya un orden en la sociedad. Cuando las personas se
salen de esas normas tienen que pagar unas consecuencias, y ahí aparece el
Código Penal. Con Dios sucede igual: Cuando estableció unas leyes no era para
aguarnos la fiesta, sino para que todo fuera bien. El caos que vemos en el
mundo en todos los ámbitos (corrupción, vidas vacías, inmadurez, libertinaje
sexual, infidelidades, diferencias abismales entre pobres y ricos, abortos,
violaciones, asesinatos, adiciones, etc.) es el resultado de vivir de espaldas
a esas leyes que Dios estableció. Es la
consecuencia directa de haber quitado a Dios del puesto de “director de
orquesta” de nuestras vidas, situándonos nosotros en su lugar. Teniendo Dios tres atributos: la Omnipotencia (todo lo
puede), la Omnipresencia (está en todas partes al mismo tiempo), y la
Omnisciencia (todo lo sabe, hasta los pensamientos más profundos), ¿no crees
que Él mejor que nadie para saber qué nos conviene y qué no?
A lo
que Él llama “malo”, nosotros lo llamamos “bueno”. Si Él dice algo, nosotros le
llevamos la contraria. Si Él habla de juzgar los hechos pero no a las personas,
nosotros hacemos lo opuesto; Si Él habla de ser humildes, nosotros miramos a
algunos por encima del hombro; Si Él habla de no ser chismosos, nosotros
disfrutamos con los chismes como un niño lo hace con un caramelo; Si Él habla
de quitar la amargura de nuestro corazón, nosotros la guardamos de por vida; Si
Él habla de contentarnos con lo suficiente, nosotros compramos compulsivamente;
Si Él habla de mostrarnos agradecidos por lo que tenemos, nosotros pensamos en
lo que no tenemos; Si Él habla de cuidar nuestra salud, nosotros consumimos
sustancias que provocan enfermedades y muertes como la llamada “droga blanda”
(el tabaco); Si Él nos permite disfrutar del vino, nosotros lo usamos para
“coger el puntito” o directamente emborracharnos; Si Él habla del respeto a la
vida, nosotros hablamos del derecho de la mujer a decidir asesinar al bebé que
lleva en su vientre; si Él habla de la fidelidad matrimonial, nosotros hablamos
de la “canita al aire” o de estar juntos “hasta que nos cansemos el uno del
otro”; si Él habla del amor y el sexo dentro de la relación conyugal, nosotros
hablamos del sexo sin amor como una opción más antes del matrimonio; si Él
habla de decir siempre la verdad, nosotros decimos de vez en cuando
“mentirijillas” cuando nos conviene. Nada de esto podemos negarlo ante nosotros
mismos. En consecuencia, estamos lejos de Dios (como ya vimos: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
¿Crees
que Dios me prohíbe diversiones sanas o que me aburro? ¿No sabes que me encanta
hacer deporte, los parques acuáticos, leer, escribir, el cine actual y clásico,
disfrutar de una buena cena con amigos, ver la “Champions”, relajarme en la
piscina, entre otras muchas cosas? ¿De verdad piensas que Dios nos quiere
fastidiar y quitar la diversión? ¿No será que nosotros somos los que nos hemos
apartado de su camino y ya vemos el mal como algo natural? ¿Y nos quejamos de
falta de libertad? ¡Ahí tenemos la libertad de hacer lo que queramos! Ahí están
las evidencias y ahí también están las consecuencias. ¿Queremos ir por libres? Él nos deja, pero ahí
el caos que observamos. Creemos
como los judíos, que no nos pasaría nada por hacer lo que no quisiéramos: “Negaron a Jehová, y dijeron: Él no es, y no vendrá mal sobre
nosotros, ni veremos espada ni hambre” (Jeremías 5:12). Y, como casi siempre, nos equivocamos.
Creer
que Dios es una especie de “Policía Antidisturbios”, que prohíbe, reprime y
golpea sin piedad, y que nos coarta la libertad, es un grave error. Esto
simplemente es un prejuicio que se ha instalado en la mente de los seres
humanos, una idea global que se ha transmitido como un virus por el aire de
persona a persona. Pero Él no es así. La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Juan
4:8), y quiere lo mejor para nosotros.
En
lugar de seguir culpando a Dios de los problemas humanos, tenemos que mirarnos
a nosotros mismos. Ahora eres tú quien elige qué camino quiere seguir: el de la
sociedad “postmodernista”, vacío y carente de significado; o el de Dios, que
satisface plenamente y llena tu vacío: “Yo he puesto delante de ti hoy la
vida y el bien, la muerte y el mal [...] he puesto delante la vida y la muerte,
la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu
descendencia” (Deuteronomio 30:15, 19).
Sus
valores no son relativos, sino superiores a los que te puedas imaginar. En tus
manos está escoger.
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