Venimos de aquí: ¿Las enfermedades
irreversibles y la muerte son indignas? & Vivir con una enfermedad
incurable. http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/06/3-las-enfermedades-irreversibles-y-la.html
La
inmensa mayoría de personas incapacitadas gravemente no pueden hacer alpinismo, esquí acuático y surf. Muchos no
van a poder volver a caminar, conducir, jugar al fútbol ni a “complacer” como
quisieran a su cónyuge. Estas eran las razones por las cuales Will –el
protagonista de la película Yo antes de
ti (Me before you)- quería que le
aplicaran la eutanasia[1]. Antes de quedarse tetrapléjico –por el
atropello de una moto-, hacía todo eso y más. No aceptó la ayuda de su novia y
terminaron rompiendo. Viviendo con sus padres y postrado en su nueva condición,
cortó todo contacto humano. Se negaba a salir de casa y, como él mismo
afirmaba, se limitaba a estar sentado en su silla de rueda y a existir. Aunque
la madre decía que tenía días buenos y días malos, su amargura era evidente.
Muchos
meses después del accidente de tráfico, Lou –una jovencita sin experiencia
alguna en el trato con pacientes- fue contratada para cuidar a Will. Al
comienzo la menospreciaba y no quería ni que le dirigiera la palabra. Pero poco
a poco, la ingenuidad y la vitalidad de Lou comenzó a surgir efecto. Se
hicieron buenos amigos, veían películas juntos, cenaban en casa de ella, y le
hizo comprender que los pequeños detalles de la vida eran los que hacían que
ésta fuera merecedora de ser vivida. El ánimo de Will mejoró considerablemente,
e incluso se reía, para gozo de sus padres, aunque la enfermedad seguía
avanzando puesto que era irreversible.
Cuando
Lou se enteró que el plan de Will incluía acabar con todo a los seis meses,
trazó planes para hacerle cambiar de opinión. Lo llevó al hipódromo, de pícnic,
a un concierto de música clásica y a la boda de la ex. Incluso le cortó el
cabello y le afeitó la cara con la mayor delicadeza y ternura posible.
Finalmente, como todo melodrama que se precie, se enamoraron.
Tras un
viaje juntos a unas islas preciosas –el último intento de Lou para
convencerle-, Will le comunicó su deseo de acabar con todo. Ella le imploró
compungida y llorando que no lo hiciera, que lo amaba y que podría hacerlo
feliz: “No lo estás intentando. No me
estás dejando intentarlo. Me he convertido en una nueva persona estos últimos
seis meses por ti. [...] Te he abierto mi corazón completamente y todo lo que
me dices es no”. De nada sirvió. Ya
tenía su decisión tomada y los documentos en regla para concluir con todo. Y
así lo hizo en Suiza, donde dicha práctica está permitida.
De cara
al espectador, y por desafortunada que fuera su situación, aparentemente habían
renacido sus ganas de vivir a causa de ella: “Tú eres la única razón que tengo para levantarme por las mañanas”.
Era todo un espejismo. A él no le bastaba esa vida –que no consideraba plena-
ni el amor que recibía, por lo que a todo dice que no: “Sé que podría ser una
buena vida, pero no para mí. Es inconcebible. Tú no me conociste antes. Me
encantaba mi vida. Me apasionaba. Y ahora no puedo conformarme con esto. [...] necesito
que acabe ya. No más dolor ni cansancio ni despertarme cada mañana deseando
ponerle punto y final. [...] Nada me haría cambiar de opinión”.
Llega a
decirle a Lou que no quiere que se ate a él ni que se pierda las cosas que otro
podría darle: “Y egoístamente no quiero
que me mires un día y sientas el mínimo atisbo de arrepentimiento o de pena”,
a lo que ella responde que “jamás
sentiría eso”. Aunque esta actitud por su parte parece altruista (dejándole
como legado una cuantiosa herencia económica para que ella tuviera una nueva
vida) y su amor era verdadero, la realidad es que tuvo la oportunidad de
centrarse en lo que tenía, en disfrutar de las minúsculas particularidades de
su existencia, en amar de alma a alma, y en ser amado por alguien que podría
haber sido su pilar, que lo aceptaba tal cual y que sacaba lo mejor de su
personalidad. Por el contrario, se quedó únicamente con las carencias y
privaciones, en todo lo negativo, en que ya no podría hacer ni tener, anclado
en el pasado y en la nostalgia, sin flexibilidad emocional alguna, y sin
aceptar en ningún momento su vida actual al compararla continuamente con la plena y perfecta que tenía.
Esto se
puede ver una vez más cuando ella le propone ir a París tras rememorar Will sus
viajes a la capital francesa, ante lo que nuevamente se niega: “Me gustaría ir a París siendo yo. El que era, y que las chicas francesas me
miraran”. Esas eran sus razones para decir no, y porque consideraba que era peor no caber tras una mesa, que
los taxistas se negaran a llevarle, o que la silla no pudiera cargarse en los
enchufes franceses.
¡Menudo desastre!
Esta
película –basada en la novela del mismo título escrita por Jojo Moyes, donde
destaca sobremanera la encantadora y emotiva interpretación de Emilia Clarke
(cuyas cejas parecen tener vida propia)- perdió una oportunidad maravillosa
para infundir ánimo y aliento a aquellos que padecen enfermedades
degenerativas. En lugar de ser un canto a la vida y a la positividad ante la
adversidad, es desmoralizadora, y el sentir que produce es de puro desasosiego,
pareciendo más bien un vehículo para vender la eutanasia como única alternativa
y para promocionar al grupo suizo Dignitas,
que practica el suicidio asistido. Por esto entiendo perfectamente la campaña
que hicieron en contra del largometraje organizaciones como Not dead yet, formada por muchísimas
personas afectadas por estas dolencias tan graves y que se oponen a la
eutanasia, irradiando optimismo, fuerza de voluntad y ganas de vivir. Según
ellos, están cansados de que se considere peor estar discapacitado que la
muerte.
Por
todo lo que hemos reseñado, me resulta extremadamente chocante escuchar a
aquellos que quieren suicidarse con dignidad porque, según ellos, aman vivir. Y no estamos hablando de
personas en estado vegetativo, sino a los que están en plena posesión de sus
facultades mentales, con capacidad de interactuar con otros seres humanos
–aunque sea con serias dificultades- y de disfrutar de las pequeñeces, aunque
estén gravemente enfermas.
Todo
esto me recuerda a la suiza Alda Gross, una anciana sana sin ninguna enfermedad
en concreto, que lleva años luchando para que un médico le recetara una dosis
letal de un fármaco y así recurrir al suicidio asistido. Desea morir desde el
2005, cuando intentó suicidarse y fracasó en el intento. ¿Cuál es la razón que
esgrime desde entonces?: Que su estado es cada vez más frágil, que ya no puede
dar largos paseos como hacía antes y que no está dispuesta a seguir sufriendo
la merma de sus capacidades físicas y mentales[2]. Considera que si no puede disponer al 100%
de sus destrezas, no merece la pena vivir. En su balanza únicamente cuenta lo
perdido y no lo que le sigue quedando. Más de una década perdida de vida porque no le gusta esa vida. ¡Qué triste!
Por
todo lo que hemos visto, considero lamentable Yo antes de ti. Como alguien dijo: “es un insulto para aquellas
personas que luchan cada día por su vida, por estar enfermas o por otras
causas. Un insulto y una cobardía. Y lo médicos que lo proponen, un peligro”.
Suplemento
Quiero
añadir un pequeño agregado tras ver otro largometraje después de haber
terminado este escrito. Y quiero hacerlo por el peligroso camino
mostrado en la película Amour (ganadora
al Oscar en 2012 a la mejor película de habla no inglesa y la Palma de Oro en
el Festival de Cannes, entre muchos otros premios), donde se nos cuenta las
vicisitudes de un matrimonio anciano y la evolución tras un accidente
cerebrovascular de la mujer que
le incapacita la mitad del cuerpo, y que, con el tiempo, degenera en demencia
senil.
Tiene dos grandes “peros”:
1)
A pesar de que son dos personas muy cultas, ambos muestran una falta total de
recursos emocionales para afrontar la enfermedad y el final de la vida, junto a
una frialdad sentimental impropia en seres humanos.
2)
La conclusión es atroz: después de rechazar toda ayuda y el ingreso en un
hospital para que la cuiden, el esposo la asfixia con una almohada tras haberse
perdido a sí misma y la asesina, algo
que ya se intuía que podía pasar tras abofetearla días antes por escupirle el
agua que ella no quería beber. La escena es estremecedora. El director vende la
idea como un acto de amor y de liberación con la metáfora de una paloma, a la
que en primer lugar deja ir tras colarse en casa y luego la mata en la segunda
ocasión.
Es loable cómo el marido la cuida al
principio, pero su actitud y el desarrollo de la trama terminan por estropearlo
todo. Por eso, el título –Amor- lo
considero sumamente desacertado. Amargura
sin fin hubiera sido más adecuado para lo visto. De forma implícita, se
hace una apología a la eutanasia para que ningún anciano tenga que verse en la
situación de tener que matar a su cónyuge enfermo.
Continuará en Los Intocables de este
mundo.
[1]
Película que sigue la estela dejada por Mar
adentro (2004), donde se narraba el caso real del tetrapléjico español Ramón
Sampredo que se suicidó tras tomarse un preparado de cianuro que le facilitó
Ramona Maneiro, como ella misma reconoció cuando habían pasado siete años y el
crimen prescrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario