Venimos
de aquí: Buscaste
la plenitud y el sentido a la vida por medio de las
relaciones románticas, de los placeres y del materialismo: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/08/3-buscaste-la-plenitud-y-el-sentido-la.html
Te sentías en las nubes cuando conociste
al Señor. La inmensa mayoría de tus conversaciones versaban sobre Él. Anhelabas
encontrarte hermanos que tuvieran tu misma pasión para hablar de cualquier tema
bíblico. Te gozabas en sus promesas y en la grandeza de la verdad que habías
descubierto. Pero, con el tiempo, parte de la parábola del sembrador se hizo
realidad en tu vida: “He aquí, el
sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una) parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no
dio fruto [...] Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que
oyen la palabra, pero los afanes de este
siglo, y el engaño de las riquezas, y las
codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”
(Mr. 4:3-4, 6, 7, 18, 19).
El fuego que había en ti se convirtió en
frialdad. Desapareció el entusiasmo, la vitalidad, el deseo de conocer más y
más a Dios. Todo lo hacías por rutina. Dejaste de escudriñar la Palabra bajo
mil excusas. No recordabas ni el título del último
libro que leíste. Ya no hablabas del Señor y, cuando lo hacías, era de forma
religiosa por el conocimiento que adquiriste en el pasado. No le predicabas el
Evangelio a nadie ni hablabas de tus creencias con aquellos que te conocían. Tu
pasión desapareció y todo lo dejabas para mañana, engañándote a ti mismo. Los
afanes de este mundo ahogaron la semilla que Dios depositó en ti. ¿Y por qué?: porque olvidaste que eras un ciudadano del cielo y, aunque
seguías creyendo –incluso participando de actividades consideradas “cristianas”
como asistir a reuniones o cultos-, comenzaste a vivir como Salomón, con tu
corazón en este mundo, y como Marta, afanada y turbada con muchas cosas (cf.
Lc. 10:41). Te convertiste en un cristiano “culturalmente humanista”.
Comenzaste a vivir de forma opuesta a lo que decías creer. Una verdadera
contradicción.
Cuando el corazón busca otros dioses
Jesús no llamó a los judíos
“generación adúltera” porque estuvieran física y literalmente cometiendo tal acto, sino porque habían
inclinado su corazón en pos de “dioses ajenos”. Hoy en día, estas “divinidades” son el materialismo, la acumulación de
bienes que no se comparten, la ociosidad, las fiestas, los placeres sensuales, las
ambiciones desmedidas fuera de la voluntad de Dios, la búsqueda del prestigio y
el éxito, etc.
Esta búsqueda continua suele
provocar ansiedad, inseguridad, afán y, sobre todo, falta de contentamiento.
Por eso el Señor considera necio a todo el que vive de esta manera (Lc. 12:20).
Ante Él, y bajo la perspectiva de la eternidad, todo esto carece de valor
alguno: “Como salió del
vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene
de su trabajo para llevar en su mano” (Ec. 5:15).
Esta fábula judía ilustra esta idea:
Un hombre se trasladó desde un pueblo remoto para consultar a un
rabino muy famoso. Llegó a la casa y advirtió, sorprendido, que los únicos
muebles de que disponía el rabino consistían en un colchón echado en el suelo,
dos butacas, una silla miserable y una vela, y que el resto de la habitación
estaba absolutamente vacía. La consulta se produjo. El rabino le contestó con
verdadera sabiduría. Antes de irse, intrigado por la escasez del mobiliario, el
hombre le dijo: “¿Dónde
están sus muebles?”. ¿Y dónde están
los suyos?, contestó el rabino. “¿Cómo
que donde están los míos? Yo estoy de paso”,
dijo el hombre sin terminar de comprender. Y el rabino le contestó: “Yo
también”.
Incluso aquellos que no son cristianos
llegan a las mismas conclusiones: “El
mundo es un puente. Pasa por él. No construyas en él tu morada” (Inscripción
en la gran mezquita de Fatehpur-Sikri, India). Si llevas años instalado en la
frialdad que sientes, es porque has “construido tu morada” en este mundo, de
tal manera que vives por él y para él. Sin embargo, Pablo trató de
inculcar el principio opuesto como estilo de vida: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y
ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor
somos” (Ro. 15:7-8).
Probándolo
todo como Salomón
En términos bíblicos, el
ejemplo por excelencia de alguien que lo tuvo absolutamente todo fue el rey
Salomón[1]. Se afanó de tal manera que indagó sobre todo lo que se llevaba a
cabo debajo del cielo (cf. Ec. 1:13). Buscó el contentamiento por medio de:
1. La intelectualidad, la sabiduría y la ciencia: “Hablé yo en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he
engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí
en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia” (Ec. 1:16).
En su comentario bíblico, William Macdonald señala que sería el equivalente a
las ciencias, la filosofía, las bellas artes, las ciencias sociales, la
literatura, la religión, la psicología, la ética, los idiomas y otras áreas del
aprendizaje humano.
2. El placer: “Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino” (Ec. 2:3).
3. Las riquezas: “Engrandecí mis obras,
edifiqué para mí casas, planté para mí viñas;me hice huertos y jardines, y
planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar
de ellos el bosque donde crecían los árboles” (Ec. 2:4-6).
4. La posición social y el prestigio: “Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en
casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que
fueron antes de mí en Jerusalén” (Ec. 2:7).
5. Las
posesiones materiales: “Me amontoné también plata y
oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y
cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos
de música” (Ec. 2:8).
Como él mismo dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de
placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo” (Ec. 2:10). Si hay alguien que debería haber hallado
el contentamiento, según los cánones de este mundo, éste era sin duda el rey de
Israel. Sin embargo, la conclusión de su estudio práctico fue contundentemente
opuesto: “Miré yo luego todas las obras
que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de
espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Ec. 2:11). De ahí su dicho más
conocido: “Vanidad de vanidades, todo es
vanidad” (Ec. 1:2). El término vanidad (en hebreo: hebel), significa “vapor, vaho, niebla”. Cuando no ponemos en
práctica la hoja de ruta establecida por Dios en su Palabra, nuestra vida es
como caminar entre una espesa niebla, donde no vemos ni nuestros propios pies.
Aprendiendo
de los errores de Salomón y de los propios
¿Es negativo todo lo que hay
debajo del sol? ¿Debemos permanecer en la ignorancia, prescindir del intelecto
y rechazar toda cultura? ¿Es pecado disfrutar de los sanos placeres de la vida
que el Altísimo nos ha concedido dentro de el orden que Él ha establecido? Ni
mucho menos, y así suelo expresarlo una y otra vez. El problema se produce
cuando este tipo de cuestiones se convierten en el deseo primordial de nuestro
corazón y Dios pasa a un segundo plano. Esa es la verdadera IDOLATRÍA que
produce la frialdad espiritual que embarga a muchos y que conlleva que se
alejen del Señor.
Posiblemente no hayas llegado a los
extremos de Salomón, anhelando palacios y riquezas, pero, en menor escala, te
asemejas a él cuando nunca te contentas con lo que tienes. Como dijo un
inmigrante sobre los occidentales: “Lo tienen todo y siguen corriendo sin
parar, sin sonreír, sin celebrar su comodidad”. Entendería hasta cierto punto
que nos lamentáramos si de la noche a la mañana nos viéramos trasladados a un
país tercermundista donde escasearan los recursos y donde cualquier enfermedad
común nos condujera a la muerte por la carencia de asistencia sanitaria. Sin
embargo, nuestras mayores protestas vienen motivadas porque no tenemos el
suficiente dinero para mantener un cierto nivel de vida o poder comprar todo
aquello que queremos. De ahí la juventud actual, caprichosa a más no poder y
siempre insatisfecha.
En otras ocasiones, el fin es sentirse
bien con uno mismo. Esto conlleva un grado de orgullo personal y de
autosuficiencia en la que no se cuenta con Dios. Por todo esto, nos encontramos
a cristianos encadenados a una casa,
esclavos a la hipoteca altísima de la
misma, a la letra desproporcionada de un coche, pagando altos intereses por
haber pagado con la tarjeta de crédito los mejores muebles, comprando cada poco
tiempo ropa nueva cuando la anterior está en perfecto estado o gastándose en
comida lo mejor de lo mejor, sin ahorrar en gastos y sin buscar mejores
precios. Luego se muestran ansiosos y se quejan de que viven con el agua al
cuello, cuando la realidad es que están viviendo por encima de sus necesidades.
Este estilo de vida está muy alejado de
los principios bíblicos respecto a la sencillez. Si hicieras inventario de tus
posesiones, te darías cuenta de que muchas de ellas son innecesarias. Al menos
serías consciente de que podrías vivir con mucho menos de lo que acumulas y que
podrías desprenderte de aquellas cosas que realmente no necesitas: menos pares
de zapatos, un ropero con menos camisas y pantalones, un coche que no tienes
que renovar cada pocos años, una casa con muebles más sencillos y económicos,
etc. Eso es, simple y llanamente, simplificar la vida. Tal y como señaló
Charles Dudley Warner: “La sencillez
consiste en hacer el viaje por la vida sólo con el equipaje necesario”.
Como enseña el consabido refrán: “no es más feliz
quien más tiene, sino quien menos necesita”.
Nuestra oración debería ser
la misma de Agur: “No
me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y
te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el
nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9). Le pedía a Dios lo necesario, ya que, si
se diera el caso de estar saciado, se podría olvidar del Todopoderoso, y, si
tuviera muy poco, temía blasfemar. No
quería ni lo uno ni lo otro. ¡Qué sabiduría! Es la misma advertencia que Dios
le hizo al pueblo judío hace miles de años: “Cuídate de no olvidarte de Jehová
tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te
ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que
habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te
multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón,
y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de
servidumbre” (Dt. 8:11-14).
Las sencillas instrucciones que se nos ofrecen
Cuando Salomón preguntó
retóricamente “¿qué provecho tiene el
hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Ec. 2:3), Dios no
quería reflejar en su Palabra que se oponía a los beneficios que conlleva
trabajar, puesto que Él mismo puso a Adán a labrar el huerto del Edén, y Pablo
dejó bien claro que quien no quisiera trabajar que tampoco comiera (cf. 2 Ts.
3:10), sino que estaba en contra:
- Del afán de obtener más y más: “Porque los que quieren
enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas,
que hunden a los hombres en destrucción y perdición;porque raíz de todos los
males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la
fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1
Ti. 6:9-10). Somos avisados de que si no aplicamos
los principios bíblicos, corremos el serio peligro de caer en tentación y en el
lazo de la codicia. Puede que sea un nudo autoimpuesto: un mayor gasto
económico, mayor consumo, una hipoteca desproporcionada para tener una casa que
de sencilla no tiene nada, etc. Y entre los jóvenes sucede igual: videojuegos,
consolas, ropa, el último modelo de móvil, multitud de caprichos, una vida
girando en torno a la ociosidad, etc. Todo esto es una trampa y una absoluta
necedad. El afán entre los cristianos es más sutil que el que vemos en el resto
de la sociedad pero igual de peligroso. ¿Consecuencias?: “Se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1
Ti. 6:10).
No quiero decir que hayas
renegado de Cristo, pero sí desviado del camino y de la voluntad del Padre. Por
eso Jesús dijo que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los
bienes que posee (cf. Lc. 12:15). Caíste en ese lazo cuando te preocupaste en
exceso por proteger tus frutos materiales y cuando anhelaste más de la Tierra
en lugar de hacerte tesoros en el cielo.
- De no usar lo que Él te da
para ayudar a los demás, como puede ser en el caso de hermanos más necesitados.
Juan dijo: “Pero el que tiene bienes de
este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón,
¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17). Pablo dejó ciertas pautas
muy concretas para los ricos. Es cierto que la inmensa mayoría de nosotros no
lo somos, pero sí en comparación a las generaciones anteriores, por lo que
estas palabras se nos pueden aplicar igualmente: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la
esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos
da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que
sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos” (1 Ti. 6:17:19).
Ante
este texto, cito las palabras de John Piper: “Dios llama necio al hombre porque, cuando sus campos produjeron un
excedente, construyó graneros más grandes y se dedicó a reposar. ¿Qué debió
haber hecho con el excedente que Dios le dio? El versículo 33 nos da la
respuesta: vended lo que poseais y dad limosna al necesitado. En vez de
aumentar su nivel de vida y seguridad, debió haber utilizado las posesiones de
más para aliviar el sufrimiento. Dios llama ´necia` a la persona que utiliza su
exceso de dinero para aumentar su confort propio. Los sabios saben que todo su
dinero pertenece a Dios y debe utilizarse para demostrar que Dios, no el
dinero, es su tesoro, confort, delite y seguridad”[2].
¿Pobreza, riqueza o contentamiento?
No estoy haciendo una apologética de la
pobreza o de la vida monástica. Puedes disfrutar
sanamente de todo lo que Dios te regala. No consiste en vivir en una casa llena
de cucarachas y de humedad, que vistas como vagabundo, que comas saltamontes
como Juan el Bautista o que renuncies a los sanos placeres, como nadar, leer,
dar un paseo por la playa, ir al campo, practicar algún deporte, disfrutar de
un helado en una terraza, y mil cosas más. Como dije en un
artículo: “Mi
pensamiento va mucho más allá. Conversando con una compañera de trabajo hace
poco tiempo me dijo: ´Con tener un plato de comida, mi cama limpita y mi ropa
planchada, soy feliz`. Palabras sabias y maduras de una persona muy joven, y
que me encantaron porque expresan mi sentir. ¿Conformismo? ¡No!
¿Contentamiento? ¡Sí! Es un concepto que coincide plenamente con el principio
bíblico: “Teniendo sustento y abrigo, estemos
contentos con esto” (1 Ti. 6:8)”[3].
Pablo
dijo:“Ninguno que milita se enreda en los
negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2
Ti. 2:4). El llamado en sí es a ´no enredarse` con el mundo, de tal manera que
éste se convierta en lo primero de nuestras vidas, arrinconando en consecuencia
a Dios. Siguen vigentes las palabras de Cristo que resuenan para cada uno de
nosotros: “Buscad primeramente el reino
de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
Si leemos el contexto del pasaje, podemos observar que no se refiere a los
lujos, dinero y propiedades que enseña de forma aberrante la mal llamada
teología de la prosperidad, sino a que
el Señor mismo se encargará de que nunca nos falten las necesidades básicas
para nuestra vida.
Afanarse & Dadivosidad
¿Por qué turbarse por aquello que no
tenemos? ¿Por qué afanarse por aquello que la polilla
y el orín corrompen? (cf. Mt. 6:19). ¿Por
qué agitarse por lo que no vamos a poder conservar eternamente? ¿Por qué
queremos el cielo en la tierra cuando el cielo está en el cielo, valga la
redundancia? ¿Por qué seguir luchando contra
tales ideas en lugar de asimilarlas? ¿Por qué no reconocemos que la falta de
contentamiento es un fruto de nuestra naturaleza caída? Échale un poco de imaginación: si fueras habitante del planeta Júpiter y
vinieras de paso a la Tierra, sabiendo que tarde o temprano regresarán a por ti
y no podrás llevarte nada, ¿te afanarías por acumular todo tipo de objetos?
Por eso me resultan absurdos esos
gigantescos mausoleos que se observan en los cementerios. ¡Ni que dentro
estuviera el fallecido disfrutando de las posesiones que acumuló en vida! Pablo
lo entendió perfectamente: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento;
porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (1
Ti. 6:6-7). ¿Has leído bien? Señala que “SIN
DUDA” nada nos llevaremos. ¿Has
olvidado las palabras que Cristo le dijo a Pilatos: “Mi reino no es de este
mundo” (Jn. 18:36)?
Esto por un lado. Y por
otro, en lugar de ser de “puño cerrado”, aprende a compartir lo que tienes con
otras personas. No cometamos el pecado de Sodoma: “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma, tu
hermana: soberbia, pan de sobra y abundancia de ocio tuvieron ella y sus hijas;
y no fortaleció la mano del afligido y del necesitado” (Ez. 16:49). Alguien dijo que nunca somos
tan parecidos a Dios que cuando damos. La enseñanza bíblica
dice: comparte con los que tienen menos que tú y da a los que apenas tienen
nada. Esto no significa que te deshagas de todo lo que tienes, sino que
compartas con los que te rodean aquello en concreto que el Señor te ha dado por
su gracia. No tienes que limitarlo a lo material. Igual que puedes invitar a un
hermano o a un necesitado a comer en tu casa, puedes también regalar tu tiempo
a aquel que necesita de tu compañía u ofrecer ánimo y fortaleza. Como un
anónimo dijo: “Pasaré por este mundo nada
más que una vez. Por eso, cualquier bien que pueda hacer o cualquier bondad que
pueda mostrar a cualquier semejante, déjame hacerlo ahora” ya que “el que muere no puede llevarse nada de lo
que consiguió, pero se lleva, con seguridad, todo lo que dio” (Padre
Mamerto Menapace). Como narra esta historia:
Tras la conclusión de
la segunda guerra mundial comenzó la reconstrucción de Europa. Una fría mañana,
muy temprano, un soldado norteamericano iba de regreso a su cuartel en Londres.
Al virar su jeep en una esquina, alcanzó a ver a un muchachito que tenía la
nariz puesta en la ventana de una pastelería. Adentro, el panadero estaba
amasando la masa para una nueva hornada de buñuelos. El hambriento muchachito
miraba en silencio, observaba cada movimiento. El soldado acercó el jeep a la
acera, se detuvo, salió y caminó tranquilamente hacia donde estaba parado el
muchacho. A través de la ventana empañada pudo ver los bocados apetitosos
cuando eran retirados del horno caliente. Al muchacho se le hizo la boca agua y
dio un pequeño gemido al ver que el panadero los colocaba en el mostrador
encerrado en vidrio, siempre con mucho cuidado. Cuando el soldado se colocó al
lado del huérfano, su corazón se conmovió. “Hijo,
¿te gustaría comerte algunos de esos?”. “¡Ah, sí, me gustaría!”. El soldado entró y compró una docena, los
colocó en una bolsa y regresó a donde se hallaba el chaval en el frio neblinoso
de la mañana londinense. Sonrió, le entregó la bolsa y simplemente dijo: “aquí
la tienes”. Al dar la vuelta para
apartarse, sintió que alguien le tiraba de la chaqueta. Volvió a mirar y oyó
que el niño le preguntaba apaciblemente: “Señor, ¿es usted Dios?”.
Si te has alejado de Dios
por las razones que hemos analizado, es hora de que despiertes del sopor. Para
salir del estado en que te encuentras, tienes que realinear tus pensamientos
con los Suyos. Sería conveniente que te hicieras estas preguntas: ¿Sobre
qué estás sosteniendo tu vida? ¿Sobre qué estás sustentado tu paso por este
mundo? ¿Cómo es tu relación actual con el Señor? ¿Sobre qué gira tu vida, sobre
Él o sobre los diversos placeres -sean sanos o insanos- que hay a tu alrededor, tus posesiones y
el deseo de adquirir siempre más? A mí no tienes que responderme, así que sé
sincero contigo mismo.
Seguimos aquí: “Olvidaste
para qué fuiste salvado”. https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/12/5-olvidaste-para-que-fuiste-salvado.html
[1]
Existen argumentos a favor y en contra de la “paternidad salomónica” del libro
de Eclesiastés. Hablaré del mismo creyendo que fue Salomón su autor.
[2]
Piper, John. Hermanos no somos
profesionales. Clie.
[3]
Elysium: ¿Ficción o realidad?: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/elysium-1-parte-ficcion-o-realidad.html
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