De la generación del VHS del 70 y el 80 –incluso de la
juventud de hoy en día-, ¿quién no ha visto en su infancia la película “Karate
Kid”, del año 1984? Como E.T, la saga de Indiana Jones o Star Wars, se
convirtió en un clásico instantáneo y nos ganó con la entrañable relación
paternofilial entre el discípulo y su maestro. Desgastamos la cinta para ver
una y otra vez aquel emocionante final mientras sonaba una pequeña partitura musical
que bien conocemos. Con todo en contra, sin poder apoyar una pierna por el
juego sucio usado por uno de sus adversarios, nuestro protagonista, Daniel-San,
logró la victoria empleando una patada conocida como “La técnica de la grulla”,
movimiento que sigue siendo imitado hoy en día con una sonrisa ante el recuerdo
de dicha escena.
Ahora, casi cuatro décadas después, y con los mismos
actores, por medio de una serie de televisión de género dramático, se ha
retomado la historia, mostrándonos qué ha sido de la vida de sus protagonistas.
Y es aquí donde hay mucho que hablar. No siendo una historia
cristiana, podemos llevarla a nuestro terreno para aprender de ella y no
quedarnos solo en la parte superficial de la trama como los combates.
Apelando a la nostalgia, al paso del tiempo, a la
derrota y al triunfo, a las consecuencias de las lecciones aprendidas, nos
muestra unas aristas que en su momento no pudimos ver, siendo el gran
descubrimiento el personaje de Johnny Lawrence -el archienemigo de Daniel-
interpretado por el actor William Zabka, que es en quien me voy a centrar.
Poniéndonos
en situación
Antes de comenzar y poder dar el salto a Cobra Kai,
vamos a ponernos en ambiente para el que no recuerde la historia, por lo que
haré un brevísimo resumen. Junto a su madre, el adolescente Daniel LaRusso se
traslada a vivir a una pequeña casa en Los Ángeles. Esa misma noche lo invitan
a ir a la playa a una fiesta, donde conoce a Ali, una chica con la que
congenia. Al poco de llegar, aparece el líder de una banda, el temido Johnny
Lawrence, ex novio de Ali, quien lo dejó porque él estaba siempre
emborrachándose. Tras el desaire de ella que no quiere hablar con Johnny,
Daniel se mete por medio y pasa lo previsible: recibe
unos buenos golpes.
Poco después nos enteremos que Johnny asiste a un Dojo
de Kárate llamado “Cobra Kai”, donde el Sensei de la escuela, el ex-marine John
Kreese, enseña los tres lemas de la escuela: “Golpear primero. Golpear fuerte.
Sin piedad”. Por su parte, Daniel entabla amistad con el señor Miyagi (el ya
difunto actor “Pat” Morita y nominado a mejor actor de reparto tanto en los
Oscar como en los Globos de Oro), un anciano japonés viudo cuya esposa murió en
el parto junto a su bebé, siendo el conserje del edificio donde vive Daniel y
cuya máxima afición era cuidar bonsái. Tras meterse
en un lío, de nuevo Johnny y su pandilla le proporcionan una paliza, pero, de
forma inesperada, aparece Miyaki y los derrota sin dificultad alguna. Tras idas
y venidas, y siendo desafiado por Kreese, decide preparar a Daniel para que así
puedan enfrentarse en un torneo. Con un entrenamiento que está grabado para la
posteridad en nuestras memorias (con su famoso “dar cera, pulir cera”), todos
conocemos el final de la historia y la victoria alcanzada.
Johnny
Lawrence: 40 años después
La serie Cobra
Kai transcurre casi cuarenta años después, donde Daniel se ha convertido en
un exitoso empresario con su propia cadena de concesionario de coches. Está
felizmente casado, tiene dos hijos y una casa bien hermosa con piscina. Y es
aquí donde nos encontramos al “perdedor”: Johnny Lawrence. Conforme vamos
sabiendo más de él, se nos cuenta todo aquello que la película original omitió:
- Su madre murió siendo él bastante joven y no conoció
a su padre.
- Su padrastro lo menospreciaba.
- Antes de conocer al Sensei John Kreese y apuntarse a
su Dojo, era un chico muy sensible, tímido e inseguro.
- Nada se le daba bien, hasta que descubrió que el Kárate
sí.
- Él mismo reconoce que no ha superado la ruptura con
su novia del instituto, a pesar de que han pasado varias décadas.
- Su Sensei lo moldeó a su imagen y semejanza,
haciendo la labor de padre, en este caso, de mal padre y mal ejemplo.
- Asustado por la idea de ser padre, se emborrachó el
día en que su mujer se puso de parto tratando de armarse de valor para ir al
hospital, sin conseguirlo. En palabras suyas, “le falló a su hijo en el primer
día en que llegó al mundo”.
- Está divorciado.
- Su ex esposa bebe y toma pastillas a todas horas, aparte de
que nunca está en casa cuidando de su hijo. Al mismo tiempo, es una “fresca”
que busca cada día un hombre distinto para que la saque de la pobreza.
- Su vástago Robby no
quiere saber nada de él, no asiste al instituto, está bastante descarriado, y se
dedica a hacer pequeños hurtos y estafas con su pandilla, y encima es tomado
como alumno por Daniel.
- No tiene amigos y los que tuvo en la adolescencia
solo los ve un día –más de treinta años después- ante la inminente muerte por
cáncer de uno de ellos.
- Vive en un apartamento minúsculo completamente
desordenado.
- Trabaja haciendo arreglos en casas de ricos que se
burlan de él.
- Vive tan ensimismado en su propio mundo que no sabe
ni lo que es Internet.
- El resto del tiempo se lo pasa tirado en el sofá
bebiendo y borracho.
¿Dónde podemos identificar el punto de origen donde un
chico sencillo y amable como Johnny pasó a convertirse en uno agresivo y
continuamente airado? En la falta de un buen maestro. Lo podríamos situar
dentro de la categoría que Jesús especificó, “cómo oveja sin pastor” (cf. Mr.
6:34).
Como no tuvo a su padre para que fuera esa figura, lo
fue Kreese. Johnny encontró la
sombra pero bajo el árbol equivocado. Aprendió de un pésimo modelo que
le inculcó todo aquello en lo que luego se convirtió. Sí, se transformó en
alguien atrevido y “seguro” de sí mismo, pero desde la vertiente de un déspota
violento y sin valores humanos. Encima, el que era su maestro, en lugar de
apoyarlo y animarlo cuando fue vencido siendo un jovencito, rompió su trofeo y
le agredió, mientras le decía lo miserable que era con todo tipo de
insultos.
A lo largo de la trama vemos distintos momentos donde
él trata de cambiar. Deja el alcohol, ayuda a un chico al que están agrediendo,
intenta reestablecer la relación con su hijo y se muestra amable con una
vecina. Pero el viejo Johnny sigue ahí dentro con mil heridas del pasado, con
un arraigado sentimiento de amargura afirmando que le destrozaron la vida y está
perdido, y donde terminó por transformarse en aquello que odiaba. Finalmente,
encendiendo de nuevo su rivalidad y odio hacia Daniel LaRusso –que tiene en la
vida todo lo que Johnny desearía- reabre el Dojo Cobra kai. Sus intenciones son nobles ya que, en sus propias
palabras, quiere que sus alumnos
no cometan sus mismos errores y miren atrás en el futruro y se arrepientan de
lo que hicieron. Toma por alumnos a adolescentes con problemas parecidos
a los que él tuvo. Por ejemplo, Miguel, un inmigrante que vive con su madre
divorciada, o los clásicos debiluchos de los que se burlan del colegio por no
tener habilidades sociales o no ser físicamente muy agraciados, como una chica
de color llamada Aisha; Jacob, con una deformidad en el labio, o Raimond, un
gigantón ya mayorcito y con pocas luces. Y la última incorporación: Tory,
una chica conflictiva y enojada con el mundo entero del que todavía
desconocemos su pasado.
El problema es que, sin llegar a los extremos que su
maestro usó con él, les enseña a los chicos los mismos principios: “Golpear
primero. Golpear fuerte. Sin piedad”, los cuales predisponen anímicamente al
uso de la fuerza bruta ante cualquier revés en la vida, disgusto o frustración.
No les ayuda a apagar
esa ira que sienten hacia el mundo y a canalizarla de forma correcta, sino que
la aviva y les instruye de forma violenta por medio de un arte
marcial. ¿Las consecuencias? Mientras Daniel LaRusso aprendió de su maestro que el Kárate era solo de autodefensa y,
sobre todo, un método para convertirse en una mejor persona y superar los
miedos personales, los miembros del Cobra Kai mutan de chicos nobles (pero
inseguros) a pequeños monstruitos,
tiranos y engreídos.
Además, comete el error
de dejar entrar de nuevo en su vida a su antiguo maestro por el deseo de
ofrecerle una segunda oportunidad, cuando la realidad es que no ha cambiado en
absoluto y lo está manipulando nuevamente, aunque ya se ha dado cuenta y lo ha
sacado del Dojo, lo cual le va a traer consecuencias funestas.
A la espera de la tercera temporada en 2021 –que no
sabemos todavía si será o no la última, y que, quién sabe, podría dar para otro
artículo-, nos queda por saber cómo acabará el personaje. Aunque es complejo teniendo
en cuenta el trágico acontecimiento del último capítulo emitido hasta la fecha,
esperemos que los guionistas muestren finalmente a un hombre cuyos pequeños
cambios terminen por llegar a buen puerto y a la completa redención.
Los Johnny
Lawrence de este mundo: ¿Eres tú uno de ellos? ¿Estás en proceso de serlo?
Hay personas –y como este escrito es para cristianos,
me refiero a ellos en particular- que piensan que “les han destrozado la vida”
y que han tenido malos ejemplos. En algunos casos, esos “malos maestros” fueron
los padres, cierto familiar, ciertas amistades o compañeros de trabajo, individuos
amorales o emocionalmente desequilibrados, malas parejas sentimentales, determinado
tipo de ocio, algunos hábitos personales dañinos, etc.
En otros casos –los de tipo “eclesial”-, fueron pastores
que los oprimieron y les enseñaron falsas doctrinas, que hacían justo lo
contrario a lo que compartían desde el púlpito y que eran avariciosos respecto
al dinero; los Diótrefes de la vida. Otros se sintieron mal porque les
“quitaron” del ministerio o al salir de la congregación ya no podían
“predicar”, “cantar”, tocar algún instrumento musical o hacer aquello a lo que
se dedicaban. De repente, y como tenían su vida asentada sobre la arena, el
castillo de naipes se derrumbó. Finalmente, terminaron por convertirse en los
nuevos Johnny:
- Se llenaron de amargura y el sarcasmo comenzó a
brillar entre sus labios.
- Se quejaban de cuán injusto era el mundo.
- Culparon a Dios de sus desgracias.
- Se alejaron de Él y ya no confiaban en sus promesas
eternas.
- Ya nos le importaba lo más mínimo hacer Su voluntad.
- Pusieron su corazón “en las cosas de este mundo” y
se olvidaron del “reino de Dios”.
- Cambiaron su ética y la asemejaron a la de la
sociedad caída.
- El alcohol –fuera en pequeñas dosis o algo más
elevadas- lo usaban “para sentirse bien”.
- Se sentían incómodos ante verdaderos cristianos al
ver frente por frente un contraste tan
marcado con ellos mismos.
- Llenaron su tiempo de todo tipo de entretenimientos
(algunos sanos y otros no tanto) y el Altísimo se convirtió para ellos en un
cero a la izquierda.
- Empezaron a interesarse más por lo superficial
(redes sociales, aficiones, programas de televisión, reality shows, etc.) que por lo que
sucedía en el mundo real.
- Dejaron de leer libros cristianos y de cultivar el
carácter de un hijo de Dios.
- Comenzaron a
sentirse aludidos cuando algunos cristianos les exhortaban, tomándoselo a mal y
alejándose de ellos, en lugar de verlo como una oportunidad para retomar la
senda correcta.
- Transformaron su personalidad a peor aunque ellos creían que era a mejor.
- Su lenguaje se llenó de vulgaridad.
- Tachaban de fanáticos y obsesionados a los que
tenían a Dios siempre en sus palabras y acciones.
- Se volvieron verbalmente agresivos o se enojaban por
sandeces.
- Decían haber perdonado y que nada les importaba,
pero la realidad es que se enfurecían cuando recordaban el pasado.
- Arremetían siempre que podían contra los John Kreese
que pasaron por sus vidas.
- Y, para terminar y completar el círculo, se rodearon
de personas como ellas.
Muchas de estos
puntos pueden ser “seductores”, donde incluso el individuo puede llegar a
sentirse cómodo. La realidad es que es tirarse de cabeza a una piscina sin
agua. Todo esto hace perder la paz y, en
muchos casos, la fe. Cuando cae la noche y el silencio de las diversiones y el
mundo digital descansan, esas mentes entran en ebullición. Aunque tratan de
negarlo ante sí mismos, se sienten intranquilos, sin rumbo y perdidos en la
vida, buscando llenar el alma cuando el único que puede hacerlo es Dios. Tal
como dijo Pablo, están “sin
esperanza y sin Dios en el mundo (Ef. 2:12). Como nuestro
protagonista, se convierten en lo que no les gustaba de otros.
En última instancia, también los hubo que no llegaron
a estos límites, pero igualmente se enfriaron sobremanera y Dios se convirtió
en un recuerdo cada vez más lejano, vago e inalcanzable. Lo más preocupante es
que no reaccionan ni hacen nada para revertir la situación.
Ser
cristiano no tiene trucos ni misterios
¿Qué podemos aprender de lo reseñado? Me imagino que,
sobre la marcha, mientras estabas leyendo, diversas escenas de tu vida habrán
pasado por tu mente, tanto del pasado como del presente. Y alguno puede pensar:
“Ahora es cuando Jesús Guerrero (es decir, yo) me va a dar el secreto que llevo
toda mi vida buscando: ¿cómo ser un cristiano?”. Si es así, te equivocas, y no
porque no vaya a decirte qué hacer como un hijo de Dios, sino en el sentido de
que ese es el error que cometen infinidad de creyentes “ligth” y “fríos”: se
pasan media existencia esperando algún truco, buscando alguna nueva revelación,
la clave que no han sabido desentrañar todavía. Más bien parecen gnósticos en
busca de la llave que resuelva el misterio de la voluntad divina. Y es ahí
donde me echo las manos a la cabeza porque la realidad es que no hay nada oculto
al respecto. Todo se resume a las palabras que María respecto a Jesús: “Haced todo lo que os dijere” (Jn. 2:5).
Y para esto lo primero que tiene que hacer la persona
es resolver la pregunta que hizo Elías: “Y
acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros
entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y
si Baal, id en pos de él” (1 R. 18:21). No se puede estar entre dos aguas o
hacer como el pueblo, que “no respondió palabra”. O sigues a Baal (los valores de este mundo y la naturaleza carnal
que mora en ti) o sigues a Dios. O vives según tus propios pensamientos o según
los de Dios. O crees en tu propia ética y moral o crees en la que Dios enseña. O
sigues el camino ancho que lleva a la perdición o el estrecho que lleva a la
vida.
Tu Maestro y
Señor
Es tener por maestro lo que vende la sociedad caída o
tener por “Maestro” y “Señor” –ambos aspectos inseparables- a
Jesús. No hay más caminos ni enigmas. Y luego, cuando hayas tomado la decisión,
actuar en consecuencia. Si tomas el primer camino, no está en mi mano decir
nada más ya que “enseñar a quien no quiere
aprender es como sembrar un campo sin ararlo” (Richard Whately).
Pero si tomas la senda de
la vida en Cristo, entonces es el momento que:
- Dejes de mirar atrás para no convertirte en arena
como la mujer de Lot, ya que “si no avanzas quedas duro como el cemento”.
- Uses bien el tiempo libre en lugar de llenarlo únicamente
de ocio.
- Emplees los talentos y dones recibidos para dar a
conocer a Dios y glorificarle.
- Aprendas a vivir en contentamiento y no regodeándote
en las circunstancias negativas o indeseables que llegan a tu vida.
- Descanses en Él y en sus promesas eternas.
- Dediques tiempo de calidad y continuado a la lectura
y el estudio bíblico, junto con buenos libros cristianos.
- Asimiles la ética bíblica en todos los aspectos (noviazgo,
matrimonio, sexualidad, amistades, dinero, posesiones materiales, trato al
“enemigo”, vocabulario, temas de conversación, etc.).
- Transformes tus pensamientos y los ajustes a los
Suyos.
- Seas sabio para el bien e ingenuo para el mal (Ro.
16:19).
- Ores de forma sencilla.
- Agarres el toro por los cuernos y no dependas de las
emociones, que son volubles, y seas fiel al Señor hasta la muerte (cf. Ap. 2:10).
- Tengas por amigos íntimos a aquellos que tienen a
Dios también por Maestro y Señor y hables con ellos de Él de manera espontánea.
- Te alejes de malas
amistades y malos ejemplos, de esas hienas venenosas que huelen la sangre de la
desesperación, de los John Kreese que moran alrededor de ti.
- Quites de ti “toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia,
y toda malicia” (Ef. 4:31).
- En el caso de tener hijos, los críes “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4).
- Y por último: que
sigas a Cristo independientemente de lo que otros hagan o dejen de hacer, como
le dijo Jesús a Pedro: “¿Qué a ti?
Sígueme tú” (Jn. 21:22).
Es el momento en que dejes de culpar al pasado, a tu
situación personal o a los malos maestros que han pasado por tu vida –fueran
del estilo que fueran-, y que no te conviertas en lo que no te gusta de otros.
Que Jesús sea tu MAESTRO, tu PASTOR. Hoy es ese día.
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