Es hora de saber
si tienes que dar el paso final: dar uno al lado y descartarlo o dar el sí quiero.
En un sentido u
otro, has llegado al final de una etapa en tu vida: después de un tiempo más o
menos largo de noviazgo, llega el momento de decidir si quieres pasar el resto
de tu caminar por este mundo con la persona que en este instante te acompaña.
Con todo lo hemos visto en este extensísimo capítulo, tienes suficientes
elementos de juicio para saber qué debe ser una relación y cómo llevarla a buen
término con unas bases firmes y bien asentadas. Pero, al mismo tiempo, esto te
puede hacer ver qué no es una relación. Por lo tanto, puedes decidir qué es lo
que te conviene. De ahí la necesidad de la pregunta: ¿Vas a continuar hasta el
matrimonio (y empiezas seriamente a planearlo) u os separáis definitivamente?
No se trata de juzgar al
individuo como ser humano, sino de
medir, de hacer balance y de sopesar si verdaderamente es esa persona cristiana
con la cual deseas compartir el resto de tu vida. Hay creyentes, incluso los que no lo son, que siguen con su pareja por pura inercia, sin saber ni siquiera
por qué se enamoraron; en muchos casos, por la atracción física o por alguna
cualidad superficial, pero el tiempo ha
demostrado que no hay amor verdadero y profundo, o que realmente no son el uno
para el otro porque no concuerdan en diversos factores como los valores o el
proyecto de vida, muy distinto el uno del que tiene el otro. Pero, con
todo, después de años de noviazgo, les aterra la idea de estar equivocados y
prefieren no pensar mucho. Como los avestruces, meten la cabeza bajo tierra.
Por eso, muchos prosiguen, a pesar de todas las señales de alarma. Es una
manera más de engañarse a sí mismos y de negar la evidencia: Dios no impedirá
que se lleve a cabo el matrimonio, puesto que Él nos creó con libre albedrío,
pero está claro que no será de bendición para ninguno de los dos, y
posiblemente acabe en frustración y divorcio.
Evidentemente,
en toda relación pueden surgir periodos de crisis, incluso antes del
matrimonio. Conforme haya pasado el tiempo, habrás descubierto que tu pareja no
es perfecta, y se habrán manifestado los defectos que no os agradan del otro,
junto a los errores que se cometen sin querer. La idealización habrá
desaparecido y se pasará por un cierto bache, cuyo nombre es desencanto. No todo es perfecto como
habías soñado. No siempre se puede sentir el mismo grado de amor ni de
felicidad. Eso es imposible. Tampoco debes esperarlo porque no es humano. Pero
habrá que estudiar detenidamente de forma madura y objetiva qué es aquello a lo
que realmente le concedes importancia y si ves un proyecto común con tu pareja,
para decidir si quieres amarla en el grado que ya vimos en apartados
anteriores.
En esta etapa de
decisión, es bueno traer a colación todos los recuerdos que tienes acumulados
(tanto los positivos como los negativos), lo que te hizo feliz como lo que no,
lo que hicisteis y lo que no, etc. Una buena manera de hacerlo es mirando las
fotografías que tengáis juntos, o anotando en una libreta todos esos acontecimientos
que vengan a tu mente, tanto los buenos como los malos, como los días que te
sentiste dichoso como los que no, y las razones de ambas situaciones[1]. Al recordar todos esos momentos, junto a las sensaciones que
experimentaste y los pensamientos que pasaron por tu mente, pregúntate: “¿Cómo
te sentías?” y “¿Cómo te sientes en la actualidad?”. Tras dejar que esas emociones aniden en ti durante unos días, reflexiona
y mira si estás dispuesto a asumir el compromiso con esa persona. Es hora
de pensarlo seriamente. Una respuesta positiva será el resultado de una
profunda satisfacción interna y de felicidad: “Si estás pensando en
comprometer tu vida con alguien por el resto de tu vida, identifica las cosas
que no son negociables. No lo hagas después de los hechos”[2]. Si la relación no te hace
feliz porque no te sientes realmente unido al otro, porque predominan los
problemas, la ansiedad es continua, experimentas carga y más carga, desconfías
de él o te sientes predominantemente triste, es posible que el amor haya desaparecido
en algún momento del camino. También puede que, sencillamente, hayas llegado a
la conclusión de que no es la persona con la cual quieres estar ni un día más.
¡Pero ojo! Con esto no estoy queriendo decir que tu pareja sea mala persona.
¡Ni mucho menos! Eso que quede bien claro: simplemente, no sois el uno para el
otro. Tampoco que deba proporcionarte la
felicidad (en mayúsculas), puesto que, en última instancia, cada uno es
responsable de sí mismo, aparte de que únicamente Dios puede llenar áreas muy
concretas que no le corresponde cubrir a ningún ser humano. Ahora bien, afirmo
que si tu compañero no es un ingrediente importante de tu dicha (y viceversa),
entonces es que no debéis seguir. Quizá como amigos, pero nada más.
¿El paso
final?
Cuando se mantiene la obsesión por casarse con “el no
adecuado” (o como con los que vimos: que no sienten amor por ti, te ignoran o son
infieles), las consecuencias serán funestas a medio y largo plazo. Se convertirá
en una verdadera cárcel emocional. Por eso tienes
que saber que no hay nada mejor que una retirada a tiempo y que una ruptura no
tiene que suponer ni mucho menos un fracaso. Como dijimos anteriormente, el
noviazgo es precisamente el periodo para conocer al otro y decidir si es con
quien quieres contraer matrimonio. Hay muchos que se ven envueltos en una
relación que no les satisface, pero se conforman con lo que tienen, o creen que
tampoco es lo “suficientemente” negativa como para justificar una ruptura.
Todo el mundo conoce este dicho: “Mejor solo que mal acompañado”. Y a más de uno he escuchado
soltar dicho consejo a terceras personas, pero no aplicárselo a ellos mismos. Si
no existen alicientes, dando paso a la pesadez continua y a la sensación de
hacer las cosas por obligatoriedad, el problema resulta evidente. Es ahí donde
comprobarás sobre qué pilares has sostenido la relación: sobre la
superficialidad o sobre el verdadero conocimiento mutuo, junto a la aplicación
de valores basados en la madurez, en principios bíblicos y en el amor
auténtico. Como alguien dijo: “Si os
casáis, debéis sentiros como si hubierais ganado la lotería”. De ahí que el
término consorte (esposo/a) signifique “con la misma suerte”.
El propósito de continuar con una persona a largo plazo,
una vez pasado el periodo inicial, debe ser el matrimonio. Si este no es
el enfoque, se habrá perdido la perspectiva. Además, sería muy injusto que uno
de los dos se ilusionara y el otro no le pusiera freno y continuara con la
relación a pesar de no compartir el mismo deseo. Aunque está claro que, antes
de dar el paso al matrimonio (y hasta que llegue ese día), puedes dar marcha
atrás si no tienes seguridad ni sientes paz de parte de Dios. Incluso es mejor
una mala ruptura que un peor y desgraciado matrimonio de por vida. No quiero
imaginar lo que tiene que suponer tomar conciencia de un error de tal magnitud
por no haber prestado atención a todas las señales previas. Por eso, es
gigantesco el alivio que experimentan aquellos que saben que hicieron lo
correcto renunciando a casarse con el que fue su pareja.
La falta de paz suele ser un argumento de mucho peso a
la hora de tomar la decisión de acabar con un noviazgo. Eso sí, no confundas
“nervios” con “falta de paz”. Es normal mostrar cierto nerviosismo al
plantearse si es la persona definitiva que quieres a tu lado. También es lógico
al saber las responsabilidades que se tendrán a partir de entonces, ya que
aumentarán. Pero la paz involucra todas las áreas que hemos visto hasta ahora.
La paz no es tanto una emoción, sino una certeza del alma. He conocido a
personas que han experimentado una “falsa paz” al orar por ciertas mujeres que
les agradaban y anhelaban que estuvieran a su lado, pero el tiempo les hizo ver
que no era una paz objetiva, y mucho menos certera, puesto que sus mentes, de
manera objetiva, les indicaba lo contrario. La paz debe de ir acompañada del juicio racional y del susurro del corazón que proviene de Dios.
Te seré muy claro: si no sientes paz en tu corazón, no
esperes que Dios te la dé. ¿Por qué? Muy sencillo: ¿Por qué habría Él de poner
paz en una relación en la cual está en desacuerdo? No esperes bajo ningún
concepto que tus oraciones “dobleguen” la buena, perfecta y agradable voluntad
de Dios, y se vea “obligado” a poner paz en ti porque así tú lo desees. Él no
se deja someter a chantajes de ningún tipo. Sí, te da libertad total, pero
también la capacidad de elegir sabiamente. ¿Quieres estar con esa persona que
no te conviene? Él no mandará una legión de ángeles para evitarlo, pero no
pondrá paz en ti, aunque tu conciencia trate de acallar tus sentimientos. Serás
tú quien cargue toda la vida con las consecuencias. La Biblia dice que el corazón alegre hermosea el rostro (Pr.
15:13). Y eso es fruto
de la paz. Piensa en matrimonios fallidos o que no son dichosos: se les nota desde
cada poro de la piel hasta las comisuras de sus rostros. Es como si el iris de
sus ojos no tuviera vida, fruto de la tristeza que llevan escondida en el alma.
Por otro lado, quizá veas algunos inconvenientes
ajenos a la persona para casarte en ese momento: estudios, proyectos
personales, trabajo en otro país, etc. Si es así, tendrás que ver cómo encajar
la relación en tu vida y reestructurar parte de ésta. Pienso que, cuando el
amor verdadero llega, se le hace sitio de una manera u otra. Por eso hay que apropiarse de este esquema trazado por Gerardo de Ávila: “En el orden bíblico, como yo lo entiendo,
es: Dios, yo, mi familia, la iglesia, el resto de la humanidad”. No es
concebible que haya un parte (o las dos) dentro del matrimonio que anteponga lo
que llama “realización personal” por delante de su familia.
Tienes que
saber que, al igual que el enamoramiento inicial y el amor maduro son distintas
etapas de una relación, la vida también
está formada por etapas. Y cuando me refiero a etapas, me refiero a
“prioridades”. Madurar dentro de una
relación es ver que las prioridades personales crecen y se transforman, donde
lo más importante es el compromiso con el otro, la realización de proyectos en
común, la formación de una familia, la crianza de los hijos, etc. Es como
el famoso texto de Eclesiastés: “Todo
tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl. 3:1). Cuando se da el paso de comprometerse,
tiene que ser con alegría, no pensando que va a ser una etapa peor de la vida.
Sin duda
cambiarán distintos aspectos: menos tiempo libre para uno mismo, mayor
responsabilidad, mayor necesidad de entregarse al otro, etc. No se puede traer al matrimonio la vida de
soltero. Pero, por otro lado, se ganará en diversas facetas de mucho valor:
estabilidad, sosiego, apoyo, consuelo, cariño, entrega, amistad profunda,
intimidad, etc. En definitiva, lo que se muestra en Génesis cuando Dios creó a Eva,
la compañera de Adán, la “ayuda idónea”. En las relaciones, el hombre para la
mujer y la mujer para el hombre. Después
de la relación personal con Jesucristo, tu cónyuge será lo primero en tu vida,
y tú en la de ella: “La influencia del matrimonio en el
desarrollo y proyección de la personalidad humana es inmensa. En realidad, el
estado conyugal manifiesta y proyecta en cada momento el talante fundamental de
cada individuo. Podríamos decir que, en el matrimonio, como en la cárcel, los
bien inclinados se vuelven mejores, y los mal inclinados se vuelven peores.
Ahora bien, cuando hay fe en Dios y verdadero amor, como fruto del Espíritu, el
matrimonio refina la calidad espiritual de la persona a través de todas las
pruebas y dificultades que presenta la vida y la misma diferencia de criterios
y gustos de los esposos”[3].
¿Tiempo para pensar y una segunda oportunidad?
Si lo dejáis por
una temporada para reflexionar, o porque algo no termina de funcionar, y con el
tiempo decidís volver (siempre que
hubiera una buena base, el amor fuera genuino y la ilusión permanezca), que
no sea por la sensación de soledad, por el miedo a no encontrar pareja en el
futuro o por comodidad, sino porque habéis tomado un tiempo para madurar la
decisión, hablar en profundidad y ver qué elementos concretos deberán ser
modificados[4]. El hecho de que
una persona te acepte no significa que apruebe todo lo que haces. Si no actúas
bien en determinados aspectos y no estás dispuesto a cambiar, eso es egoísmo.
Estarás demostrando que solo piensas en ti mismo. Por el contrario, si actúas
bien pero el otro no lo acepta o no le gusta, posiblemente el problema no sea
tuyo, sino suyo.
Si las peleas
son continuas, el interés mutuo no es verdadero, uno de los dos tiene algún
rasgo negativo en su carácter que te afecta en gran medida (como la frialdad
emocional, los celos desmedidos o los gritos desaforados), veis que sois
incompatibles en estilo de vida y en la manera en que pensáis o vuestros
valores morales son diferentes, lo mejor es pasar página.
Ni que decir que
no hay ni que plantearse como posible pareja a ciertas personas: de mal
carácter, verbal o físicamente agresivas, perversas, pervertidas, maliciosas,
emocionalmente desequilibradas, chantajistas, airadas, conflictivas,
impulsivas, mandonas, caprichosas, inmaduras, asfixiantes, problemáticas,
malhabladas, superficiales, materialistas, narcisistas, prepotentes, ególatras,
etc. Todo esto es de sentido común, aunque desgraciadamente se pasa por alto en
incontables ocasiones por no usar la mente para pensar. “Lo descrito” y
“relación” –y más entre supuestos cristianos “nacido de nuevo”, es totalmente
incompatible.
Por eso
considero moralmente aberrante y deplorable para cualquier mujer, ese anuncio
de perfume donde una chica quiere estar con un chico a pesar de que él le dice:
“Unas veces me amarás; otras me odiarás. Te querré todos los días, pero no
estaré aquí todos los días. Nunca sabrás dónde estoy ni dónde vivo. No seré un
ángel. Ahora lo sabes”[5]. Como dice la publicidad: “La firma se ha inspirado en el chico malo seductor
que a ninguna chica le conviene pero ninguna puede quitarse de la cabeza”.
Después, muchas de estas mujeres que entran en este juego porque dicen “amar” a
este tipo de hombres, terminan con el corazón destrozado y en la consulta de un
psicólogo. Lo dicho: vomitiva la idea machista que transmite. Por todo esto,
si uno de los dos no quiere volver a intentarlo (por las razones que sea),
habrá que aceptarlo. Y como señala la psicóloga Silvia Congost, cuidado con
entrar en un bucle de 8 años. Hay parejas que lo dejan, vuelven, lo dejan,
vuelven... y entran en una dinámica agotadora y devastadora: “Esto sucede porque uno de los dos quiere
permanecer siempre en las primeras fases del enamoramiento, pero así nunca
llega a entrar en las nuevas fases del amor”[6]. Aunque temas lastimar el corazón de otra persona o que
hieran el tuyo, a veces retirarse es la mejor decisión de todas. Como dijo Bert
Hellinger: “Una buena separación se logra
cuando los compañeros mutuamente están en condiciones de decirse: Te quise mucho.
Todo lo que di, lo di con ganas. Tú me diste muchísimo y lo honro. Por aquello
que entre nosotros nos fue mal, yo asumo mi parte y te dejo la tuya. Y ahora,
te dejo en paz...”.
Sí, quiero
Si ambos os lanzáis a dar el paso definitivo, que
sea porque podáis deciros el uno a otro que os AMÁIS –en mayúsculas- de esta
manera (nuevamente sacado de la canción de Rafhael, ridiculizada por parte de
la juventud por su puesta en escena pero cuya letra es más expresiva y emotiva
que cualquiera de las actuales):
“Como yo te
amo
convéncete, convéncete
nadie te
amará
nadie,
porque...
Yo!! te amo
con la fuerza de los mares
Yo, te amo
con el ímpetu del viento
Yo, te amo en
la distancia y en el tiempo
Yo, te amo
con mi alma y con mi carne
Yo, te amo como
el niño a su mañana
Yo, te amo
como el hombre a su recuerdo
Yo, te amo a
puro grito y en silencio
Yo, te amo de
una forma sobrehumana
Yo, te amo en
la alegría y en el llanto
Yo, te amo en
el peligro y en la calma
Yo, te amo
cuando gritas cuando callas
Yo te amo
tanto yo te amo tanto yo!!”[7].
Si has tomado la decisión de casarte, y has aceptado
que el matrimonio tiene una naturaleza sagrada y es para siempre en esta vida,
haz ese Pacto con tu pareja delante de Dios:
“Te quiero a
ti como esposa
y me entrego a
ti,
y prometo
serte fiel
en las
alegrías y en las penas,
en la salud y
la enfermedad,
todos los días
de mi vida”.
* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: 11.1. Cuando el problema está en el soltero: Introducción.
Creo
que también es bueno hacer este tipo de cosas en cualquier momento de la
relación. Es una manera hermosa de refrescar los buenos recuerdos y traerlos al
presente.
Wright, Norman. 101 preguntas antes de
volver a casarte. Casa Bautista de Publicaciones. P. 12.
Lacueva, Francisco. Ética cristiana. Clie. P. 185.
En el
apartado “Intransigentes” dentro del capítulo “Cuando el problema está en el
soltero”, analizaremos las áreas que tendrán que negociarse antes de y durante el matrimonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario