Muchos creen (creyentes incluidos) que
los cristianos no podemos juzgar. Y se equivocan a lo grande. No podemos
condenar a una persona porque esa labor le pertenece en exclusiva a Dios, pero
sí podemos juzgar sus acciones y, sobre todas las cosas, buscar una solución al
problema. Por eso quiero hablar de una chica de la que todo el mundo opina y
opina últimamente.
Hasta hace poco tiempo, Miley Cyrus era
ídolo de adolescentes en el canal Disney Channel con su programa de “Hannah
Montana”. De aspecto dulce y angelical, ganó millones de dólares con su papel
de actriz y cantante. Que sepamos, ganó nueve premios, entre ellos el ASCAP a
“Mejor serie” en 2008, o el ARTIOS como “Mejor programa infantil de televisión”
en 2007, y fue nominada dos veces a los Emmy. Siempre que concedía entrevistas
hablaba de su fe, de su creencia en Jesús, de cómo basaba su actitud en lo que
enseñaba la Biblia y de la importancia que le concedía en llegar pura al
matrimonio. No sabemos si era una cristiana “nacida de nuevo” o simplemente
tenía una religión inculcada por su familia. Fuera como fuera, algo pasó en el
camino. Su propio padre, Billy Ray Cyrus, dijo que el programa de Disney
destruyó a su familia, provocó su divorcio e hizo que su hija perdiera el
control. Es bastante difícil analizar desde fuera estas palabras. Lo fácil es
caer en el reproche y la condena, convirtiéndola en la reencarnación del mal.
Hay decenas de detalles que se nos escapan. No conocemos los entresijos que se
dan fuera del escenario, de los focos y de las cámaras de televisión. No
sabemos qué pasaba por la mente de Miley cuando llegaba la noche y, en
silencio, se quedaba sola con sus pensamientos.
Lo que vemos hoy en día es a una chica
que cree estar en lo alto de la cumbre cuando realmente se encuentra en medio
del desierto: consumidora de ciertos tipos de drogas “fashion”, desvergonzada y
sin pudor alguno. Ella dice que quiere dejar el personaje de Hannah en el
pasado y convertirse en una mujer “adulta”, pero no sabemos exactamente qué le
ha llevado a cambiar de esa manera y a manifestar los instintos más bajos del
ser humano: el deseo de revelarse contra sus padres, traumas personales, la
necesidad imperiosa de sentirse amada y querida por un profundo vacío en su
corazón, la perniciosa influencia de la sociedad y los medios en su vida, etc.
Puede ser algo de esto o una mezcla de todo, u otras razones que se escapan a
nuestra comprensión. Solo Dios lo sabe realmente.
En el presente, día sí y día también,
aparece en los medios de comunicación ofreciendo una imagen de una persona que
ha perdido la cordura por completo. Es lo mismo que observo en mayor o en menor
medida en aquellos “cristianos” que han alejado a Dios de sus vidas. Unos lo
manifiestan con una vida desordenada; otros con una forma de hablar que ha
cambiado radicalmente; algunos porque desean vivir “la vida loca” y proveer a la
carne de ciertos placeres fuera del orden de Dios. Las explicaciones son
múltiples, y en un futuro cercano escribiré sobre esto. Pero la conclusión es
la misma que leemos en las palabras de Hanna: “Olvídense de Jesús”. Es la misma
persona que cuatro años antes había dicho: “Algunas personas no tiene una
familia en donde apoyarse como yo la tengo, y eso una gran cosa, pero existe
algo más grande incluso que la familia, y eso es la fe, y eso es lo que me
mantiene fuerte. Pienso que mucha de esa gente no tiene una familia cristiana,
pero no se dan cuenta que son más que las cosas materiales actuales, como las
fiestas”.
La situación de esta chica-mujer es
exactamente la misma que la que narró Jesús del hijo pródigo: gastó su fortuna
en una vida de derroche y todo tipo de placeres. ¿Se sentía feliz y lleno? Todo
lo contrario: su vacío se acrecentó hasta el infinito, pero fue cuando lo
perdió todo “cuando volvió en sí”. Es decir, antes de recapacitar y ver la
miseria en la que vivía, “estaba fuera de sí”. Es el mismo estado en que se
encuentra Miley en la actualidad. El problema es que ella aun no lo ha perdido
todo. Al revés, le dan todo y más perdida está. Y sabemos del efecto pernicioso
que está provocando entre la juventud y todas aquellas adolescentes que la
idolatraban. Ahora bien, en lugar de “satanizarla”, intentemos ver con los ojos del
Padre, puesto que Él sigue buscando a la oveja perdida, esperando a que se
arrepienta para abrazarla y celebrar una gran fiesta: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas,
no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta
encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al
llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque
he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en
el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que
no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:4-7). ¿Acaso hemos olvidado que “no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17)?
No hagamos más leña del
árbol caído y recordemos que a nuestro alrededor hay más “Miley” que necesitan
de misericordia y no del fuego de nuestras palabras.
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